Rentable para las elites

Frente al cambio de gobierno, consultamos a tres referentes y trabajadores de la cultura para reflexionar sobre el rol del Estado en materia cultural y el vaciamiento de las instituciones culturales públicas en los primeros tres meses de gobierno de la alianza Cambiemos.

5 de Enero de 2017

Por Santiago Alonso. Fotos: Daniela Bedoya y Prensa Centro Cultural de la Cooperación.


En las últimas elecciones presidenciales se pusieron en juego dos proyectos de país que plantean, entre otras diferencias, dos posiciones frente a la cultura. Uno que hizo crecer su jerarquía institucional al pasar de una Secretaría a un Ministerio de Cultura de la Nación. Que se puso como objetivo lograr la inclusión cultural del pueblo argentino, creando políticas que unificaban lo social, lo educativo y lo cultural. Que apoyó la industria cultural nacional. Que creó imponentes espacios culturales públicos y gratuitos. Que puso a la cultura en un lugar elevado y de gran calidad en los medios de comunicación y, fundamentalmente, que se puso al frente de una lucha que el pueblo argentino viene dando desde hace más de una década contra la concentración mediática, al sancionar la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual.


El otro proyecto, conservador en lo político y neoliberal en lo económico, designa como funcionarios a ex CEO (Chief Executive Officer) de las corporaciones empresariales multinacionales. Entre ellos, el titular de la cartera nacional de cultura, Pablo Avelluto, ex director del grupo editorial Random House, quien declaró públicamente que su golpe de Estado favorito era el de 1955. El proyecto político de la alianza Cambiemos mide la cultura con el prisma de la rentabilidad del mercado, y sus funcionarios postulan que la gestión cultural produce gastos innecesarios para el Estado. Durante su gestión de gobierno en la CABA desalojaron con una fuerte represión a los trabajadores de la sala Alberdi del Centro Cultural San Martín, clausuraron de modo sistemático centros culturales barriales y sancionaron la Ley de Mecenazgo para favorecer al empresariado.


Para analizar el nuevo contexto político y el nuevo rol que la Alianza Cambiemos le está imprimiendo desde el Poder Ejecutivo a las políticas culturales, entrevistamos a tres referentes del sector. Una ex funcionaria de la cartera nacional, un director de un centro cultural cooperativo y una ex trabajadora del Centro Cultural Kirchner.


Natalia Calcagno (ex directora nacional de Industrias Culturales)



¿Cuándo empezaste a trabajar en Cultura de la Nación?

Empecé en el 2005 en el área de industrias culturales. Creamos el programa Sistema de Información Cultural de la Argentina (SinCA), del cual fui coordinadora, donde mostramos la variable económica que tiene la cultura: genera muchos puestos de trabajo, aporta mucho al PBI nacional y demostramos que tiene intereses económicos reales. En la gestión de Teresa Parodi terminé como Directora Nacional de Industrias Culturales.


¿Cuáles fueron los fundamentos políticos de tu gestión?

La mirada de las industrias culturales en nuestra gestión buscaba cortar la idea de que cultura es un lugar que genera pérdida, la idea del mecenazgo ¿Entendés a la cultura como una actividad a la que hay que financiar porque genera pérdida o como un sector económico que tiene un valor de promoción como fábrica sentido, de valores, de símbolos? Con la Ley de Mecenazgo el empresario no paga Ganancias si pone plata en cultura, con lo cual el Estado resigna una recaudación fiscal y el privado no puso nada. Hay que preguntarse adónde van los fondos, porque el empresario elige qué proyectos le gustaría financiar, con lo cual el Estado genera que el que tiene más plata decide qué quiere pagar y que no. Para nuestra gestión, la cultura es un sector económico, genera empleo, riqueza, exportación, se apoya en el desarrollo tecnológico. Es un sector productivo con una característica muy especial: cuando sube el ingreso sube la cultura, entonces es muy sensible a las variaciones en la economía. En los últimos diez años, donde la economía no paró de crecer, la cultura creció más todavía, y ahora ya empezó a bajar en consonancia con la recesión.


Otra característica es que es un sector económico altamente concentrado a nivel global. Son ejemplos Magnetto, Sony, Disney y Random House. Y la cultura es un derecho que implica necesariamente la diversidad. Si vos tenés un solo contenido cultural no vas poder ejercer tu capacidad crítica, ser el ciudadano que puede elegir qué le gusta, qué lee, qué piensa, qué siente.


