Por Norma Kisel (psicoanalista). Crédito foto: Pixabay.
Estamos en una travesía que pronto cumple once meses y seguimos viajando. Para llegar, para volver, para retomar, para recuperar, ¿quién sabe? Si hay algo que podemos afirmar con certeza es que no solo se nos desajustó la vida, tal como la conocíamos, sino también el alma.
¿Cómo vivir entonces con ese desajuste que se nos impone como telón de fondo?
Lo cierto es que se corrió el velo sobre las enormes desigualdades sociales. Queda a la vista que el neoliberalismo, con sus políticas depredadoras sobre la naturaleza, está en el trasfondo de esta pandemia.
“La realidad” es una ficción que se derrumba frente a una catástrofe a escala mundial y asoma entonces lo que está velado: la muerte. Es sobre lo que nadie quiere saber. Oliverio Tascani fotografió a pacientes terminales de Sida para una campaña de Benetton y dejó imágenes que indignaron al mundo en los 90´. Nadie quiere ver la muerte, ni pensarla, ni para sí ni para sus seres queridos. Pues bien, ahora está entre nosotros y su cercanía nos desacomoda el alma.
Los efectos de la pandemia fueron cambiando, la evolución de cada persona es singular y tiene que ver con su historia, su situación personal, económica, social, a su grupo de edad, condición social; vale decir que la respuesta subjetiva no es la misma. Lo común a todos es un proceso de alteración radical de la vida tal como la conocíamos.
Los sentimientos que se observan son cólera, búsqueda de un culpable, tristeza, alteración en el sueño. Apatía, temor a la pérdida de un ser querido, incertidumbre, ansiedad.
El denominador común en todos los segmentos es un sentimiento de duelo, telón de fondo que reactiva otros duelos antiguos o recientes. Amplios sectores de la sociedad manifiestan su malestar saliendo a las calles a protestar por lo que denominan restricciones a sus libertades, esgrimiendo argumentos irracionales y bizarros. El fin de semana pasado jóvenes parisinos organizaron una marcha de protesta contra el gobierno pidiendo por el derecho a divertirse. Fueron reprimidos por la policía y la protesta se convirtió en fiesta callejera. El planeta entero se encuentra patas para arriba y gobierna el reino del revés.
Los niños, los padres
Ellos aún no cuentan con suficientes recursos simbólicos para poder expresarse, y muestran su malestar con una variedad de manifestaciones que son una señal de alarma para su entorno. Pueden estar tristes, alterados, más apegados que de costumbre, demandantes, apáticos, temerosos, agresivos, inapetentes, con muy baja tolerancia a la frustración. Todos signos del malestar que no hay que calificar como patológicos, sino como un efecto del desajuste.
El impacto de la pandemia se hizo notar puertas adentro de la familia, y los padres comentan cambios preocupantes y significativos en la conducta de sus hijos, buscan ayuda y asesoramiento en la consulta profesional.
El juego es una manera de elaborar y poner en acto lo que les sucede y no pueden poner en palabras. Lo que actúan desnuda un funcionamiento que visibiliza lo que acontece en su entorno. Observarlos jugar, qué dicen en sus juegos, qué arman, qué escenario montan, quiénes son los personajes, qué características adopta el juego, etc. Esta observación permite acceder a su intimidad y dar una pista.
Padres que a su vez se sienten desbordados por la infinita demanda a la que están sometidos, por sobrecarga laboral, o en su defecto por la falta de trabajo y recursos económicos. También la pareja padece, tengan o no hijos, por conflictos preexistentes que se agudizaron o por nuevos que se presentan.
Se trastornó el tiempo, los horarios, la rutina, la privacidad, la sociabilidad. Aparecen signos de depresión, insomnio, ansiedad, alteraciones en la sexualidad, falta de deseo. Un intenso sufrimiento psíquico que se presenta bajo distintas modalidades y que revela la necesidad de pedir ayuda profesional para aliviar los padecimientos. Todo lo que funcione como soporte para esas situaciones de los adultos, va a ser beneficioso para los niños.
Futuro descalabrado
La vida tal como se la concebía ha cambiado, se han interrumpido proyectos, vínculos con el afuera. El futuro se ha descalabrado. Los otros se transformaron en portadores de la enfermedad, se teme por la vida propia y la de los seres queridos. Lo familiar se tornó extraño. “Unheimlich” es el concepto freudiano para definir lo siniestro. Debemos hacer un esfuerzo descomunal para adaptarnos a esta nueva forma de vivir.
Lo que caracteriza a este momento es el duelo, evitando entenderlo como una categoría psicopatológica. Todo está entre paréntesis. Esta crisis revela lo que hacemos como sociedad, donde lo que se juega para algunos sectores son los intereses económicos y para otros la vida.
Es necesario, imprescindible, apelar a la creatividad y reciclar proyectos, inventar nuevas formas para sostener el deseo, la pulsión de vida. ¿Cómo recupero al semejante?, ¿cómo reconstruyo el vinculo social? Se torna imprescindible la lógica comunitaria por sobre la lógica individual.
