Durante la primavera kirchnerista mucha gente se sumó a militar. Mucha gente militaba de antes, mucha arrancó de cero, mucha gente un toque más grande empezó a militar de nuevo. Gente que venía de movidas culturales, de los derechos humanos, de la militancia social, de comedores, asambleas, movimientos estudiantiles, sindicatos. En esa trama se fue construyendo una generación política, que no es un grupo etáreo, sino un conjunto de personas que en un momento histórico determinado luchan en conjunto. El predicador invisible es una de esas personas, un pibe que milita en el kirchnerismo en sus orígenes, como hubo tantos miles en su momento.
La política
Es común escuchar a une militante kirchnerista decir que Néstor y Cristina nos devolvieron la política. El Indio ya nos había enseñado que todo es político (si esta cárcel sigue así), pero hay una diferencia importante entre lo político y la política. Lo político, podríamos decir, es la dimensión de la vida humana vinculada al poder, su distribución, cómo nos atraviesa, las tensiones propias de pensarnos y ser colectivamente. La política, en cambio, son las instituciones materiales que nos rigen. El Estado, los partidos, la policía, el Congreso, las elecciones, la democracia. Lo político puede estar en un detalle, en un gesto, en un libro, una amistad o una relación de pareja; pero la política abarca toda la sociedad. La política es pensar y actuar sobre el todo. Ya éramos personas involucradas en lo político, lo supiéramos o no. Pero el kirchnerismo invitaba a creer en la política. Nuestras ideas, anhelos e inspiraciones podían ser de mayorías.
Nos avivamos que la militancia política puede plantearse objetivos y lograrlos. Que se puede salir del goce estético de la resistencia y apostar al caballo vencedor. En democracia, en el marco de la democracia liberal que heredamos, se podía torcerle el brazo al capitalismo salvaje. Quizás no del todo, quizás sólo temporalmente, atando con alambre, pero se pudo. Aprendimos que se puede ganar. Y aprendimos a mamar el peronismo, esa identidad única que es una experiencia del cuerpo.
La militancia
El predicador invisible se sitúa en tiempos de la Ley de Medios y el Matrimonio Igualitario. Es una primavera política. El gobierno de Cristina amplía derechos sin parar, es vertiginoso. Clarín ya está nervioso. Todo es acá y ahora, y les militantes sienten que están viviendo momentos trascendentes de sus vidas y de la vida política del país.
Su protagonista, Dante, es un militante rodeado de militantes, saliendo de una organización política y armando otra, yendo a un barrio que no es el suyo a organizar. Hermosa palabra: organizar. Tiene algunas (pocas) herramientas: unas pelotas, un torneo de fútbol distrital, algún manguito para hacer un asado o imprimir unos folletos. Aparecen las realidades de toda organización política: sus compañeres de militancia, las discusiones, su referente, las tensiones, los anhelos, los objetivos cumplibles y los incumplibles, la solidaridad, la desconfianza, el deseo y las tensiones sexuales, las reuniones, su referente político, algún dirigente que aparece para la foto.
Y después está el territorio: La Boca, el sur porteño. Ahí Dante se enreda en un mundo cotidiano de vecinos y vecinas con quienes quiere hacer un trabajo político, y tiene que remar en dulce de leche, como todo militante. Ser militante siempre es medio marciano. Tratar de caer bien, dar charla, persuadir, dar una mano, meter temas en la discusión. La militancia se encuentra con una sociedad desinteresada y desconfiada. Y ahí va el predicador invisible a encontrarse con Graciela, una vecina de peso en el barrio que sostiene un comedor y le abre las puertas; luego conocerá a un grupo de pibitos de conventillo de quienes le tocará ser director técnico. Él y su compañera Magalí intentan hablarles de política, bajar línea, pero siempre cuesta.
Son los mejores años de la década K, con el crecimiento a tasas chinas y Beatriz Sarlo escribiendo en La Nación: “el kirchnerismo es hegemónico”. Pero la experiencia concreta de la militancia es mucho más ambigua, más compleja, más claroscura. Les personajes de Abrevaya Dios se sienten parte de algo trascendente, pero tienen los pies sobre la tierra. Creen en lo que hacen, se emocionan al sentir que su proyecto político avanza, pero sin ingenuidad.
Dice Jorge Alemán en su libro “Soledad : Común”: Mantenerse en la Causa sin idealización implica soportar en la apuesta sin garantías que toda causa conlleva el retorno de lo reprimido o la repetición de lo mismo. En este aspecto, soportar el proyecto de la Causa implica asumir la aparición de reiteradas formas del obstáculo, de lo heterogéneo, que resiste al proyecto, hasta incluso aceptar el fracaso diferido que siempre invita a intentar fracasar, una vez más, de la “buena manera”.
