“La esperanza es audaz” (Papa Francisco)
Las tres grandes narrativas
En su libro “21 Lecciones para el Siglo XXI”, el historiador y filósofo israelí Yuval Noah Harari argumenta que a lo largo de la historia los seres humanos inventaron diferentes narrativas para justificar, explicar y darle sentido a su existencia.
Cuando se refiere al Siglo XX, Harari detalla que en Occidente existieron tres grandes narrativas que coexistieron (en muchas ocasiones se enfrentaron) y que cada una explicaba el mundo según esa cosmovisión e ideología que representaba.
Por un lado, afirma Harari, existió el comunismo que, si bien muchos de sus textos fundantes se remontan a la última etapa del siglo XIX, se consolidó como estructura de pensamiento y como forma de vida de diversos países en el Siglo XX. La historia se explica a raíz de la lucha de clases. El sujeto histórico es el proletariado y se anhela un sistema social en el que prevalecerá la igualdad por sobre la libertad.
El segundo relato es el del fascismo que afirma que la historia y sus acontecimientos no se explican por la lucha de clases sino por la pugna entre naciones o razas que luchan por dominar al resto. El sujeto histórico es el hombre o mujer de Pueblo que representa la pureza de esa raza o nación.
El tercer relato (cuya creación tampoco data del siglo XX) es el del liberalismo. El pasado, presente y el futuro se explican -básicamente- por la contienda entre la libertad y la tiranía. La acumulación del capital y la competencia entre sujetos es lo que genera el progreso. El liberalismo genera las condiciones para que distintos grupos cooperen de manera pacífica tolerando ciertos niveles de desigualdad con tal de obtener libertad (de elegir).
¿Qué tienen en común estas tres narrativas de la historia? Las tres contenían dentro de sí un rol de preponderancia de los hombres y las mujeres comunes. Los grandes héroes de la historia eran seres ordinarios. Ello se puede evidenciar en los afiches políticos de la época (o posters de propaganda) en los que los hombres y mujeres miran al futuro en el que hay trabajo para ellos y bienestar para sus familias. Los rostros rozagantes, las miradas al horizonte, las fábricas, los campos arados le dan una perspectiva de futuro a cada narrativa en el que los hombres y mujeres (y sus familias) están incluidos y además son –ostensiblemente- protagonistas.
De las tres grandes narrativas descritas por el historiador israelí, dos (2) parecen haber perecido.
El fascismo como ideología que pretendía disputar -literalmente- el mundo tuvo su tiro de gracia luego de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki y el comunismo como pretensión mundial sufrió un golpe que lo dejó en estado de coma luego de la disolución del URSS y la caída del muro de Berlín.
El liberalismo, por el contrario, continuó vigente pero su violento viraje y mutación hacia el neo-liberalismo ha dejado al hombre y a la mujer sin horizonte de futuro. El liberalismo, devenido en neo-liberalismo, ya no combate a la tiranía sino que se ha convertido en otro tipo de tiranía en el que los fondos de inversiones y las grandes corporaciones controlan o pretenden gobernar todos los aspectos de las vidas humanas. En esta cruzada del siglo XXI, las grandes corporaciones encuentran poca o nula resistencia y regulaciones por parte de los Estados-Nación que otrora constituían la fuente principal de la autoridad para los hombres, mujeres y -también- las empresas y corporaciones.
El peronismo
Por supuesto, el movimiento político más importante de la historia argentina, el peronismo, tiene su propia narrativa. Posee su esencia, sus principios, su doctrina y su filosofía pero también proporciona una forma de explicar la historia de los acontecimientos en nuestro país y en el mundo entero. Muchos de los discursos del propio General Perón en sus primeros gobiernos comienzan explicando como en las décadas pasadas se había pergeñado un entramado económico de índole colonial que permitía a empresas y gobiernos extranjeros apropiarse de la riqueza de las y los argentinos. Ser Patria o ser colonia. Eso pareciera ser lo que explica el devenir histórico argentino para el justicialismo.
