Tiempo al tiempo, pero no tanto tiempo
Porque se pasa el tiempo y calavera se deforma
Y la única forma de no quedar olvidado
Es meta palo y a la bolsa, ¡y hacerse cargo!
Y no sentarse en la silla y si no
¡Calavera no chilla!
Catupecu Machu
Escasas horas después del vergonzoso fallo de la Corte que impidió medidas sanitarias indispensables para afrontar la segunda ola de la pandemia, Cristina tuiteó preguntándose si para gobernar no sería mejor presentarse a juez que a presidente. Hacía también referencia a la insólita suspensión por vía judicial del DNU que declaró servicios públicos esenciales la telefonía móvil, la internet y la televisión por cable. Al final del hilo, sentenció: “los golpes contra las instituciones democráticas elegidas por el voto popular ya no son como antaño.” El uso de la palabra golpe es un llamado de atención sobre el estado de situación de la democracia en la Argentina.
Ya hace años CFK había diagramado la diferencia entre gobierno y poder, calculando que un representante electo puede tener quizás hasta el 25% del poder de un país, pero que el resto está en otro lado, y no va a elecciones. ¿Qué hacer si a través del lawfare y otros mecanismos se frena cualquier medida de gobierno? ¿Cómo logramos transformaciones profundas si cada paso del camino queda bloqueado por el 75% del poder real? Se dice que la correlación de fuerzas es adversa, y ciertamente lo es. El desafío entonces es virarla a nuestro favor.
Los condicionamientos que tenemos son inmensos (la devastación macrista, la deuda infinita, la pandemia que azota, etc.), pero no por ello podemos permitirnos bajar la vara de lo que un gobierno peronista puede y debe hacer. Volver mejores jamás significó moderar nuestros objetivos, sino por el contrario, ser más exitosos en alcanzarlos. En temas tan espinosos como la puja distributiva, la democratización judicial, la reforma del sistema de salud y la regulación del comercio exterior (por nombrar algunos) se vuelve imperioso realizar transformaciones sustanciales a favor del pueblo.
Es claro entonces: necesitamos mayor poder del que tenemos; pero esta afirmación no debe ser motivo para el desánimo. Por el contrario, como militantes debemos asumir el desafío con total entusiasmo: construir mayores cuotas de poder popular para transformar la realidad.
No podemos movilizar (por ahora)
Empecemos por reconocer que nuestra principal herramienta de poder popular, la movilización, se encuentra vedada por la pandemia. Tanto Cristina como Alberto imaginaron en 2019 un gobierno con fuerte impronta callejera. Ella pidiéndole que para no equivocarse escuche al pueblo y él pidiendo que si se equivocaba saliéramos a la calle a marcárselo. En esos tiempos que parecen en sepia, nos veíamos poniéndole el cuerpo a las grandes batallas que daría Alberto, empujándolo y dándole fuerza para vencer a los poderosos que querrían comérselo a cada paso del camino. Pero vino la peste y cambió todo.
“Si este no es el pueblo, el pueblo dónde está” se canta solamente en movilizaciones masivas, y hoy el pueblo no puede estar, al menos no del todo. ¿Puede aparecer el pueblo por zoom? En un interesante artículo en Socompa de hace unos meses, Marcos Mayer escribió sobre este problema, preguntándose si podemos enfrentarnos al poder con la gente metida en sus casas. Se respondió:
"Pareciera que no, lo que abre una disputa sobre quiénes son los que encarnan más acabadamente la voluntad popular que no tiene por ahora acceso a la calle, que por otra parte era una especie de radiografía de la correlación de fuerzas: quien más gente llevaba a los actos, quien más cerca del palco se colocaba podía traducir eso en hegemonía. Ahora están todos igualados y los sectores se diferencian por su capacidad de presión. Allí ganan empresarios, latifundistas y medios hegemónicos".
