En diciembre de 2015 debatíamos sobre el posible perfil represivo de la gestión  nacional de Mauricio Macri. En lo personal, hice un análisis que hoy suena ridículo: entendía que iban endurecer la postura frente a la protesta social y a aflojar los controles sobre las fuerzas de seguridad, pero que no había margen para encarar cambios profundos en materia de paradigmas; que sin duda se iba a frenar la lenta democratización de las fuerzas de seguridad, pero que esas tensiones no iban a desencadenar feroces represiones como las del jueves 14 y lunes 18 de diciembre pasados, con motivo de la sanción de la ley de reforma previsional del oficialismo.


Quizás aquel análisis no haya sido tan desacertado si repasamos el primer año de gobierno de la Alianza Cambiemos, pero sí lo es si ponemos la lupa sobre el 2017.


Con un nivel de ilusión casi torpe muchos pensábamos que el macrismo venia a cambiar el rumbo, pero no a saquear la casa para después incendiarla. Si bien sabíamos que si ganaba Macri comenzaría una etapa de retrocesos, no imaginamos la pesadilla que por estas horas nos tiene en un estado de conmoción permanente. Sobreestimamos al pueblo y subestimamos el odio inhumano de una gran parte de nuestra sociedad.


Aquella represión en los últimos días de diciembre de 2015 a los trabajadores de Cresta Roja quedó como un hecho menor ante la ferocidad desatada en los últimos meses. Ya sabemos que no hay ajuste posible sin represión. También que el gobierno avanza con violencia porque hay una gran porción de la sociedad que los alienta o, al menos, se lo permite.


Lo que me interesa destacar es la metodología de la represión que se vio claramente el 8 de marzo en la manifestación de Ni Una Menos, se perfeccionó el 1 de septiembre en la marcha por Santiago Maldonado y se consolidó durante las dos movilizaciones contra el recorte de las jubilaciones, el 14 y 18 de diciembre: la represión y la detención se dirige a quienes expresan su desagrado con el Gobierno de manera pacífica, y no a los que lo manifiestan con violencia.


La injerencia (el regreso) de los servicios de inteligencia en los operativos policiales es evidente y lo burdo no afecta su eficacia. Mientras nosotros seguimos discutiendo hechos, Marcos Peña redacta gacetillas de prensa para las empresas de medios oficialistas. Provoca una realidad que a nuestros ojos parece tosca pero para una buena parte de la sociedad es una verdad incuestionable. Esos espías que se formaron para perseguir manifestantes, y no delincuentes, hoy son el manjar de Durán Barba. Provoquen lio, rompan todo, marquen gente. De esa manera, matan dos pájaros de un tiro: generan miedo entre los manifestantes y justifican la posterior represión.


Está claro que no son solo servicios de inteligencia los que generan las roturas de monumentos y baldosas o los que tiran piedras. Pero el avance policial es bondadoso con estos violentos e impiadoso con los que se quedaron por la zona, sacando una foto, tomando una cerveza o esperando el colectivo.


Durante las movilizaciones a la Plaza Congreso, las cámaras de televisión registraron con claridad que cuando la Policía avanza contra las personas que estaban cometiendo las agresiones, no las detenía, sino que las acompañaba en su retirada, luego esperaban unos minutos, y por último lanzaban una cacería para detener a cualquiera que se encontrase en el camino. Cacería es la palabra. No el uso proporcional de la fuerza. Ni siquiera es venganza. Es salir de caza a matar conejos.


Los testimonios de mujeres y hombres que “solo pasaban por ahí” camino a su trabajo, a su casa, u otro, apenas levantan una insignificante ola en el océano de las mentiras del PRO. Son testimonios dramáticos que nos llenan de impotencia.


Hay tanta perversidad, tanta maldad en la metodología. Tanta frustración para quienes pensamos que las fuerzas de seguridad se habían democratizado, aunque sea un poco, que habían problematizado la caracterización del supuesto enemigo. Esa deplorable característica de la condición humana es lo que yo no imaginaba que podía surgir otra vez tan organizadamente en Argentina.


Dejemos en claro algo: para prever y coordinar acciones que contengan a quienes generan violencia, la Policía cuenta con muchos efectivos, helicópteros, drones, equipamiento y personal especializado. O sea: cuenta con los medios necesarios para tomar decisiones operativas ante probables hechos de violencia. Pero no es ese el plan.


Hay una decisión política evidente de no perseguir violentos, sino de amedrentar a quienes piensan distinto, hay un mensaje amenazante para a los argentinos que deciden apagar el televisor y salir de casa para protestar. Hay, además, un mensaje para los policías cobardes: pégenles a los débiles que desde la Rosada los bancamos. Denle con saña cuando estén indefensos. Sáquense las ganas, esclavos del poder económico.