Por Norma Kisel (Psicoanalista)
¿Qué tienen en común el asesinato de Fernando Báez Sosa en Villa Gesell, el acto de arrojar un cordero desde un helicóptero en Punta del Este y el ataque con drones perpetrado por el ejército de los Estados Unidos contra un general iraní?
En los tres casos se evidencia el frágil tejido que recubre el entramado social, los vínculos con los otros, las regulaciones del intercambio humano, el funcionamiento de las instituciones etc, que solo contiene, débilmente, lo que llamamos cultura.
Hemos asistido con a estos hechos, y vislumbramos con horror la materia prima de la que estamos hechos cuando se suelta la cadena.
Existe una función denominada “Nombre del Padre” que es la que organiza el psiquismo, y funciona como soporte de la actividad simbólica en cada sujeto.
Coincidentemente con el auge y el desarrollo de las nuevas tecnologías y el fenómeno neoliberal en el que todos estamos inmersos, algunos observamos con creciente preocupación la declinación de esta función (no se trata de una persona, sino de una función), que abrocha, regula, sostiene al sujeto en su relación con los otros y fundamentalmente con la ley.
Al declinar este mecanismo vemos multiplicarse las manifestaciones patológicas. Violencias y sujetos en conflicto con el orden público. Estallan los lazos sociales y los límites de borran. Todo es posible. Trump puede asesinar a una docena de hombres por medio de un control remoto poniendo en peligro a la humanidad entera. Los asesinos de Fernando Báez Sosa se divierten –o reafirman su masculinidad y pertenencia de clase, como se dijo- fracturándole el cráneo a un pibe con el que tuvieron un altercado. Pacha Cantón tira su cordero desde el helicóptero –en momentos en el que un gobierno argentino, junto a una parte de la sociedad civil, lanza un Plan contra el Hambre- evocando una herida incurable en la memoria de nuestra sociedad.
Fenómenos ligados a nuestra época. Síntomas contemporáneos. Un mundo en el que el consumo voraz termina consumiendo al consumidor. En el que el contacto con el objeto tecnológico esta primero en la lista. Los dueños de internet regulan los vínculos sociales. La función paterna y la ley se debilitan, cae lo prohibido, lo limitante y lo privado.
Transitamos una época signada por el cinismo y el exhibicionismo, en la que cuesta horrores asumir responsabilidades y responder por los propios actos, y en la que la palabra pierde valor frente al torrente de imágenes que se desvanecen al pasar el dedo por las pantallas.
Frente a este panorama desolador, urge volver a ubicar la cadena y recuperar la cordura. Asumir ese desafío es impostergable.
¿Qué tienen en común el asesinato de Fernando Báez Sosa en Villa Gesell, el acto de arrojar un cordero desde un helicóptero en Punta del Este y el ataque con drones perpetrado por el ejército de los Estados Unidos contra un general iraní?
En los tres casos se evidencia el frágil tejido que recubre el entramado social, los vínculos con los otros, las regulaciones del intercambio humano, el funcionamiento de las instituciones etc, que solo contiene, débilmente, lo que llamamos cultura.
Hemos asistido con a estos hechos, y vislumbramos con horror la materia prima de la que estamos hechos cuando se suelta la cadena.
Existe una función denominada “Nombre del Padre” que es la que organiza el psiquismo, y funciona como soporte de la actividad simbólica en cada sujeto.
Coincidentemente con el auge y el desarrollo de las nuevas tecnologías y el fenómeno neoliberal en el que todos estamos inmersos, algunos observamos con creciente preocupación la declinación de esta función (no se trata de una persona, sino de una función), que abrocha, regula, sostiene al sujeto en su relación con los otros y fundamentalmente con la ley.
Al declinar este mecanismo vemos multiplicarse las manifestaciones patológicas. Violencias y sujetos en conflicto con el orden público. Estallan los lazos sociales y los límites de borran. Todo es posible. Trump puede asesinar a una docena de hombres por medio de un control remoto poniendo en peligro a la humanidad entera. Los asesinos de Fernando Báez Sosa se divierten –o reafirman su masculinidad y pertenencia de clase, como se dijo- fracturándole el cráneo a un pibe con el que tuvieron un altercado. Pacha Cantón tira su cordero desde el helicóptero –en momentos en el que un gobierno argentino, junto a una parte de la sociedad civil, lanza un Plan contra el Hambre- evocando una herida incurable en la memoria de nuestra sociedad.
Fenómenos ligados a nuestra época. Síntomas contemporáneos. Un mundo en el que el consumo voraz termina consumiendo al consumidor. En el que el contacto con el objeto tecnológico esta primero en la lista. Los dueños de internet regulan los vínculos sociales. La función paterna y la ley se debilitan, cae lo prohibido, lo limitante y lo privado.
Transitamos una época signada por el cinismo y el exhibicionismo, en la que cuesta horrores asumir responsabilidades y responder por los propios actos, y en la que la palabra pierde valor frente al torrente de imágenes que se desvanecen al pasar el dedo por las pantallas.
Frente a este panorama desolador, urge volver a ubicar la cadena y recuperar la cordura. Asumir ese desafío es impostergable.