Por Martina
Había arrancado marzo del 2021 y yo no daba más. Los últimos meses en mi casa habían sido imposibles. Ya no podía dormir, comer, casi ni siquiera respirar. Sentía la adrenalina por mi cuerpo permanentemente: una sensación de que en cualquier momento todo podía explotar por el aire. Me odiaba, no me soportaba. Al maltrato y a la violencia que recibía, se sumaba el enojo conmigo misma por no poder salir de ahí.
La situación ameritaba tener una lucidez y una fortaleza emocional que no tenía. Estaba paralizada, quería salir corriendo pero no sabía hacia dónde. Tenía que hacer un movimiento porque eso iba a terminar mal.
Llamé a mi amiga Luján: “no me preguntes mucho, necesito que me consigas una abogada con perspectiva de género”.
Cuando me pasó un contacto, organizamos una entrevista y lo primero que le dije fue: “Te quiero contar lo que pasa en mi casa y necesito que me digas si legalmente lo que estoy viviendo es violencia”. Me dijo que sí, que efectivamente se trataba de un caso de violencia de género. Pero yo insistí. Quizás todavía no podía verlo, me negaba a entender que eso que yo vivía a diario estaba escrito en una norma que me respaldaba, que me confirmaba que yo no era una paranoica por estar pensando estas cosas. “Más allá de qué es horror la manera en la que me trata y que a vos no te parezca bien, mi pregunta es si en algún Código esto está tipificado como violencia”.
Era tan evidente lo que sucedía que me dijo: “podemos estar dos horas hablando de esto y va a seguir siendo violencia, todavía estás un poco verde, pero cuando te caiga la ficha voy a estar al lado tuyo. Llamame todas las veces que necesites y empezá a guardar los papeles importantes porque de la única manera que vas a tener para separarte, es con una denuncia”.
Y ahí fue el punto de inflexión. Nombrar. Hablar de violencia implicaba un mundo oscuro del cual yo no podía hacerme cargo. Cuando pensaba en lo que pasaba, en mi cabeza estaba la idea de “se le suelta la cadena”, me parecía menos grave pensar que fuera un calentón, a un violento.
Ese mundo oscuro no tenía que ver sólo con comprender la gravedad de lo que pasaba en mi casa, sino también con verme tan rota que no podía identificar que todo eso era efectivamente violencia. ¿Cómo se llega a dudarlo cuando tu pareja te amenaza con que si te querés separar, te va a matar a vos y al abogado que te consigas? Hubo diálogos que se me hicieron carne, y me paralizaban. En ese mundo yo merecía ese trato porque “lo volvía loco” pero al mismo tiempo también era la única que podía salvarlo de su infierno. El círculo de la violencia.
Pasaron dos semanas de la charla con la abogada, y había quedado un cabo suelto en esa decisión de no hacerme cargo: mi amiga.
Se había quedado preocupada y me lo hizo saber. Quiso hablar conmigo, yo sabía que si empezaba a hablar no había vuelta atrás. Exploté cinco años de violencia. Abrí una compuerta a mi mundo, y cargada de tristeza le dije: “amiga, esta es la vida que puedo tener. Tengo que ver cómo hago para disfrutar los momentos buenos y pasar los malos como pueda”.
Lloramos juntas. “Mañana vamos con Paula a tu casa y armamos una estrategia juntas”.
Al día siguiente, vinieron a mi casa y con cosas ricas para merendar de por medio, nos pusimos a hablar de boludeces, hasta que en un momento ya no se podía disimular más el elefante en la habitación. Me miraron y me dijeron: 'Te vinimos a buscar para llevarte a hacer la denuncia'
Ahí empezó otro encuentro, uno más sincero. Yo tenía miedo y mucha resistencia a hacer la denuncia. Y en ese diálogo pude ver que era el camino posible para salir de esa situación.
Y tenía que ser ahí. Él había viajado por el fin de semana. Era ese el momento para hacerlo. Yo sabía que tenía que atravesar esa situación, pero siempre encontraba excusas para decir que no era el momento.
Había dos opciones: esperar a reconstruirse para denunciar (spoiler alert: es imposible) o pedir ayuda. Yo no podía denunciar, pero podía pedir ayuda. Sabía que mis amigas no me iban a dejar tirada. Y sobre todo sabía que ellas iban a poder ayudarme de la manera que yo necesitaba.
Me arrancaron ese velo que tuve puesto durante cinco años. Esa era la única manera de sobrevivir. Me protegía de una realidad espantosa pero también era un grillete que me agarraba fuerte y me decía que yo no iba a poder salir de ahí, que era mejor seguir aguantando.
Llamamos a la abogada, que ahí estaba, como me había prometido, y llamamos también a la línea 144. Nos dijeron que teníamos que ir a la Oficina de Violencia Doméstica (OVD) de la Corte Suprema, pero nos advirtieron que podían tardar muchas horas en atender.
Preparamos un bolso con todas las cosas ricas que habían sobrado, un termo con té, agua, abrigo, vasitos de plástico y hasta unas tazas. Casi un picnic.
Llegamos a la OVD y nos atendió un gendarme que nos dio un número. Me acordé de las rifas que te dan en los sorteos. Mi número tenía que ser el ganador.
