Foto portada: Centro Cultural Haroldo Conti.

Un 5 de mayo de 1976 Haroldo Conti fue secuestrado por una patota de la dictadura. Entraron a su casa y se lo llevaron. En su escritorio, junto a la máquina de escribir, había una nota que decía: “Éste es mi lugar de combate y de aquí no me moverán”.

Conti estuvo detenido desaparecido en El Vesubio, uno de los centros clandestinos más sanguinarios de la última dictadura cívico militar argentina. Está probado judicialmente. Conti sigue desaparecido.

El tío de la actual vicepresidenta, Ernesto Villarruel, fue acusado por delitos de lesa humanidad cometidos en el Vesubio, en el mismo campo de concentración donde torturaron a Conti, al cineasta Raymundo Gleyzer y al escritor Héctor Germán Oesterheld, entre centenares de personas.

En el Vesubio, Villarruel tenía su oficina personal.

En diciembre de 2014 el Tribunal Oral Federal Nº4 condenó a prisión perpetua a varios de los miembros de esa patota de la dictadura en el marco de la Causa El Vesubio, tribunal que investigó la privación ilegítima de la libertad, tormentos, delitos sexuales y homicidio contra casi 400 personas.

Villarruel fue acusado y detenido en 2015. Fue procesado ese mismo año. Sin embargo a fines de 2016, el juez Rafecas consideró que era incapaz de afrontar un juicio por su estado de salud. El represor murió en octubre de 2024 a sus 80 años.

Haroldo Conti es el nombre del Centro Cultural que el gobierno de Milei y Villarruel quieren cerrar.

Haroldo Conti, trabajador, escritor detenido desaparecido. 2025 es el centenario de su nacimiento. Las y los trabajadores del Centro Cultural decidieron honrarlo como lo vienen haciendo desde la fundación del espacio en 2008.

Miles de personas participaron del festival organizado por los trabajadores del Conti. Foto: @kaloian.santos

 «El Secretario de Derechos Humanos hace saber a todo el personal del Centro Cultural Haroldo Conti que se procede al cierre del mismo a partir del día 2 de enero de 2025». Así decía el mensaje de WhatsApp que recibieron los trabajadores el 31 de diciembre de 2024.

Al sábado siguiente, miles y miles de personas se acercaron a la ex ESMA para repudiar los despidos, el cierre temporal del espacio y el vaciamiento del área, tanto en la Secretaría de Derechos Humanos como en el Ministerio de Justicia de la Nación. 'Una memoria que arde. El Conti en guardia' fue el lema del festival. “Defendamos la memoria”, decía uno de los carteles. “Quien hoy cierra sitios de memoria prepara el terreno para sitios de exterminio”, decía otro.

Lo que te da terror te define mejor. El Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti depende de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación y está ubicado en la ex Escuela de Mecánica de la Armada, el predio utilizado como uno de los principales centros clandestinos de detención por la última dictadura cívico-militar.

En estos 16 años de trabajo, el Conti se transformó en uno de los espacios más convocantes y potentes de Buenos Aires. También lo es para trabajadores de la cultura que viven en otras provincias y han sido convocados en más de una oportunidad para participar de las múltiples actividades. Es un espacio federal, plural y diverso.

El lugar, que era de los militares, pasó a ser un lugar de encuentro, un espacio ineludible para la conversación, la producción y la investigación en torno al arte, la historia, la música, el cine y la literatura.

Todo ahí en la ex ESMA, donde se exterminó, se torturó y se desapareció gente. Ese lugar de muerte pasó a ser un lugar de vida.

Los trabajadores metamorfosearon ese espacio, convirtieron a la ex ESMA en una referencia global en la construcción de memoria. Ahí donde se cometieron crímenes, se trabaja por la cultura, por la historia y por la memoria del país.

