Stefano, un inmigrante italiano, trae consigo anhelos de trascendencia que están a punto de romperse. En la magnífica puesta dirigida por Osmar Núñez, adaptada de la obra de Armando Discépolo(1887-1971), contemplamos la problemática y angustia de un ser que necesita exorcizar, a través de su música, el pesimismo que atenta contra sus nobles ilusiones.
Una de las más gratas sorpresas de la cartelera teatral porteña durante 2022, “Stefano”, fue premiada el 10 de noviembre pasado con tres Premio ACE (Asociación Cronistas del Espectáculo), en las categorías Dirección de Teatro Alternativo: Osmar Núñez; Actuación Femenina en Teatro Alternativo: Elena Petraglia; y Revelación Femenina y Masculina: Patricio Gonzalo.
Escrita en 1928, la esencia del dramaturgo, nacido y criado en un hogar porteño, se hace de aromas y raíces napolitanas y genovesas. Discépolo fue alguien que aprendió de los encantos del arte tempranamente y supo apropiar los estilos imperantes; con agudeza, plasmó el desasosiego sin renunciar al humor y reivindicó la tradición porteña de la tragicomedia. Tal es el espíritu que atraviesa por completo a la presente obra.
Exhibida en el Teatro La Máscara, “Stefano” aborda principios de prosperidad no conseguidos: el contexto de una sufrida familia afectadas por pérdidas y conflictos varios regenera atávicas frustraciones.
Este clásico del teatro rioplatense trae aparejado un contundente conflicto existencial: ¿qué legado se deja luego de nuestro paso terrenal? ¿Qué vengo a hacer aquí y cuál es el sentido y fin del deseo que motoriza las pasiones?
Así pareciera interpelarnos el dramaturgo creador del grotesco criollo, hermano del poeta de tango Enrique Santos, también víctima de un doloroso contexto que ahonda en nuestro origen e idiosincrasia. Lo incomprendido hoy será la luz de mañana, se nos advierte, impactando de lleno en el corazón de una obra que nos mostrará a un hombre inmerso en el dilema filosófico de tratar de sustentar a su familia sin dejar que se apacigüe ese fuego sagrado que lo hace generar formas de arte en partituras inspiradas por grandes maestros de la música clásica, a quienes admira profundamente.
Un componente escénico sumamente bello nos instala en una época cercana a la primera posguerra, configurada estéticamente a través de una paleta de colores para nada estridente, que sabe interpretar con precisión la contradicción que anida en el núcleo de esta historia de vida.
En aquella casa de inmigrantes parece congelarse un perfecto instante pictórico y el mundo ideal de sueños confronta al mundo real. Lo injustamente cotidiano que el día a día nos ofrece, de postergación en postergación.
El doloroso contexto no nos dejará indiferente a factores de problemática humana vigentes como la migración, la transformación de las grandes ciudades, la pobreza y la super población. Se hace hincapié en el artista; este sufre y padece, sin posible escapatoria, los injustos designios del sistema al que pertenece. Desde las privaciones de los conventillos suelen engendrarse sueños con destino triunfal, pese a toda adversidad circundante. Muchos de esos sueños, naufragarán. Porque quien no compone se seca, y luego muere. La otra cara de la moneda de la creación no perdona; el artista se aplasta sobre un sillón, suena la melodía ajena…
La fina pluma de Discépolo moldeó con sapiencia los elementos con los que se gestan aquellas quimeras imposibles, legándonos obras que dirigió con mano maestra. Creador de uno de los géneros nacionales más autóctonos, pervive en la reciente puesta de “Stefano”, brillantemente interpretada por Núñez en su faceta de director, la llama viva de un clásico.
Un brillante elenco, integrado por Norberto Gonzalo, Patricio Gonzalo, Pablo Mariuzzi, Jorge Paccini, Elena Petraglia, Paloma Santos, Lucas Soriano y Maria Nydia Ursi-Ducó, plasmará en el escenario con absoluta sensibilidad estas paradojas de nuestra existencia; quizás suelen ser los pequeños grandes fracasos aquellos que delinean el trayecto antes emprendido.
¿Quién tiene en sus manos la totalidad del propio destino? A fin de cuentas, ese reflejo en el espejo es lo más fiel que podemos ofrecer, y todo estado de ánimo se hace de contingencias; éxitos y penurias que pugnan por equilibrar las fuerzas de la balanza en este barco sin timón que llamamos vida. Stefano alza la voz sin renunciar a la poesía: ¿vale la pena jugarse hasta el alma?, se cuestiona, mientras se resiste a ingerir la endulzada píldora que terminará por envenenarlo. Más inquietudes se acumulan, el planteamiento universal de Discépolo pronuncia una frase que será cabal: ¿qué hacer con ese dolor de uno que no conoce remedio ajeno?