Fotomontaje: @RamiroAbrevaya
La nueva normalidad revela condiciones y hábitos que ordenan nuestra vida cotidiana y que si bien provienen desde hace algunos años, la crisis formada a partir de una situación sanitaria global, que además conduce a una situación crítica en lo económico, los hace propios y comunes, evidenciando el carácter de esa condición que comprendemos como novedosa.
Una de las conversiones más singulares de la reorganización cotidiana de la vida responde a la dimensión de la confianza. Al referirnos a esto es posible entender un modo se significar vínculos familiares, amorosos, amistosos, vecinales, que van desde la confianza en algún trabajador al que recurrimos a menudo para arreglos caseros, hasta la confianza en un amigo al que decidimos comentarle una situación particular e íntima, etc. Confiamos en lo que nos dice un médico y confiamos en lo que dicen nuestros padres y hermanos, parejas y demás.
Ese tipo de registro de la confianza es afectivo e íntimo y establece reglas de normalidad para compartir modos y medios de vida en relaciones afectivas. También se menciona la confianza en las condiciones de desarrollo de una acción social, es decir, tramar vínculos dentro de una comunidad está determinado por experiencias de solidaridad que originan lo que se denomina lazo social. Este lazo constituyente de la normativa de vida común en una sociedad se sostiene en buena medida mediante las relaciones sociales reguladas y cuyo factor de regulación en el presente se inscribe efectivamente en la confianza.
Considerar a la confianza como factor de relevancia mayor en la determinación del lazo social señala concretamente los cambios en las dinámicas de la normalidad y que estimulan la definición del presente bajo la nómina de lo nuevo. Porque en la sociedades tradicionales, y con ello nos referimos a los modelos normativos de vida institucional propios de la llamada “sociedad industrial” sustentada en una fuerte presencia de los Estados como organizadores políticos, sociales y económicos de la vida, la estructuración social predominante en la referencia rígida del lazo social, y con esto de las acciones sociales de los individuos, era el reconocimiento.
Una sociedad orientada normativamente desde el reconocimiento exigía valoraciones sociales fundadas en la igualdad y el respeto de las jerarquías, lo que significaba que integrar y participar de la vida social expresaba obtener la valoración conjunta del reconocimiento. Sin embargo, las nuevas dinámicas de la vida social en el capitalismo y la flexibilización del lazo social, y junto a ello de los modelos de acción social subjetivos, desplazaron esa dimensión global y estructural del reconocimiento hacia experiencias individuales que se rigen por la confianza, lo que significa que cada individuo debe generar sus propias condiciones para enfrentarse a situaciones sociales poniendo en juego con esto la confianza obtenida de sus pares. En las sociedades del presente y de la nueva normalidad, la confianza es un valor endeble pero exigido en la vida común, mientras que la rigidez del reconocimiento ya no funda el juicio valorativo de la relación social.
En la nueva normalidad, entonces, la sensación de crisis y de catástrofe se conforma como un efecto insistente de la vida social, pues siempre se anticipa un futuro intrincado y complejo sobre el que se avista una serie de dificultades. La realidad, de este modo, también se ajusta a sus índices de confianza, y así por todas partes se habla de la confianza y de las expectativas.
El problema con las expectativas y la confianza, desde este punto, no es sencillamente especulativo, sino además modelador de la vida social. Sobre el repliegue de las atribuciones institucionales de los Estados en el proceso histórico de la globalización y con el trasfondo de desestructuración del modelo de vida propio de la sociedad industrial, el orden financiero promueve modelos de circulación abiertos e inestables que desalientan el reconocimiento institucional y desarrollan intereses que se mueven sobre el valor de riesgo de la confianza (eso que suele llamarse el mercado).
La confianza social es la instancia de registro de una experiencia compartida, aunque se sustenta en posiciones que deben reevaluarse constantemente. Por esto también, en la vida política de una comunidad, un gobierno puede recibir crédito o descrédito, pero no puede ser atribuida únicamente a variables económicas o especulativas sus resoluciones. Considerando a estas últimas como de importancia e impacto fundamental, es necesario igualmente reflexionar sobre las indeterminaciones e indecisiones de las reglas de acción que desencadena en los individuos la crisis de confianza.
Una crisis se revela en los procesos de incertidumbre e indeterminación que desencadena, y el tiempo de la especulación es también el juego de riesgo eficaz sobre esas incertidumbres. Si una medida económica para atender a variables financieras no se acompaña de una política de reflexividad social que reconsidere el carácter de la confianza en el discurso público, la problemática pasa a inscribirse nuevamente en el lazo social, es decir, en aquello que ya nadie reconoce, pero en lo que todos y todas necesitan confiar.
