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Desde la derrota electoral de fines del '23 que nos vemos otra vez envueltos en la necesidad de contraponer patria a colonia, motivo por el cual resulta tan conveniente profundizar en ciertas razones del pensamiento dependiente que no se derivan ya solamente del mero interés material de un sector privilegiado como tampoco, incluso, de una cuestión discursiva o de conciencia. Antes que refritar, entonces, los diagnósticos inmunitarios ya conocidos en que incurre el pensamiento nacional-popular, resulta cuando menos interesante indagar los motivos por los cuales un pueblo se entrega a un proyecto sin corazón desde la batería de conceptos propuestos por el esquizoanálisis para, en definitiva, apuntar así a una determinada conformación del inconsciente capitalista.

Cuando M. Foucault prologó El Antiedipo de G. Deleuze y F. Guattari señaló al compromiso con la poética del encuentro humano como exclusivo pivote de una problematización contracultural. Porque en lugar de alimentar la peregrina idea de una revolución social, dicha obra apunta a destacar la importancia que supone hacer de una específica forma de subjetivación la revolución en sí misma, cuando lo que está principalmente en juego en una crítica al capitalismo, desde el punto de vista de una perspectiva anedípica, resulta justo esa forma de asociarnos que parte de problematizar la identidad de cada cual.

Lo que Foucault tan apropiadamente resume en su famoso Prólogo es que Deleuze y Guattari, aún con el habitualmente críptico vocabulario que los caracteriza, nos llaman la atención sobre algo tan elemental como que la abolición de la propiedad privada de los medios de producción no es la única revolución posible. O más bien, y mejor dicho, que el gran sueño revolucionario no puede ser planteado tan simplemente. Porque si bien es cierto que el capital aparece amalgamando hoy claramente los lazos sociales y, por lo tanto, lo económico resulta en nuestra sociedad ya inevitablemente su fundamento explícito, la función del capital se demuestra justamente por ello no siendo hoy tanto la explotación de una clase por otra sino, antes bien, el sometimiento de nuestra sociedad entera a la esclavitud. Y la pregunta más profunda que nos plantea un análisis esquizo, en consecuencia, consiste indagar si existe otra forma de amalgama para lo social que, en definitiva, el mero intercambio propio del capital.

Antes que una cuestión de aparatos, la nueva revolución de la que Deleuze y Guattari nos hablan resulta entonces la apuesta de una especial conformación, en definitiva, de la subjetividad militante. Mas no para volver a hacer del militante, por supuesto, una suerte de 'buen revolucionario' que, siguiendo la perspectiva clasista del marxismo, condujera un proceso de cambio social sino, antes bien, alguien capaz de asumir humildemente su responsabilidad por la responsabilidad del otro. La enseñanza más importante del esquizoanálisis es que el defecto del deseo, a contramano de la ideología, nunca es ser propiamente engañado sino asombrosamente preferir siempre, en cambio, ser colonizado. Y si una y otra vez aparece en El Antiedipo, entonces, la advertencia de que el motivo por el cual obedecemos en contra de nuestros intereses no es ideológico sino de deseo, de ello naturalmente se sigue que la responsabilidad absoluta militante necesita ser descripta como una descolonización del inconsciente.

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Cuando las alianzas y filiaciones ya no pasan por los afectos sino por el dinero, y dejamos de tener en cuenta que las personas son, en primera y fundamental instancia, personas sociales, Deleuze y Guattari dicen que Edipo el colonizador ha hecho su aparición. En El Antiedipo nos advierten que la forma como constituimos nuestra subjetividad resulta al modo dependiente de una colonia, porque si bien el capital favorece sobre todo en esta etapa una completa descodificación en las relaciones sociales para que facilite la circulación constante de los flujos de dinero y mercancías, exige al mismo tiempo de forma imperiosa evitar una dispersión total y absoluta que pondría en peligro, precisamente, la dispersión sabiamente regulada y relativa que sustenta al capitalismo. 

Para que el deseo se boicotee a sí mismo, y de esta forma todo siga funcionando tal como hasta ahora, la subjetividad colonizada acepta mansamente reducirse a mero motor del consumo indefinido de satisfacciones y vínculos edípicos, convirtiéndose su enfermizo deseo de ser reconocida y completada de una manera que lleva impreso en sí misma el fracaso en la trampa perfecta dentro de la que, vez tras vez, nos atrapamos entre todos a nosotros mismos. Sólo una descolonización del inconsciente podría hacernos retomar hoy la significación perdida de la palabra 'revolución', en consecuencia, y a ello se aboca en resumidas cuentas y sin mas, la tarea por excelencia del esquizoanálisis.

