Editoriales Sociedad

Indefensos

El caso Maldonado ya engrosa las páginas más dolorosas de nuestra historia. El combo de siempre, compuesto por la violencia institucional, la muerte, el dolor interminable de una familia y el encubrimiento oficial, se completa con una novedad inédita, aportada por el macrismo: vale todo para sostener el relato oficial. El rol clave de los medios que hacen periodismo de guerra.

La sensación que nos atraviesa hasta el hueso es que estamos desprotegidos. Que el Estado está en manos de un clase dirigente no solo irresponsable con respecto a sus obligaciones, sino también dispuesta tomar la decisión que hiciese falta para no perder posiciones en la disputa por el poder real y también el simbólico. Las últimas novedades del caso Maldonado destrozan el umbral de lo tolerable, tanto en el plano emocional como ético.

Ahora sabemos que Santiago Maldonado no está desaparecido, sino en la morgue del Poder Judicial, en zona de los tribunales porteños. También supimos, mientras nos sacudían los retorcijones de dolor e indignación, y por medio de una autopsia bastante confiable, que el cuerpo del artesano no tiene golpes. Por lo menos externos. Pero enseguida hubo más ira y frustración: los grandes medios de comunicación llenaron sus pantallas, radios y plataformas digitales con su más anhelada y perversa noticia: Santiago murió ahogado. ¿Vieron que la Gendarmería no tenía responsabilidad y que todo fue una enorme operación del kirchnerismo para desprestigiar al gobierno que quiere combatir las mafias y edificar un futuro mejor?

También sabemos que Santiago despareció el 1 de agosto, cuando la Gendarmería ingresó a la comunidad mapuche, sin orden judicial, para cazar a los manifestantes que habían cortado la ruta nacional 40. Sabemos que el operativo estuvo encabezado por funcionarios de la cartera nacional de Seguridad. Sabemos que hubo llamados entre los funcionarios del Ministerio y los gendarmes. Sabemos que la fuerza de seguridad ocultó pruebas. Sabemos que los funcionarios del Poder Ejecutivo Nacional, a partir de ese día, y hasta hoy, pergeñaron una campaña de distracción, difmación y encubrimiento, que incluyó por ejemplo instalar la duda acerca de si Santiago había estado o no en la zona el día de la represión. Nunca antes, del 1983 a la fecha, se había visto semejante insensibilidad y escándalo institucional.

La estrategia oficial contó, por supuesto, con el impagable apoyo de las grandes empresas de medios de comunicación y sus más importantes impulsores del periodismo de guerra. Sin ellos, no hubiesen podido sostener la campaña de ocultamiento y distracción. También es vital el aporte del ejército de provocadores pagos en las redes sociales, que dependen del jefe de gabinete, Marcos Peña, con el que ejerce una fuerte e impiadosa campaña de desprestigio contra todos los que pretendan echar luz sobre la verdad de los hechos. Incluso la familia de Santiago.

Otro pliegue de esta historia que lastima con ferocidad a la familia Maldonado y también a nuestra democracia, tiene que ver con el accionar del primer juez de la causa, Luis Otranto, que fue separado a finales de septiembre por pedido de la familia y decisión de la Cámara Federal de Apelaciones de Comodoro Rivadavia, luego de no lograr ni un pequeño avance la investigación. Eso sí: encabezó varios papelones y no se comunicó ni una vez con la familia. Debería ser juzgado en el Consejo de la Magistratura, pero resulta que la mayoría de los consejeros responden al oficialismo -gracias a otra jugada sucia del macrismo-. Así estamos.

El nuevo juez, Gustavo Lleral, lo primero que hizo fue llamar a la familia, y pareció encarrilar la investigación por los caminos previsibles, esperables. Pero llama la atención que el viernes 20, un rato nomás después de que la familia de Maldonado confirmase que el cuerpo era de Santiago, se apresure en hacer públicos los resultados de una autopsia preliminar, cuarenta y ocho horas antes de las elecciones, muy consciente de que esa información le quedaba picando en la puerta del arco al Gobierno nacional para dar vuelta el partido -luego de la confirmación de que se trataba del cuerpo de Santiago- al poder instalar que el joven se había ahogado y que ni la Gendarmería ni el Ejecutivo tenían nada que ver con el deceso.

Sergio Maldonado, el hombre que ya tiene un lugar en la foto nacional de los que que a lo largo de últimos cuarenta años pelearon contra el horror del terrorismo de Estado y la violencia institucional, tuvo que salir a aclarar en la señal TN que el ministro de Justicia, Germán Garavano, no lo había llamado hacía solo unos minutos antes, como había difundido el funcionario, y también que Mauricio Macri era un perverso por haber llamado a su madre, desde un número privado, por primera vez desde desde el 1 de agosto, para luego hacer público el contacto y de ese modo sumar un poroto para las elecciones.

Estamos indefensos. Los hombres y las mujeres que ostentan el poder público no solo son lavadores y fugadores de plata, endeudadores seriales, destructores del empleo nacional, inhábiles morales, incapaces para la gestión pública, mentirosos, cínicos, perseguidores y criminalizadores, sino que simulan tener sentimientos con los que no cuentan. En las ultimas horas, por ejemplo, María Eugenia Vidal y Horacio Rodríguez Larreta, entre otros, tuitearon condolencias para los Maldonado. Gobiernan para su electorado. Para el que consume periodismo de guerra o los sigue por las redes sociales. Estamos transitando los días más aciagos desde la recuperación de la democracia. Y lo más duro y difícil de tolerar, es que cuentan con el aval de por lo menos un tercio de la población. Mañana domingo 22 de octubre hay elecciones. Será vital, en lo simbólico, el resultado en la provincia de Buenos Aires.
author: Mariano Abrevaya Dios

Mariano Abrevaya Dios

Director de Kranear. Escritor.

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