'El Rostro de los Acantilados' es el octavo álbum de estudio que estrena el destacado cantautor y productor argentino Lisandro Aristimuño. En palabras del nativo de Viedma, esta novedad podría describirse como “una gran presentación de los estilos e intereses musicales” que enmarcan su trayectoria, en donde “cada canción es un rostro” y “cada rostro es una parte vital”.
Un total de trece tracks vertebran un relato inspirado en la contemplación de la silueta costera de la provincia de Río Negro, lugar que conoció por primera vez a través de paseos familiares, siendo muy pequeño. Editado por su propio sello independiente, 'Viento Azul Discos', cuenta con la participación de invitados especiales -un auténtico seleccionado musical-, entre presencias internacionales -el británico Jono McCleery-, grandes pioneros de nuestro rock -Pedro Aznar y David Lebon, la mitad de Serú Girán, ¡nada menos!- y artistas de la escena emergente -Mariana Michi, Nicolás Alfieri y Lucas Marti-.
Los pasajes instrumentales que dan título al trabajo marcan los puntos de inicio y final de una escucha que se prolongará a lo largo de cuarenta y cinco minutos. “Príncipe de Lata” y “No Ves Tal Vez” fueron los únicos singles dados a conocer con anterioridad al lanzamiento del disco, ocurrido el pasado 12 de octubre. Lisandro, por firmes convicciones fuera de todo canon comercial, se resistió a la moda masiva de los adelantos. El primero de ellos, canción en cápsula de cristal, se canta como un mantra. No hace falta convencer al amor, ¿o es que algo nos delata? Todo es tan real, como ese sol que es lava. En tanto que, el tema grabado junto a Jono McCleery combina una letra en inglés y en castellano, para colocar en nuestras manos parlantes y en ellos a una melodía que nos transporta al inmediato trance.
Nos sumergimos en una primera escucha y resultan reconocibles las sensibles cualidades compositivas de Lisandro. La brillante “Tu Mundo” trae consigo presagios y desvelos que no descartan el saber. Las guitarras dominan el tempo, mientras fantasía rima con poesía. Que no nos quiten la belleza y la caricia, siempre que prime un deseo en común: ‘cuando todos estén fuertes creo que estaré mejor’, canta Lisandro. Si en “How Long” (“Anfibio”, 2012) era darle la espalda al sol, hoy no reconoce se la misma sensación. Sin embargo, hay cosas que no cambian: la naturaleza marca presencia en la cosmovisión poética del autor y las imágenes no tardan en impregnarnos; de cara al acantilado, descendemos en abrupto vertical…
Con gran potencia visual, “El Rostro de los Acantilados” tiende un puente entre lapsos de tiempo. Pieza clave de la placa, “Los Niños del Amanecer” es una gema única en su especie, tal como lo es aquel árbol del planeta azul. Cuidado con lo que deseas, pareciera advertir Lisandro, antes de convertirse en un clon de todo anhelo. Nos hacemos de enigmas: ¿qué tendrá el agua de ese fuego? El fuego, omnipresente, retorna como elemento preponderante y tribal en “Por Encima del Fuego”; allí, donde nacen los miedos y cruje lo que ya no está. David canta como solo él sabe para aportar su registro e impronta al estribillo, al tiempo que Lisandro sigue desglosando líricas poderosísimas: ‘Testigo ego de Dios, no dejaste ni un beso’.
Habiendo explorado diversos matices y estilos a lo largo de sólidos veinte años de trayectoria (su debut discográfico data de 2004, con “Azules Turquesas”), y sin prejuicios al respecto de los géneros que aborde, el compositor patagónico se siente parte de todos, aún sin identificarse con ninguno de ellos en particular. Aquí, la diversidad de texturas se asume como una característica primordial. A su encuentro va, entre plugins o samplers de internet, cautivado por “Only You”, de The Platters. Viajamos hacia “1986”, un maravilloso homenaje a Maradona que nos llena de nostalgia. En un rincón, Diego Armando ríe, mientras la primavera de la recuperada democracia nos guía. Tiempos de ilusiones y colores sagrados, de cara a un mañana esperanzador: ‘la vida entera brillará’. La inclusión del relato de Víctor Hugo Morales a instancias del mítico gol a los ingleses en el ’86 acompaña durante toda la canción. Como El Diez a pura gambeta, Lisandro se luce.
