“La libertad no brota de un sablazo” 

J.B. Alberdi


 

Melange Libertaria

Pasaron 120 días desde que asumió Javier Milei la Presidencia de la Nación. Aún nos acompaña el estupor. Una extraña sensación nos invade al estar sometidos diariamente a un gobierno que combina: enunciados rimbombantes de la anciana escuela de pensamiento económico austríaca; una nostalgia -por momentos exagerada- de la década menemista; una retórica agresiva, darwiniana, anticomunista y anacrónica; un líder histriónico fabricado en los sets de televisión, salas de teatro y redes sociales; y un relato de la historia de la línea “alberdista” sesgado y caprichoso.

Este “melange” libertario alcanzó un total de 14.554.560 votos el 19 de noviembre pasado, prácticamente sin esconder, camuflar o maquillar el plan económico que venía a imponer y sin ocultar su mirada sobre del “Estado mínimo”.

Se han escrito infinidad de artículos sobre los errores del Gobierno de Alberto Fernández y la coalición de gobierno que lo sostuvo hasta el último instante. Quien escribe se inclina a pensar que si bien un fracaso semejante se debe a una multiplicidad de factores, lo que lo sepultó fueron los pésimos resultados económicos para la mayor parte del pueblo. Nótese que me refiero a la “gran mayoría” del pueblo porque el modelo económico de Alberto también tuvo ganadores que se apropiaron rápidamente de la recomposición salarial post-pandemia, en lo que significó una brutal transferencia de ingresos de los sectores populares y medios hacia ciertos grupos económicos como el conglomerado de -pocas- empresas que producen y/o comercializan los alimentos que consumen los argentinos (https://www.pagina12.com.ar/451671-conoce-la-concentracion-de-las-empresas-de-alimentos-en-arge).

Para no ahondar en análisis que ya abundan y para intentar aportar otra perspectiva, me concentraré en tratar de dilucidar cuáles fueron los síntomas de la sociedad argentina que fueron interpretados, trabajados y exacerbados por Javier Milei y sus seguidores.

>La Libertad “en Jaque”

Veamos primero la consigna de cabecera de los “libertarios”: “¡Viva la Libertad Carajo!”. Así termina Milei cada una de sus alocuciones y posteos en las redes sociales. Esta frase, leída en clave política, rememora la frase probablemente más pintada en las paredes de la argentina por la militancia: “¡Viva Perón!”. A su vez, esconde un mensaje que estuvo presente a veces de manera explícita y a veces de manera sutil a lo largo de la campaña de Milei que es que en nuestro país “libertad” está muerta o en una especie de coma inducido producto de décadas de los dos grandes enemigos del pueblo (en el relato de Milei) que son el Estado y su gestor corrompido: el peronismo. En esta misma frase, el espíritu refundacional de Milei intenta evocar, además, aquella otra que el General San Martín le dice a sus tropas ante una posible incursión española: “Seamos libres que lo demás no importa nada”.

Esa especie de grito de guerra que termina con el término coloquial “carajo” le otorga cierta informalidad y busca generar simpatía y reforzar el concepto. Razón por la cual, el Presidente la repite como si fuera un padre nuestro.

Del Estado protector al Estado que “asfixia”

Muchas de las consecuencias psicológicas, sociológicas y políticas de la pandemia están aún por verse. A priori, existen pocos gobiernos en el mundo que hayan gestionado la pandemia y hayan revalidado su gestión en las urnas. Incluso en países como Chile, que supo ser el gran ejemplo de la ortodoxia económica liberal en la región, las elecciones resultaron ser un escenario para que ganara las elecciones un joven confeso comunista. Algo impensado hace no tantos años.

En la Argentina el éxito exhibido por el gobierno de la gestión de la pandemia fue meticulosamente “trabajado” desde los medios de comunicación, las redes y algunos referentes mediáticos y políticos para ligar el sufrimiento y las frustraciones que se generaron a partir de la circulación del virus a la presencia del Estado y a la injerencia en la vida de las personas. El enorme esfuerzo del Estado para sobrellevar la pandemia consiguiendo vacunas en un mundo renuente, haciéndose cargo de buena parte de los sueldos de las empresas privadas, el IFE y la inversión en infraestructura hospitalaria, la gratuidad, todo fue rápida y sorprendentemente olvidado y no retribuido electoralmente por la inmensa mayoría de la ciudadanía. Muy por el contrario, el ganador de las elecciones pasadas esbozaba -grotescamente- que el Estado debe desaparecer y que se debe pasar una “motosierra” por la administración pública nacional, provincial y municipal. El video de Javier Milei arrancando violentamente etiquetas de una pizarra donde estaban desplegados las carteras nacionales gritado: “Afuera!” resulta difícil de olvidar.

