Hace un par de semanas Netflix subió a su grilla los últimos seis episodios de la sexta temporada de BoJack Horseman, llegando así a su fin la serie animada para adultos que a fuerza de sarcasmo y osadía narrativa está, digámoslo ya, entre las mejores de este siglo.
Creada por Raphael Bob-Waksberg, la serie cuenta la convulsionada vida de Bojack, un caballo antropomorfo que en los años noventa supo alcanzar la fama hollywoodense con una sitcom familiar llamada Retozando. Sin embargo, desde la primera temporada somos testigos del corrosivo presente de BoJack: una vieja y olvidada estrella de televisión sumergida en los peores vicios -drogas duras, tabaco y alcohol- y con una extrema insensibilidad por los demás, principalmente por la gente que más lo quiere. BoJack es un narcisista depresivo que avanza a paso firme por el camino de la autodestrucción. No conoce otro itinerario ni tampoco parece preocupado por averiguar si acaso existe.
A nuestro caballo protagonista lo único que le importa es volver al ruedo, es decir, recuperar la fama perdida décadas atrás.Para esto, contrata a Diane Nguyen, una escritora fantasma que lo ayudaráa redactar su autobiografía y, si todo sale bien, reconquistar Hollywood. La chica va a la casa de BoJack, dispara algunas preguntas sobre su pasado y ya nada será igual.
Diane está en las antípodas del caballo actor; ella es una intelectual feminista que intenta reflexionar sobre los múltiples acontecimientos que atraviesan las vidas de las personas, desde el estado del mundo actual hasta los sentimientos más íntimos. Por lo tanto, el encuentro de estos personajes marcará el destino de la serie y fundamentalmente de su protagonista. Gracias a Diane, BoJack abandonará -a veces- su egocentrismo y su ceguera emocional para permitirse reflexionar sobre sus conductas más repudiables.
Hay otros tres personajes decisivos que completan la troupe del universo BoJack Horseman: Princess Carolyn, su ex novia y agente que hace denodados esfuerzos por meter nuevamente al caballo en el circuito de la industria audiovisual; Todd Chavez, su altruista e inocente amigo, con quien compartirá vivienda durante gran parte de la serie; y Mr. Peanutbutter, un perro labrador bondadoso y extremadamente optimista. Como no podía ser de otra forma, este trío también padecerá la toxicidad de BoJack.
En sintonía con estos tiempos, no sería impropio preguntarse si en realidad un personaje como BoJack Horseman, en su camino hacia la redención, no estaría relativizando lo que parece ser su propia esencia, es decir, una figura abusiva y especulativa sin la más mínima empatía. Por suerte, la serie no esquiva esta pregunta. Y ahí radica su vitalidad y compromiso.