El 17 de octubre de 1945 fue el comienzo del ascenso de las masas en Argentina. Con la llegada del peronismo al poder tras elecciones, un 24 de febrero del ‘46, el grueso de la población no solo comenzó a tener solamente obligaciones como antes, en la desgraciada “Década Infame”, sino que pasó a tener y ejercer derechos que no existían o bien estaban olvidados y sepultados en papeles extraviados en alguna dependencia estatal.
Así mismo un corpus de normativas y leyes de cuño peronista permitió profundizar la revolución en marcha. La Reforma Constitucional acaecida en 1949 da lugar a la posibilidad de la reelección presidencial en la figura de Juan Domingo Perón. Lo que está en juego es quien lo acompañara en la fórmula, en segundo término.
Debe recordarse que para aquella coyuntura histórica había en nuestra patria, entre otras, dos entidades genuinas que podían movilizar al pueblo: El Partido Peronista Femenino y la Confederación General del Trabajo (CGT) con sus casi 5 millones de afiliados. Ambas organizaciones tenían acceso directo y un amor incondicional hacia Evita. Se propusieron aunadas, en que la vicepresidencia era para ella. El secretario general de la CGT -José Gregorio Espejo- le ofrece el cargo a la esposa del general Perón.
“No, yo no, para eso no, muchachos, no sirvo”, será la primera respuesta de la elegida.
El mismo Espejo y otros hombres que pesaban fuerte en el sindicalismo peronista de la época (Armando Cabo -el padre de nuestro héroe Dardo en Malvinas-, Isaías Santín y Florencio Soto) le plantean a ella, que más allá de su negativa personal muy respetable, quienes verdaderamente la quieren ver como vicepresidenta de la república es el conjunto de trabajadores de la patria, de donde se desprende que un tema así, de tamaña importancia, no puede agotarse en una charla. Surge entonces la idea de una gigantesca asamblea popular que pasará a la historia con la denominación de “Cabildo Abierto del Justicialismo”.
El 22 de agosto de 1951 el pueblo peronista desbordó el lugar previsto para la concentración. La avenida 9 de Julio estuvo repleta al igual que sus dos paralelas (Carlos Pellegrini y Cerrito), desde donde se levantaba el escenario (Ministerio de Obras Públicas, a la altura de la calle Moreno) hasta la intersección con la avenida Córdoba. Realmente impresionante.
Las crónicas de la época hablan de un día hasta primaveral pese a ser un mes de invierno. La ya señalada Avenida 9 de Julio, se convirtió en un gigantesco parque donde mujeres, hombres y niños de todo el país esperaron la hora de la proclamación con esa inocente y pura alegría que solo saben inculcarle a las cosas, la gente llana y humilde de nuestra tierra: allí se durmió desde el día anterior, se bailó, se comió y se cantó, en medio de una confraternidad que no pasó desapercibida para los cronistas porteños.
Evita misma reconocería ese fervor popular en una parte del discurso que improvisaría luego:
“Mi general. Aquí, en este magnífico espectáculo, vuelve a darse el milagro de hace dos mil años. No fueron los sabios, ni los ricos, ni los poderosos, los que creyeron: fueron los humildes. Ricos y poderosos han de tener el alma encerrada por la avaricia y el egoísmo; en cambio, los humildes, como viven y duermen al aire libre, tienen las ventanas del alma siempre expuestas a las cosas extraordinarias”.
Entre la muchedumbre reunida debe mencionarse la gran cantidad de ancianos presentes. Muy seguramente habían esperado toda su vida la justicia social que ahora les llegaba en la última etapa de su vida. No les importó estar quince horas a la intemperie.
Una digresión:
¡Justicia Social!, dije. Para usted, Javier Milei “cabeza de termo”. Entienda y sino el pueblo se lo hará entender de la manera que crea más conveniente, que la Justicia Social es un patrimonio cultural y económico que llegó en 1945 para quedarse para siempre, porque como dijo la misma Eva Perón: “Donde hay una necesidad hay un derecho”, así le duela a oligarcas y cipayos de todo pelaje. Aclaro, que “cabeza de termo” es aquel que tiene un pensamiento y una mente cerrada y aislada, que no permite que nada cambie en su interior y no percibe nada del exterior.
Sigo con el relato.
El sentir y ánimo imperante en la concentración que aumentaba minuto a minuto, lo expresó a las claras una mujer que cuando se descompuso y quisieron ponerla a la sombra y auxiliarla, se opuso terminantemente, a la vez que dijo: “Si Eva Perón no acepta, no importa morirse… y si Eva Perón acepta, ya puede una morirse tranquila”.
En el palco estarían fundamentalmente Perón, Evita y el secretariado de la CGT. Este último le pidió que aceptara la candidatura “ya que era el deseo del pueblo, que ella, junto al General Perón, tomara parte desde el Ejecutivo en las grandes determinaciones de la Revolución Peronista”. Hablaron durante seis horas. La masa primero tratando de convencer (¡¡Evita con Perón!! ¡¡Evita con Perón!!) y luego enfervorizada, exigiendo que diera un sí, al alto cargo propuesto (¡¡Contestación!! ¡¡Contestación!!).
Ella dando sus razones: que la mejor manera de servir a su pueblo, a sus grasitas, a sus descamisados, era desde un puesto de lucha y no rodeada de oropeles y honores que sabía, le recortarían su eficacia. Pidió tiempo para contestar. Se levantó el acto. La incertidumbre se clavó en los tres millones de personas convocadas. Había que esperar.
En el centro de ese diálogo que Evita mantuvo por horas con su gente, no debería pasar desapercibido el tenor de su advertencia en contra de los enemigos históricos de la causa nacional y popular que encarnaba ese Peronismo. Fue cuando dijo en parte de su discurso: “Y saben que la oligarquía, que los mediocres, que los vendepatrias, todavía no están derrotados y desde sus guaridas asquerosas atentan contra el pueblo y contra la nacionalidad”.
Cualquier analista político de entonces o de ahora, debería coincidir que más allá de su salud minada (fallecería casi un año más tarde), por diferentes razones; oligarcas, burócratas, jerarcas eclesiásticos y entorchados militares se oponían a su vicepresidencia.
Y como se vio trágicamente, cuatro años más tarde, las masas, aparte de su número y su espontaneidad no contaban con la organización necesaria para desactivar un golpe cívico-militar.
Nueve días más tarde, el 31 de agosto, a través de un mensaje radiofónico, Eva Perón renunció formalmente a la candidatura ofrecida. Sería el primer serio revés para el Pueblo Peronista, pero muy lamentablemente no sería el último.