Foto: Kaloian Santos Cabrera, para El Destape.

“Arrancar de nuevo, volver
no hay nada más lindo que hacer”
Arbolito


Faltan menos de dos semanas para que volvamos a las urnas, y todes queremos revertir el resultado electoral. Porque sabemos cómo se comporta la oposición cuando amasa poder, porque sabemos cuál es su programa económico, porque sabemos que tienen las mismas ideas zombi de Macri con un nuevo envoltorio. Porque dar vuelta los números en distritos claves le darían más fuerza al gobierno en el Congreso. Porque una inyección de apoyo popular es exactamente lo que necesitamos.

El resultado del 14 de noviembre signará la forma en la que el Frente de Todes encarará los segundos dos años del mandato de Alberto Fernández; y la cosa viene compleja. La pospandemia y sus duelos, el bolsillo que aprieta, el malestar en las bases. Todo parece cuesta arriba. Sin embargo, el camino de la historia, decía mi compañero Maxi España hace unas semanas, es difícil e ingrato. Si hay algo marcado en nuestro ADN kirchnerista es torear a la adversidad y salir más fuertes. Lo hicimos en cada momento donde decretaron nuestro fin. Nos reinventamos y salimos peleando, codo a codo con el pueblo.

De cara a lo que viene, es necesario pensar en el 14 y el 15 de noviembre en continuado, como eslabones de una etapa que se inició con la carta de Cristina. Con sinceridad brutal y prendiéndose fuego, CFK otra vez se entregó de cuerpo entero a tratar de poner orden a los quilombos de nuestra patria. La carta tuvo un efecto inmediato: sacarnos todas las caretas. Eliminó todo margen para hacerse los boludos. Nos hizo mirarnos entre nosotres y preguntarnos ¿esto es lo mejor que podemos hacer? ¿Estamos honrando el contrato electoral que firmamos con el pueblo? ¿Estamos transformando la realidad? ¿Qué hay que hacer distinto?

Pandemia y después

Desde que volvimos a la presencialidad casi total y ya (casi) nadie se pone bien el barbijo, hay una enorme tentación de declarar la pandemia cosa del pasado y a otra cosa mariposa. Algo así como lamentarnos por la mala pasada del destino, poner en valor la temprana cuarentena y la campaña de vacunación, criticar a la oposición por su oportunismo criminal, reconocer los errores del vacunatorio VIP y la foto de Olivos, y esperar que la sociedad con el tiempo reconozca nuestros aciertos. Si hacemos esto, si cerramos el tema y nos olvidamos, las consecuencias pueden ser terribles.

La pandemia fue la catástrofe más importante de nuestro tiempo. No alcanzan las palabras para describir lo que pasó en estos dos años. Chiquitos quedan el 2001, el macrismo y cualquier otra penuria. Más de 100.000 personas perdieron la vida y millones perdieron un ser querido. Se instalaron entre nosotres el miedo al (contagio del) otro, la negación de los peligros, la demonización, el aislamiento, la angustia, el hastío, el encierro y la incertidumbre. Las familias sufrieron, el hambre y la pobreza se multiplicaron, la desesperación fue moneda corriente. Fueron y son tiempos muy duros.

Pero no sólo se trata de comprender el impacto económico y social del covid, sino principalmente sus consecuencias culturales, psicológicas y subjetivas. La pospandemia que estaríamos empezando a transitar no aparenta ser la hermosa primavera con la que soñamos. Es parecida a una posguerra, una posdictadura. Sí, hay reencuentros, felicidad, abrazos, hay gente en la calle, hay movilizaciones. Pero estamos hechos pelota, todes. Nos falta un pedazo de quienes éramos. Con una mano en el corazón: ¿quién no está cansado, malhumorado, fastidiado, frustrado, desolado, agotado? ¿Quién no tiene un nudo en la garganta que no se puede terminar de destrabar? La militancia no está exenta de todo este dolor. No olvidemos que la militancia es pueblo organizado, pero pueblo al fin. No nos olvidemos de nosotres, recordémonos.

Daniel Feierstein, sociólogo experto en genocidio, explica que en los momentos posteriores a las catástrofes el principal mecanismo de defensa es la proyección: es más fácil echar culpas que elaborar colectivamente sobre el daño, la muerte, y el duelo. Buscar chivos expiatorios para no afrontar el daño colectivo del que paradójicamente todes somos un poco responsables (por sus causas ecológicas, por el estado social y económico en el que nos agarró) y a la vez nadie es responsable, porque simplemente sucedió. Preguntarnos los porqués de la pandemia y a la vez el sinsentido de que un bichito invisible haya destrozado todo es un desafío titánico. Por eso vivimos en un caldo de cultivo para el fascismo y la antipolítica, porque el descontento existe y para algún lado debe disparar.