Nos apoyamos en la noción de diversidad cultural de la Unesco, que firmaron todos los países miembros menos Israel y EE.UU., y que dice que la cultura tiene que ser diversa, porque si no es totalitaria, tiene un solo contenido. Al mercado no se le puede pedir que la cultura sea diversa, porque lo que persigue es la rentabilidad. Lo que tenemos que hacer es pedir al Estado que intervenga ese mercado para garantizar la pluralidad. Lo hicimos abriéndoles nuevos mercados, en lo que fue el MICA (Mercado de Industrias Culturales Argentinas), el Fondo Argentino de Desarrollo Cultural, que era un apoyo a emprendimientos culturales, y con Impulso Colectivo, que era un programa para impulsar esos emprendimientos productivos. El MICA apuntaba a apoyarlos en la capacidad para generar negocios, porque la idea es que fueran sustentables solos, que no dependan del dinero del Estado, sino que eso sea el inicio para después poder generar su propia cartera de clientes.


¿Qué cambios ves en la nueva gestión?

Nosotros entendíamos a la cultura como un derecho. Ahora va desapareciendo el término cultura en el Ministerio, hablan del área de patrimonio, de relaciones con la comunidad, y lo que era Industrias Culturales empieza a llamarse Industrias Creativas. El término cultura, como educación, salud, son los conceptos que engloban esta idea de derecho. En los gobiernos que tienen una mirada más progresista, vinculada a la inclusión, usamos industrias culturales. Los países más neoliberales, con un Estado más chico, adoptaron el término industrias creativas, que amplía el campo a toda actividad con un alto componente creativo y a la innovación. Entonces, se amplía el espectro de la industria cultural a publicidad, software, diseño, royalties, marcas y patentes.


Lo que en una estadística de industrias culturales es del 3% del PBI, con industrias creativas se va al 6 o 7%. Se desdibuja la idea de derecho y del rol del Estado. La idea de industrias creativas pone el énfasis en el individuo, en su capacidad de creatividad e innovación. Lo que como Estado tenemos que garantizar son condiciones macroeconómicas igualitarias para que todo artista pueda vivir de lo que hace, y eso se hace interviniendo el mercado.


Por ejemplo, con una Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual que pone límites a la concentración mediática. Se abandona la mirada de la intervención en las cuestiones macroeconómicas de la concentración económica cultural para que haya igualdad de posibilidades y se pone el eje en el individuo: con tu innovación tenés que ofrecer al mercado lo que nadie le ofreció. Es bien liberal norteamericano, el self made man. Volvemos a la idea de la igualdad de oportunidades como si hubiera un mercado de iguales. Nosotros entendemos que no es así, que hay desigualdad, hay exclusión y que el Estado debe generar las mismas oportunidades para todos, como puede ser con las netbooks de Conectar Igualdad. El mercado no iguala.


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Juan Carlos Junio, director del Centro Cultural de la Cooperación (CCC) y ex diputado nacional por el Frente para la Victoria (FpV).



¿Cuál te parece que debe ser el rol del Estado en materia cultural?

Desde el Estado se deben disputar las cuestiones de la cultura. Macri no articula un plan de política cultural, sin embargo, deviene de su ideología, que tiene rasgos oscurantistas y elitistas, que es lo opuesto por definición a todo lo que sea asociativo y, en cambio, tiene una fuerte visión de todo lo relacionado con lo mercantil, lo lucrativo. Como lo viene demostrando en estos tres meses de gestión, están contra el Estado también en el plano de la cultura.


Nosotros somos un centro cultural del movimiento cooperativo, que está basado en el principio de la solidaridad, en un sentido de participación social, estamos precisamente en la antítesis. Han demostrado, en el gobierno de la CABA, un fuerte rasgo de elite y de negación de lo popular, todo lo que se hizo en relación a la clausura de los centros culturales de barrio. Tienen una visión cerrada, temerosa de todo lo que tenga que ver con el papel transformador de la cultura en la sociedad, de una cultura de actitud crítica de las instituciones y del Estado, son lo opuesto a todo eso.


Hay que hacer proyectos culturales en los que, por ejemplo, la música juegue un papel pero que tenga un sentido de protagonistas de emergentes culturales, de valoración de las tradiciones culturales argentinas que confluyan desde el tango joven al rock, en todas sus expresiones, diversidad, pero siempre pensando en la participación popular. El Estado tiene que estimular todo eso.