A pesar de que la dinámica de contagios del covid sirvió de recordatorio de que nadie se salva sin el otro, es evidente que la cuarentena inclina la balanza en favor de la oligarquía. No es casual que Hannah Arendt usara la palabra aislamiento para hablar de la soledad política de los gobiernos autoritarios, o que Rodolfo Walsh firmara sus comunicados apelando a derrotar el terror rompiendo el aislamiento. Por mucho zoom y whatsapp que hagamos, la experiencia de la distancia social favorece la vida individualista, desconfiada del otro, alienada de la experiencia común. Y sin embargo, por más que nos resulte difícil como militantes peronistas, debemos fomentar y sostener las medidas de cuidado.
Ahora bien, permitamos preguntarnos: ¿cuántas movilizaciones nos faltaron desde que empezó la pandemia? A vuelo de pájaro: faltó movilizar en favor de la expropiación de Vicentín, faltó movilizar en defensa de Axel y Alberto con los intentos destituyentes de la policía bonaerense en Olivos y La Plata, faltó marchar contra el negacionismo sanitario de Macri y Larreta, faltaron infinitas movilizaciones a Tribunales, faltó marchar por la libertad de Milagro Sala y otras víctimas del Lawfare, faltaron los 24 de Marzo, los 8M; la lista es eterna. Más aún si recordamos que la victoria popular del 2019 se construyó en la calle: desde el 13 de abril de 2016 en Comodoro Py acompañando a Cristina frente a la persecución, las enormes movilizaciones feministas, la lucha contra la reforma previsional, la marcha contra el 2x1.
A pesar de las restricciones que impone la pandemia, la militancia del proyecto nacional se movilizó por lo menos tres veces durante el 2020.
De hecho, hubo un puñado de ocasiones el año pasado en que la militancia se movilizó de forma limitada, y su intervención sobre la coyuntura fue decisiva. El 17 de octubre ante la fallida marcha virtual, el 27 de octubre por los diez años de Néstor, el Día de la Militancia en ocasión del tratamiento del aporte solidario de las grandes fortunas en el Congreso, y la sanción de la interrupción voluntaria del embarazo en ambas cámaras, por nombrar las más significativas. Fueron bocanadas de aire fresco, y cada una a su manera empoderó al gobierno para avanzar.
El campo popular no podrá desplegar todo su potencial hasta que no pueda salir a la calle libremente. En consecuencia, debemos prepararnos para cuando llegue ese día: cuando la vacunación masiva y los cuidados aplasten la circulación viral y podamos sin riesgo encolumnarnos y marchar, vamos a protagonizar la movilización más grande de la historia argentina. La movilización que este gobierno merece y necesita. Una gran marcha que nazca de todos los barrios, todas las ciudades, todas las provincias y camine hacia el Congreso y la Casa Rosada para agradecer a Alberto y a Cristina por cuidar nuestras vidas, pero también para hacer una contundente demostración de poder popular que marque el rumbo de las grandes transformaciones. Una movilización que luego encare hacia el Palacio de los Tribunales para decir basta de tanto desprecio por el pueblo, que marche hacia las sedes de los grandes medios de comunicación para decir basta de tanta mentira, que marche a las puertas del gobierno porteño en Parque Patricios para desnudar su cinismo.
¿Pueden imaginarla? ¿Pueden sentirla retumbar? Una movilización épica e histórica, que se recordará por generaciones y generaciones. Firme y categórica, pero también alegre y festiva. Encontrarnos en la calle juntes, bailando al ritmo de los bombos y las trompetas, retomando nuestra larga caminata de construir sueños. En cada acción, en cada conversación, en cada discusión que tenemos, hay que preparar el terreno para esta gran movilización. Que nuestro pueblo la ansíe y nuestros enemigos la teman. Está viniendo, cada día que pasa falta menos.
Este es el camino
¿Y mientras tanto? ¿Qué hacemos mientras preparamos esa gran marcha a la que no podemos ponerle fecha? No hay garantías de que sea en los próximos meses, puede pasar otro año incluso. Por tanto sería inútil contentarnos en la espera de la pos-pandemia. Y no lo hemos hecho.
