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¿Democracias devaluadas o tiempos de neofascismo?

Estremece trazar una analogía entre el discurso de Bolsonaro y el fascismo clásico. Se adivinan tiempos aún más oscuros para la región. En un puñado de años se dio vuelta la correlación de fuerzas continental. La utilización de la Guerra Jurídica, con el apoyo de los grandes medios de comunicación, ha producido un daño importantísimo.

31 de Octubre de 2018

Por Leandro Rechister


El destino de los países latinoamericanos parece ser un enigma. Vemos con estupor, asombro e incertidumbre el avance incesante de procesos de derecha en países de la región. En nuestro país con Macri, en Ecuador con Lenin Moreno (quien claramente ha adoptado una política conservadora en las antípodas del modelo de Rafael Correa), en Chile y Colombia con Sebastián Piñera e Iván Duque. Y en Brasil, la reciente victoria electoral del candidato de ultra derecha, Jair Bolsonaro.


Este tipo de procesos a lo largo del siglo pasado se imponían por la fuerza de las armas y golpes de Estado. Y en este sentido, parece avizorarse la configuración de un nuevo orden, que ya no necesitan de las fuerzas militares para acceder al control del poder político, sino que cuentan con la legitimidad del voto popular. Resulta sorprendente y hasta absurdo considerando el hecho de que modelos de estas características representan un conjunto medidas antipopulares que violan las libertades individuales y las normativas institucionales, agudizan las grandes desigualdades sociales, propenden a la polarización y al permanente conflicto social y relegan el derecho a la soberanía de sus respectivos países.


Por si fuera poco, incitan al odio, al revanchismo, a la persecución política e ideológica, a la violencia y a la división mediante discursos radicalizados con connotaciones fuertemente racistas como en el caso de Bolsonaro. Motivo por el cual surgen una serie de interrogantes:


¿Estamos simplemente en presencia de una degradación de la democracia latinoamericana, o en realidad se trata de procesos que se plantean como la antesala del avance de corrientes neofascistas?


Para tratar de contestar el primer interrogante, hay que hablar del “Lawfare”, o Guerra Jurídica, que consiste en pulverizar a los adversarios (políticos, judiciales, sindicales, organizaciones sociales o el periodismo crítico y no hegemónico, entre otros) mediante el uso coercitivo de los grandes medios de comunicación corporativos –grandes formadores de opinión-, las redes sociales y aplicaciones informáticas para realizar campañas de “Fakenews”, o noticias falsas, y de esa manera instalar la demonización, la confrontación y la condena social.


El rol de los medios de comunicación dominantes ha sido clave para que proyectos políticos neoliberales ganen elecciones.


Así, los procesos políticos que encabezaron distintos líderes populares, progresistas de izquierda, se ven condicionados por campañas cuyo objetivo estratégico es atribuirles una supuesta corrupción, además de una ineficacia y hasta incluso injerencia en problemáticas como la delincuencia y el narcotráfico. Argumento dirigido específicamente a sectores de las clases medias y bajas para fomentar la ignorancia, el miedo, la incertidumbre, el odio, el desclasismo y la antipolítica. En contraposición a esto, los representantes de la derecha conservadora, o quienes les son funcionales, gozan de un enorme blindaje mediático y un proselitismo obsceno por parte de la prensa convencional, además de ser exhibidos con un altruismo manifiesto.


El amedrentamiento y disciplinamiento hacia los sectores opositores, también tienen como finalidades marcar enormes condicionamientos electorales, cambiar la agenda para no tratar temas que conciernen a la actualidad económica y social, o hasta incluso promover la proscripción de líderes populares. Para esto último, los grandes grupos del poder económico y los representantes de la extrema derecha cuentan con la complicidad de una justicia funcional y servil.


En los procesos judiciales que se acoplan a la mecánica del Lawfare, se toman como referencia las denuncias mediáticas (muchas veces infundadas) y se procede a dictar fallos que incluyen hasta encarcelamiento sin que haya elementos jurídicos válidos o se respeten el debido proceso y las garantías constitucionales. De esta manera, es como en Brasil se consiguió la proscripción de Lula Da Silva, quien se encontraba primero en las encuestas y con amplias posibilidades de ser electo como presidente. Sin su candidatura, el PT quedó muy limitado en términos electorales y esto dio lugar al crecimiento de la candidatura de Bolsonaro como representante de la extrema derecha. Situaciones similares se están gestando en Ecuador con Rafael Correa y en nuestro país con Cristina Fernández de Kirchner, sometidos a una persecución mediática y judicial sin límites.


El Poder Judicial es otro de los factores de poder que trabajan de modo incansable para horadar a los proyectos políticos populares.


Con la extrema derecha ya instalada en el poder político, sus medidas desiguales e injustas se cimentan sobre la base de un relato pseudo moralista, así como también, con componentes de victimización a la vez que inflexibles y con mano dura para sus adversarios.


En principio y hacia los sectores sociales que se pretende manipular, los representantes de la derecha tratan de dar la imagen de funcionarios transparentes, responsables, comprometidos y eficaces. Para esto utilizan discursos suaves, contenedores y frases con muchísimo poder persuasivo que no resisten el menor análisis. Por otro lado, es evidente que estos procesos requieren de un chivo expiatorio al cual responsabilizar de todos los males que sus políticas desiguales y opresoras generan, para dar la pauta de que esas medidas tienen que ser naturalizadas como un mal necesario y el único camino posible en pos de un bienestar que nunca llegará.


