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Un golpe les entró

Pese a las fisuras internas y hasta notorias señales de debilidad frente a un Gobierno que no cede en su avance con los despidos y el ajuste económico, la central obrera más importante de la Argentina copó el centro porteño, las portada de los diarios y la agenda política. Nosotros estuvimos ahí y nos trajimos algunas imágenes y definiciones.

A media mañana, el color, el movimiento y los olores que invadían la avenida de Mayo y las diagonales Norte y Sur anunciaban una jornada diferente, no apta para los oficinistas, empleados y comerciantes de la zona que no se sienten a gusto con el “tufillo” sindical. La CGT y las dos CTA, más unas cuantas organizaciones sociales, estaban por copar el centro. Abundarían los cortes de calles y las “complicaciones para el tránsito”. La zona quedaría muy sucia. Habría que toparse con algunas imágenes desagradables.

A las doce del mediodía, en la Plaza de Mayo de las Madres, mandaban los camioneros. Cuando todavía faltaban tres horas para que arranque el acto, ya habían llenado las inmediaciones del palco con banderas, pasacalles e inflables, aparte de unos doscientos afiliados que entonaban su cancionero al ritmo de una docena de bombos, redoblantes y trompetas. En cuero, con latas de cervezas y ferné en una botella de plástico cortado al medio en sus manos. Los móviles de la televisión estaban apostados frente a la avenida de Mayo. La policía había cortado el tránsito frente al Cabildo. El sol, todavía tímido, entibiaba la zona. Algunos turistas sacaban fotos de una fauna y flora poco usual en aquel lugar. La gente que trabaja o anda por la zona, caminaba apretando el paso.

Decenas de familias se acercaron al acto para poder trabajar con sus puestos de comida.

El medio anillo completo de la Plaza estaba copado por vendedores ambulantes. Pymes gastronómicas que para funcionar necesitan que por lo menos tres personas pongan el cuerpo. En la mayoría de los casos se trata de un grupo familiar, ya que hay que ocuparse de armar un puesto de chapa de dos metros de largo, con ruedas, alero, una parrilla alimentada a carbón o a gas, y un mostrador para que los manifestantes se sirvan verduras frescas o condimentos. Bondiola, churrasquito o chorizos. También había vendedores de sandwiches de fiambre o milanesa hecha en casa. Aparte, decenas de vendedores de cerveza en lata las ofrecían bien heladas, a los gritos.

La logística del acto era enorme. Aparte del sonido central, había columnas para replicar la voz de los oradores en los tres ingresos a la Plaza. Y un nuevo punto de retransmisión, cien metros más lejos. La prueba de sonido, con canciones de Los Redondos, se escuchaba a quinientos metros a la redonda.

A la una y media de la tarde la zona se había convertido en una zona sitiada por una ruidosa y masiva muchedumbre. Las columnas de afiliados a los gremios de los estatales, los ferroviarios, los canillitas, los empleados de farmacias, los panaderos, los judiciales, los encargados de edificios, ingresaban por la avenida de Mayo y la Diagonal Sur, encabezados por enormes banderas, una batucada, algunas bombas de estruendo. En su mayoría eran hombres. Salvo algunas excepciones, no se coreaban consignas ni había clima festivo. En el cruce con la calle Florida, dos pibitos de doce años vendían a los gritos latas de cerveza mientras otro cocinaba unos chorizos todavía crudos. Los oficinistas tenían que hacer un gran esfuerzo para cruzar la avenida. Muchos estaban molestos. A otros se les notaba el temor en la cara.

La liturgia sindical peronista le cambió la cara al centro porteño desde las primeras horas de la mañana.

Sobre la Diagonal Norte había miles de mujeres con chicos, aparte de hombres y jóvenes. Habían llegado desde distintos barrios bonaerenses con sus organizaciones sociales vinculadas a la CTEP y a la izquierda trosquista. Ya no había lugar en la Plaza (media Plaza, en realidad), y entonces estaban estaqueados en sus lugares, con algunas pancartas y banderas. Una mujer de rasgos andinos, con una pesada mochila al hombro, y largas trenzas de pelo negro, desgajaba una mandarina. A su lado, tres chicos de menos de cinco años, correteaban a su alrededor. Les pegó un grito para que se quedasen quietos. Sonaba algún redoblante. Una joven con un pañuelo colorado atado al cuello coreaba consignas por medio de un megáfono. Los bancarios y empleados de las empresas de la zona cruzaban de un lado al otro con la mirada puesta en el celular. Las motos de los fleteros, zigzagueaban el pavimento como serpientes. Más de uno se comió un insulto.