Desde marzo del año 2020, la militancia se ha volcado masivamente a organizar la solidaridad, articulando todo tipo de acciones para paliar las consecuencias económicas del covid, profundizando una acción que ya había iniciado durante el macrismo. Ollas populares, entrega de viandas, esquemas solidarios, redes de contención, asistencia de todo tipo. En donde hay una necesidad, se presenta un militante que pone el cuerpo. También hemos fomentado y propiciado la responsabilidad para reducir los contagios, difundiendo información necesaria, repartiendo elementos de limpieza y de cuidado, colaborando con el empadronamiento para la vacunación. Y a pesar del poco tiempo, del desmantelamiento macrista y la reducción de la presencialidad laboral, se han ido recuperando resortes del Estado nacional por parte de la militancia para ponerlos al servicio de la sociedad. En momentos de enorme confusión y zozobra, la organización se propone con firmeza como un faro para nuestro pueblo, mostrando el camino.
En sus famosas notas sobre Maquiavelo, Antonio Gramsci reflexiona sobre el rol del partido político, a quien le asigna el rol del príncipe:
"El moderno Príncipe debe ser y no puede dejar de ser el pregonero y el organizador de una reforma intelectual y moral, lo cual significa crear el terreno para un desarrollo ulterior de la voluntad colectiva nacional popular hacia el cumplimiento de una forma superior y total de civilización moderna".
¿Qué plantea Gramsci? Que hay que aspirar a liderar a la sociedad, no solo desde el ejemplo, sino como una invitación a sumarse. Por eso no se trata de solo ser pregoneros sino también organizadores de la comunidad a la que aspiramos. La militancia no es profeta de un tiempo por venir, sino constructora activa de la utopía aquí y ahora. Vivimos ciertamente tiempos anormales y desafiantes pero, ¿quién mejor que la militancia para liderar en momentos fuera de lo común, inesperados, cambiantes? A fin de cuentas, quien se haya sumado a militar sabe bien que la militancia es una a-normalidad en sí misma en tanto se propone crear algo profundamente contracultural y distinto de los valores dominantes del neoliberalismo: una organización que venza al tiempo.
La militancia juega un rol clave en la contención social de la crisis.
Las dificultades pandémicas para la militancia son enormes. No solo no poder movilizar masivamente, sino tampoco poder reunirse físicamente a debatir, tener que restringir la presencialidad en unidades básicas, centros de estudiantes, locales gremiales, protocolizar las jornadas solidarias, las pintadas, los volanteos. El corset epidemiológico limita enormemente poner el cuerpo, que es la definición más sencilla y perfecta de la acción militante. Es por esto que debemos destinar nuestros mayores esfuerzos a pensar creativamente cómo construir y desplegar poder popular en este marco extraordinario.
Bocinazos, semaforazos, campañas por abajo, afichadas, bajopuerta, juntadas de firmas, campañas en redes sociales, múltiples pequeñas acciones territoriales coordinadas, reuniones de discusión reducidas al aire libre... hay que continuar experimentando en busca de mayores grados de organización social y de demostración de poder popular. Por cierto, si hay algo, aunque mínimo, a favor de la militancia en las actuales condiciones de cuidados sanitarios, es que nada puede suceder entre cuatro paredes, todo lo que suceda debe suceder a cielo abierto. En contra de la rosca privada en cuartos oscuros, la militancia siempre es una apuesta a lo público. Como repite cual mantra el Mandalorian, el personaje de Star Wars que rehúsa a individualizarse y apuesta a cumplir el deber colectivo, este es el camino.
Nota al pié: si estás leyendo esto y no estás militando o participando o colaborando con una olla, un merendero, una unidad básica, un esquema solidario, es momento de comenzar. Acercate a algún local, mandá un mensaje a alguien que conocés que milita, doná alimentos, doná plata, poné un poquito de tu tiempo. Hace falta.