En la elección de Bolsonaro, en Brasil, mucho tuvo el apoyo del multimedio de la red O’Globo y también de la iglesia evangelista. En Argentina, está más que claro que la construcción del relato macrista cuenta con la colaboración del Grupo Clarín y del Grupo América, como así también el diario La Nación y el portal de noticias Infobae, entre otros, más un ejército de trolls en las redes sociales al mando del jefe de gabinete Marcos Peña Braun.


Bonadío opera de modo permanente contra la figura de Cristina Fernández de Kirchner, por fuera de cualquier debido proceso.


Del mismo modo, es una constante en su dialéctica el ataque a la diversidad y a valores como la solidaridad y la empatía, para de esa manera formatear sociedades más divididas, apáticas, que se mueven en la línea de pensamiento del individualismo a ultranza y la meritocracia surrealista.


Los proyectos políticos de la derecha cuentan también con un gigantesco aparato represivo, que utilizan para repeler la protesta social frente al ajuste y la persecución política. Infiltran policías entre la multitud para generar disturbios, cazan manifestantes a decenas de cuadras del epicentro de la protesta y hasta se plantan pruebas falsas entre los detenidos. También es muy frecuente la detención de personas al voleo. El objetivo: amedrentar a la sociedad.


Con todo esto, se aprecia como la calidad del sistema democrático está en un estado de crisis con procesos derechistas que solo velan por sus intereses de sectores minoritarios de la sociedad, como el sector financiero, el agroexportador, las mineras y los grandes monopolios y empresas multinacionales, en detrimento de las grandes mayorías y la clase trabajadora. De esta manera, se genera un atropello institucional, además de poner de rodillas a sus respectivos países ante los intereses y designios de Estados Unidos, con enormes condicionamientos mercantiles y financieros, que solo condenan a las economías latinoamericanas a la dependencia extrema de los grandes capitales financieros y al subdesarrollo.


Ahora bien, ¿es acertado solamente considerar a estos procesos como democracias devaluadas o de baja calidad? O ¿En realidad estamos ante las puertas de algo mucho peor?


La especulación de esta última incógnita surge en torno a la caracterización discursiva y el modus operandi de estos procesos con respecto al fascismo de Mussolini.


La represión es fundamental para contener el descontento social.


Resultan más que llamativas las similitudes entre la dialéctica racista de Bolsonaro con el discurso del fascismo, al mismo tiempo que la reivindicación del accionar represivo de las fuerzas armadas y los delitos de lesa humanidad. Con un discurso más mesurado, en Argentina tanto Macri como sus funcionarios de gobierno van en esa línea.


Sin embargo, al hacer una analogía detallada entre estos procesos y el fascismo clásico encontraremos como común denominador varios factores:


-La apología de la violencia institucional y la reivindicación o bien el negacionismo de la gravedad de procesos dictatoriales.


-Un lenguaje discursivo básico y una sintaxis muy pobre, como también un enorme rechazo al revisionismo histórico y al pensamiento crítico.


-La victimización permanente y la creación del enemigo interno.


-La adoración por el liderazgo mesiánico fruto de la voluntad popular, entendida ésta última bajo el principio uniformidad. Así todo lo que queda por fuera o bien no va en la misma línea de pensamiento, es entendido como una aparente expresión minoritaria. Aunque al propugnar la idea de un enemigo interno, se agiganta su figura dándoles fuertes connotaciones antinacionalistas o incluso calificándolos de mafias.


-La sobrevaloración por las tradiciones, creencias y costumbres más conservadoras y retrógradas; sumado a un profundo desprecio por la modernidad.


-La adoración de fantasía hacia la clase elitista, y como contrapartida asociar a los sectores más desposeídos a la delincuencia, al narcotráfico o grupos de personas que no se acoplan a la cultura del trabajo generándole un gasto innecesario al estado en términos de asistencia social. Bajo esas premisas, apuntan a formar el pensamiento desclasado en la clase media y en los sectores populares.


-Suscitar y retroalimentar la antipolítica.


-Promover el odio, la intolerancia y la fractura social impulsando un rechazo feroz por la diversidad, con argumentaciones racistas. Esto se ha plasmado en las expresiones homofóbicas, xenófobas y misóginas de Bolsonaro a lo largo de su campaña presidencial, con el respaldo de las instituciones evangelistas, teniendo una fuerte penetración en buena parte del tejido social en Brasil. En este sentido, resulta muy peligrosa la imposición de estos criterios que tratan de apuntar hacia la naturalización de la persecución ideológica y al extremismo de un potencial exterminio de la diferencia.


Van algunas de las declaraciones de Bolsonaro:


https://www.youtube.com/watch?v=QG_2GpDv4IQ&fbclid=IwAR317cjITLy6acGnaIgDb_FdShOlbamVLNI80B36zte6UE4gVviEO7pZHeQ


Lo que es seguro es que esta oleada de procesos de ultra derecha, claramente responden a una intencionalidad tanto de los sectores del establishment regional como también de Estados Unidos en buscar una restauración del orden conservador en favor de las minorías concentradoras de la riqueza y los grandes capitales financieros.


Asimismo, no se pueden omitir las pretensiones de Donald Trump por contar con aliados estratégicos en la región para avanzar antagónicamente sobre Venezuela y por supuesto, para lograr el rompimiento definitivo del Mercosur.


En conclusión, Latinoamérica se encuentra en una transición muy peligrosa que augura un futuro oscuro y desalentador, en el cual la unidad y la organización de los pueblos será esencial para revertir el avance de los proyectos políticos de la derecha. En ese sentido, la elección presidencial de 2019, en nuestro país, toma un carácter trascendental.

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