¿Puede canalizarse ese dolor para el lado de las transformaciones populares? ¡Por supuesto que sí! Pero para eso debemos ocuparnos de sanar colectivamente, de suturar las heridas abiertas en el cuerpo social, de permitir los espacios y el tiempo para hablar de lo que vivimos y construir una nueva vida en común, mucho más justa y feliz que la que tenemos. La militancia debe hacerse cargo de la pospandemia como nos hicimos cargo de la pandemia, como nos hicimos cargo de catástrofes anteriores. Y mucho sabemos de sanar heridas abiertas, porque aprendimos de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, porque somos hijes y nietes de sus luchas.

En un acto en Lanús, Máximo pidió que cuando la militancia sale a tocar timbre, a conversar puerta a puerta, no preguntemos a la gente a quién votó, sino preguntemos ¿cómo están? Nuestra gente está sufriendo y es nuestra tarea poner la oreja, poner el cuerpo, arrimarnos ahí y canalizar todo ese malestar en participación política.

Mejor o peor

Retrocedamos unos años al 13 de abril de 2016. Bajo la lluvia, asediada por el Lawfare en Comodoro Py y rodeada de medio millón de personas, Cristina le hizo una pregunta al pueblo argentino: ¿están mejor o peor que antes? Lo que primero se llamó un frente ciudadano, luego Unidad Ciudadana, para finalmente devenir en el Frente de Todes, nació de esa sencilla pregunta. Toda la estrategia política se fundaba en preguntar si con el gobierno de Macri se vivía mejor o peor que cuando gobernaba el kirchnerismo. Esa pregunta, dijo Cristina, debía ser el punto de unidad de la Argentina. Una pregunta tan simple y a la vez tan profunda.

Saltemos al presente y hagámonos la misma pregunta. La única verdad es la realidad: estamos peor que cuando gobernaba Macri. Por la pandemia, por el FMI, por un sinfín de razones muy razonables. Explicaciones sobran. Y es cierto que múltiples indicadores ya superan los del 2019, que hay signos de recuperación, que el fin de semana largo de octubre fue muy bueno, que la inflación parece ceder, que estamos mejorando. Pero no podemos esquivarle el bulto a la pregunta de Comodoro Py. Porque será esa pregunta la que marque a fuego nuestro destino hacia el 2023.

En estos dos años no hemos podido cumplir con el contrato electoral que firmamos con el pueblo argentino en 2019. No alcanzan las buenas intenciones, la épica, el corazón en el lugar correcto, la conducción de Cristina o la voluntad de la militancia. Si no transformamos la realidad de formas tangibles y concretas para grandes porciones de nuestra sociedad, no podemos sorprendernos si perdemos votos. Si no hay durazno, ¿por qué me tendría que bancar la pelusa?

No se trata de martillarnos los dedos. Lo que pasó, pasó. Pero los dos años que vienen tienen que ser impecables. O gobernamos con audacia, eficiencia y decisión, o nos llevan puestos. No hay lugar para tibieza, ni dubitación, ni especulación. Los funcionarios tienen que funcionar, las políticas públicas tienen que llegar, la riqueza debe distribuirse, el pueblo tiene que vivir mejor. Corta la bocha.

El control de precios es un enorme acierto. Con todas sus dificultades y limitaciones, el gobierno se puso de lado de la gente y se la juega en una pulseada con quienes se la llevan en pala. Y los resultados empiezan a mostrarse. Hay que profundizar. ¿Cuáles serán las grandes conquistas del gobierno de Alberto? Están por escribirse, es ahora. No mañana, ahora.

En el Espacio Memoria y Derechos Humamos (la Ex-ESMA), Cristina habló de reconstruir mayorías, aludiendo a lo obvio: aunque sigamos gobernando, hemos perdido la mayoría que tuvimos en 2019, y la tarea por delante es recuperarla. Dijo que “las mayorías se vuelven a reconstruir cuando se hacen cargo de las demandas de la sociedad y las necesidad que tiene el pueblo”. No hay magia ni apellidos milagrosos: se trata de hacerse cargo de las demandas de la sociedad y las necesidades del pueblo.