Nos sentamos en una sala de espera. Eran las nueve de la noche y había una o dos mujeres adelante. Paula me dijo: “nos sacamos esto de encima rápido y nos vamos a comer una pizza y a tomar una birra para celebrar el inicio de esta nueva vida”. No teníamos idea. Estábamos en Disney, o eso creíamos. Nadie que va a denunciar se saca de encima el proceso rápidamente.
Cuando me llamaron, me preguntaron por qué estaba ahí. Le hice un relato detallado de lo que venía atravesando y me dice “ahora tenés que esperar a que te atienda el equipo interdisciplinario conformado por un abogado, una psicóloga y una asistente social. Las entrevistas duran entre dos y tres horas, y tenés tres mujeres adelante. Te sugiero que vuelvas mañana”.
Yo pensaba que ya estaba haciendo la denuncia, pero solo se trataba de la admisión. Me enojé, me había costado mucho llegar hasta ahí. Nunca me explicaron que era un paso administrativo. Pero algo tenía claro. Si me iba sin hacer la denuncia, no volvía más.
Decidimos que íbamos a esperar hasta que me atendieran. Nos fuimos a comer una pizza para hacer tiempo. Era la víspera del 2 de abril. Una banda militar tocaba la marcha de Malvinas, a la salida de un teatro, la gente se agolpaba a saludar a los actores. Todo seguía sucediendo, pero para mí estaba todo detenido. No pude comer, ni tomar nada. Solo podía temblar.
A las dos de la mañana me hicieron pasar a una oficina para tener la entrevista. Me senté en una silla, y enfrente estaban la asistente social y la psicóloga. Me pidieron que contara dos episodios: el más grave y el último.
¿El episodio más grave? ¿Por dónde empiezo? No sé si arranqué por el principio, pero arranqué. Poner en palabras la violencia no es tarea sencilla. Cuando contás todo junto se condensa una realidad mucho más insoportable. En todo momento seguí pensando que podía irme corriendo. Lloré como nunca en mi vida. Tenía vergüenza.
Cuando bajé estaban mis amigas esperándome. Se nos acercó un abogado con la denuncia en la mano y me dijo: “como es Semana Santa, no hay juzgados de familia de guardia, así que el oficio recién va a salir el lunes. Lo que dictaminamos es que tengas una medida perimetral por 180 días, un botón antipánico y una consigna policial en la puerta de tu casa. Y además de oficio, nosotros como funcionarios públicos le iniciamos una denuncia penal”.
Volví a insistir con preguntarles si se trataba de un caso de violencia. Estaba tan rota que ni en ese momento podía terminar de comprender la gravedad de la situación.
A las cinco de la mañana nos subimos al auto y nos fuimos. “¿Cuándo fue la última vez que nos volvimos a las cinco de la mañana? Una joda loca la nuestra”. En ese mismo momento hicimos un grupo de WhatsApp: “Red del Amor”. Y sí que lo era. Construimos una red que me salvó la vida.
Y ahí llegó el día después de la denuncia, de tener un botón antipánico en la cartera. De empezar a transitar el camino de la justicia y todos sus vericuetos. De encontrar un sistema judicial que efectivamente me daba la razón. El proceso después de la denuncia es muy difícil. Te cambia la vida, aprendes de notificaciones judiciales, audiencias y tasas de justicia. Pero también hay que decir que nada de este proceso fue peor que ninguna situación de violencia que haya vivido. Nada.
No es fácil encarar una separación en la situación en la que me encontraba. Porque la violencia corroe, lima la autoestima y la seguridad. En el momento de mayor vulnerabilidad, es necesario tener una fortaleza inmensa. Porque la violencia es oscuridad, las mujeres que vivimos violencia de género en nuestras casas lo ocultamos, lo justificamos, lo lavamos para que no parezca tan grave. Y cuando abrimos la puerta es fundamental que del otro lado haya alguien que nos de la mano para sacarnos del pozo donde vivimos.
¿Cuántas mujeres abren esa puerta y no encuentran ayuda? ¿Cuántas no llegan a poder abrirla nunca? Si queremos construir una sociedad más justa tenemos que pensar en estas cosas también: cómo nos convertimos en red para una mujer que sufre violencia.
Esta historia no es solo mía, esta historia es de tres amigas que le pusieron el cuerpo a toda esta carrera. No, no fue una maratón. Fue una carrera. Tenías razón Luján.
Una carrera que hubo que transitar con paciencia y sin desesperarse (aunque a veces no fuera posible) porque el camino fue larguísimo. Y aunque fue extremadamente doloroso y frustrante, también fue sanador. Fue mi pascua, mi paso hacia la vida. Porque yo a partir de acá, volví a vivir.
El proceso de entender la gravedad de lo sucedido implicó también hacerme cargo de mi parte, de verme hasta los huesos para comprender cuál había sido mi rol en ese círculo y qué hacer para que nunca más me vuelva a pasar algo así. Ponerme a mi en un lugar activo para poder hacer algo al respecto. Yo no soy una víctima de violencia de género. Yo soy una militante política, soy arquitecta, soy amiga, hija, prima, madrina. Esto no es algo que me define, es algo que me pasó. Lo que me define es lo que hago con esto. Y algo de poder poner en palabras y compartir este pedazo de mi alma, tiene que ver con eso, con hacer algo con esto que me pasó. Porque cuando yo estaba metida en este barro, me ayudaba leer a mujeres que contaban su experiencia, esta cosa de 'bueno, si ella pudo, en algún momento yo podré'.
Y sí, se puede.