La nueva normalidad revela condiciones y hábitos que ordenan nuestra vida cotidiana y que si bien provienen desde hace algunos años, la crisis formada a partir de una situación sanitaria global, que además conduce a una situación crítica en lo económico, los hace propios y comunes, evidenciando el carácter de esa condición que comprendemos como novedosa.
Una de las conversiones más singulares de la reorganización cotidiana de la vida responde a la dimensión de la confianza. Al referirnos a esto es posible entender un modo se significar vínculos familiares, amorosos, amistosos, vecinales, que van desde la confianza en algún trabajador al que recurrimos a menudo para arreglos caseros, hasta la confianza en un amigo al que decidimos comentarle una situación particular e íntima, etc. Confiamos en lo que nos dice un médico y confiamos en lo que dicen nuestros padres y hermanos, parejas y demás.
Ese tipo de registro de la confianza es afectivo e íntimo y establece reglas de normalidad para compartir modos y medios de vida en relaciones afectivas. También se menciona la confianza en las condiciones de desarrollo de una acción social, es decir, tramar vínculos dentro de una comunidad está determinado por experiencias de solidaridad que originan lo que se denomina lazo social. Este lazo constituyente de la normativa de vida común en una sociedad se sostiene en buena medida mediante las relaciones sociales reguladas y cuyo factor de regulación en el presente se inscribe efectivamente en la confianza.
Considerar a la confianza como factor de relevancia mayor en la determinación del lazo social señala concretamente los cambios en las dinámicas de la normalidad y que estimulan la definición del presente bajo la nómina de lo nuevo. Porque en la sociedades tradicionales, y con ello nos referimos a los modelos normativos de vida institucional propios de la llamada “sociedad industrial” sustentada en una fuerte presencia de los Estados como organizadores políticos, sociales y económicos de la vida, la estructuración social predominante en la referencia rígida del lazo social, y con esto de las acciones sociales de los individuos, era el reconocimiento.
Una sociedad orientada normativamente desde el reconocimiento exigía valoraciones sociales fundadas en la igualdad y el respeto de las jerarquías, lo que significaba que integrar y participar de la vida social expresaba obtener la valoración conjunta del reconocimiento. Sin embargo, las nuevas dinámicas de la vida social en el capitalismo y la flexibilización del lazo social, y junto a ello de los modelos de acción social subjetivos, desplazaron esa dimensión global y estructural del reconocimiento hacia experiencias individuales que se rigen por la confianza, lo que significa que cada individuo debe generar sus propias condiciones para enfrentarse a situaciones sociales poniendo en juego con esto la confianza obtenida de sus pares. En las sociedades del presente y de la nueva normalidad, la confianza es un valor endeble pero exigido en la vida común, mientras que la rigidez del reconocimiento ya no funda el juicio valorativo de la relación social.
En la nueva normalidad, entonces, la sensación de crisis y de catástrofe se conforma como un efecto insistente de la vida social, pues siempre se anticipa un futuro intrincado y complejo sobre el que se avista una serie de dificultades. La realidad, de este modo, también se ajusta a sus índices de confianza, y así por todas partes se habla de la confianza y de las expectativas.
El problema con las expectativas y la confianza, desde este punto, no es sencillamente especulativo, sino además modelador de la vida social. Sobre el repliegue de las atribuciones institucionales de los Estados en el proceso histórico de la globalización y con el trasfondo de desestructuración del modelo de vida propio de la sociedad industrial, el orden financiero promueve modelos de circulación abiertos e inestables que desalientan el reconocimiento institucional y desarrollan intereses que se mueven sobre el valor de riesgo de la confianza (eso que suele llamarse el mercado).
La confianza social es la instancia de registro de una experiencia compartida, aunque se sustenta en posiciones que deben reevaluarse constantemente. Por esto también, en la vida política de una comunidad, un gobierno puede recibir crédito o descrédito, pero no puede ser atribuida únicamente a variables económicas o especulativas sus resoluciones. Considerando a estas últimas como de importancia e impacto fundamental, es necesario igualmente reflexionar sobre las indeterminaciones e indecisiones de las reglas de acción que desencadena en los individuos la crisis de confianza.
Una crisis se revela en los procesos de incertidumbre e indeterminación que desencadena, y el tiempo de la especulación es también el juego de riesgo eficaz sobre esas incertidumbres. Si una medida económica para atender a variables financieras no se acompaña de una política de reflexividad social que reconsidere el carácter de la confianza en el discurso público, la problemática pasa a inscribirse nuevamente en el lazo social, es decir, en aquello que ya nadie reconoce, pero en lo que todos y todas necesitan confiar.