Si Deleuze y Guattari piensan al esquizoanálisis como un análisis militante claramente no es porque busquen con ello posicionarse como una más de las postura políticas de izquierda, sino porque pretenden cambiar el ángulo habitual de la mirada que se presume política y dar cuenta, en cambio, de la revolución implicada en una subjetividad descolonizada y descolonizadora que se anoticie de sí a partir del otro. Mas que de definiciones utópicas, de lo que se trata para ellos es así de facilitar con ello agrupaciones entonces cuanto más heterogéneas sean internamente mejor. Pero, aun cuando la intención de esa revolución que ellos llaman de tipo 'molecular' residiría en la potencia generada por los encuentros como tales y en sí mismos, resulta imperioso advertir que no todo encuentro resulta del tipo justamente adecuado para mantener al infinito la circulación de los flujos y poner realmente en jaque así al capitalismo.

A tal efecto, Deleuze y Guattari distinguen dos tipos de grupalidad: por un lado 'grupos sometidos y, por el otro, 'grupos sujetos'. Y aunque en ambos casos la catexis del deseo resulte necesariamente siempre colectiva, será requisito incondicional de y para una deconstrucción de la subjetividad militante el aprender a reconocer y finalmente oponerse decididamente, a toda forma de agruparnos donde las singularidades se subordinen a los recurrentes fenómenos paranoicos de masa.

Cuando Deleuze y Guattari nos hablan de unos 'grupos sujetos' capaces de organizarse con otra lógica a la del capital podríamos, con absoluta falta de rigor, suponer que resultan asociaciones humanas que llevan adelante nuevos proyectos colectivos contra viento y marea. Esto es lo que abonan ciertas especulaciones sobre la revolución molecular de personajes lamentables como Alexis López , por ejemplo, que atribuye a las recientes movilizaciones espontáneas en Latinoamérica (como la chilena del '19, o la colombiana del '21) una dirección paranoica secreta. Con mayor criterio puede plantearse, por el contrario, que ese no es jamás el asunto en cuestión cuando desde el esquizoanálisis no se trataría de buscar ni de fomentar un nuevo sujeto histórico sino, más modestamente, facilitar ese remolino centrífugo de conexiones novedosas que nos hagan vivir ya, aquí y ahora, la revolución que esperábamos.

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En El Antiedipo se distinguen dos tipos de inscripciones sociales: las codificaciones y la axiomatica. La codificación es el movimiento por el cual las fuerzas económicas son atribuidas a una instancia extraeconómica que le sirve de soporte: sólo hay código allí donde un cuerpo lleno, entonces, como instancia de anti-producción, se vuelca sobre la economía y se la apropia. Su característica principal es que necesita escribirse en plena carne, y por ello fue la forma por excelencia de inscripción social tanto en la máquina social primitiva como luego en la despótica. Nada de ello ocurre en la axiomática propia del capitalismo, sin embargo, por la sencilla razón de que, precisamente, ella no es una codificación. Si el capitalismo se distingue de las anteriores formas de conformación social es entonces porque resulta una instancia explícita y directamente económica, que se vuelca sobre la producción sin hacer intervenir factores extras.

Para dar cuenta acabada del enfoque que pretende explicar, finalmente, el sometimiento social como un auto-sometimiento, Deleuze y Guattari hacen una sesuda distinción entre el capital 'de alianza', que sería característico de la anterior producción no capitalista, con el capital a secas que en el capitalismo se vuelve, en cambio, de tipo 'filiativo'. Desde que el dinero engendra dinero, el capital mismo se convierte en el cuerpo lleno o la cuasi causa, como dicen ellos, que se apropia de todas las fuerzas productivas. Es así que la axiomática representa el límite de toda sociedad, pues si bien descodifica los flujos que las anteriores formaciones sociales se apresuraban en cambio a codificar, sustituye por otro lado los códigos ahora mediante una forma que, ofreciéndose detrás de la cortina de humo de la libertad, termina manteniendo la energía de los flujos potencialmente capaces de liberar al deseo ligadas al capital, no obstante, de una manera aún más férrea que la habilitada por los códigos.

El capitalismo se define así para Deleuze y Guattari, entonces, como un campo de inmanencia atrapado siempre entre dos polos: la conjunción de los flujos descodificados a través de una axiomática y, por otro lado, los flujos descodificados mismos: dicho de otra manera, entre la máquina social, entonces, y la máquina deseante. Y con este análisis militante difieren ambos, aunque sin confesarlo expresamente, del clásico análisis revolucionario, ya que la contradicción principal para ellos no consistiría tanto esa que se da a partir del carácter social de la producción y el privado de la propiedad sino, antes bien, la que se da entre la máquina social y la máquina deseante, o entre sus polos paranoico y esquizofrénico, o entre la clase y los fuera-clase, es decir: entre los siervos de la máquina y los que la hacen estallar.

Esta expresión de 'hacer estallar' resulta en cierta forma un contrasentido tomada en sentido literal, sin embargo, al estar demasiado ligada todavía al discurso dominante de Edipo el colonizador como para dar cuenta de una verdadera revolución de tipo molecular propio de un análisis militante. Porque el estallido de la máquina social se parece más bien, desde una perspectiva anedípica, a pequeños y múltiples explosiones provenientes de continuas y minúsculas proclamaciones de independencia del deseo que, en definitiva, resultan la mayoría de las veces más propias de seres afásicos o tartamudos que de verborrágicos oradores de barricadas.