Tras el ballotage del 23 de noviembre, casi la mitad de la Argentina asistió a un hecho inédito de nuestra joven democracia: la derecha más mordaz por primera vez llegó al poder, no por medio de las botas, o escondidos en caballos de Troya. Los dueños de todo se transformaron también en dueños del poder público, por decisión del voto popular.
Sin prisa y sin pausa se configuró el escenario de lo que pareciera ser un avasallante revanchismo: las balas de tinta se volvieron goma y plomo, al tiempo que miles de trabajadores pierden a diario sus empleos. Los buitres sobrevuelan los espacios vacíos que dejaron los cuadros de héroes latinoamericanos y las voces disconformes son silenciadas. Y, por si alguien aún quiere alzar su voz, se legalizó la criminalización de la protesta social en formales protocolos, mientras que el republicano partido judicial legitima la privación de la libertad de los dirigentes díscolos.
Pero a cada embate, ese sopor inicial fue mutando en acción. Decenas de espacios públicos en todo el país se convirtieron en Plazas del Pueblo. Lugares cara a cara, tumultuosos, con distintos referentes. Sin caer en la ingenuidad de la mera espontaneidad, ni en los presuntos valores de su pureza, las Plazas constituyen hoy en ese hecho indómito, que huele al espíritu asambleario del 2001, pero que esta vez no clama por el que se vayan todos, sino que tensa la urgencia de una mayor organización y reconoce en Ella, Cristina Fernández de Kirchner, a su única y legítima conductora, y más aun ahora, que volvió a sacudir el tablero político nacional con su llamado, frente a la multitud que la acompañó bajo la lluvia a Comodoro Py, a construir un Frente Ciudadano para devolverle la libertad y la felicidad al pueblo.
Mientras tanto, las bambalinas de las superestructuras también se encuentran en ferviente ebullición. La oposición falaz de pequeñas fuerzas cómplices del actual gobierno, rapiña las migajas que los CEOS desdeñan. Por su parte, el otrora oficialismo se debate entre la unidad de un frente cada vez más endeble y la siempre temible interna del PJ. En el medio están los que rápidamente saltaron del barco y borraron con el codo lo que hasta ayer aplaudían.
Por arriba y por abajo, es un nuevo capítulo en la eterna disputa de pueblo y antipueblo. Sólo que esta vez, luego de doce años, esa batalla es por fuera del poder estatal, que puede utilizarse para proteger y ampliar derechos, o para custodiar o multiplicar los intereses de las corporaciones (tema central del número). Surge la duda si ese marasmo encontrará forma, si pueblo y dirigentes lograrán converger, hoy desde un desconocido lugar de oposición, en una nueva síntesis. De ello depende que ese grito fervoroso que irrumpe en las Plazas sea, en el futuro, una realidad efectiva. ¿Vamos a volver? De algo no cabe duda: siempre vamos a estar.
Pero hoy, un clamor es más ensordecedor que ninguno. No es fe en el mañana ni conoce de de promesas. No sabe de medianos y largos plazos. No puede esperar. Es un grito de Justicia. Es para hoy. Es urgente. Es ahora: LIBERTAD A MILAGRO SALA.
Sin prisa y sin pausa se configuró el escenario de lo que pareciera ser un avasallante revanchismo: las balas de tinta se volvieron goma y plomo, al tiempo que miles de trabajadores pierden a diario sus empleos. Los buitres sobrevuelan los espacios vacíos que dejaron los cuadros de héroes latinoamericanos y las voces disconformes son silenciadas. Y, por si alguien aún quiere alzar su voz, se legalizó la criminalización de la protesta social en formales protocolos, mientras que el republicano partido judicial legitima la privación de la libertad de los dirigentes díscolos.
Pero a cada embate, ese sopor inicial fue mutando en acción. Decenas de espacios públicos en todo el país se convirtieron en Plazas del Pueblo. Lugares cara a cara, tumultuosos, con distintos referentes. Sin caer en la ingenuidad de la mera espontaneidad, ni en los presuntos valores de su pureza, las Plazas constituyen hoy en ese hecho indómito, que huele al espíritu asambleario del 2001, pero que esta vez no clama por el que se vayan todos, sino que tensa la urgencia de una mayor organización y reconoce en Ella, Cristina Fernández de Kirchner, a su única y legítima conductora, y más aun ahora, que volvió a sacudir el tablero político nacional con su llamado, frente a la multitud que la acompañó bajo la lluvia a Comodoro Py, a construir un Frente Ciudadano para devolverle la libertad y la felicidad al pueblo.
Mientras tanto, las bambalinas de las superestructuras también se encuentran en ferviente ebullición. La oposición falaz de pequeñas fuerzas cómplices del actual gobierno, rapiña las migajas que los CEOS desdeñan. Por su parte, el otrora oficialismo se debate entre la unidad de un frente cada vez más endeble y la siempre temible interna del PJ. En el medio están los que rápidamente saltaron del barco y borraron con el codo lo que hasta ayer aplaudían.
Por arriba y por abajo, es un nuevo capítulo en la eterna disputa de pueblo y antipueblo. Sólo que esta vez, luego de doce años, esa batalla es por fuera del poder estatal, que puede utilizarse para proteger y ampliar derechos, o para custodiar o multiplicar los intereses de las corporaciones (tema central del número). Surge la duda si ese marasmo encontrará forma, si pueblo y dirigentes lograrán converger, hoy desde un desconocido lugar de oposición, en una nueva síntesis. De ello depende que ese grito fervoroso que irrumpe en las Plazas sea, en el futuro, una realidad efectiva. ¿Vamos a volver? De algo no cabe duda: siempre vamos a estar.
Pero hoy, un clamor es más ensordecedor que ninguno. No es fe en el mañana ni conoce de de promesas. No sabe de medianos y largos plazos. No puede esperar. Es un grito de Justicia. Es para hoy. Es urgente. Es ahora: LIBERTAD A MILAGRO SALA.