El acto fue breve y solo el titular del gremio de Dragado y Balizamiento, Juan Carlos Schmidt, quizá el más lúcido de los tres triunviros de la histórica central obrera, se hizo cargo de la palabra. Luego de reclamarle a Patricia Bullrich por la aparición de Santiago Maldonado, fustigó al gobierno por su programa económico y anunció un plan de lucha para evitar, entre otros males, una posible reforma laboral. Abajo del escenario, el clima estaba caldeado. Los camioneros se habían trenzado a golpes un rato antes. Y arriba del palco -sin la la expresividad de un piedrazo lanzado al aire-, también había tensiones. La puja interna por la conducción de la CGT está al rojo vivo. Las grandes empresas de medios de comunicación echaron mucha leña al fuego en la previa. Son tiempos de franco retroceso para el movimiento obrero en materia de derechos y reivindicaciones y la conducción de la central, claramente, no está combatiendo al Gobierno como lo requiere la coyuntura.

Cientos de miles de trabajadores participaron del acto de la CGT.

De todos modos, y a pesar de la fragmentación e internas que sufre la CGT, si Jorge Triaca y Mauricio Macri tuvieron que realizar declaraciones en contra del acto, cuando los vendedores ambulantes todavía desarmaban sus puestos en los alrededores de la Plaza de Mayo, la cuenta decanta sola: un golpe les entró. Es más: les dolió tanto que sobre el final de la tarde echaron a dos funcionarios que provenían de las filas sindicales, luego del acuerdo entre gobierno y CGT sellado en 2016, coronado con un brindis de fin de año en la quinta de Olivos. Traición con traición se paga.

En el Obelisco concentraron las organizaciones kirchneristas, la CTA de los Trabajadores y el Frente Dignidad Milagro Sala, entre otros. Desde allí no se escuchó lo que se dijo desde el escenario. Se enteraron que el acto había finalizado cuando comenzaron a llegar los ríos de manifestantes de la Plaza. Ahí corearon bien fuerte: “Cristina senadooooora, Cristina senadooora, Cristina senadooora”.

La policía abrió el tránsito a las cuatro de la tarde y la 9 de Julio comenzó a poblarse de colectivos y autos. Media hora después, los accesos a la Plaza estaban semi desiertos, cubiertos por una alfombra de papeles, cartones, latas y restos de bebida y comida. Varias cuadrillas del Gobierno de la Ciudad ya estaban trabajando para volver a darle a la zona la impronta de siempre, tan maquillada y emprendedora. Los oficinistas que quedaban en la zona, recuperaban, de a poco, el ritmo y aire habitual. Ya no había sindicalistas en cuero y con una cerveza en la mano gritando groserías en medio de la calle, ni humo de choripanes ni pobrerío.

Los camioneros de Pablo y Hugo Moyano coparon la zona del palco y fueron protagonistas del acto.

Así finalizó una jornada en la que la que la CGT fue la gran protagonista. Arriba y debajo del escenario, y a pesar de todas sus contradicciones y acusaciones de tibieza y colaboracionismo. El mismo día que los funcionarios del Gobierno Germán Garavano, Patricia Bullrich y Claudio Avruj, recibieron a los organismos de derechos humanos por la desaparición de Santiago Maldonado y no solo evadieron todas las preguntas e inquietudes sino que en un momento se levantaron de la reunión y se retiraron, ofendidos. El mismo día -22 de Agosto-, que distintas agrupaciones y espacios políticos, sociales y culturales del campo nacional y popular, conmemorarían los 45 años de la Masacre de Trelew y le rendirían un homenaje a los 19 militantes populares que fueron fusilados por orden de uno de los tantos genocidas que sufrió nuestra Patria: Alejandro Lanusse.
author: Mariano Abrevaya Dios

Mariano Abrevaya Dios

Director de Kranear. Escritor.

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