Por Santiago Diehl

Coco era el gnomo adorable y corajudo del país donde el peronismo y el cine documental se encuentran. Director, productor, militante convencido, incansable, muy generoso. De humor ácido y comentario filoso, era un gran conversador y daba buenos consejos. Era un porteño de ley, gallina recalcitrante.

Lo conocí de adolescente, en el estreno de Cazadores de Utopías, y todavía recuerdo la sensación a la salida: una patada en la mandíbula. Eso era rock. Esa mirada interna y crítica de la lucha revolucionaria peronista en plena fiesta menemista era contracultural. Era una lamida de heridas, sí, quizá como casi todo el cine de Coco, pero anticipaba un espacio político que se llenaría recién después de 2001. Como un bombo al principio de una (larga) marcha, empezaba a unir, a interpelar, a convocar.

Años después, me tocó en suerte ayudarlo en la presentación de La Cocina de la Ley (la de Servicios de Comunicación Audiovisual). Algo muy chiquito, pero lo suficiente para ver cuánto lo querían los que laburaban con él y lo que contagiaba con su empuje. La película, una de las que dirigió con Osvaldo Daicich, huía de la carga frontal antimonopólica al mismo tiempo que rescataba a los trabajadores de los medios comunitarios, a los héroes anónimos que eran la semilla de la Coalición por una Radiodifusión (luego Comunicación) Democrática. Los relatos que a Coco le interesaban eras así, lejos de los jetones y cerca de las bases. De los perdedores perseverantes, los indispensables de la clasificación de Guevara, los que no se sienten vencidos ni aún vencidos. En los setenta, “perder” era perder la vida. Coco siempre estuvo para les hijes de esa generación diezmada, a quienes cobijó bajo su ala.

Un militante, de reuniones tarderas en unidades básicas, de actos en gimnasios populares y marchas llenas de moroches, humo y ruido, donde era feliz. Cercano a Carlos Tomada y Liliana Mazure, siempre militó en el ámbito de la comunicación y la cultura, y alguna vez hasta fue pre-candidato a legislador. Amaba la política, lo impulsaba el fuego de la justicia social, del país soberano. Desde ese lugar, acompañó las gestiones compañeras desde muy cerca, siempre convocando, juntando.

Reconocido y respetado en todo el mundo del cine, fue también docente, miembro de la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de la Argentina, dirigió el Museo del Cine y condujo un entrañable programa en Radio Nacional sobre cine argentino, llamado Manivela.

Hermano de Eduardo, novelista y periodista al que adoraba, y de Ariel, Coco no tuvo hijes, pero fue un padre para muches compañeres, que lo lloran y lo extrañarán siempre. Sus últimas obras fueron todas con participación de jóvenes, a quienes abrió el juego, ensambló y proyectó al futuro.

Coco se fue, sí. Pero su obra y su siembra lo trascienden y lo inmortalizan. Te vamos a extrañar, Coquito.

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David "Coco" Blaustein dirigió Cazadores de utopías (1995), Botín de guerra (2000), Hacer patria (2006), Porotos de soja (2009), Fragmentos rebelados (2009), La Cocina (2011) y Se va acabar (2021). Además, fue el inspirador para que Virginia Croatto escribiera y dirigiera La guardería (2016.

Fue productor de Botín de guerra y Malvinas, historia de traiciones; productor ejecutivo de Se va acabar, La cocina, Porotos de soja, Hacer patria, Germán, Cuando los santos vienen marchando, La vereda de la sombra y Historias cotidianas; como productor asociado estuvo a cargo de La Caracas y Papa Iván, y además brindo asesoría general en Rerum Novarum.