En cualquier caso, debemos tomarlo como una profunda lección para nuestras militancias: ninguna mayoría es definitiva, ninguna victoria es eterna, ninguna conquista se graba en piedra. El pueblo que ayer te acompañó hoy puede darte la espalda, y mañana volver a seguirte. Reconstruir una mayoría a fuerza de gobierno y organización, con audacia y decisión, con creatividad y disciplina. Ya lo hicimos, y lo vamos a volver a hacer. Es más, ya lo estamos haciendo.

Lo que inclina la balanza

Hace unos años, durante el gobierno de Macri, Pablo Iglesias visitó Buenos Aires. Eran las vísperas del 24 de marzo y se sucedían marchas feministas, sindicales, de derechos humanos. Se multiplicaban los plenarios, las reuniones, los actos y los festivales políticos. Cuentan que Iglesias, luego de pasar unos días visitando toda actividad a la que lo invitaban, le comentó a alguien que con este nivel de organización y movilización, la Argentina parecía estar en un clima pre-revolucionario. Rápidamente le respondieron, sin querer pincharle la ilusión, que la Argentina era siempre un poco así.

La ecuación política del Frente de Todes estaba incompleta sin la militancia movilizada. Claro, la militancia se puso la pandemia al hombro, ayudando a centenares de miles de familias a parar la olla, construyendo solidaridad durante el aislamiento. Pero faltaban las movilizaciones, las reuniones presenciales, los plenarios, los actos, los puerta a puerta, los timbreos, los festivales, la organización de los conflictos, las afichadas, las pegatinas, las intervenciones, las peñas, las inauguraciones de básicas. Infinidad de pequeñas y grandes acciones políticas que hacen al poder del pueblo en su lucha contra las corporaciones y los poderosos. La presentación de la militancia, le dice Damián Selci.

Pero fíjense, finalmente está sucediendo. En estas últimas semanas comienza a despertarse el gigante del pueblo argentino organizado. Como si fuera uno de esos cuadros de Daniel Santoro de los enormes descamisados cruzando el Riachuelo. Repasemos: el 17 de octubre, el 18, el microestadio de Lanús, el estadio de Morón. Decenas de pequeños actos, inauguraciones, charlas, talleres, recorridas. La militancia en todas sus facetas va retomando su despliegue organizativo. En una entrevista reciente, el Cuervo Larroque llamó a construir un estado de movilización permanente para poder darle cauce al protagonismo popular. Y ese es exactamente el secreto de la mayoría que tenemos que reconstruir: la participación.

No tiene sentido ocultarlo: hay un malestar en las bases. Porque Milagro Sala sigue presa, porque nuestro pueblo la pasa mal, por una unidad que por momentos lleva a la inmovilidad, porque parece faltar audacia para afrontar los desafíos de la época. Pero ese malestar no puede traducirse en desgano. La crítica nunca puede ser excusa para el descompromiso. Por el contrario, la inquietud y la molestia deben canalizarse a una mayor toma de responsabilidad.

El secreto está en las palabras que Máximo repite como un mantra: la velocidad de los deseos suele ir más rápida que la velocidad de la construcción que hace posible que esos deseos se vuelvan realidad. Pero esa distancia se achica y el margen de error de la política se reduce, si el pueblo participa. No hay un otro que pueda resolver los problemas de la patria más que nosotres mismes. Es la potencia de la militancia que está poniéndose en marcha la que dará vuelta la taba y construirá las victorias populares que tenemos por delante, la que va a transformar la unidad del Frente de Todes en una unidad potente y decidida, la que le va a dar fuerza al gobierno para confrontar con quien haya que confrontar, derrotar a quien haya que derrotar, tensar con quien haya que tensar, negociar con quien haya que negociar.

La militancia comienza a recuperar la calle justo cuando se acercan las elecciones, y llega a tiempo. En los días que quedan hasta el 14, militemos como si a todo momento faltara un voto para ganar, como si faltara una sola palabra para que ese amigue o vecine que está a punto de sumarse a militar finalmente decida hacerlo, como si cada paso que diéramos fuera el paso decisivo para la victoria. Y el 15 levantémonos a la mañana y sigamos con el envión, militando con el mismo ímpetu, con la misma potencia, con la misma decisión de que somos nosotres quienes podemos hacer que la velocidad de la construcción alcance a la velocidad de los deseos. No permitamos que se corte, la movilización debe seguir en espiral creciente, sea cual sea el resultado.

Cierro con unas palabras de Cristina en el Espacio Memoria, instancia en la que en una suerte de patio militante, volvió a adelantarse: “Tenemos que trabajar en serio para la historia. Para lo que viene, para lo que vendrá y para lo que sabremos construir". Lo que viene es lo que sabremos construir. Nada menos y nada más.