"Toda América os está contemplando".
José María Velasco Ibarra
América Latina atraviesa el segundo año marcado por la pandemia COVID-19, motivo por el cual se encuentra inmersa en una profunda crisis económica y comercial de carácter mundial. A estos elementos se le agrega un agitado calendario electoral que comienza el próximo domingo 7 de febrero en Ecuador. Pronto se sumarán las elecciones presidenciales en Perú, en Chile, Nicaragua, Honduras y las parlamentarias en México y Argentina. Estos procesos asumen complejidades y especificidades pero sería un error analizarlos de manera individual sobre todo en un contexto de crisis de los Estados nacionales.
Acá analizaremos el tumultuoso proceso electoral y clave para la región iniciado en Ecuador. Como dijimos, será una elección marcada por la emergencia sanitaria y por la crisis económica que implicó la pérdida de miles de puestos de trabajos. En ese marco las corporaciones mediáticas que ven peligrar su relación con el Poder Ejecutivo desalientan el proceso electoral enfatizando que éste carece de interés para el pueblo ecuatoriano.
El proceso electoral estuvo sujeto a tensión durante el año 2020 sobre todo desde el oficialismo, a través del Consejo Nacional Electoral, que intentó por todos los medios bloquear la participación del ex presidente Rafael Correa (hoy está proscripto, luego de sufrir una campaña de persecución judicial y mediática). Sin embargo, todo parece indicar que el domingo se cierra un ciclo de cuatro años agitados para los ecuatorianos. El actual mandatario Lenín Moreno había llegado al poder a través de una alianza política con Rafael Correa, unión que el actual mandatario rápidamente rompió, un hecho que derivó una crisis política social.
Las encuestas indican que hoy Lenin Moreno se retira del gobierno por la puerta de atrás con una imagen negativa del 90 por ciento.
Trece millones de ecuatorianos el domingo tendrán la responsabilidad de revertir las tragedias de los últimos cuatro años. Además del presidente y vicepresidente se erigirán ciento treinta y siete asambleístas, y cinco parlamentarios andinos. La ciudadanía tendrá una nutrida oferta electoral que incorpora quince candidaturas presidenciales. Dentro los apellidos que llegan con más chances figura Andrés Arauz por Unión por la Esperanza, coalición electoral diseñada por Rafael Correa; el empresario Guillermo Lasso por Alianza Movimiento CREO- y el Partido Social Cristiano; el ex presidente Lucio Gutiérrez por el Partido Sociedad Patriótica; y por último, el dirigente indígena Yaku Peréz.
Producto de la ley electoral ecuatoriana las últimas encuestas publicadas datan del 28 de enero, y desde el oficialismo y las encuestadoras de Lasso se inclinan por una segunda vuelta entre éste último y Arauz. Sin embargo, otros sondeos indican que el candidato de Rafael Correa estaría cercano a obtener un triunfo en primera vuelta. El fantasma de las últimas elecciones de Bolivia se trasladó al Ecuador y los análisis optimistas del arco progresista señalan un triunfo cómodo de Arauz, pero no habría que desestimar que el respaldo que tiene Lasso de parte de las corporaciones.
Así es que vuelve a plantearse un viejo dilema en Nuestra América: democracia de masas o procesos tutelados por instituciones liberales.
En relación a Arauz al interior del arco progresista latinoamericano existe un consenso sobre su capacidad y conocimiento en materia económica. El progresismo presenta a este candidato como un recambio generacional necesario para poder transitar una nueva oleada de gobiernos progresistas. Su candidatura incluso está respaldada por personalidades como Bernie Sanders y Naomi Klein.
Con respecto a los países de la región, la preocupación pasa por el desenvolvimiento del proceso electoral. Así lo manifestaron el Presidente Alberto Fernández desde Argentina, Evo Morales en Bolivia y también el Grupo de Puebla. No deja de resultar llamativo que en pleno siglo XXI Nuestra América deba pugnar por el normal desarrollo de los derechos políticos. Así como en las elecciones de Bolivia, en Ecuador se reviven situaciones de períodos de transición democrática propias de la década del 80.
Por otro lado, se pone de relieve la importancia continental de la elección en Ecuador que ver el interés que las corporaciones mediáticas de la región establecen con la contienda al mostrarse solidarios con sus pares ecuatorianos. Esta última semana desde el principal grupo de noticias argentino se divulgó un falso informe que indicaba que Arauz estaría ofreciendo 250 dólares a sus votantes. El candidato debió salir al cruce de la noticia aduciendo una campaña de desprestigio internacional.
Consideraciones finales y juego de estrategia
Como todo proceso electoral el ecuatoriano abre interrogantes y genera ansiedades. Sin embargo el resultado de una elección no marca necesariamente el rumbo de un gobierno, y para muestra podemos mencionar la gestión de Lenín Moreno. La oleada conservadora también implicó que sectores empresariales y defensores de las corporaciones internacionales aterricen al aparato estatal y adquieran conocimiento sobre su funcionamiento y las dinámicas electorales, con lo cual esto sentó el precedente de la alternancia democrática entre conservadores y progresistas.
En poco tiempo se encargaron de destruir el andamiaje de derechos sociales edificados en períodos progresistas. Con lo cual la tarea de cualquier nuevo gobierno popular será la reconstrucción de parte de ese andamiaje destruido pero también generar las condiciones para una mayor estabilidad en los derechos conquistados por las mayorías.
En este punto no habría que subestimar el poder de la oligarquía ecuatoriana asentada en Guayaquil que operó históricamente como fuerza centrifuga mimada por el imperialismo de turno a partir del usufructo de su puerto y los ingresos de su aduana. Esta ciudad fue la puerta de entrada -como diría Jorge Abelardo Ramos- “de un mundillo de comerciantes, exportadores e importadores que traficaban con el producto del trabajo esclavo y servil", a cargo de los hombres de la sierra en la que se encuentran la ciudad de Quito o Cuenca.
Así el antagonismo entre sierra y costa expresa en cierta medida la tensión entre oligarquía y pueblo. Para dimensionar la mentalidad de la oligarquía de Guayaquil basta con mencionar la edificación de un banco extranjero en el célebre lugar donde Bolívar y San Martín se fundieron en un abrazo.
El resultado de la elección será una anécdota si el ganador no diseña una centralización política que converja en una economía que proteja las industrias interiores y se plantee un programa de transición, nacionalizando sus principales recursos. la banca y en paralelo se vincule con los países de la región.
En este sentido advertimos con esperanza una de las promesas de campaña que tiene que ver con un seguro de 1000 dólares para un millón de familias, de esta forma intentará motorizar una economía golpeada por la pandemia. En paralelo los otros candidatos prometen la privatización del Banco Central ecuatoriano en pos de honrar el endeudamiento impulsado por Lenín Moreno.
Las cartas están echadas, la de Ecuador no será una elección más para Nuestra América, sin embargo el antagonismo y los intérpretes serán los mismos en cada escenario electoral en el 2021. Será cuestión de ser claros en el mensaje, reconocer debilidades y fortalezas, no subestimar la fuerza del enemigo, no caer en la tentación de la eterna negociación con un adversario que sigue teniendo poder de fuego producto del campo minado que deja en cada retirada.