Por David Pizarro
El saliente gobernante de los Estados Unidos, Barack Obama va a quedar en la historia como el presidente que ingresó a la Casa Blanca cargando en sus hombros esperanzas y expectativas de cambio como ningún otro antes que él. Sin embargo, después de ocho años y dos períodos se va del cargo dejando una aplastante sensación de decepción y amargura.
Reiteradas veces Obama mostró, en sus discursos, una visión de EEUU en el mundo apoyando al multilateralismo, a la diplomacia por sobre la guerra y presentando una política exterior basada en un sentido de la justicia. Afirmó además que iba a cerrar el controversial centro de detenciones en la bahía de Guantánamo. Hoy, al final de su mandato, es imposible no llegar a la conclusión de que todos esos discursos amables fueron mentira.
En lo concerniente a Europa del Este, los EEUU de Obama apoyaron un golpe de estado con claras tendencias fascistas en Ucrania en el 2014, que derrocó al gobierno que había sido democráticamente electo 4 años antes. El resultado fue una guerra civil que terminó en la secesión de Crimea y su posterior anexión a Rusia. El intento de mostrar a Rusia como la causa para la inestabilidad en la región terminó por exponer falsedades en su discurso y además su total desinterés y desprecio por la seguridad de Rusia y sus derechos. Con la arrogancia de un monarca absolutista del siglo XVI el presidente de los EEUU intentó subyugar al país mas grande y populoso de Europa en los asuntos relacionados con Ucrania y en su rol de combate frente al terrorismo en Siria. Esto solo logró tensar y reducir las relaciones entre EEUU y Rusia al punto de poner a ambos Estados en una crisis de la que aún no han salido.
En cuanto a Latinoamérica, más allá de mostrar saldo positivo en su acercamiento a Cuba, Obama ha desencantado las esperanzas de cierto progresismo latinoamericano (en general la mayoría sabemos que gobierne quien gobierne, el Imperio siempre privilegia sus propios intereses) al mostrar la misma política que sus predecesores. Esto lo hemos visto en varios casos puntuales. En junio de 2009 había tenido lugar la destitución de Manuel Zelaya como presidente de Honduras, empujado por la asamblea legislativa y el ejército. Contra el consenso en la OEA, Washington reconoció el resultado de las subsiguientes elecciones presidenciales. Lo mismo sucedió en Paraguay cuando Lugo sufrió un golpe blando, o impeachment, como los supuestos constitucionalistas gustan llamarlo. Tampoco había habido tributo al multilateralismo cuando EEUU y Colombia anunciaron en agosto de 2009 un acuerdo por el que el Pentágono tendría acceso a bases militares colombianas. Eso enojó sobre todo a los gobiernos de Venezuela y Brasil.
Muestra de la desconexión entre EEUU y América Latina fue la constitución en diciembre de 2011 de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC): una organización con los mismos miembros que la OEA, con la exclusión de EEUU y Canadá. También en 2011 entró en vigor la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), en la que especialmente Venezuela y Argentina contribuyeron a dotar de un tono antiimperialista.
Esto no salió gratis para los estados suramericanos ya que la administración Obama fue de las primeras en reconocer al nuevo gobierno que asumió en Brasil tras el golpe de estado blando que se le hizo a Dilma Rouseff, que a pesar de haber sido votada por 54 millones de brasileños, fue destituida por un parlamento de corte derechista y plagado de denuncias de corrupción. Otro claro signo fue visitar la Argentina a poco de haber asumido un gobierno de derecha y más propenso a situarse bajo el ala norteamericana volviendo plácidamente a los años dónde la Doctrina Monroe era ley sagrada para estos lares. La Doctrina Monroe, que en principio fue pronunciada para evitar intervenciones europeas en América, ya después de mediados del siglo XIX, con un EEUU lanzado a una política claramente imperialista se le agregó el corolario Roosevelt para la interpretación del doctrina Monroe. Es decir, la política del Gran Garrote o Big Stick. La expresión es del presidente de Estados Unidos, tomada de un proverbio africano: habla suavemente y lleva un gran garrote, así llegaras lejos (speak softly and carry a big stick, you will go far).
En el corolario se afirma que si un país latinoamericano y del Caribe situado bajo la influencia de EEUU amenazaba o ponía en peligro los derechos o propiedades de ciudadanos o empresas estadounidenses, el Gobierno de EEUU estaba obligado a intervenir en los asuntos internos del país desquiciado para reordenarlo, restableciendo los derechos y el patrimonio de su ciudadanía y sus empresas. Bajo la política del Gran Garrote se legitimó el uso de la fuerza como medio para defender los intereses, en el sentido más amplio, de los EEUU, lo que ha resultado en numerosas intervenciones políticas y militares en todo el continente.
