Por Manuel Saralegui y Gastón Fabián

 

“Existe un secreto acuerdo entre 

las generaciones pasadas y la nuestra. 

Entonces hemos sido esperados en la tierra. 

Pues nos ha sido dada, tal como a 

cada generación que nos precedió, 

una débil fuerza mesiánica, 

sobre la cual el pasado reclama derecho. 

No es fácil atender a este reclamo”.

Walter Benjamin

 

El 24 de marzo de 2017 la militancia kirchnerista empezó a marchar desde la Ex-ESMA hasta la Plaza de Mayo. ¿Qué tuvo de particular ese año? Entre otras cosas, fue el año en que el macrismo se sintió eterno y se jactaba de inaugurar la época del reformismo permanente. También en 2017, amparada en el clima de cambio de ciclo, la Corte Suprema intentó otorgar el 2x1 a los genocidas, pero fue contrarrestada por el ejercicio masivo de la memoria popular, con cientos de miles de argentinos tomando las calles para gritar Nunca Más. Por aquellos días, a estas avanzadas se las describía como “ensayo y error”. 

La derecha, envalentonada, tenía claro lo que quería, pero después de doce años de kirchnerismo necesitaba probarse, medir el pulso del pueblo, desafiar la correlación de fuerzas, ganar posiciones... Razones no le faltaban para imaginarse mucho tiempo en el poder: en ese año Esteban Bullrich le ganó las elecciones a Cristina en la Provincia de Buenos Aires. La militancia, a pesar de todo, no retrocedió. La demostración de audacia que significaba caminar 12 kilómetros –o 120 cuadras según la métrica que cada uno prefiera– fue defendida política y filosóficamente por Damián Selci con motivo de una edición posterior del Día de la Memoria:

“El sentido político de atravesar la ciudad en una movilización no encierra ningún misterio: busca duplicar la demostración de que, efectivamente, la militancia pone el cuerpo. Como en política cualquiera puede decir cualquier cosa, la única prueba fehaciente de que nuestro discurso político es ‘verdad’, de que tomamos en serio lo que decimos y no estamos simplemente hablando en el aire, la suministra el hecho de que ‘estamos ahí’: de que ponemos el cuerpo. Por eso, no basta con repudiar el golpe de Estado cívico-militar… además, hay que movilizar a la Plaza el 24. El kirchnerismo ha añadido esta vez un giro idealista: no basta con movilizar, hay que caminar ciento veinte cuadras. Sólo una fuerza joven, en todo sentido, se puede plantear este tipo de acciones políticas”.

En 2024 la situación es distinta. La derecha es ultra y reivindica el terrorismo de Estado. El atentado político contra una militante de HIJOS en las vísperas del 24 emula las prácticas de la Triple A e indica un pase al acto de un entramado terrorista paraestatal cuyo antecedente directo es el intento de magnicidio a Cristina Fernández de Kirchner. El campo popular está en crisis: aunque el peronismo gobierna provincias, municipios y mantiene una importante fuerza legislativa, sindical y militante, la derrota ha sido dura. Nadie salió ileso del golpe, ni puede determinar con claridad hacia dónde vamos, porque el horizonte permanece nublado y difuso por las tinieblas que reinan. The night is dark and full of terrors

Desde diciembre la Argentina vive el ajuste más brutal sobre los ingresos de las mayorías desde el Rodrigazo y el primer año del plan de Martínez de Hoz. La destrucción de la actividad económica, autoinducida, se asemeja a la parálisis forzada de la pandemia, y la mitad del electorado acompaña la crueldad con la que el gobierno le pasa la motosierra y le cuenta sin tapujos que no estaba ganando poco sino demasiado. Estabilizar, para Milei, es nivelar al grueso de la población para abajo, mientras un puñado de corporaciones transnacionales se quedan con la torta y los recursos estratégicos del país.

¿Qué hacer? Sencillo: no retroceder. La ultraderecha busca la disolución nacional y solo frena cuando encuentra límites. Si hemos marchado 120 cuadras en el pasado, este domingo lo volveremos a hacer. Porque los pasos que retrocedemos son los que avanza la ultraderecha. Por eso el domingo 24 de marzo de 2024 volveremos a caminar las 120 cuadras que separaron un campo de exterminio a cielo abierto de la Casa Rosada y el Ministerio de Economía. Porque se cumplen 20 años desde el día que Néstor Kirchner bajó el cuadro de Videla en ese mismo lugar. No es el año para cambiar de planes.

