“Podemos volver a ser esa Argentina”, concluyó CFK en el acto organizado por el Día de la Militancia en el Estadio Diego Armando Maradona de La Plata. El tiempo verbal nos habla de un pasado virtuoso, el de los doce años kirchneristas, y excluye de forma explícita los años del Frente de Todos. Unos días antes, en el plenario de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM), la misma CFK dejó en claro que no lamentaba haber armado ese frente electoral con Alberto Fernández (“Tuve que tomar una decisión [en 2019] y no me arrepiento. Había que votar en contra de ciertas políticas, no de personas”) pero convalidar el acierto electoral de la coalición- que logró el objetivo de expulsar del poder a Mauricio Macri- no significa apoyar la dirección que eligió el gobierno surgido de esa coalición.
Fue un acto multitudinario con reminiscencias de la campaña presidencial del 2011 pero también de la jornada del 13 de abril del 2016, cuando Cristina dio vuelta una coyuntura adversa y transformó lo que debía ser el final de su carrera política (su imagen subiendo la escalinata de Comodoro Py) en un acto político en el que prefiguró la futura Unidad Ciudadana y luego el Frente de Todos. Fue esencialmente un acto de campaña, aunque eso no signifique que se haya presentado como candidata (al cántico que la postuló como candidata a presidenta para 2023, se limitó a responder con una frase del General: “todo en su medida y armoniosamente”).
En un tono pausado, con muchas digresiones históricas, propuso una agenda común más allá de los límites del Frente de Todos. Le habló en particular al radicalismo que buscó diferenciar del PRO (la mención a Hipólito Yrigoyen como presidente “nacional y popular” depuesto por un golpe de Estado fue clara en ese sentido). La seguridad, el desarrollo y la democracia fueron los ejes centrales de su discurso. En este último caso, puso al Partido Judicial en el centro de la escena, como hasta el ’83 lo fue el partido militar, e hizo referencia a la violencia política a partir del intento de asesinato (“Lo que se quebró con el atentado fue esa gran construcción democrática: el fin de la muerte como instrumento político”).
Como viene haciendo al menos desde la presentación de su libro Sinceramente en mayo de 2019, CFK llamó a acordar un gran consenso no sólo político en defensa de la democracia sino, sobre todo, económico: “Las elecciones, se sabe, se pueden ganar pero los condicionamientos son tan graves y tan profundos, que van a requerir que todos los argentinos o por lo menos la mayor parte de los argentinos tiremos todos juntos para el mismo lado. Si no es así, nuestro país será difícil para cualquiera”.
Como suele ocurrir en los actos de campaña, habló más del futuro que del presente. Enunció un horizonte político en medio de la adversidad tomando como ejemplo los gobiernos kirchneristas pero también el primer peronismo: “Si la cuna les salió mal y es pobre, que pueden tener un destino diferente y progresar, eso es el peronismo. No estar condenado por la cuna, haber podido nacer en una familia trabajadora y llegar a presidente de la República, eso es la movilidad social y el peronismo”.
Retomó así un tópico ya mencionado en el acto de la UOM: “Voy a hacer lo que tenga que hacer para que nuestro pueblo pueda organizarse bajo un proyecto para recuperar la alegría. Éramos un pueblo alegre. Volvamos a recuperar esa alegría, de que el sueldo alcanzaba, de ir al trabajo, de que había futuro”.
Mencionó también la vuelta de Lula al gobierno y señaló que en el 2019, cuando ella conformó el Frente de Todos, el actual presidente de Brasil estaba en prisión (una clara referencia a la persecución judicial). No es casual que Lula señale el mismo horizonte (“Volví a postularme para presidente porque creo que es posible volver a hacer feliz a Brasil. Quiero devolver el derecho a soñar a las personas de nuestras periferias”). Ambos mandatarios proponen una alegría que ya lograron generar.
La respuesta de la oposición a la agenda común propuesta por CFK no se hizo esperar. Patricia Bullrich, ex ministra Pum Pum y actual titular del PRO, amenazó a la vicepresidenta con la cárcel, al parecer el único instrumento de la limitada caja de herramientas de Juntos por el Cambio.
El dilema de nuestra oposición es que los medios serios la condicionan tanto o más que a los funcionarios del gobierno, llevándola hacia la extrema derecha e incluso a colisionar con la democracia electoral. Un ejemplo de esa radicalización es el desaforado Luis Juez que alabó el supuesto respeto de la última dictadura cívico-militar hacia la Corte Suprema, órgano que tomó por asalto como al resto del Estado. Ocurre que el objetivo de nuestra Santa Trinidad conformada por los medios, la justicia federal y los servicios, es que la política se dirima en los juzgados y ya no en las urnas, como antes se resolvía en los cuarteles.
No todo el establishment acuerda con el giro antidemocrático opositor, incluso entre quienes no comulgan con el kirchnerismo. Consideran con pragmatismo que, aún teniendo la posibilidad de aplicarla, la agenda de tierra arrasada que propone el sector liderado por Mauricio Macri en sus devaneos con Javier Milei aportaría demasiada inestabilidad social y política al país.
Es entre esos estrechos límites que la prédica de CFK va a tener que ampliar su sustento político si queremos frenar el extremismo bolsonarista que Juntos por el Cambio y los medios serios nos proponen como salida a la crisis.