En este sentido, el cierre del Centro Cultural Haroldo Conti es un nuevo ataque a las políticas de derechos humanos. El gobierno nacional avanza en el desmantelamiento de las dependencias públicas que funcionan en la ex ESMA. Allí se encuentran los documentos y los archivos de nuestra memoria. El vaciamiento de estos sitios a lo largo de todo el país se suma a otras decisiones que buscan desarmar las políticas de memoria, verdad y justicia. Por eso atacan a las Madres y Abuelas. Por eso van a visitar a Astiz.

Conti x Conti

Haroldo Conti nació en Chacabuco, provincia de Buenos Aires, el 25 de mayo de 1925. Tenía 51 años cuando lo secuestró y lo desapareció una patota del Batallón 601 de Inteligencia del Ejército el 5 de mayo de 1976. Conti era uno de los referentes culturales del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) junto a otros escritores como Humberto Cacho Costantini y Roberto Santoro. La trayectoria formativa de Conti incluyó siete años como seminarista. En el colegio de curas empezó a escribir. Después estudió y se graduó en filosofía.

Haroldo Conti.

Además de escritor, Conti fue maestro, profesor de latín, camionero, pescador, empleado de banco, piloto civil, constructor de veleros, guionista, trabajador de prensa y más. Él decía que el oficio de los oficios es el de vivir porque la vida siempre le gana a la literatura.

Tenía tantos temas para hablar que casi nunca se refería a lo que escribía. Eso contó una vez Mario Benedetti. Conti fue amigo de un hermano del poeta. “Un día hablando en Montevideo, le mencioné a mi hermano algo sobre Haroldo. Y entonces se dio cuenta de que yo hablaba de él como escritor. Estaba asombrado. Hacía años que lo conocía y no sabía que era escritor porque hablaban de otras cosas que le interesaban a los dos. Nunca posó de personaje, Haroldo. Era un ser absolutamente normal, un conversador formidable con gran sentido del humor. Era una fiesta ser amigo de Haroldo”, contó Benedetti en Radio Belgrano en 1984.

En 1975, un año antes de su desaparición, Heber Cardoso y Guillermo Boido entrevistaron a Conti. La nota salió publicada en La Opinión con el título “Un simple trabajador”. Estaba presentando uno de sus libros. Sus novelas y cuentos fueron premiados en concursos prestigiosos como el Casa de las Américas o el Seix Barral. Cuando lo secuestraron, Conti ya era un escritor reconocido dentro del mapa de la literatura latinoamericana.

En esa entrevista, Conti dijo que toda su obra es una obsesiva lucha contra el tiempo, contra el olvido de los seres y las cosas. Nunca pretendió escribir la Historia en mayúscula sino las historias de las gentes, como decía él, las vidas de las personas comunes de a pie, los trabajadores, los marginados, los que no llegaron a ser los dueños de la tierra.

Vivió en el Delta, ese fue su refugio. Lo escribió. Su paisaje era el río porque “el río es memoria” y porque “nunca es el mismo, transcurre, cambia, se parece al hombre”.

Ante todo, trabajador, así se presentaba. “¿Qué diferencia hay entre lo que hacía mi abuelo, que era carpintero, o mi padre, un tendero y vendedor ambulante, y lo que yo hago? Mi abuelo manejaba el serrucho y la garlopa; yo manejo mi máquina de escribir, mis ideas y un lenguaje. Ni siquiera estoy exceptuado del esfuerzo físico. No quiero que mi oficio me destaque o jerarquice. El único privilegio al que puedo aspirar es que algún día mis compañeros albañiles o mecánicos me reconozcan como uno de los suyos. Y así como alguien podrá decir ‘mi orgullo es ser albañil’, yo diré ‘mi orgullo es ser escritor’, el de construir historias tal como el albañil construye casas”.

No urdir una literatura comprometida, sino asumir un compromiso con la vida, decía Conti. Lo desaparecieron, sí. Pero su obra está viva. Su legado también.