Por Oscar Russo
El 16 de febrero 2019 se realizó la 15 edición de “La Feria del Tomate Platense” sobre el predio experimental Julio Hirchhorn de la facultad de Ciencias Agrarias y Forestales de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). De esta manera, ingenieros agrónomos, estudiantes y productores hortícolas se juntaron con el objetivo de mostrar sus producciones agroecológicas y evaluar los avances en la recuperación de cultivos orgánicos que se han perdido como consecuencia de la predominancia de las llamadas semillas transgénicas.
Más de catorce hortalizas dejaron de producirse y de ser parte del abanico de sabores habituales en la mesa de los argentinos: Apio fajado, brócoli italiano, el hinojo platense, el grillo nabo, la nabiza, la cebolla inverniza, el cardo blanco, el alcaucil ñato, el zapallito de tronco y el zapallo turco, el ají morrón y el ají vinagre, la sandía cuarentina y uno de los mas extrañados, el tomate platense.
Seguramente muchos de esos sabores son totalmente desconocidos para la mayoría de la población joven, y explicar los motivos por los cuales se llegó a esta situación es imprescindible porque los investigadores consideran que no solo se pone en riesgo a las economías familiares de productores hortícolas, sino que atenta contra nuestra soberanía alimentaria (mayor dependencia de productos extranjeros para producir los campos).
Distintos colectivos de productores e ingenieros agrónomos apuestan a recuperar cultivos orgánicos.
El proceso comenzó en la década del 80 con la llegada de las semillas híbridas (cruce de semillas para lograr mayor producción y resistencia), y se desarrolla hasta lograr las semillas transformadas genéticamente que garantizan mayor volumen de producción y mejor resistencia a las plagas. La producción del tomate es un caso testigo que llamó la atención del ingeniero agrónomo y docente Juan Jose Garat, que investigó el caso del Tomate Platense.
La semilla del tomate platense fue instalada en las huertas del Gran La Plata por inmigrantes italianos de la primera ola migratoria de la década del 20. Se trataba de la producción de un tomate muy jugoso, de aspecto parecido a una mandarina por sus gajos, pero de sabor definido y suave, de esos que invitaban a pasar el pan sobre el jugo de la ensaladera. Los años hicieron que se llegara a hablar de un verdadero fruto local. El equipo del ingeniero Carat logró rescatar de huertas familiares las semillas de esa especie que se cultivan por tradición y por un apego al gusto. Tomate con gusto a tomate saben decir quienes lo conocen. El trabajo del ing. Garat logró formar una red de productores para conservar la tradición.
“Cultivar plantas para cosechar semillas” es un programa que puso en marcha con la misión de “apartarse del paradigma dominante de pensar la producción de hortalizas solo para conseguir kilos con calidad sanitaria”, y sostiene que “se puede conseguir gran diversidad, pero con una idea de calidad más amplia, que respete la tierra, la diversidad de los cultivos y los materiales que se usan para ello, única forma de proteger a las familias que apuestan a producir en cada huerta”. Los beneficios de cultivar tomate natural, agroecológico, permite recuperar semillas en forma gratuita, bajan los costos de producción y alivian los suelos del peligro de contaminación por el uso permanente de agroquímicos.
Las hortalizas que llegan a la mesa de los habitantes de la Ciudad de Buenos Aires y del conurbano bonaerense, provienen en su mayoría del cordón hortícola de La Plata. Según la organización Unión de los Trabajadores de la Tierra (UTT), el 60% de los alimentos que se consumen en nuestro país provienen de pequeños productores, que están compuestos por 200 mil trabajadores que solo poseen el 13 % de la tierra cultivable. Allí la producción es mayoritariamente familiar y se realiza en campos de pequeñas extensiones.
Los y las trabajadoras de la tierra fueron protagonistas de varios verdurazos, en los últimos dos años.
Todos los lunes y martes por la mañana en el local de la organización que está en av. Diaz Velez 3761 de la CABA, podemos encontrar a Lurdes Sosa, productora de agroecológicos de La Plata. Además de cultivar y cuidar de su familia, se encarga de traer las hortalizas de estación, recién sacadas de la tierra, y llevarlas a los locales que integran la cadena UTT. “Hemos pasado muchas dificultades para llegar hasta acá, nosotros pudimos romper la dependencia de Monsanto (empresa proveedora de agroquímicos que son indispensables para que las semillas transgénicas crezcan), llegamos a producir 100% de hortalizas agroecológicas, sin uso de agroquímicos, respetando los procesos naturales y cuidando la tierra. Hemos aprendido a obtener semillas de calidad para poder seguir sin pagar, y ahora logramos llegar directamente al consumidor evitando intermediarios”, explica, y con entusiasmo nos lleva a los estantes para mostrarnos la producción ecológica de brócoli. “Trabajamos más de dos años en lograr producirlo sin Monsanto”, y agrega que “también lo logramos con el choclo, la chaucha morada y todo eso en cantidad”.
