Como suele ocurrir en cualquier espacio político después de una derrota electoral, el resultado adverso del Frente para la Victoria en las presidenciales del 2015 generó una gran crisis interna. Pese a que determinar con exactitud las causas de una derrota en segunda vuelta y con una diferencia de menos de tres puntos- luego de tres períodos de gobiernos consecutivos- es una tarea ardua, muchos sortearon esa dificultad con explicaciones que por lo general confirmaban sus propios prejuicios.
Una de las tantas razones invocadas fue el supuesto alejamiento del segundo gobierno de CFK de la herencia de Néstor. El nestorismo así planteado se presentaba como una opción política diferente e incluso contraria al cristinismo. Según esa asombrosa explicación, CFK había dejado de lado un ideal conformado de peronismo clásico y sentido común para transitar un camino de confrontación exacerbada y agenda progresista “alejada de las verdaderas preocupaciones de la gente”. El kirchnerismo debía volver así a la época en la que avanzaba paulatinamente en beneficio de las mayorías sin generar conflictos innecesarios, una época de oro tan atractiva como imaginaria. En efecto, durante su presidencia, Néstor fue denunciado por las mismas razones que luego descalificarían a los gobiernos de CFK: la mesa chica, la alergia al diálogo y el gusto por el verticalismo y la confrontación. Es más, durante el conflicto de la 125 con los grandes empresarios del sector agropecuario, los medios serios sostenían que era el ex presidente quien arrojaba leña al fuego con sus arengas “en contra del campo”.
En realidad, el peronismo serio, por llamarlo de alguna manera, ese camino mesurado de mejoras sociales que no generan el rechazo frontal del establishment y que, por lo tanto, no es cuestionado por exceso de crispación estaba representado por Eduardo Duhalde. Su gobierno llevó a cabo el notable Plan Jefas y Jefes pero también el costoso salvataje de las grandes corporaciones a través de la pesificación asimétrica, incluyendo entre los beneficiarios al Grupo Clarín. Su delfín, el gobernador de Santa Cruz devenido presidente con un escaso 22% de los votos, eligió un camino muy diferente.
En sus primeros días de gobierno, Néstor recibió a los organismos de Derechos Humanos en la Casa Rosada, pasó a retiro a la mitad de los generales, ordenó anular las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, y por cadena nacional anunció el juicio político contra la mayoría automática de la Corte Suprema, cuyo desprestigio era apenas inferior al del actual cardumen cortesano. En una columna que analizaba sus primeros cien días de gobierno, Joaquín Morales Solá lamentó el “discurso confrontativo” de Néstor, señaló que “el pavor actual alude a que Kirchner se convierta en un líder hegemónico”, además de criticarlo por querer generar “una opinión pública contraria a los capitales y al papel de los empresarios en la economía”. (https://www.lanacion.com.ar/politica/como-fueron-los-primeros-100-dias-de-kirchner-en-el-gobierno-nid524112/)
¿En aquel momento, el relanzamiento de los juicios por los crímenes de lesa humanidad de la última dictadura cívico-militar era una genuina “preocupación de la gente”? Probablemente no, como tampoco lo era el conflicto frontal con la Corte Suprema. Hace veinte años, la Argentina tenía otras urgencias ya que estaba todavía en el marasmo de la crisis del 2001, con un altísimo desempleo, con sueldos y jubilaciones de miseria y la mitad de los jubilados sin haberes, algo que cambiaría con las moratorias previsionales lanzadas por los gobiernos kirchneristas.
La crítica a una supuesta “agenda progresista que nos aleja de la gente” volvió a surgir tras la derrota del Frente de Todos en las PASO del 2021. Escuchamos, por ejemplo, que el gobierno se habría extraviado con una retórica feminista y con ampliaciones de derechos como la Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE) o el DNI no binario, iniciativas alejadas de las “verdaderas preocupaciones de la gente”, más preocupada por sus ingresos, por los precios de los alimentos o la necesaria obra pública. Volver al “kirchnerismo de Néstor” sería la consigna para dejar de lado ese desvarío progre, por llamarlo también de alguna manera.
Esta crítica parte de una sólida falacia: la de tener que elegir entre el aborto legal y las paritarias generosas, o entre el DNI no binario y la ampliación de la red de cloacas. Parafraseando la célebre fórmula de Lyndon B. Johnson sobre el candidato republicano Gerard Ford, “podemos mascar chicle y caminar al mismo tiempo”. Es decir, podemos hacer ambas cosas: avanzar con una agenda feminista y construir cloacas. O, para decirlo de otro modo: renunciar a implementar el aborto legal no generaría por arte de magia sueldos más altos o mayor obra pública.
En su momento, Néstor apoyó con ahínco el proyecto del Matrimonio Igualitario, otra iniciativa que bien podría haber caído bajo las críticas de quienes consideran que debemos eludir la crispación como el ébola y sólo llevar adelante proyectos que estén en la agenda de las mayorías. El Matrimonio Igualitario no lo estaba y sin embargo su implementación fue una notable ampliación de derechos que hoy esas mismas mayorías ya no discuten.
El nestorismo imaginario como relato anticristinista nos ofrece un futuro venturoso en la medida que dejemos de lado iniciativas que generen el rechazo de nuestro establishment o que no respondan al apoyo explícito de las mayorías. Es un sueño conservador que olvida una de las grandes enseñanzas de nuestra historia: desde la ley 1.420 de educación primaria común, gratuita y obligatoria hasta el sufragio universal (en realidad, sufragio masculino), las vacaciones pagas, el aguinaldo, el sufragio femenino, el divorcio vincular, el matrimonio igualitario, la identidad de género, la AUH, el aborto legal o las moratorias previsionales, todas las ampliaciones de derechos implicaron enfrentamientos políticos y en algunos casos no fueron una respuesta al clamor popular sino una iniciativa aportada “de arriba hacia abajo”, desde el poder hacia la ciudadanía.
Los gobiernos de Néstor y CFK demostraron que la crispación no es una forma de gobierno sino la consecuencia de acciones de gobierno, pero también nos enseñaron que podemos mascar chicle y caminar al mismo tiempo.