La docena de cuentos de Mariana Enríquez están entrelazados por una serie de tópicos que forman parte de sus obsesiones y que aparecen una y otra vez a lo largo de su obra: la adolescencia, la soledad, el dolor, el sexo, el rock, los suburbios, las drogas, la muerte y, en especial, lo sobrenatural, lo fantástico, aquello que late de manera inquietante del otro lado de la delgada línea que impone la realidad.
Los textos se leen en de un tirón ya que ocupan menos de diez páginas, y en general se estructuran de una manera similar: arrancan con situaciones, escenarios o personajes más o menos identificables, con un patio que podría ser el fondo de la casa de tu abuela, un tedioso viaje en micro, en enero, para ver a un familiar que vive en otra provincia, los pellizcones de tus amigas cuando irrumpe en el cuarto tu hermano mayor, uno de tus primeros veranos lejos de los padres, hasta que de repente todo se tiñe de una atmósfera fuera de lo común, con seres o territorios extraños, que pueden despertar una atracción entrañable o el asco más repulsivo, con la misma potencia, la misma tensión, pero construidos siempre con una verosimilitud inapelable y una prosa exquisita.
En el cuento La virgen de la tosquera, la escritora y periodista nos cautiva con un relato de iniciación, en el que un grupo de amigas decide ir a pasar un fin de semana de un caluroso verano a una tosquera en la que no hay más que una playita y la Virgen que nadie visita, junto a una amiga más grande, a la que envidian no solo porque vive sola, trabaja en el Ministerio de Educación y tiene una planta de marihuana, sino también por el pibe que se está curtiendo, de un atractivo insoportable. La amenaza permanente, aparte de la olla de aguas oscuras y profundas, es la irrupción improbable del dueño de la propiedad privada, en compañía de unos perros más malos que la rabia. El desenlace de la historia, luego de pasar por pasajes de calor sofocante, deseo sexual reprimido y envidia insana, tiene mucho que ver con lo que uno imagina, y junta, mientras pasa de manera compulsiva las páginas.
Fetichistas de los latidos cardíacos, chicas solitarias que se masturban hasta lastimarse la bulba, esqueletitos desahuciados que piden compañía, una vieja curandera, almas de chicos abusados que espantan turistas, adolescentes fanatizadas de una estrella de rock, y “chicas los ojos delineados con negro mortuorio” que se juntan a fumar y titirar de miedo con el juego de la copa en el que aparecen familiares desaparecidos durante la dictadura, son parte del resto de los cuentos que componen el primer libro de cuentos de una autora que muchos se animan a comparar con Stephen King, no solo por el uso que hace del registro del terror, o lo fantástico, sino también por el abordaje de ejes universales, pero también domésticos, que realiza en sus textos: el amor adolescente, la soledad, el temor a la muerte, el placer en muchas de sus formas y también la dictadura del 76.
El cuento Chicos que vuelven parece ser el relato que le dio origen a una novela corta que publicó en 2010, y que tiene a la misma protagonistas, una empleada pública de una línea de búsqueda de chicos perdidos y desaparecidos, un joven que hace pesquizas para una sección de policiales de un diario, y por supuesto, los chicos y chicas que vuelven del más allá para la sorpresa y el horror de propios y ajenos.
Enríquez está de moda. Su nombre aparece por todos lados. Como muestra alcanza un botón: Flacso lanzó un curso de extensión denominado “Seres extraordinarios: cómo escribir perfiles”, el género periodístico y literario que ella despliega en su libro “La hermana menor, un retrato sobre Silvina Ocampo (Anagrama), y los cupos (que son muchos, porque la propuesta es virtual), se agotaron en pocas horas.
Es para celebrar que Enríquez esté de moda. Ganamos todos si su literatura se expande sin freno, teniendo en cuenta lo bien que escribe y los mundos tan perturbadoramente atractivos que propone. Siempre dan ganas de seguir leyendo, y para los que escribimos, de largarlo todo, e ir a sentarse frente a la computadora, con la certeza de que ahora sí, estamos atravesados por un rapto de inspiración.
Bajar es lo peor fue su primera novela (1995), luego publicó “Cómo desaparecer completamente” (2004), más tarde, en 2009, publicó los cuentos “Los peligros de fumar en la cama”, y en 2010, la novela corta “Chicos que vuelven”. En 2013, publicó “Cuando hablamos con los muertos” (cuentos) y en 2014 llegó el turno de una serie de crónicas sobre cementerios del mundo, bautizada como “Alguien camina sobre tu tumba”. El mismo año publicó “La hermana menor”, el perfil sobre Silvina Ocampo, en 2016 le tocó el turno a una nueva compilación de cuentos, “Las cosas que perdimos en el fuego”, y en 2017, la novela corta “Este es mar”. En 2019 publicó la novela corta “Ese verano a oscuras” y aparte ganó el Premio Herralde Novela, con su texto “Nuestra parte de noche”.