La militancia kichnerista cree en la Causa, pero no idealiza. La historia de Dante y sus compañeres, es la historia de los obstáculos, de la repetición, de mantener la convicción ante circunstancias tremendas, ante las resistencias al proyecto; incluso ante el fracaso, Dante intenta, una vez y otra más.
La fidelidad
Las primaveras pasan. Algunas duran 49 días, otras duran dos años, pero tarde o temprano llegan a su fin. Se van yendo, de a poco, hasta que un día no están más. La primavera kirchnerista pasó, dejando un saldo y un compromiso.
Leer El predicador invisible para quienes militamos en el kirchnerismo en esos años es repensar el saldo que nos dejó la primavera kirchnerista. No somos los mismos que éramos cuando empezamos. Aprendimos a patear un barrio, leímos algunos libros, nos equivocamos, acertamos, nos peleamos, rompimos con un espacio, nos sumamos a otro, jugamos internas, operamos, nos operaron, hablamos de menos, hablamos de más, repartimos volantes, pintamos banderas, discutimos una y otra vez sobre el peronismo, nos ligamos alguna trompada, nos comimos el frío, la lluvia, las actividades que no convocan ni un sólo vecino, las que explotan. Somos otras personas, marcadas a fuego por esos días donde nos sentimos parte de algo eterno.
El compromiso ante esa experiencia es hacerse cargo, recordar qué fue lo que sentimos y vivimos en esa primavera; y no hacerse les giles. La primavera se terminó, pero el proyecto político vive. Ahora demanda muchísimo más de nosotres que entonces. Ya no gobierna Cristina sino Macri, ya no hay recursos ni aparato ni poder para repartir. Era fácil ser militante kirchnerista en 2011. Como también es fácil hoy pedir autocrítica, decir que el kirchnerismo ya fue, volverse a casa o peor, abonar a formas corporativas y anti-militantes de la política.
La ética, diría Alain Badiou, es ser fiel a los acontecimientos que atravesaron tu vida. La traición, el mal, es olvidar aquello que te atravesó y te hizo sentir parte de algo trascendente, algo revolucionario. El predicador invisible nos recuerda que, con todos sus vericuetos, el kirchnerismo fue y es un acontecimiento político que nos sigue llamando hasta el día de hoy a no olvidar que fuimos felices, que recuperamos la política y que volvimos a creer. No seamos cagones. Sigamos creyendo, sigamos militando, sigamos fieles. Nos lo debemos a nosotres mismes.
La política
Es común escuchar a une militante kirchnerista decir que Néstor y Cristina nos devolvieron la política. El Indio ya nos había enseñado que todo es político (si esta cárcel sigue así), pero hay una diferencia importante entre lo político y la política. Lo político, podríamos decir, es la dimensión de la vida humana vinculada al poder, su distribución, cómo nos atraviesa, las tensiones propias de pensarnos y ser colectivamente. La política, en cambio, son las instituciones materiales que nos rigen. El Estado, los partidos, la policía, el Congreso, las elecciones, la democracia. Lo político puede estar en un detalle, en un gesto, en un libro, una amistad o una relación de pareja; pero la política abarca toda la sociedad. La política es pensar y actuar sobre el todo. Ya éramos personas involucradas en lo político, lo supiéramos o no. Pero el kirchnerismo invitaba a creer en la política. Nuestras ideas, anhelos e inspiraciones podían ser de mayorías.
Nos avivamos que la militancia política puede plantearse objetivos y lograrlos. Que se puede salir del goce estético de la resistencia y apostar al caballo vencedor. En democracia, en el marco de la democracia liberal que heredamos, se podía torcerle el brazo al capitalismo salvaje. Quizás no del todo, quizás sólo temporalmente, atando con alambre, pero se pudo. Aprendimos que se puede ganar. Y aprendimos a mamar el peronismo, esa identidad única que es una experiencia del cuerpo.
La militancia
El predicador invisible se sitúa en tiempos de la Ley de Medios y el Matrimonio Igualitario. Es una primavera política. El gobierno de Cristina amplía derechos sin parar, es vertiginoso. Clarín ya está nervioso. Todo es acá y ahora, y les militantes sienten que están viviendo momentos trascendentes de sus vidas y de la vida política del país.