“El amor cura y alivia” es aun una fórmula infalible.
Estamos en una travesía que pronto cumple once meses y seguimos viajando. Para llegar, para volver, para retomar, para recuperar, ¿quién sabe? Si hay algo que podemos afirmar con certeza es que no solo se nos desajustó la vida, tal como la conocíamos, sino también el alma.
¿Cómo vivir entonces con ese desajuste que se nos impone como telón de fondo?
Lo cierto es que se corrió el velo sobre las enormes desigualdades sociales. Queda a la vista que el neoliberalismo, con sus políticas depredadoras sobre la naturaleza, está en el trasfondo de esta pandemia.
“La realidad” es una ficción que se derrumba frente a una catástrofe a escala mundial y asoma entonces lo que está velado: la muerte. Es sobre lo que nadie quiere saber. Oliverio Tascani fotografió a pacientes terminales de Sida para una campaña de Benetton y dejó imágenes que indignaron al mundo en los 90´. Nadie quiere ver la muerte, ni pensarla, ni para sí ni para sus seres queridos. Pues bien, ahora está entre nosotros y su cercanía nos desacomoda el alma.
Los efectos de la pandemia fueron cambiando, la evolución de cada persona es singular y tiene que ver con su historia, su situación personal, económica, social, a su grupo de edad, condición social; vale decir que la respuesta subjetiva no es la misma. Lo común a todos es un proceso de alteración radical de la vida tal como la conocíamos.
Los sentimientos que se observan son cólera, búsqueda de un culpable, tristeza, alteración en el sueño. Apatía, temor a la pérdida de un ser querido, incertidumbre, ansiedad.
El denominador común en todos los segmentos es un sentimiento de duelo, telón de fondo que reactiva otros duelos antiguos o recientes. Amplios sectores de la sociedad manifiestan su malestar saliendo a las calles a protestar por lo que denominan restricciones a sus libertades, esgrimiendo argumentos irracionales y bizarros. El fin de semana pasado jóvenes parisinos organizaron una marcha de protesta contra el gobierno pidiendo por el derecho a divertirse. Fueron reprimidos por la policía y la protesta se convirtió en fiesta callejera. El planeta entero se encuentra patas para arriba y gobierna el reino del revés.
Los niños, los padres
Ellos aún no cuentan con suficientes recursos simbólicos para poder expresarse, y muestran su malestar con una variedad de manifestaciones que son una señal de alarma para su entorno. Pueden estar tristes, alterados, más apegados que de costumbre, demandantes, apáticos, temerosos, agresivos, inapetentes, con muy baja tolerancia a la frustración. Todos signos del malestar que no hay que calificar como patológicos, sino como un efecto del desajuste.
El impacto de la pandemia se hizo notar puertas adentro de la familia, y los padres comentan cambios preocupantes y significativos en la conducta de sus hijos, buscan ayuda y asesoramiento en la consulta profesional.
El juego es una manera de elaborar y poner en acto lo que les sucede y no pueden poner en palabras. Lo que actúan desnuda un funcionamiento que visibiliza lo que acontece en su entorno. Observarlos jugar, qué dicen en sus juegos, qué arman, qué escenario montan, quiénes son los personajes, qué características adopta el juego, etc. Esta observación permite acceder a su intimidad y dar una pista.
Padres que a su vez se sienten desbordados por la infinita demanda a la que están sometidos, por sobrecarga laboral, o en su defecto por la falta de trabajo y recursos económicos. También la pareja padece, tengan o no hijos, por conflictos preexistentes que se agudizaron o por nuevos que se presentan.
Se trastornó el tiempo, los horarios, la rutina, la privacidad, la sociabilidad. Aparecen signos de depresión, insomnio, ansiedad, alteraciones en la sexualidad, falta de deseo. Un intenso sufrimiento psíquico que se presenta bajo distintas modalidades y que revela la necesidad de pedir ayuda profesional para aliviar los padecimientos. Todo lo que funcione como soporte para esas situaciones de los adultos, va a ser beneficioso para los niños.
Futuro descalabrado
La vida tal como se la concebía ha cambiado, se han interrumpido proyectos, vínculos con el afuera. El futuro se ha descalabrado. Los otros se transformaron en portadores de la enfermedad, se teme por la vida propia y la de los seres queridos. Lo familiar se tornó extraño. “Unheimlich” es el concepto freudiano para definir lo siniestro. Debemos hacer un esfuerzo descomunal para adaptarnos a esta nueva forma de vivir.
Lo que caracteriza a este momento es el duelo, evitando entenderlo como una categoría psicopatológica. Todo está entre paréntesis. Esta crisis revela lo que hacemos como sociedad, donde lo que se juega para algunos sectores son los intereses económicos y para otros la vida.
Es necesario, imprescindible, apelar a la creatividad y reciclar proyectos, inventar nuevas formas para sostener el deseo, la pulsión de vida. ¿Cómo recupero al semejante?, ¿cómo reconstruyo el vinculo social? Se torna imprescindible la lógica comunitaria por sobre la lógica individual.
“El amor cura y alivia” es aun una fórmula infalible.