La fecha de su nacimiento era imprecisa. Pero fue en 1926 y la dio a conocer su hijo de igual nombre y apellido. “Mi viejo festejaba su cumpleaños el 4 de abril, él nació ese día, era ariano… Como vivía en la montaña, los padres lo fueron a anotar un mes después de haber nacido, de allí las confusiones”.
Era descendiente de españoles granadinos. Pero nació en nuestra provincia de Mendoza. Su padre –Pérez Sáez- se casó con Elisa Alonso otra española y se afincaron en la provincia cuyana. Y se desempeñaron en tareas rurales, recolección de uvas fundamentalmente.
Pascualito –como le decían- ya de muy joven se caracterizó por ser menudo de cuerpo, pero muy fuerte de brazos y ayudaba en dichas tareas.
Todavía no había cruzado guantes con ningún rival, pero ya tenía la nariz aplastada y fracturada al chocar la misma contra el codo de un oponente en un partido de fútbol barrial. Como solía decir en broma: “Debo ser el único boxeador del mundo que llegó a ese deporte con la nariz ya rota”.
Comenzó su actividad boxística en el club mendocino “Justo Suárez” llamado así en homenaje a otro compatriota reconocido por su valentía adentro de un cuadrilátero al que llamaban y pasó a la historia como el “torito salvaje de las pampas”.
A Pérez, su adiestrador le vio condiciones y lo hizo debutar en 1944. El rival le duró tres vueltas. Le ganó por “knock out”. Las cinco peleas siguientes tuvieron el mismo final, el circunstancial oponente deportivo durmiendo sobre la lona.
Sin embargo, su padre fue categórico.
“¡No Pascualito! ¡No…! Se acabó el boxeo. Mientras tú te la pasas gastando inútilmente fuerzas, aquí tengo que pagarle dos pesos diarios a quien te reemplace en la tarea. Y no es negocio. Desde mañana, cuelgas los guantes en la cocina y nos ayudas en la vendimia, que es la tarea más noble y útil a la familia, más que la de andar repartiendo ‘castañazos’”. Sus nueve hermanos estaban de acuerdo con la decisión de su padre.
Volvió a la viña. Todo 1945 la pasó pues, en tareas rurales. Pero su destino estaba escrito y era más fuerte que la coyuntura presente y desfavorable a sus deseos.
Una delegación deportiva se hizo presente en Mendoza y visitó a su padre. Esgrimió variadas razones para que el hijo volviera a boxear. Desde el patriotismo y la cultura física hasta el talento y la fuerza de sus puños. Es que a corto plazo había un sudamericano deportivo en el horizonte. El padre finalmente accedió.
El gobierno de Perón apoyó la carrera de Pascual.
Pascualito ganó la preselección mendocina, vino a Buenos Aires y se hizo acreedor a la representación de nuestro país en el evento próximo. Fue a Río de Janeiro y conquistó el título de campeón sudamericano en 1947. Debido a ese título ganado representó nuevamente a la Argentina en las Olimpíadas de Londres, un año más tarde, y se trajo el campeonato mundial de aficionados.
En 1953 se convirtió en boxeador profesional. Se dio la paradoja de que como ganaba todas las peleas que disputaba resultaba difícil encontrar un oponente que estuviese a su altura. Así que pasaba largas temporadas de actividad preparatoria e inactividad productiva. Escaseaba el dinero.
El gobierno del General Perón lo bancó en todo lo que estuvo a su alcance para que no abandonara la actividad. Le facilitaron una casa para él y su familia, y la Fundación Eva Perón estuvo a su lado para lo que necesitara; amueblarle esa casa, por ejemplo.
Perón contó el por qué de aquella decisión: “Cuando un pueblo pasa bruscamente de una situación deficiente a una elevada posición material, entonces corre el riesgo de caer en el vicio y la degradación, que son pedestales de su decadencia. Frente a estas posibilidades que podrían hacer peligrar el porvenir feliz de nuestro Pueblo y la grandeza futura de la Nación, solo podíamos pensar en una solución: vigorizar el alma y el cuerpo de nuestras juventudes. De allí nuestra permanente y profunda insistencia en la exaltación de los valores morales; de allí también nuestra posición eminentemente espiritual frente a todos los problemas humanos y de allí también nuestra lucha por dar al pueblo todas las posibilidades de fortalecer sus músculos pensando, de acuerdo con el antiguo adagio, que un cuerpo sano ayuda a la salud del alma” (1° de mayo de 1951).
Pascual Pérez, fue un gigante en el deporte de los puños. Medía un metro y medio apenas, consideraba que su peso ideal para combatir eran 47 kilos y se llegó a enfrentar con rivales de hasta 55 kilos.
Al final le llegó la oportunidad de pelear por el título mundial de la categoría mosca. Fue el 26 de noviembre de 1954.
“La mañana del día glorioso para los anales del boxeo argentino, encontró despiertos a todos, inclusive a aquellos que nunca asistieron a presenciar un combate. Los receptores de radio funcionaban desde muy temprano y daban cuenta de los pormenores de la pelea. Peleaba Pascualito con el campeón Yoshio Shirai en Tokio. La conquista fue posible merced a la mejor labor del argentino. Todos sabemos de los mejores recursos que exhibió nuestro crédito y del terrible ‘uppercut’ de izquierda que le propinó en el duodécimo ‘round’, así como del castigo del que le hizo objeto en los cuatro últimos asaltos, en los cuales lo persiguió por el cuadrado, y que definieron la lucha a su favor” (Revista Continente N° 93. Diciembre de 1954).
Pascual se coronó campeón el 26 de noviembre de 1954.
Aún arriba del ring, agotado pero muy feliz, cuando lo reportearon, exclamó: “¡Cumplí mi General!”. A la vuelta, la llegada a Buenos Aires fue apoteótica.
A lo largo de su trayectoria entabló 54 peleas como profesional, venció en casi todas con excepción de un empate y una derrota.
Derrocado por la fuerza de las armas el gobierno de Perón, en septiembre de 1955, nuestro boxeador cayó en desgracia como centenares de deportistas populares.
El título del mundo lo defendió ocho veces. En 1957, debido a las persecuciones de que fue objeto, se fue a vivir a República Dominicana. Está comprobado que muchas de las bolsas de dinero que ganó en sus presentaciones boxísticas (de 30 a 50 mil dólares por combate) se las envió a Perón para que pudiera sobrevivir en su exilio, ya que el Líder, tenía congelados todos sus bienes por el odio revanchista “gorila”.
Fue leal hasta la muerte con quien le dio la posibilidad de cambiar su vida para bien y cumplir con sus sueños.
Falleció el 22 de enero de 1977, en plena dictadura cívico militar, la más sangrienta que asoló nuestra patria. Me hubiera gustado presenciar un imposible: una piña de Pascualito en la jeta de Videla.