Superar una derrota es derrotarla. La autocrítica siempre necesaria es un paso posterior (no anterior) a la decisión de construir una nueva victoria. Este es el sentido profundo de una de las consignas peronistas más importantes que surgieron de los años 80s: no nos han vencido. El a pesar de constituye el hueso inquebrantable, la madera dura de roer de la que estamos hechos los militantes, que nos curtimos en las difíciles, porque es donde verificamos que la solidaridad, la entrega, el amor por los otros, a fin de cuentas, existen. Sí, perdimos. Sí, el genocidio nos diezmó. Pero no nos han vencido porque estamos dispuestos a derrotar la derrota y continuar luchando. Porque queremos ganar. Y vamos a ganar.

La militancia no cree en la violencia pero sí cree en la fuerza. Caminar 120 cuadras es una demostración de fuerzas. No ante el resto del campo popular. No ante nuestros amigos, sino ante nuestros enemigos, en el corazón de su poder y de su estilo de vida. Y mostrar fortaleza militante es el mayor homenaje que nuestra generación puede hacerle a la juventud militante de los años 70s. El genocidio que reivindica Milei quiso desaparecer a la militancia. La pesadilla de la derecha es que 48 años después los desaparecidos siguen presentes, no los han vencido y son eternos mientras la organización militante del peronismo dure y les haga justicia. El desafío sigue siendo vencer al tiempo.

La consigna con la que La Cámpora marcha, “porque otros caminaron antes, caminamos para que otros caminen”, es una metáfora de la militancia, que puede traducirse así: “porque otros militaron antes, militamos para que otros militen”. Militancia es estar-en-camino hacia el otro militante, el de al lado, el que puede llegar-a-ser, el que ya vivió, el que todavía no nació. A pesar del agotamiento, de la frustración, de la perplejidad, escuchamos el llamado y respondemos. Porque ni los muertos estarán a salvo si el enemigo vence.

En la distopía de Milei, somos todos casta. Pero ninguna casta camina 12 kilómetros. En todo caso, caminar 120 cuadras se parece más a la locura, y ese concepto nos cuadra mejor: estamos locos. Como el apóstol Pablo reconocía de los primeros cristianos. Predicar al Cristo crucificado era escándalo para los judíos y locura para los paganos. Los escandalizados hoy son los “peronistas de ley”, los ultradoctrinarios, que siempre vieron con recelo y desconfianza al kirchnerismo, los que hablaban de la “infiltración marxista” y ahora de “infiltración progre”. El domingo nos dirán: es un escándalo querer marchar 120 cuadras, ¿qué quieren demostrar? Vayan a la Plaza y ya.

La derecha nos dice corruptos y “militontos”: nos consideran “ñoquis” cuando se van a dormir y “fanáticos” cuando se despiertan. Pero la locura es el deseo de transformación de la realidad, la entrega apasionada al ideal. A Cristina le decían loca. No, Milei no está loco. Por el contrario, su hiperracionalidad quiere profundizar lo más devastador, cruel y asesino del mundo que vivimos. 

Es un hiperrealismo capitalista, como le gustaría decir a Fisher. De hecho, es lo que en el psicoanálisis se define como perverso, esto es, alguien empeñado en tapar la inconsistencia del orden simbólico, en asumir que el Otro (el garante, Dios, el Mercado) existe y que puede tener acceso directo a sus pretensiones. Milei lo llama “principio de revelación”. Al perverso no le importan los otros (no siente culpa, ni vergüenza, ni empatía), pues su pulsión es la de ser instrumento del goce del Otro. Milei se inmola en nombre de su fundamentalismo de mercado, quiere ser un mártir que con su sacrificio colma el Sentido.

Un loco, en cambio, es alguien que transgrede la norma porque no termina de entender su lógica y persigue por lo tanto un horizonte alternativo, que es la verdad del sujeto, como Don Quijote, que se cree un caballero andante y se esfuerza por estar a la altura de su convicción, por encontrar un otro que reconozca su militancia, a pesar de todas las adversidades que le opone lo real.

No Milei, la locura no es tuya, la locura es nuestra. La locura de decidir ser una sociedad más igualitaria, de encarcelar genocidas y repartir computadoras, de crear y distribuir riqueza, de poner satélites en el espacio y hacer que la gente se involucre en política. No estamos enojados, estamos locos. La locura es el idealismo kirchnerista, que persiste. Al que no se lo ha vencido. Porque aunque esté herido y golpeado por la derrota electoral, no cambia de idea (la otra gran consigna de la militancia peronista pos genocidio). Y las ideas sólo se hacen carne si hay cuerpos que militan. Sí, hay que escribir canciones nuevas para los nuevos tiempos. No existe bañarse dos veces en el mismo río y sólo se puede volver al futuro. Pero sin cambiar de idea. Porque la idea es eterna.