El sujeto histórico del peronismo ha sido, es y será el pueblo trabajador.
En el peronismo conviven la igualdad con la libertad de manera armoniosa pero el concepto central es ineludiblemente la Justicia Social. Y esa justicia social se centra en la negación total de cualquier tipo de privilegio (ya sea material, político o sociales) por parte de un sector de la sociedad. Nadie puede apropiarse de un bien material, espiritual o moral. Pues ello deriva en la utilización de ese privilegio para oprimir o explotar al resto. Los bienes materiales, espirituales y morales le corresponden, en la cosmovisión del justicialismo, al Pueblo.
Un mundo infernal
Harari insiste en que tanto Google, Microsoft o Apple se encuentran en una despiadada carrera para tratar de entender cómo funcionan nuestros cerebros y, lo que es peor, nuestros corazones.
La inteligencia artificial (IA), que podría resultar harto beneficiosa para la humanidad (de estar regulada por marcos normativos con enfoque en los derechos humanos), se avizora como un futuro inevitable en el que los hombres y mujeres ya no tendrán qué hacer. O mejor dicho, un futuro en el que tendrá un lugar solamente una ínfima parte de la población (sobre capacitada para poder trabajar y operar la IA).
Por primera vez en cientos de años el ser humano puede llegar a ser totalmente prescindible en las tareas que ha venido cumpliendo.
Existen pequeñas muestras de esta suerte de futuro distópico en algunas grandes metrópolis norteamericanas como Filadelfia, Portland o San Francisco en la que cientos de personas caminan sin rumbo, sin trabajo y como zombis, bajo los efectos de opioides (fentanilo) alienados totalmente de la realidad que los desampara y les ha quitado sentido a sus vidas.
Parafraseando al Papa Francisco, en un futuro controlado por las grandes corporaciones a través de la IA, los hombres y mujeres ya no estarían ni siquiera en las periferias, sino que directamente no estarán.
La marca registrada del futuro que pareciera avecinarse no es la precarización y la condena de enormes sectores de la población a la marginación absoluta sino que directamente propone la eliminación del hombre y la mujer como protagonistas de la historia.
No solo los seres humanos parecieran no tener roles o sentido en un futuro en el que la IA reemplazaría la mayoría de las tareas humanas, sino que se pretende un porvenir en el que las personas tampoco tomen sus propias decisiones. De hecho, esto ya ocurre en parte en nuestra vida cotidiana. ¿Cuántos de nosotrxs pensamos en el recorrido en auto que debemos hacer para llegar a algún sitio? ¿Cuántos de nosotros definimos lo que vamos a comer en base a lo que buscamos en internet? Los algoritmos (que se supone usan la información sobre nuestros gustos, trayectos, etc.) comienzan a decidir por nosotros y a modelar de a poco nuestros sentidos.
A diferencia del Siglo XX, el futuro no parece convocar a nadie. Si el futuro viene anexado al cese de tareas, ¿en qué gastaremos o invertiremos nuestro tiempo? ¿De qué viviremos? Algunos entusiastas sostienen que la divisa del futuro -para pesar de muchxs argentinxs- no es el dólar o los yuanes sino la información. Que lo que vamos a tener para poder venderle a las corporaciones es la información que ya hoy obtienen de manera gratuita, fácil (porque nosotrxs mismxs se la proporcionamos) y rápido.
Incluso algunos monstruos digitales nos cobran por utilizar sus “servicios” (cuando son ellos los que más se benefician de ese intercambio). Por ejemplo, Google cobra por ensanchar la nube, Youtube cobra por su plataforma premium, etc. No parece poco probable que en el futuro se permute información a cambio de bienes y un escenario optimista; tanto los seres humanos como los gobiernos podrán cobrarle a las grandes corporaciones por utilizar esa información para operar desde sus plataformas y de esa manera re-distribuir esa enorme riqueza de la que se hoy se apropian Microsoft, Apple y Google en forma gratuita o incluso cobrando.