Hoy, con los EEUU buscando situar bases militares en Perú, agregadas a las que mencionamos en Colombia, volvemos a una etapa que si no fuera por los gobiernos nacionalistas de Venezuela, Nicaragua, Ecuador y Bolivia, ya habrían sumido a Latinoamérica nuevamente en el patio trasero norteamericano.
En lo que respecta a Medio Oriente, aunque a Obama no se lo puede acusar de crear la desastrosa actualidad que afecta a Iraq (esto se lo debe el mundo a su predecesor, George W. Bush) su administración lejos estuvo de mejorar en algo la situación sino que por el contrario, la misma empeoró drásticamente.
En el año 2007 la administración Bush había destacado miles de soldados norteamericanos con el fin de aplastar la resistencia de Al Qaeda en su principal bastión situado en la provincia de Anbar, con mayoría de población sunnita.
El objetivo estuvo muy cerca de cumplirse y los sunnitas no vieron con malos ojos la presencia extranjera que los libraba de la violencia de los terroristas, Sin embargo, Obama a su llegada los dejo de lado para apoyar firmemente al presidente iraqui Maliki, que claramente se apoyaba en la mayoría chiíta reprimiendo ferozmente a la minoría nacional sunnita. Esto reavivó a los grupos terroristas que en 2013 cambiaron su nombre al de Estado Islámico Iraqui (ISI en inglés), y que, ya para 2014, habían tomado el control de Fallujah, a sólo 57 kilómetros de Bagdad, tomando su bandera negra atención internacional por primera vez.
En junio de 2014, el ISI lanzó una ofensiva a gran escala tomando Tikrit y Mosul, para luego cruzar la frontera y adentrarse en Siria. Ya en Siria el ISI toma la denominación DAESH (o ISIS, Islamic State in Syria), al tiempo que establece un gobierno de terror, crueldad semejantes al reinado de horror del Khmer Rojo que asoló Camboya durante la década del 70. Este desastre en Medio Oriente llegó con los últimos estertores de las llamadas “primaveras árabes” que lo único que lograron fue desestabilizar a los países que la sufrieron, casos de Egipto y Túnez, pero que fueron apoyadas por los EEUU bajo la fachada de apoyar la democracia pero en realidad con el único objetivo de salvaguardar los intereses geopolíticos, estratégicos y económicos tanto del mismo EEUU como de Occidente. No se puede dejar de mencionar la completa destrucción de Libia, un estado próspero y hasta el momento libre de terrorismo, orquestada por Washington y sus aliados de la OTAN en 2011, este hecho, sumado al apoyo norteamericano a grupos terroristas sectarios en Siria (con la finalidad de derrocar al presidente democráticamente elegido Bashar Al Asad) estuvo a punto de llevar la región al mismísimo infierno. Al momento que Rusia, respondiendo al pedido de ayuda del gobierno nacional sirio, cuyas fuerzas estaban perdiendo terreno frente a los grupos mercenarios financiados por occidente, entró en la contienda, Obama no solo se negó a actuar en conjunto con los rusos contra el terrorismo sino que intentó boicotear por todos los medios posibles los esfuerzos de la nación presidida por Putin.
Como resultado, Medio Oriente y el mundo entero siguen sufriendo este conflicto en Siria y tenemos que ver impotentes por televisión el sufrimiento del pueblo sirio, kurdo e iraquí. Esto junto a la desaparición de un Estado en Libia, ha producido una crisis de refugiados enorme, que ha llevado a miles de seres humanos a ahogarse en el Mediterráneo al tratar de escapar del infierno en que se ha convertido la región.
Por todo esto, y aún podríamos agregar los bombardeos indiscriminados mediante drones que han matado a cientos de civiles inocentes, no podemos tomar con simpatía ni una sola lágrima, ni una sola palabra, de los discursos de despedida que Obama estuvo lanzando estos días con motivo de su alejamiento de la Casa Blanca. La cronología de su administración solo le deja al mundo la certeza de que ya no vivimos en un mundo unipolar, sino multipolar y en estado de crisis. Obama se fue y hoy el planeta es un lugar menos habitable (en especial Medio Oriente), con un futuro incierto y el mismo abandonó la presidencia rodeado de una nube negra de deshonor, mentiras y promesas incumplidas.