Un gobierno militante
La segunda ola de la pandemia nos atraviesa de un modo dramático. Más de 60 mil compatriotas han perdido la vida, y el trauma colectivo es inconmensurable. Convivimos casi en simultáneo con la masividad de los contagios y la masividad de la vacunación. Todas las semanas algún ser querido debe aislarse o hisoparse, hay quienes deben internarse, hay quienes pierden la vida. Todas las semanas algún ser querido se empadrona, recibe un turno, se vacuna y nos llega una foto con una sonrisa interminable. El miedo y el dolor pelean palmo a palmo con la esperanza, y el gobierno popular ha hecho de la vacunación una verdadera gesta patriótica. Es motivo de un orgullo infinito.
En el mítico Luna Park de la juventud con Néstor en 2010, el Cuervo Larroque consignó que siempre elegiríamos los libros de historia por sobre las tapas de los diarios. Y nos asiste la certeza de que cuando se escriban los libros de historia, será evidente que en medio de una peste global inusitada, el kirchnerismo apostó todo al cuidado colectivo, a la salud y a la vida; y el macrismo especuló con la muerte, el contagio y el caos. El negacionismo sanitario, hoy camuflado por los medios hegemónicos y las corporaciones, se verá con toda claridad en años por venir como un crimen de lesa humanidad. Nuestro tema, otra vez, es el mientras tanto.
Si la tarea de la militancia es modificar la correlación de fuerzas para poder permitirle al gobierno tomar decisiones más audaces, la tarea del propio gobierno es exactamente la misma. Y como enseñó con sus acciones y sus palabras el compañero Amado Boudou, a veces las propias decisiones audaces de un gobierno modifican ellas mismas la correlación de fuerzas. A veces el coraje de hacer lo que parece imposible, lo vuelve posible y realidad. ¿Quién hubiera imaginado que en escenarios de tremenda debilidad como los años entre 2008 y 2010 el gobierno popular recuperaría Aerolíneas Argentinas, estatizaría las AFJP, sancionaría el matrimonio igualitario, etc. etc. etc.?
Más organización popular para fortalecer al gobierno de las mayorías.
Pero el gobierno tiene también otra tarea fundamental: convocar al pueblo a organizarse. Alberto no puede llamar a una movilización masiva, pero bien puede llamar a la organización masiva. A la participación popular en tareas solidarias, a la concientización sobre el cuidado, a la colaboración comunitaria, incluso desde nuestras propias casas. Llevar esa frase del presidente "nadie se salva solo" hasta sus últimas consecuencias. Debemos fortalecer con palabras y acciones al campo popular, lanzando un discurso decididamente militante desde el gobierno. Gobernar es crear militantes, como bien plantea Damián Selci en su monumental libro La organización permanente, y estos años de gobierno popular deben dejarnos con más y mejor militancia que cuando empezamos, incluso pandemia mediante. No es tan difícil, basta con imitar a Cristina, que incluso en su momento de mayor popularidad del 54% allá por 2011, la misma noche que ganó las elecciones, luego de pronunciar sus palabras victoriosas en el Hotel Intercontinental, en vez de irse a celebrar o a descansar un poco, se dirigió a la Plaza de Mayo, donde decenas de miles de personas se convocaban para festejar, se subió a un escenario improvisado y dijo:
“Les pido a todos que dejando de lado vanidades personales o pequeñas diferencias, se organicen profundamente en todo el territorio de la República Argentina, en los frentes sociales, en los frentes estudiantiles, porque es necesario reconstruir el entramado social y político a lo largo y a lo ancho del país, para defender a la patria, para defender a los intereses de los más vulnerables, y fundamentalmente, para que nadie pueda arrebatarles lo que hemos conseguido, y el futuro de todos ustedes."
Organizarse profundamente, porque el poder que falta hay que construirlo. Por arriba, por el medio, por abajo; desde el gobierno, desde los sindicatos, desde los clubes, desde las escuelas, desde los barrios. Hasta que podamos volver a marchar como tanto deseamos y necesitamos, la correlación de fuerzas debe modificarse a nuestro favor por otros medios. Por cierto, este año hay elecciones. Qué mejor forma de empujar transformaciones más profundas que el pueblo yendo a votar masivamente al Frente de Todes, castigando al negacionismo y revalidando la esperanza de 2019. Depende de nosotres.