Sentado frente a un escritorio, delante de un pequeño fondo de prensa de Penguin Random House estratégicamente colocado para las fotos, César González firma ejemplares de su último libro: Un niño resentido. Una sonriente y celosa colaboradora del gigante editorial se ocupa de que los lectores y admiradores (muchos de ellos jóvenes) no se entretengan más de un minuto frente al autor: les firma el libro, intercambian unas palabras, se sacan una foto y que pase el que sigue.
Son las nueve de la noche del martes previo al Día del Trabajador y la Trabajadora, y César agradece cada palabra de parte de sus lectores, muchos de ellos jóvenes, algunos de ellos llegados desde los barrios populares. Tiene puestos lentes oscuros, y un saco liviano de color celeste oscuro sobre una camisa de tonalidades grises. Se lo ve cómodo en su rol de escritor reconocido. Su familia, numerosa, lo espera a un costado. Deben estar acostumbrados al reconocimiento de la estrella de la familia, pero hoy parece que traspasó un nuevo umbral: la fila de lectores da vuelta el stand. Si se los cuenta, deben ser cerca de cien.
Una hora antes, el mismo César González, junto a la escritora Dolores Reyes, ingresaron a la sala Alfonsina Storni y se ganaron el primer aplauso. En la platea no quedaba ni un lugar disponible y había gente de pie en los pasillos. Luego de los saludos de protocolo, ella fue al grano: leyó un manifiesto visceral, con el que lanzó feroces críticas al sistema capitalista que humilla, excluye y mata a quienes nacen sin oportunidades, y las ministras de Seguridad que tienen el sueño húmedo de bajar la edad de inimputabilidad y crear cárceles para pibes y pibas. “Adolescente descarnado, héroe barrial”, lo definió en un pasaje, y subrayó que Las tumbas, la novela de Enrique Medina, podría ser uno de los pocos textos que dialogan con el libro de no ficción de su colega y amigo. “Se salvó para contar historias”, señaló, entre aplausos, y ponderó que lo haya logrado a través de más de un lenguaje, esa fuerza tan mágica como imbatible con la que contamos los seres humanos.
Luego de darle un abrazo sentido y duradero, César se puso a hablar sin guión. Y el primer asunto que abordó fue el de las víctimas de su vida delincuencial (ese es uno de los ejes del libro: el largo y cocainómano raid de robos que comete durante su adolescencia junto a los compinches de la villa Carlos Gardel, en el partido de Morón). “Es un tema delicado, y hubo que pensar el asunto desde lo jurídico”, asumió. Es más: un periodista le preguntó si no temía que lo acusaran de realizar apología del delito. “Yo creo que no hago una apología, sino que cuento con total libertad –y aprovechó para agradecerle a la editora, presente en la sala- los capítulos de mi infancia y adolescencia”. Aparte, aclaró: “si fuese apología, me salió carísimo” (le llenaron el cuerpo de plomo, sufrió varias operaciones, tuvo la panza cocida de lado a lado, estuvo preso cinco años y perdió muchos amigos, entre otras consecuencias de su ‘mala vida’).
César firmó libros durante casi una hora.
Niño resentido es el quinto libro de César. Llegó a la Feria con cuatro títulos publicados: cuatro de poesía y un ensayo. Con respecto al nuevo libro, comentó que “casi se llama El niño cloaca”, y un rato después leería, por pedido de Dolores, el capitulo que lleva ese nombre, en el que narra el día que, siendo un chico, se lo tragó una cloaca, muy cerquita de casa, y no se ahogó gracias a una vecina que lo agarró de los pelos y lo devolvió a la superficie.
Ese capítulo quizá sea la muestra cruda de la realidad en la que crecieron César y sus amigos: la mierda.
“Son cosas difíciles que viví y que decidí contar acá, buscando que esa primera persona sea una tercera reflejo de un nosotros”, contó. “Es la realidad de millones de compatriotas que viven en un barrio popular o villa, como prefieran. También necesitaba reinvindicar la belleza de nuestro barrio, más allá de la miseria. Espero haber estado a la altura de la representación que hice de una realidad que suelen describir desde afuera, la mayoría de las veces de manera vulgar, burda, o romantizada”.
César aparte anunció, junto a la editora –quien confesó que estuvo atrás de César por lo menos un par de años para convencerlo de que escriba su biografía -, que ya está escribiendo la segunda parte de la historia, que se meterá de lleno en el mundo carcelario, una vivencia tortuosa y oscura, pero también la que le permitiría acceder al universo literario y así, desatar su propio talento, que hasta el momento se venía expresando en escruches, balaceras contra la policía, fugas de institutos de menores o la seducción de una tranza que encandilaba al barrio entero.
César también citó al Padre Mugica, villero y peronista –el 11 de mayo se cumplen cincuenta años de su asesinato-, cuando se plantó ante uno de los tantos intento de erradicación de los vecinos de la villa 31 por medio botas y topadoras, y dijo que “lo único que hay que erradicar es la miseria”. La parte más precaria del barrio Carlos Gardel fue urbanizada por el gobierno de Cristina, en una primera etapa, en 2009, y la segunda, en 2011, y César y su familia –en especial la madre- siempre se mostraron agradecidos por el otorgamiento de aquel derecho fundamental. “Nos cambió la vida a nosotros y también al barrio”, dijo en la presentación del libro, para referirse a un asunto que alimenta una y otra vez el resentimiento del niño que habla por medio de la prosa de César: el hacinamiento.
La familia numerosa de César, bancando los trapos.
Una persona del público le preguntó si le fue mostrando a su madre, durante el proceso de escritura, las escenas en las que ella era mostrada con toda su vulnerabilidad, ya sea problemas de adicción, violencia de género de parte de sus parejas, o ausencias prolongadas. “Ni en pedo. Si les mostraba lo que estaba contando, no hubiesen estado de acuerdo con publicar todo eso”. César aprovechó el cierre para agradecerle a su madre el apoyo, y para mimarle le contó al público que ella es protagonista en alguna de sus películas, “no porque sea mi madre, sino porque es una gran actriz”, detalló.
Nazarena, en primera fila, se debió sonrojar, y también, secar una lágrima de la mejilla con el dorso de su mano. En la falda llevaba a su más reciente nieta: la hija de César. Si se ingresa a su cuenta de Instagram, se corroborará que en la biografía, efectivamente, se presenta como Actriz.
Luego de la cortina de aplausos del cierre, la editora invitó a todo el mundo hasta el enorme stand del sello editorial, para que el autor firmase ejemplares de su libro.
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César nació en 1989. Estuvo preso entre los 16 y los 21 años. Al recuperar la libertad, en 2005, comenzó su nueva vida. Hoy, si alguien le pregunta a qué se dedica, dirá que es escritor y cineasta. Publicó tres libros de poesía: La venganza del cordero atado (Ed. Continente, 2010); Crónica de una libertad condicional (Ed. Continente, 2014) y Retórica al suspiro de queja (Ed. Continente, 2015), un libro de ensayos: El fetichismo de la marginalidad (2021), y filmó ocho largometrajes: Diagnóstico esperanza (2013), ¿Qué puede un cuerpo? (2014), Exomologesis (2016), Lluvia de jaulas (2019), Atenas (2019), Castillo y sol (2020), Reloj, soledad (2022) y Fobia (2023), codirigido con Sofía Gala, aparte de los documentales Corte Rancho (2014), Diciembre (2021), codirigido con Alejandro Bercovich, y Al borde (2023), financiado por la radio Futurock.