El saliente gobernante de los Estados Unidos, Barack Obama va a quedar en la historia como el presidente que ingresó a la Casa Blanca cargando en sus hombros esperanzas y expectativas de cambio como ningún otro antes que él. Sin embargo, después de ocho años y dos períodos se va del cargo dejando una aplastante sensación de decepción y amargura.
Reiteradas veces Obama mostró, en sus discursos, una visión de EEUU en el mundo apoyando al multilateralismo, a la diplomacia por sobre la guerra y presentando una política exterior basada en un sentido de la justicia. Afirmó además que iba a cerrar el controversial centro de detenciones en la bahía de Guantánamo. Hoy, al final de su mandato, es imposible no llegar a la conclusión de que todos esos discursos amables fueron mentira.
En lo concerniente a Europa del Este, los EEUU de Obama apoyaron un golpe de estado con claras tendencias fascistas en Ucrania en el 2014, que derrocó al gobierno que había sido democráticamente electo 4 años antes. El resultado fue una guerra civil que terminó en la secesión de Crimea y su posterior anexión a Rusia. El intento de mostrar a Rusia como la causa para la inestabilidad en la región terminó por exponer falsedades en su discurso y además su total desinterés y desprecio por la seguridad de Rusia y sus derechos. Con la arrogancia de un monarca absolutista del siglo XVI el presidente de los EEUU intentó subyugar al país mas grande y populoso de Europa en los asuntos relacionados con Ucrania y en su rol de combate frente al terrorismo en Siria. Esto solo logró tensar y reducir las relaciones entre EEUU y Rusia al punto de poner a ambos Estados en una crisis de la que aún no han salido.
En cuanto a Latinoamérica, más allá de mostrar saldo positivo en su acercamiento a Cuba, Obama ha desencantado las esperanzas de cierto progresismo latinoamericano (en general la mayoría sabemos que gobierne quien gobierne, el Imperio siempre privilegia sus propios intereses) al mostrar la misma política que sus predecesores. Esto lo hemos visto en varios casos puntuales. En junio de 2009 había tenido lugar la destitución de Manuel Zelaya como presidente de Honduras, empujado por la asamblea legislativa y el ejército. Contra el consenso en la OEA, Washington reconoció el resultado de las subsiguientes elecciones presidenciales. Lo mismo sucedió en Paraguay cuando Lugo sufrió un golpe blando, o impeachment, como los supuestos constitucionalistas gustan llamarlo. Tampoco había habido tributo al multilateralismo cuando EEUU y Colombia anunciaron en agosto de 2009 un acuerdo por el que el Pentágono tendría acceso a bases militares colombianas. Eso enojó sobre todo a los gobiernos de Venezuela y Brasil.
Muestra de la desconexión entre EEUU y América Latina fue la constitución en diciembre de 2011 de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC): una organización con los mismos miembros que la OEA, con la exclusión de EEUU y Canadá. También en 2011 entró en vigor la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), en la que especialmente Venezuela y Argentina contribuyeron a dotar de un tono antiimperialista.
Esto no salió gratis para los estados suramericanos ya que la administración Obama fue de las primeras en reconocer al nuevo gobierno que asumió en Brasil tras el golpe de estado blando que se le hizo a Dilma Rouseff, que a pesar de haber sido votada por 54 millones de brasileños, fue destituida por un parlamento de corte derechista y plagado de denuncias de corrupción. Otro claro signo fue visitar la Argentina a poco de haber asumido un gobierno de derecha y más propenso a situarse bajo el ala norteamericana volviendo plácidamente a los años dónde la Doctrina Monroe era ley sagrada para estos lares. La Doctrina Monroe, que en principio fue pronunciada para evitar intervenciones europeas en América, ya después de mediados del siglo XIX, con un EEUU lanzado a una política claramente imperialista se le agregó el corolario Roosevelt para la interpretación del doctrina Monroe. Es decir, la política del Gran Garrote o Big Stick. La expresión es del presidente de Estados Unidos, tomada de un proverbio africano: habla suavemente y lleva un gran garrote, así llegaras lejos (speak softly and carry a big stick, you will go far).
En el corolario se afirma que si un país latinoamericano y del Caribe situado bajo la influencia de EEUU amenazaba o ponía en peligro los derechos o propiedades de ciudadanos o empresas estadounidenses, el Gobierno de EEUU estaba obligado a intervenir en los asuntos internos del país desquiciado para reordenarlo, restableciendo los derechos y el patrimonio de su ciudadanía y sus empresas. Bajo la política del Gran Garrote se legitimó el uso de la fuerza como medio para defender los intereses, en el sentido más amplio, de los EEUU, lo que ha resultado en numerosas intervenciones políticas y militares en todo el continente.