Yo creo que en estos años de kirchnerismo hubo señales valiosas en esa mirada. Quizá uno de los acontecimientos más notables fue el Bicentenario, porque mostró una mirada de protagonismo popular masivo, quizá fue el evento más masivo de la historia argentina, participaron 6 millones de personas, y donde la cultura fue lo decisivo.


O hay un Estado de elite que es antipopular o hay un Estado que es una herramienta para que la cultura sea popular, que se gestione con una visión de protagonismo y participación popular y donde los agentes de la cultura se transformen en grandes protagonistas de las gestiones de la cosa cultural.


Nosotros, cuando salieron con el Mecenazgo en la CABA, que ahora quieren hacer nacional, nos opusimos desde una posición clásica de que el Estado nacional es el que tiene que hacerse cargo de la asignación de recursos para la cultura, como debe hacerlo para la educación y la salud. Lo contrario es la privatización de todas esas funciones del Estado. Nosotros nos opondremos a esa visión mercantilista de la cultura, que también tiene rasgos represivos.


¿Qué mirada debe tener el Estado sobre la cultura?

La batalla cultural es política. Tener el 90% de los medios a favor ya no es tan democrático y comienza a haber grandes asimetrías. La cultura como derecho, como modo de inclusión, engarza con una visión de que fortalece un sistema democrático, con más inclusión popular. Las derechas restringen el sistema democrático, reprimen, porque su objetivo es que la sociedad se restrinja en su convivencia y no se posibilite el crecimiento de las fuerzas sociales, que se democraticen, que se nutran de la cultura y que, desde allí, puedan disputar poder. Hay que tener una visión de que la cultura es un derecho que no puede ser conculcado, como el de la educación y la salud. No es el caso del macrismo que lo ve como un problema, para ellos la cultura es un problema.


¿Cuáles es la repercusión de las medidas económicas del gobierno en la cultura?

Desde mediados de los años 70 vivimos un período de gran disputa cultural, ya que se generó el proceso de concentración mediática y la revolución científico-técnica en los medios, hasta llegar a internet y la batalla de ideas, cultural, adquiere una virulencia inusitada. Por ejemplo, cuando se logra hacer creer a la sociedad, a través de los medios, con Neustadt y Grondona, en los 90, que es mejor un teléfono importado de EE.UU. o Japón, ese es el gran triunfo cultural de valores en contra del Estado. Venimos de tener una derrota en el plano cultural con el triunfo de Macri, ya que hubo algunos elementos culturales, como la idea del cambio, la idea de que todo lo que es conflicto debe ser dejado de lado y que tenemos que ir hacia una sociedad seudo-pacífica, por lo tanto, todo lo que representaba en esos planos el kirchenrismo hay que acabarlo, la idea de la grieta. Y no medimos qué repercusiones iban a tener en ciertos sectores de la clase media y populares.


Es distinto este momento que el de los 90, acá los valores del rol del Estado, de una jubilación digna que deviene del Estado, de la necesidad de paritarias, de los derechos humanos, de los avances culturales y de género que se tuvieron en todos estos años, esos triunfos políticos han generado cambios de valores culturales que cuando, ahora, sean atacados por el macrismo, va a haber un choque y, precisamente, desde esos valores culturales, podremos confrontar con chances importantes de derrotarlos en el plano de la cultura en los próximos tiempos.


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Bárbara Pistoia, ex trabajadora del Centro Cultural Kirchner (CCK), periodista y escritora.


¿Cómo llegaste al CCK?

A partir de entregar currículum y varias entrevistas de selección. Todos con experiencia cultural, en mi caso gestión cultural y comunicacional.


¿Cuál era tu función?

Mi rol tenía que ver con efectivizar los circuitos en cuanto a la generación de los contenidos que iban de acuerdo a los canales de comunicación y hacer escritos y textos creativos para esas piezas. Iba prácticamente todos los días, en el centro cultural se hacían alrededor de 300 a 450 actividades mensuales gratuitas, con una planta de aproximadamente 600 trabajadores. Tuvimos picos de 40 mil personas en un solo día. Los últimos tres meses trabajé de lunes a lunes, tenía otros trabajos y tuve que renunciar por falta de tiempo.


¿Qué importancia tenía para ustedes trabajar allí?

Fue una gran apuesta para los que creemos en el trabajo en el Estado, donde uno sabe que el trabajo de uno va a repercutir en la vida de otros y eso hace que uno genere un esfuerzo extra. Sabíamos que estábamos haciendo algo histórico. Venía gente que nunca fue a un museo, los recuerdo emocionándose y muy agradecidas, como si uno representara a la decisión política de que haya un centro cultural público de esa magnitud.

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