El peronismo como audacia
El peronismo ha logrado sobrevivir a todos los movimientos tectónicos a lo largo de los últimos ochenta años. Incluso cuando el consenso de Washington intentó fagocitarlo y varios/as que se decían peronistas sucumbieron a las relaciones carnales con EEUU, el peronismo -que genera sus propios anticuerpos- logró resurgir en una versión más auténtica y aggiornada al siglo XXI con los gobiernos populares de Néstor y Cristina Kirchner.
Pero ahora enfrenta otro tipo de desafío. Ya no se trata de superar la quemadura de un ataúd en un acto, o vencer el descreimiento generalizado a la política del 2001. Estamos ante un escenario global en el que los Estados parecen intrascendentes, las redes sociales moldean el sentido común y destruyen las comunidades reales, a la vez que la IA amenaza con quitarnos el sentido de ser. Entonces, ¿Qué debe hacer el peronismo para sobrevivir a este vendaval apocalíptico?
En su reciente libro “La Comunidad Ilusoria”, García Linera intenta responder una pregunta que, creo, nos hacemxs todxs. ¿Por qué si el neo-liberalismo representa un modelo social-político-económico-cultural que genera desigualdades que la humanidad no transita hace siglos, las grandes mayorías no se rebelan para cambiar dichas condiciones?
Es decir, cómo se naturaliza la anestesia social para tolerar semejantes niveles de concentración de la riqueza a expensas de millones y millones de seres humanos que viven con ansiedad e incertidumbre permanentes. Un verdadero infierno viviente. En términos dantescos podríamos preguntarnos: “¿cómo salir del centro de la tierra y llegar al dominio de Dios?”.
La respuesta es la audacia. Si el peronismo siempre se construyó a sí mismo como hacedor de derechos y guardián de los mismos, debe entonces poder convencer en esta etapa histórica que sí existe el derecho a tener futuro. En abstracto suena vago y poco preciso, pero en concreto significa que debe ser el peronismo quien, en estos tiempos convulsionados, genere esperanza, genere horizonte, genere perspectiva.
A la inmediatez se debe contraponer la estabilidad. Al desorden, el orden. Al individualismo se lo combate con más comunidad. A la soledad con fraternidad. A la información fácil y manipulada por los algoritmos, se la reemplaza con reservorios de sabiduría popular. Si donde existe una necesidad nace un derecho, el peronismo tiene mucho que hacer y mucho por representar en lo que viene. Si lo que se avecina nos pretende quitar el sentido de existencia, el peronismo debe dárselo y dotarlo de contenido.
Linera lo expresa de la siguiente manera: “En estos tiempos se requieren medidas audaces: a un problema concreto, una salida concreta, a una angustia concreta, una propuesta concreta”.
El sur coreano Byung-Chul Han sostiene que la hipercomunicación que ha generado internet y las redes sociales ha provocado que nuestra existencia se reduzca a ser un enjambre de individuos aislados, sin acción colectiva y sin sentido. Se ha generado, sostiene Han, una hipercomunicación que destruye el silencio y que provoca que vivamos aturdidos y nos impide cuestionar el totalitarismo invisible.
Si en el futuro que se arrima nos ofrece el desamparo emocional y un sistema de algoritmos (al servicio de las corporaciones) para tomar todas nuestras decisiones, el peronismo debe dotar al Pueblo de herramientas y empoderarlo para hacer frente escenario que le permita tomar sus propias decisiones y conducir su propio destino.
No es imposible. El futuro que ofrece el relato “vencedor” del siglo XX no es inevitable. A menudo tendemos a pensar que lo es. Se precisa ser audaces. Disruptivos, si fuera necesario. Si no contamos con las herramientas adecuadas, inventarlas. Con gallardía y creatividad se deben correr los límites de lo posible. Para ello, se precisa tener una noción acabada de esas angustias y flagelos que abruman a nuestro Pueblo. Para capturar esa esperanza debemos proponernos llegar nuevamente al corazón y al sentir de nuestro Pueblo antes que de que Google termine de colonizarlo.