En los últimos años se viene hablando mucho de la importancia de recudir el Estado para favorecer la economía. Esto se basa en la equivocada idea, que proviene de modelos macroeconómicos neoclásicos, de que un mayor gasto público presiona las tasas de interés al alza y eso impide a la inversión privada explotar tanto como lo haría si ese gasto no fuera tal.
En la Argentina eso no tiene ningún sentido porque los objetivos de nuestra economía no tienen ver con achicar el Estado. La economía tiene que cambiar para mejorar. Tiene que sumar jugadores en términos sectoriales -en presencia o participación-, al entramado productivo, para crecer con una configuración económica que sea productiva, inclusiva y sustentable. Eso requiere un cambio de las instituciones que asignan recursos, por ejemplo, para favorecer a la ciencia y la tecnología con mayor investigación y desarrollo.
Lo que precisa la economía argentina es ganar en sustentabilidad sin que ello tenga que ver con un ajuste furioso. Al contrario, la idea es ganar sustentabilidad con equilibrios que tengan que ver con mayores niveles de producción y bienestar social.
Como se puede ver en el gráfico que acompaña esta breve nota, hubo una correlación entre 2004 y 2011 entre aumento del gasto público consolidado (Estado, provincias y municipios) y el aumento de la cantidad de empresas que registran empleo en el país. Esto no implica una causalidad; el gasto puede haber subido gracias a una mayor cantidad de empresas que contribuían, o puede que un gasto mayor haya mejorado la demanda por el acceso al consumo de actores con necesidades, y que esto haya creado más comercio y más producción con el consiguiente aumento de cantidad de empresas. Esto pudo haber sido gracias mejoras en los precios relativos externos de las ventas de la Argentina al mundo, para de esta manera recaudar más, o bien gracias a la redistribución equitativa del ingreso del Estado. Posiblemente, sea un mezcla de todo a la vez.
Lo que queda claro, es que no hay ni por asomo una causalidad desde un mayor gasto público hacia menor cantidad de empresas.
En definitiva, el mito que cabe voltear es el que dice que un menor gasto libera recursos para la inversión privada. En esta correlación que estamos viendo se puede decir que esa causalidad no existe. Al contrario, cuanto más crece la economía privada más se puede recaudar, gastar y distruibuir. De todos modos, acá, a partir de un punto el exceso de presión tributaria (por ejemplo desde 2012, en conjunto con el cepo), deja de ser funcional al sector privado, por distintas razones; la más intuitiva tiene que ver con la falta de lealtad de los grandes contribuyentes con un modelo de redistribución del ingreso que no validan.
¿La solución? No es fácil, cosa que ya sabemos. Lo importante es encontrar políticas de Estado, con acuerdos inter sectoriales, que permitan producir cada vez más, sin que la disputa por la distribución del ingreso impacte en una inflación inmanejable (por ejemplo arriba de 28%) ni que estrese a la sociedad (por ejemplo arriba de 20%). A su vez el sector financiero debe estar subordinado al sector productivo, y no al revés como propone el macrismo.
En la Argentina eso no tiene ningún sentido porque los objetivos de nuestra economía no tienen ver con achicar el Estado. La economía tiene que cambiar para mejorar. Tiene que sumar jugadores en términos sectoriales -en presencia o participación-, al entramado productivo, para crecer con una configuración económica que sea productiva, inclusiva y sustentable. Eso requiere un cambio de las instituciones que asignan recursos, por ejemplo, para favorecer a la ciencia y la tecnología con mayor investigación y desarrollo.
Lo que precisa la economía argentina es ganar en sustentabilidad sin que ello tenga que ver con un ajuste furioso. Al contrario, la idea es ganar sustentabilidad con equilibrios que tengan que ver con mayores niveles de producción y bienestar social.
Como se puede ver en el gráfico que acompaña esta breve nota, hubo una correlación entre 2004 y 2011 entre aumento del gasto público consolidado (Estado, provincias y municipios) y el aumento de la cantidad de empresas que registran empleo en el país. Esto no implica una causalidad; el gasto puede haber subido gracias a una mayor cantidad de empresas que contribuían, o puede que un gasto mayor haya mejorado la demanda por el acceso al consumo de actores con necesidades, y que esto haya creado más comercio y más producción con el consiguiente aumento de cantidad de empresas. Esto pudo haber sido gracias mejoras en los precios relativos externos de las ventas de la Argentina al mundo, para de esta manera recaudar más, o bien gracias a la redistribución equitativa del ingreso del Estado. Posiblemente, sea un mezcla de todo a la vez.
Lo que queda claro, es que no hay ni por asomo una causalidad desde un mayor gasto público hacia menor cantidad de empresas.
En definitiva, el mito que cabe voltear es el que dice que un menor gasto libera recursos para la inversión privada. En esta correlación que estamos viendo se puede decir que esa causalidad no existe. Al contrario, cuanto más crece la economía privada más se puede recaudar, gastar y distruibuir. De todos modos, acá, a partir de un punto el exceso de presión tributaria (por ejemplo desde 2012, en conjunto con el cepo), deja de ser funcional al sector privado, por distintas razones; la más intuitiva tiene que ver con la falta de lealtad de los grandes contribuyentes con un modelo de redistribución del ingreso que no validan.
¿La solución? No es fácil, cosa que ya sabemos. Lo importante es encontrar políticas de Estado, con acuerdos inter sectoriales, que permitan producir cada vez más, sin que la disputa por la distribución del ingreso impacte en una inflación inmanejable (por ejemplo arriba de 28%) ni que estrese a la sociedad (por ejemplo arriba de 20%). A su vez el sector financiero debe estar subordinado al sector productivo, y no al revés como propone el macrismo.