Uno de los logros más importante de la UTT ha sido la creación de un Banco de Semillas propio que se abastece con el trabajo de agricultores dedicados especialmente a ello, y garantiza el acceso gratuito a las familias de agricultores sin perjuicios económicos ni dependencia ruinosa.
“Quedan varios pasos para mejorar la variedad de la producción, seguir incorporando nuevas familias a nuevas huertas y contar con el apoyo de las autoridades para evitar el abuso en el alquiler de las tierras”, nos dice Lourdes Sosa. Ella sabía que en 2018 ingresó al parlamento un nuevo intento de cambiar la ley de semillas. El proyecto fue rápidamente llamado ley Bayer-Monsanto, no es nuevo, y propone aplicar el pago de derechos intelectuales al uso de semillas transgénicas que se rescatan después de la cosecha. De esta manera las familias que producen no solo tienen que pagar el paquete de semillas originarias, sino que las que producen en sus campos ya no son gratis. De aprobarse sería un golpe mortal para la producción agroecológica.
Los productores agrícolas son unos de los sectores más golpeados por el ajuste económico de Macri.
“La producción familiar en huertas puede reemplazar al modelo dominante y promover una agricultura con cuidado de suelos”, afirma el ing. Juan Jose Garat. De acuerdo a un estudio realizado por ProHuerta del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) se necesitan 152 m2 de tierra para producir 1,150 kilos de alimentos agroecológicos, y aparte afirma que los rindes son estables, y con buen cuidado se pueden conseguir 7,5 kilos de alimentos por m2.
Promover una ley de tierras que reconozca, promueva y facilite la producción agroecológica en huertas familiares será fundamental para recuperar la soberanía alimentaria. Pero ese es otro tema, mientras tanto los habitantes de la CABA y conurbano, vamos recuperando los sabores que disfrutaban los abuelos gracias a la incansable tarea de miles de familias que siembran sus sueños todos los días.
El 16 de febrero 2019 se realizó la 15 edición de “La Feria del Tomate Platense” sobre el predio experimental Julio Hirchhorn de la facultad de Ciencias Agrarias y Forestales de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). De esta manera, ingenieros agrónomos, estudiantes y productores hortícolas se juntaron con el objetivo de mostrar sus producciones agroecológicas y evaluar los avances en la recuperación de cultivos orgánicos que se han perdido como consecuencia de la predominancia de las llamadas semillas transgénicas.
Más de catorce hortalizas dejaron de producirse y de ser parte del abanico de sabores habituales en la mesa de los argentinos: Apio fajado, brócoli italiano, el hinojo platense, el grillo nabo, la nabiza, la cebolla inverniza, el cardo blanco, el alcaucil ñato, el zapallito de tronco y el zapallo turco, el ají morrón y el ají vinagre, la sandía cuarentina y uno de los mas extrañados, el tomate platense.
Seguramente muchos de esos sabores son totalmente desconocidos para la mayoría de la población joven, y explicar los motivos por los cuales se llegó a esta situación es imprescindible porque los investigadores consideran que no solo se pone en riesgo a las economías familiares de productores hortícolas, sino que atenta contra nuestra soberanía alimentaria (mayor dependencia de productos extranjeros para producir los campos).
Distintos colectivos de productores e ingenieros agrónomos apuestan a recuperar cultivos orgánicos.
El proceso comenzó en la década del 80 con la llegada de las semillas híbridas (cruce de semillas para lograr mayor producción y resistencia), y se desarrolla hasta lograr las semillas transformadas genéticamente que garantizan mayor volumen de producción y mejor resistencia a las plagas. La producción del tomate es un caso testigo que llamó la atención del ingeniero agrónomo y docente Juan Jose Garat, que investigó el caso del Tomate Platense.
La semilla del tomate platense fue instalada en las huertas del Gran La Plata por inmigrantes italianos de la primera ola migratoria de la década del 20. Se trataba de la producción de un tomate muy jugoso, de aspecto parecido a una mandarina por sus gajos, pero de sabor definido y suave, de esos que invitaban a pasar el pan sobre el jugo de la ensaladera. Los años hicieron que se llegara a hablar de un verdadero fruto local. El equipo del ingeniero Carat logró rescatar de huertas familiares las semillas de esa especie que se cultivan por tradición y por un apego al gusto. Tomate con gusto a tomate saben decir quienes lo conocen. El trabajo del ing. Garat logró formar una red de productores para conservar la tradición.