La frase de cabecera durante los primeros meses de la pandemia que azotó al mundo fue que “nadie se salvaba solo”. Pero las argentinas y argentinos terminaron eligiendo en las urnas a una facción que exclamaba y exclama todavía hoy que solamente hay salvación individual. De la propuesta cultural de la salida comunitaria y en solidaridad de los problemas, rápidamente se viró a una salida individual y desligada de los problemas ajenos y comunes.

El Estado, otrora protector principal de los sectores medios y bajos, y garante de derechos conquistados con mucho esfuerzo y lucha (como por ejemplo la educación y salud gratuitas), sufrió una abrupta deslegitimación en sus roles una terminada la pandemia. La falta de legitimidad incluso pareciera ser peor que la sufrida en la década menemista. De aquel Estado acusado de derrochar recursos, pasamos a un Estado enemigo de los individuos en cuanto obstáculo para la realización individual. El Estado hoy es presentado no solo es un monstruo invertebrado, sino que además es quien te asfixia, te oprime, te coarta la libertad y menoscaba tus capacidades personales.

La cuarentena fue la clave discursiva. Los objetivos del aislamiento, social, preventivo y obligatorio (y su sucesor el DISPO) y el rol preponderante del Estado durante la pandemia para evitar cientos de miles de contagios y muertes fueron tergiversados y manipulados para mostrar un Estado que secuestraba y pisoteaba a sus habitantes.

Ello alimentó íconos como la bandera de Gadsden. Si bien su origen se remonta a la llamada “Revolución de las trece (13) colonias”  y tiene que ver con la independencia de varios estados norteamericanos de su metrópoli (Reino Unido), los “libertarios” actuales le han trastocado su significado y lo han adoptado mundialmente como símbolo de su pensamiento. Ello se puede ver reflejado en una canción grabada por la banda de rock Metallica de su famoso “Black Album” que se llama “Don t tread on me” y que reza así:

“No me pisotees

Te dije que no me pisotees

Libertad o muerte, lo que tanto orgullo saludamos.

Una vez que la provocás (a la serpiente), el ruido de su cola.

Ella nunca lo comienza, nunca, pero una vez comprometida

Nunca se rinde, mostrando los colmillos llenos de rabia.

Que así sea

No amenaces más

Asegurar la paz es prepararse para la guerra”


El combustible de la anti política

¿Cómo pasa una sociedad de elegir un modelo de Estado que “cuida” a concluir poco después que el Estado agobia y, por ende, debe prácticamente desaparecer? ¿Cómo pasamos de gobernantes que muestran empatía a  otros que parecen gozar ante el sufrimiento del otro? ¿Cómo revertimos el individualismo aparentemente reinante y volvemos a la senda de la solidaridad, la comunidad y la justicia social? ¿Cómo deshacemos el concepto de libertad visto solo como la libertad del bolsillo? ¿Cómo volvemos a proyectar un Estado que resuelva y no empeore la vida de los ciudadanos? Milei y los suyos fueron un paso más allá: el Estado no solo te quita la libertad de desarrollarte, de ganar dinero sino que además te lo quita de manera fraudulenta. He aquí la tristemente célebre frase: “El Estado es una organización criminal”.

Ello fue vinculado a otro prejuicio muy arraigado en el sentido común: que los políticos son todos ladrones. Para ello, utilizó la noción de “casta”. Lo dotó de un sentido más perverso aún e instaló en la sociedad la grieta entre la casta y el pueblo. El “éxito” en este caso es que se basó en una idea que ya existía en la sociedad. Se solidificó la idea de que los políticos (de cualquier partido) viven en una especie de paraíso, rodeados de lujos (choferes, viajes) a costa del pueblo hambreado y, por lo tanto, enojado. Algún hecho previo a la contienda electoral pasada reforzó deliberadamente ese relato.

Es que las estructuras políticas tradicionales ya se encontraban con un nivel de descrédito que desde el 2001 no se percibía. Por supuesto, ello venía fomentado por décadas por los medios masivos de comunicación. El incumplimiento de los contratos electorales también hizo lo suyo. Esta frustración fue interpretada por los poderes que sostenían a Milei quien era presentado como un “outsider” de la política.

El Estado, agobiado por las deudas macristas y la pandemia perdió fuerza y presencia, perdió efectividad en las políticas públicas (en especial en las políticas sociales). Resultó particularmente difícil que los trabajadores del Estado retomaran sus tareas de manera presencial. Ese Estado debilitado o sin músculo afectó directamente a la población que, así   comenzó a percibir que no cumplía con sus funciones y sintió una especie de abandono. En el documento “Argentina en su tercera crisis de deuda” de Cristina Fernández de Kirchner, la ex mandataria propone “revisar la eficiencia del Estado” y agrega: “no basta con la consigna del “Estado presente” para resolver los problemas del país, que son demasiados. Se debe analizar y controlar la correcta asignación de recursos para poder corregirla, en caso de ser necesario”.