Su protagonista, Dante, es un militante rodeado de militantes, saliendo de una organización política y armando otra, yendo a un barrio que no es el suyo a organizar. Hermosa palabra: organizar. Tiene algunas (pocas) herramientas: unas pelotas, un torneo de fútbol distrital, algún manguito para hacer un asado o imprimir unos folletos. Aparecen las realidades de toda organización política: sus compañeres de militancia, las discusiones, su referente, las tensiones, los anhelos, los objetivos cumplibles y los incumplibles, la solidaridad, la desconfianza, el deseo y las tensiones sexuales, las reuniones, su referente político, algún dirigente que aparece para la foto.
Y después está el territorio: La Boca, el sur porteño. Ahí Dante se enreda en un mundo cotidiano de vecinos y vecinas con quienes quiere hacer un trabajo político, y tiene que remar en dulce de leche, como todo militante. Ser militante siempre es medio marciano. Tratar de caer bien, dar charla, persuadir, dar una mano, meter temas en la discusión. La militancia se encuentra con una sociedad desinteresada y desconfiada. Y ahí va el predicador invisible a encontrarse con Graciela, una vecina de peso en el barrio que sostiene un comedor y le abre las puertas; luego conocerá a un grupo de pibitos de conventillo de quienes le tocará ser director técnico. Él y su compañera Magalí intentan hablarles de política, bajar línea, pero siempre cuesta.
Son los mejores años de la década K, con el crecimiento a tasas chinas y Beatriz Sarlo escribiendo en La Nación: “el kirchnerismo es hegemónico”. Pero la experiencia concreta de la militancia es mucho más ambigua, más compleja, más claroscura. Les personajes de Abrevaya Dios se sienten parte de algo trascendente, pero tienen los pies sobre la tierra. Creen en lo que hacen, se emocionan al sentir que su proyecto político avanza, pero sin ingenuidad.
Dice Jorge Alemán en su libro “Soledad : Común”: Mantenerse en la Causa sin idealización implica soportar en la apuesta sin garantías que toda causa conlleva el retorno de lo reprimido o la repetición de lo mismo. En este aspecto, soportar el proyecto de la Causa implica asumir la aparición de reiteradas formas del obstáculo, de lo heterogéneo, que resiste al proyecto, hasta incluso aceptar el fracaso diferido que siempre invita a intentar fracasar, una vez más, de la “buena manera”.
La militancia kichnerista cree en la Causa, pero no idealiza. La historia de Dante y sus compañeres, es la historia de los obstáculos, de la repetición, de mantener la convicción ante circunstancias tremendas, ante las resistencias al proyecto; incluso ante el fracaso, Dante intenta, una vez y otra más.
La fidelidad
Las primaveras pasan. Algunas duran 49 días, otras duran dos años, pero tarde o temprano llegan a su fin. Se van yendo, de a poco, hasta que un día no están más. La primavera kirchnerista pasó, dejando un saldo y un compromiso.
Leer El predicador invisible para quienes militamos en el kirchnerismo en esos años es repensar el saldo que nos dejó la primavera kirchnerista. No somos los mismos que éramos cuando empezamos. Aprendimos a patear un barrio, leímos algunos libros, nos equivocamos, acertamos, nos peleamos, rompimos con un espacio, nos sumamos a otro, jugamos internas, operamos, nos operaron, hablamos de menos, hablamos de más, repartimos volantes, pintamos banderas, discutimos una y otra vez sobre el peronismo, nos ligamos alguna trompada, nos comimos el frío, la lluvia, las actividades que no convocan ni un sólo vecino, las que explotan. Somos otras personas, marcadas a fuego por esos días donde nos sentimos parte de algo eterno.
El compromiso ante esa experiencia es hacerse cargo, recordar qué fue lo que sentimos y vivimos en esa primavera; y no hacerse les giles. La primavera se terminó, pero el proyecto político vive. Ahora demanda muchísimo más de nosotres que entonces. Ya no gobierna Cristina sino Macri, ya no hay recursos ni aparato ni poder para repartir. Era fácil ser militante kirchnerista en 2011. Como también es fácil hoy pedir autocrítica, decir que el kirchnerismo ya fue, volverse a casa o peor, abonar a formas corporativas y anti-militantes de la política.
La ética, diría Alain Badiou, es ser fiel a los acontecimientos que atravesaron tu vida. La traición, el mal, es olvidar aquello que te atravesó y te hizo sentir parte de algo trascendente, algo revolucionario. El predicador invisible nos recuerda que, con todos sus vericuetos, el kirchnerismo fue y es un acontecimiento político que nos sigue llamando hasta el día de hoy a no olvidar que fuimos felices, que recuperamos la política y que volvimos a creer. No seamos cagones. Sigamos creyendo, sigamos militando, sigamos fieles. Nos lo debemos a nosotres mismes.