Reflejo sensible y poderoso de una evolución creativa y estética, “El Rostro de los Acantilados” duplica el valor habiendo sido concebido desde la completa autogestión. Miramos fijo hacia la pendiente y llegamos a una mayúscula creación poética: “Devolver Tu Amor” rastrea los restos de un amor perdido. Ser que no alcanza el calor, sin querer, sin dar luz. Brutal. Linda luz, las voces de Lisandro y Pedro atraviesan cielos de un rumor para fundirse de modo sublime, porque al crecer siempre seguirán reflejando el sol. En ‘donde una vela fue huracán’, las metáforas cobran vuelo en esta maestría compositiva. Mientras tanto, una dupla experta en el formato canción se pregunta cómo muere un corazón que cobijó sonrisas y reproches. Es tiempo de dar lo que dar sin pensar.
Como es habitual en Viento Azul Discos, un bello diseño de arte acompaña la propuesta, a medida que profunda poesía ilustra paisajes sonoros de abundantes elementos electrónicos y orgánicos. A modo de enfoque conceptual, cada canción persigue el sentido homogéneo de evocar las variadas formas y figuras que delinea la geografía de aquel lugar de pertenencia. Lisandro, artesano de atmósferas sonoras y devenires sensoriales, nos regala en “Tres de Abril” uno de los momentos más estimulantes del álbum. En un jardín donde no hay luz, los huesos duelen, y una pesadilla derriba la espera: el sueño malherido se fijará y curará. Las palabras se encadenan en contorno surrealista, mientras la voz de Nico Alfieri se complementa para aportar aires de rockera intensidad.
Fenómeno natural o precisa acción de la mano humana sobre la ladera de la montaña, “El Rostro de los Acantilados” porta el misterio que atrae al paladar de melómanos entendidos. Entre facciones esculpidas, cobra meritoria identidad en “Sweet Gloria”, llama sobre llama y pura genialidad de pegadizo estribillo. Cuando la prehistoria ya pasó, es historia lo que dejás: sopla fuerte el viento sur. Condena o cordón, pena o canción, pueden romperse. Nos preguntamos quién tiene la posta, pero es mejor jugar e improvisar. Lisandro cimenta su legado musical en uno de los puntos más altos del disco. Porque concibe a la música como un acto lúdico; así aprendió y se crió. Allá lejos, los deseos de querer volar tiraban acordes en la guitarra criolla en el patio de la casa de su mamá.
El cantautor patagónico, referente transcendental de nuestro presente musical, acopia influencias que van desde el folclore al rock nacional que lo antecede, de allí al pop anglosajón y a la música ancestral africana. En “El Rostro de los Acantilados” la experiencia se embellece mediante pasajes tímbricos y armonías para dejarse llevar, como muestrario de los numerosos pliegues y recovecos que ofrece su glosario musical, Llega el turno de “Bailar”, es hora de soldar y curar, de danzar y dar. Hay algo terapéutico en una escucha que nos invita a un delicioso loop de consola. ¿Viste cómo se escondió tu noche?’, canta Mariana Michi. En la casa se reflejan los pesares, pero las ventanas abren. Debimos de aprender el mensaje: nada que opaque la sonrisa y no deje flotar.
Hiper productivo en los últimos años, luego de editar “Criptograma” (2020), “=EP8 (2021) y “Set1/en vivo” (2022), Aristimuño sorprende con la majestuosidad de su disco de flamante cosecha, publicado solo en formato digital. Casi cerrando el recorrido, la sugerente “A lo Mejor”, con participación de Lucas Marti, siembra inquietudes; porque, a lo mejor, el dolor crece desde uno. Un tren en el corazón quizás sea el que ayer fue luz en la humanidad (“Por Donde Vayan tus Pies” / “Anfibio”, 2012), trayendo al presente la memoria de un amor: un palpitar en la canción que no es latido de robot y siempre será canto del pueblo. Puños en alto y chapeau para uno de los artistas musicales más originales y talentosos de nuestro suelo.
Lisandro Aristimuño, en completo dominio de su arte, concibe uno de los mejores discos de su trayectoria y un imprescindible del panorama 2023. Algo no ha cambiado de ese chiquito de ayer, con el juguete más preciado entre sus manos hasta hoy. El músico maduro, incesante en investigar e incorporar materia nueva, se guía por intuición, porque no existe una escuela que enseñe la condición. Así es como nos lo transmite, porque adora la música y antes de músico es aquel ser que la absorbe y la siente para luego sintetizarla. Porque sin música, ha dicho, no sabe vivir. Artista mutante, las montañas callan para escuchar este relato en primera persona, de quien sigue jugando el juego que más le gusta.