La radiofonía argentina celebra cien años de vida el 27 de agosto, en el aniversario de la primera transmisión desde el Teatro Coliseo de Buenos Aires. La celebración, que en algunos casos procura recordar los aspectos más valiosos de una historia rica pero a la vez compleja, sirve para evocar que se cumplen también noventa años del desafío lanzado a la radio por el poeta y dramaturgo alemán Bertolt Brecht.

La estructura y modalidades de buena parte del sistema de radios argentinas tomó un camino que es también el de la mayoría de los demás medios de comunicación o difusión, y que se opone a lo que el creador alemán llegó a imaginar y a expresar en público.

Brecht (1898-1956) expresó la idea, que él mismo catalogó como utópica, de una práctica radial en la que la audiencia no fuera un universo pasivo e inerme, sino activo y con autoridad sobre los contenidos. Es decir, soñó con una radio como un sublime espacio de participación, totalmente libre, no sometido a la reproducción de discursos del poder y, por lo tanto, vibrante en la crítica social y política.

Es una forma de participación que, por cierto, no se vincula con la rutinaria reproducción de mensajes de oyentes, usados como coro de acompañamiento y adoración hacia el conductor o la conductora, ya que las críticas son llamativamente minoritarias, cuando no inexistentes.

El poeta pensó en algo muy diferente, que por cierto no llegó a tomar cuerpo siquiera en los sistemas políticos más participativos. Asoció su teoría sobre el teatro didáctico, o bien la adoptó parcialmente, para hablar del potencial de la radio, para afirmar que estaba dada en aquella época la necesidad de que no quedara asociada a los engranajes secretos y visibles del sistema.

“Al principio, naturalmente uno quedaba maravillado y se preguntaba de dónde procedían aquellas audiciones musicales, pero luego esta admiración fue sustituida por otra: uno se preguntaba qué clase de audiciones procedían de las esferas. Era un triunfo colosal de la técnica poder poner por fin al alcance del mundo entero un vals vienés y una receta de cocina”, escribió Brecht en 1932.

Con la toma de posición que lo distinguía, sostuvo también: “Si creyera que la burguesía ha de vivir todavía cien años, estoy convencido de que estaría cien años desbarrando a propósito de las inmensas posibilidades que encierra, por ejemplo, la radio”. Y, en alerta sobre el peligro de que la radio terminara siendo un instrumento de propaganda, advirtió acerca de la posibilidad de que generaciones sucesivas pudieran “ver asombradas cómo una casta, a la vez que haciendo posible decir a todo el globo terráqueo lo que tenía que decir, hizo posible también que el globo terráqueo viera que no tenía nada que decir”.

Así, advertió Brecht, “un hombre que tiene algo que decir y no encuentra oyentes, está en una mala situación. Pero todavía están peor los oyentes que no encuentran quien tenga algo que decirles”.

Luego postuló “hacer de la radio una cosa democrática de verdad”. Así, pidió a los responsables del sistema alemán de entonces “preparar ante el micrófono, en lugar de reseñas muertas, entrevistas reales, en las que los entrevistados tienen menos oportunidad de inventar esmeradas mentiras, como pueden hacerlo para los periódicos. Sería muy interesante organizar discusiones entre especialistas eminentes. Podrían organizarse en salas grandes o pequeñas, a discreción, conferencias seguidas de coloquio. Pero todos estos actos tendrían ustedes que hacerlos resaltar claramente, con avisos previos, de entre la gris uniformidad del menú diario de música casera y cursos de idiomas”.

Reclamó después que la radio diera espacio respetuoso -no solo ocasional, o secundario- a los músicos no consagrados, y pidió incluso la composición y ejecución específica de música para la radiodifusión.

“La cuestión de cómo se puede utilizar el arte para la radio y la cuestión de cómo se puede utilizar la radio para el arte –dos cuestiones muy distintas– tienen que subordinarse siempre a la cuestión, de hecho mucho más importante, de cómo se pueden utilizar el arte y la radio en general”.

En la misma línea, mencionó las funciones pedagógicas que puede cumplir la radio, más frente a un Estado que, escribió, “no tiene ningún interés en educar a su juventud para el colectivismo”.

“La concentración de medios mecánicos, así como la especialización creciente en la educación –procesos que hay que activar-, requieren una especie de rebelión por parte del oyente, su activación y su rehabilitación como productor”, sostuvo Bertolt Brecht.

Tras afirmar que en sus etapas iniciales la radio actuó como sustituto del teatro, las óperas, la música, las conferencias, agregó que “la radiodifusión ha imitado casi todas las instituciones existentes que tienen algo que ver con la difusión de la palabra o del canto: en la Torre de Babel surgió una confusión y una yuxtaposición “.

La meta de la radiodifusión, escribió más adelante, “no puede consistir en simplemente amenizar la vida pública”, por lo que propuso “convertirla de aparato de distribución en aparato de comunicación”.

“La radio sería el más fabuloso aparato de comunicación imaginable de la vida pública, un sistema de canalización fantástico, es decir, lo sería si supiera no solamente transmitir, sino también recibir, por tanto, no solamente oír al radioescucha, sino también hacerle hablar, y no aislarle, sino ponerse en comunicación con él. La radiodifusión debería en consecuencia apartarse de quienes la abastecen y constituir a los oyentes en abastecedores”, escribió.