La percepción de la ciudadanía sobre el Estado viró en el último tiempo que dejó de percibir como garante de derechos y de dinamizador de políticas públicas y sociales que solucionaban parte de su vida (nótese que ya ni menciono al Estado como facilitador de la movilidad social ascendente que caracterizó a la argentina peronista luego de la década del 40). El peronismo, cuyas grandes conquistas y transformaciones sociales, laborales e históricas habían devenido de la experiencia de haber gobernado el país (y por tanto hacerse cargo de la administración del Estado) vio dilapidado su capital político cuando llegó al gobierno en 2019 y no pudo lograr casi ninguna de las metas a las que se había comprometido.

El yo en el nosotros

No es verdad que el justicialismo es una doctrina totalizadora que anula las capacidades individuales. En palabras del propio Perón: “el Justicialismo supone entonces una nueva forma de pensar el vínculo armónico entre el Estado y la comunidad, y de ésta con los individuos. En el Justicialismo es posible la realización de individuos virtuosos; es posible la plenitud de la existencia: la realización y perfeccionamiento del yo en el nosotros”. Esferización, siliconización de la vida y libertad que aísla vs. Empatía, encuentros reales y la libertad que une.


El Papa Francisco nos habla ya en Fratelli Tutti (del año 2020) de tres conceptos centrales en el apartado “47” de su encíclica. Nos advierte que no debemos dejarnos engañar con la ilusión de la “libertad de navegar” frente a una pantalla. Asegura que la formación e información no debe provenir de búsqueda ansiosas (y tergiversadas por los algoritmos) en internet dejando de lado la sabiduría construida por los pueblos. Finalmente repara en la necesidad de “encuentros reales” para retornar a la fraternidad en nuestras sociedades. Nos insta al diálogo, a encontrarnos nuevamente sorteando lo que Eric Sadin denomina en “La Era del Individuo Tirano” la “esferización” de la vida humana que se programa -básicamente- desde Sillicon Valley.

Francisco y Sadin parecen, en algún punto, afirmar lo mismo. Frente a la frustración que generan los sistemas políticos y económicos actuales nos encontramos como sociedad divididos en grandes esferas (virtuales) en las que nos encontramos únicamente con los que estamos de acuerdo. Un sistema que re-afirma nuestras opiniones. O nos hace discutir violentamente con las personas que piensan de manera distinta. La red social “X” es el ejemplo perfecto de lo que afirma Sadin. Hay que tener coraje y voluntad para realizar encuentros reales en lo que no predominen las búsquedas ansiosas, en las que el silencio y la escucha vuelvan a adquirir valor, la interrupción o cancelación no sea regla y -sobretodo- poder vincularnos con los que piensan distinto a nosotros. Para eso debemos, como se dice usualmente en matemática, despejar la “X” y evitar que las redes sociales y los algoritmos nos sigan esferizando y vinculando entre nosotros de la manera perversa y caprichosa a la que nos han sometido.

La ilusión de la libertad “que nos quieren vender” de la que habla Francisco también se asemeja a lo que Sadin denomina pérdida de “soberanía humana”. El pensador francés afirma que la forma en la cual las nuevas tecnologías acompañan nuestras decisiones diarias es una forma encubierta de orientar nuestras decisiones. Al “acercarnos opciones” que resultan “adecuadas” según los algoritmos nos quitan el verdadero proceso de decidir libremente aún cuando nosotros concibamos que estamos navegando, eligiendo, comprando o votando libremente.

Alexa: uno de los dispositivos tecnológicos que “ayuda” en múltiples tareas.

Vivimos dentro de un proyecto civilizatorio y colonizador orquestado desde Sillicon Valley en el que tomamos cada vez menos decisiones y nos vinculamos cada vez con menos gente que finalmente es la gente que piensa exactamente como nosotros. Para ello no hizo falta ningún estado totalizador ni dispositivo que obligue a la población a someterse. Las nuevas tecnologías son tan irresistibles que es prácticamente imposible evadirlas. Estamos frente a una nueva sociedad que nos divide en esferas y utiliza las frustraciones sistémicas para imponer condiciones, directivas económicas y, por qué no, candidatos. A esa sociedad que parece haber roto los pactos de confianza definitivamente con la política y con el Estado se debe anteponer la sociedad de los encuentros, de los abrazos, de la solidaridad y de la realización individual dentro de la realización de la comunidad.

El “totalitarismo soft” al que estamos voluntariamente sometidos termina usando de insumo las angustias, los enojos y los recelos. Nos hace creer que es posible prescindir de la sociedad y la extrema derecha encuentra cauce para avanzar usando estos sentimientos y creencias de base.

Resulta menester volver a creer. Volver a tener horizontes comunes en un futuro que nos está siendo arrebatado por la inmediatez, la precariedad y vaporización de los individuos en sus avatares virtuales. Si no volvemos a creer en la comunidad organizada, en la solidaridad, en la libertad de encontrarnos con “el otro”, la puerta estará abierta a las serpientes que traen consigo una sociedad sin red, una constelación de rencores, una carrera ilusoria de individuos con desconfianza, resentimiento, listos para culpabilizar y descartar al otro.