Jorge Omar Lewinger, conocido como “Josecito” o el “Francés”, creció en el seno de una familia de judíos-polacos, arribados a la Argentina en 1937. Nació en Capital Federal el 7 de diciembre de 1944. Políticamente, dio los siguientes pasos: Ejército de Liberación Nacional (ELN), Tercer Movimiento Histórico, Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) y Montoneros.
En 1972 es el encargado de coordinar una parte de la fuga de los presos políticos de tres organizaciones guerrilleras, en Rawson, Chubut. A su cargo está proveer los automotores necesarios para llegar al aeropuerto. Una mala interpretación de su parte, de una seña preestablecida, hace fracasar ese segmento neurálgico de la fuga, lo que posibilita a la dictadura militar del general Lanusse recapturar prisioneros y fusilarlos el 22 de agosto en una base aeronaval.
Lewinger se lamentó todo el resto de su vida por su impericia, y asumirá su absoluta culpa y responsabilidad con una honestidad y valentía pocas veces vista. Encima es detenido en el repliegue de esa operación guerrillera, en Gastre, Chubut, y permanecerá detenido hasta el 25 de mayo de 1973, cuando es liberado por la amnistía presidencial y la movilización popular.
De aquella detención me contó un hecho surrelista. En tanto estaba esposado y parado frente a un oficial de inteligencia del Ejército llegado para interrogarlo, detrás del uniformado –a sus espaldas, pero de frente al prisionero- había un séquito de policías de la provincia chubutense viendo y escuchando la acción que se desarrollaba. Pues bien, en tanto hablaban (interrogador e interrogado), muchos de esos policías de pueblo, disimuladamente con sus dedos, le hacían a Lewinger –sin que el milico se percatase- la V de la victoria, que bien podía traducirse en un “Perón Vuelve”.
En 1975, Lewinger, se destaca como Jefe del ámbito de Informaciones e Inteligencia del Área Federal montonera. Para el año 1976 es Secretario Militar de Montoneros en la Zona 25 (Columna Sur del Gran Buenos Aires) y un año más tarde estará a cargo de la Secretaría Nacional de Propaganda, cuando ya es Oficial 1° de la organización guerrillera peronista. Para 1978 con la jerarquía de Oficial Mayor, se pone al frente de la Secretaría General de la Columna Capital, diezmada por la represión.
Es decir, nunca dejó de combatir.
Separado de su primera mujer, forma pareja con una compañera de militancia, Alcira Campiglia, hermana de “Petrus” Campiglia, un cuadro montonero miembro de la Conducción Nacional. Asesinada aquella por la represión de la última dictadura cívico-militar, formará pareja con otra militante de su organización: la santafesina Silvia Alicia Guadalupe “Pichi” Canal, su leal compañera hasta la muerte.
Lewinger, periodista desde siempre, desarrolló su actividad, mientras pudo, en prestigiosos medios como “El Cronista Comercial” y “Primera Plana”. En tarea militante, en “La Causa Peronista” y en “El Peronista lucha por la Liberación”, ambas revistas de la Juventud Peronista encuadrada en la Tendencia Revolucionaria del Peronismo y dentro de la misma, en Montoneros.
Con la vuelta de la democracia (y ganándose la vida nuevamente como periodista en “Caras y Caretas”) fue detenido el 18 de abril de 1985 en un sanatorio de esta Capital, donde estaba internado. La orden de detención emanó del Juzgado Federal a cargo del magistrado Miguel Pons (funcionario judicial orgánico de la dictadura militar saliente) y se basó en su militancia en Montoneros y tuvo el único fin de desarrollar la nefasta “Teoría de los dos Demonios”, que iguala a militares genocidas con luchadores populares.
Lewinger fue remitido a la Unidad Penal de Villa Devoto, pero tiempo después recuperó la libertad.
Regularizada su situación, trabajó en la agencia nacional de noticias TELAM. Durante todos esos años, defendió con entusiasmo y renovados bríos –periodísticos y militantes- los gobiernos nacionales y populares de Néstor Kirchner y Cristina Fernández.
La asunción al gobierno por el voto popular de Evo Morales en Bolivia, en febrero de 2006, le permitió decir púbicamente: “Así marchan hoy, en encrespadas y heterogéneas olas de lucha emancipadora, los pueblos de América latina; desde los caminos de la resistencia contra el imperio y las oligarquías, buscando los más escarpados senderos que llevan al poder y a un nuevo socialismo del siglo XXI, como lo llamó el presidente de Venezuela Hugo Chávez, para cerrar las puertas de una etapa, también aquí, y abrir otras de par en par. Las puertas sagradas del fin de la explotación del hombre por el hombre y del saqueo de las naciones y sus recursos para alimentar un capitalismo imperialista, voraz e irracional que hoy compromete la existencia de la vida sobre el planeta. Para abrir, en definitiva, las puertas sagradas de la justicia social y la libertad, de la participación democrática y del renacimiento de un nuevo humanismo. Las puertas sagradas de la esperanza”.
Escritas hace 17 años, estas palabras no han perdido vigencia. Debo dejar claro, además, porque así me lo hizo saber, que Jorge Omar Lewinger acusó al Estado de Israel de hacer “una limpieza étnica con los palestinos” como lo demuestra –lo subraya- el profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Haifa, Ilán Pappé, autor de numerosos libros sobre el tema.
Jorge Omar Lewinger, mi querido compañero y amigo, tenía una enfermedad complicada que sabía que poco a poco lo llevaba a la muerte. Supo qué hacer, pese a su deterioro físico, que iba en aumento.
El día 20 de marzo de 2023 juntó en una comida alrededor de una mesa bien servida, a sus familiares más directos a modo de despedida. Pese a que lo tenía prohibido por prescripción médica tomó un vaso de vino y a los postres brindó con una copa de champagne. Fue su despedida de este mundo. Al día siguiente, 21 de marzo falleció.
Lo enterramos en un cementerio de Pilar, provincia de Buenos Aires. Dejó expresa prohibición de cualquier rito religioso con sus restos; su hijo Arturo, con sentidas palabras de despedida nos emocionó hasta las lágrimas. Nora Patrich también habló como compañera de militancia y amiga entrañable.
Otra particularidad digna de mencionarse: sabiendo su fin próximo, Lewinger le pidió expresamente a su esposa Pichi (ya antes mencionada) que no fuera cremado sino enterrado, porque cremar era sinónimo de cenizas y de “desaparecer”, y no estaba decidido a perder esa última batalla contra quienes luchó toda su vida en pos de una patria justa, libre, soberana y socialista.