“Cultivar plantas para cosechar semillas” es un programa que puso en marcha con la misión de “apartarse del paradigma dominante de pensar la producción de hortalizas solo para conseguir kilos con calidad sanitaria”, y sostiene que “se puede conseguir gran diversidad, pero con una idea de calidad más amplia, que respete la tierra, la diversidad de los cultivos y los materiales que se usan para ello, única forma de proteger a las familias que apuestan a producir en cada huerta”. Los beneficios de cultivar tomate natural, agroecológico, permite recuperar semillas en forma gratuita, bajan los costos de producción y alivian los suelos del peligro de contaminación por el uso permanente de agroquímicos.
Las hortalizas que llegan a la mesa de los habitantes de la Ciudad de Buenos Aires y del conurbano bonaerense, provienen en su mayoría del cordón hortícola de La Plata. Según la organización Unión de los Trabajadores de la Tierra (UTT), el 60% de los alimentos que se consumen en nuestro país provienen de pequeños productores, que están compuestos por 200 mil trabajadores que solo poseen el 13 % de la tierra cultivable. Allí la producción es mayoritariamente familiar y se realiza en campos de pequeñas extensiones.
Los y las trabajadoras de la tierra fueron protagonistas de varios verdurazos, en los últimos dos años.
Todos los lunes y martes por la mañana en el local de la organización que está en av. Diaz Velez 3761 de la CABA, podemos encontrar a Lurdes Sosa, productora de agroecológicos de La Plata. Además de cultivar y cuidar de su familia, se encarga de traer las hortalizas de estación, recién sacadas de la tierra, y llevarlas a los locales que integran la cadena UTT. “Hemos pasado muchas dificultades para llegar hasta acá, nosotros pudimos romper la dependencia de Monsanto (empresa proveedora de agroquímicos que son indispensables para que las semillas transgénicas crezcan), llegamos a producir 100% de hortalizas agroecológicas, sin uso de agroquímicos, respetando los procesos naturales y cuidando la tierra. Hemos aprendido a obtener semillas de calidad para poder seguir sin pagar, y ahora logramos llegar directamente al consumidor evitando intermediarios”, explica, y con entusiasmo nos lleva a los estantes para mostrarnos la producción ecológica de brócoli. “Trabajamos más de dos años en lograr producirlo sin Monsanto”, y agrega que “también lo logramos con el choclo, la chaucha morada y todo eso en cantidad”.
Uno de los logros más importante de la UTT ha sido la creación de un Banco de Semillas propio que se abastece con el trabajo de agricultores dedicados especialmente a ello, y garantiza el acceso gratuito a las familias de agricultores sin perjuicios económicos ni dependencia ruinosa.
“Quedan varios pasos para mejorar la variedad de la producción, seguir incorporando nuevas familias a nuevas huertas y contar con el apoyo de las autoridades para evitar el abuso en el alquiler de las tierras”, nos dice Lourdes Sosa. Ella sabía que en 2018 ingresó al parlamento un nuevo intento de cambiar la ley de semillas. El proyecto fue rápidamente llamado ley Bayer-Monsanto, no es nuevo, y propone aplicar el pago de derechos intelectuales al uso de semillas transgénicas que se rescatan después de la cosecha. De esta manera las familias que producen no solo tienen que pagar el paquete de semillas originarias, sino que las que producen en sus campos ya no son gratis. De aprobarse sería un golpe mortal para la producción agroecológica.
Los productores agrícolas son unos de los sectores más golpeados por el ajuste económico de Macri.
“La producción familiar en huertas puede reemplazar al modelo dominante y promover una agricultura con cuidado de suelos”, afirma el ing. Juan Jose Garat. De acuerdo a un estudio realizado por ProHuerta del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) se necesitan 152 m2 de tierra para producir 1,150 kilos de alimentos agroecológicos, y aparte afirma que los rindes son estables, y con buen cuidado se pueden conseguir 7,5 kilos de alimentos por m2.
Promover una ley de tierras que reconozca, promueva y facilite la producción agroecológica en huertas familiares será fundamental para recuperar la soberanía alimentaria. Pero ese es otro tema, mientras tanto los habitantes de la CABA y conurbano, vamos recuperando los sabores que disfrutaban los abuelos gracias a la incansable tarea de miles de familias que siembran sus sueños todos los días.