Hoy, con los EEUU buscando situar bases militares en Perú, agregadas a las que mencionamos en Colombia, volvemos a una etapa que si no fuera por los gobiernos nacionalistas de Venezuela, Nicaragua, Ecuador y Bolivia, ya habrían sumido a Latinoamérica nuevamente en el patio trasero norteamericano.
En lo que respecta a Medio Oriente, aunque a Obama no se lo puede acusar de crear la desastrosa actualidad que afecta a Iraq (esto se lo debe el mundo a su predecesor, George W. Bush) su administración lejos estuvo de mejorar en algo la situación sino que por el contrario, la misma empeoró drásticamente.
En el año 2007 la administración Bush había destacado miles de soldados norteamericanos con el fin de aplastar la resistencia de Al Qaeda en su principal bastión situado en la provincia de Anbar, con mayoría de población sunnita.
El objetivo estuvo muy cerca de cumplirse y los sunnitas no vieron con malos ojos la presencia extranjera que los libraba de la violencia de los terroristas, Sin embargo, Obama a su llegada los dejo de lado para apoyar firmemente al presidente iraqui Maliki, que claramente se apoyaba en la mayoría chiíta reprimiendo ferozmente a la minoría nacional sunnita. Esto reavivó a los grupos terroristas que en 2013 cambiaron su nombre al de Estado Islámico Iraqui (ISI en inglés), y que, ya para 2014, habían tomado el control de Fallujah, a sólo 57 kilómetros de Bagdad, tomando su bandera negra atención internacional por primera vez.
En junio de 2014, el ISI lanzó una ofensiva a gran escala tomando Tikrit y Mosul, para luego cruzar la frontera y adentrarse en Siria. Ya en Siria el ISI toma la denominación DAESH (o ISIS, Islamic State in Syria), al tiempo que establece un gobierno de terror, crueldad semejantes al reinado de horror del Khmer Rojo que asoló Camboya durante la década del 70. Este desastre en Medio Oriente llegó con los últimos estertores de las llamadas “primaveras árabes” que lo único que lograron fue desestabilizar a los países que la sufrieron, casos de Egipto y Túnez, pero que fueron apoyadas por los EEUU bajo la fachada de apoyar la democracia pero en realidad con el único objetivo de salvaguardar los intereses geopolíticos, estratégicos y económicos tanto del mismo EEUU como de Occidente. No se puede dejar de mencionar la completa destrucción de Libia, un estado próspero y hasta el momento libre de terrorismo, orquestada por Washington y sus aliados de la OTAN en 2011, este hecho, sumado al apoyo norteamericano a grupos terroristas sectarios en Siria (con la finalidad de derrocar al presidente democráticamente elegido Bashar Al Asad) estuvo a punto de llevar la región al mismísimo infierno. Al momento que Rusia, respondiendo al pedido de ayuda del gobierno nacional sirio, cuyas fuerzas estaban perdiendo terreno frente a los grupos mercenarios financiados por occidente, entró en la contienda, Obama no solo se negó a actuar en conjunto con los rusos contra el terrorismo sino que intentó boicotear por todos los medios posibles los esfuerzos de la nación presidida por Putin.
Como resultado, Medio Oriente y el mundo entero siguen sufriendo este conflicto en Siria y tenemos que ver impotentes por televisión el sufrimiento del pueblo sirio, kurdo e iraquí. Esto junto a la desaparición de un Estado en Libia, ha producido una crisis de refugiados enorme, que ha llevado a miles de seres humanos a ahogarse en el Mediterráneo al tratar de escapar del infierno en que se ha convertido la región.
Por todo esto, y aún podríamos agregar los bombardeos indiscriminados mediante drones que han matado a cientos de civiles inocentes, no podemos tomar con simpatía ni una sola lágrima, ni una sola palabra, de los discursos de despedida que Obama estuvo lanzando estos días con motivo de su alejamiento de la Casa Blanca. La cronología de su administración solo le deja al mundo la certeza de que ya no vivimos en un mundo unipolar, sino multipolar y en estado de crisis. Obama se fue y hoy el planeta es un lugar menos habitable (en especial Medio Oriente), con un futuro incierto y el mismo abandonó la presidencia rodeado de una nube negra de deshonor, mentiras y promesas incumplidas.