“Titulamos este libro ‘Poesía y vida’ porque muchos de los poetas aquí convocados sufrieron persecuciones, cárceles, exilios, y todos ellos sobrevivieron, en la soledad de sus calvarios, escribiendo. Fue la poesía la salvadora, la redentora, la mejor amiga”, apunta Mempo Giardinelli en el prólogo del libro que publicó en 2013 el gobierno de la provincia de Buenos Aires, a cargo de Daniel Scioli, a través de su cartera de Educación, para alumnos y alumnas de sexto grado.
Uno de los poetas es Hugo Emilio Sánchez, y su calvario fue la Guerra de Malvinas, pero también los días, meses y años posteriores ya de nuevo en su tierra, la “República de Tolosa”, como le gusta decir a él, en las afueras de la Ciudad de la Plata, donde se crió y transitó su vida. Su salvación, cuenta, fueron sus afectos, la escritura y la militancia junto a otros ex combatientes.
¿Cuándo comenzaste a escribir?
Empecé quince años después de que volví de las Malvinas, en 1997. Había empezado un tiempo antes, pero fue por esa época que compartí por primera vez mis textos.
¿Por qué en ese momento?
Yo no hablaba del tema, y encontré ese canal para poder expresarme. Después de un tiempo de haber vuelto de allá, me puse a leer sobre Malvinas, porque no tenía idea dónde había estado, en qué ubicación, como se llamaba el monte en el que habíamos estado, el río que cruzaba por ahí cerca. Entonces me puse a investigar, y me enganché mucho, porque empecé a entender. Para explicar las cosas necesitas las palabras correctas; todas las palabras que me faltaban para contar lo mío.
¿Y a la poesía cómo llegás?
En casa, cuando yo estaba en la primaria, me levantaba con los tangos que mi vieja escuchaba en Radio Provincia, y mi viejo, que había nacido en el campo, al noroeste de la provincia de Buenos Aires, tenía muy arraigado el folclore, y en el winco que había en casa eso también sonaba mucho. Aparte, él leía mucho, y el Martín Fierro lo sabía de memoria y lo tenía a flor de labio para cualquier situación, en la que citaba alguno de los versos del libro. Fue en ese ambiente que me crié, y creo que la poesía arranca ahí, en esa musicalidad que flotaba en casa.
Me parece que con la escritura lo que encontré fue mi espacio de libertad. Es ese lugar en el que decimos lo que se nos ocurra, por medio de un enunciador que en general siempre es el mismo, que tiene una mirada particular del mundo y con el que uno dice un montón de cosas. La escritura para mí es la libertad total. Uno en la vida se puede sentir libre, pero no es tan así, porque en algún momento algo nos limita, y estamos dominados por distinta variables como el entorno. Con la escritura te inventás un mundo y haces lo que querés.
En Sobrevida, tu primer libro de poemas, aparece por primera vez tu participación en la guerra. ¿Cuál es la mirada con la que trabajás el yo poético, o el enunciador?
Hay una gran diferencia entre este libro y el segundo, Brilla tú, borracho loco, y es que el primero está escrito desde adentro del problema, y el segundo está escrito, canchereándola –una falsa pose, aclara-, desde afuera. Ahí está bien marcada la diferencia entre ambos trabajos. En el primero, por otro lado, hablo en un tono personal, con sentimiento, en primera persona, y en el otro, uso una primera personal del plural.
Hugo cuenta que hubo un tiempo, luego de haber vuelto, que se puso difícil, denso, y que el alcohol jugó ahí un rol de válvula de escape, o si se prefiere, de tapón o velo ante el trauma, la angustia y el desconcierto. “La adicción de más fácil acceso es el alcohol”, recuerda, y con sus compañeros de regimiento y sección jugaron a empinar botellas de lo que venga, con mucha frecuencia, hasta que en un momento decidieron cortar, porque “nos estábamos matando de poquito”, aclara.
Escribe Hugo en Poema Basco, del libro Sobrevida.
Me ahogan las nauseas
siento la garganta amarga
no puedo vomitar el dolor
La vida sin hielo
así del pico
las turbias imágenes púrpuras
no puedo ver más allá
no puedo ver
sólo el pasado nítido se manifiesta
a través del tiempo
sin tiempo
nítidos los muertos
la sangre la carne los huesos
el humo el fuego
En vano descorcho la calma
que no calma y me quema
tiemblo transpiro
vomito
tratando de arrancar el dolor
de la muerte que vivo
de la vida que muero.
Hugo está convencido fue la contención de sus afectos lo que les salvó la vida. Menciona a Mirta, su pareja desde hace dieciocho años, y también sus tres hijos.
La recuperación no fue sencilla, porque el país no estaba preparado para darle contención estatal a los ex combatientes de una guerra. Ni en PAMI ni en IOMA –para los que trabajaban en la provincia de Buenos Aires, como él-, había un dispositivo para atender a personas de treinta años que padecían daños psicológicos o distintas adicciones producto. Hugo apostó a una salida colectiva, y comenzó a militar en el CECIM (Centro de Ex Combatientes de las Islas Malvinas) de la Ciudad de La Plata.
¿La escritura también fungió como espacio de contención?
Claro, porque te permite elaborar el quilombo que tenés en el marote. No es que lo superás, pero aprendes a convivir con eso. Es complejo cuando volvés, porque sentís culpa por haber vuelto, y creo que le pasa a todos que vivieron una situación traumática colectiva y zafaron. La culpa de estar vivo pesa un montón.
Y aparte militaste.
Totalmente, yo ahora no estoy yendo al CECIM, pero sí lo hice un montón de años. Con el tiempo se va renovando la gente que participa del espacio. Hoy hay algunos que no estuvieron los años anteriores, por distintas circunstancias, y yo me corro para darle lugar a esa otra gente. Hay otros que están desde el inicio, que no se pueden despegar del centro de ex combatientes. Mi militancia pasó más que nada por el área de Cultura.
Hugo puntea y pondera algunos de las conquistas que los ex combatientes lograron gracias a la militancia en el CECIM de su ciudad: las pensiones vitalicias, los juicios contra los milicos por torturas contra los soldados, el reconocimiento de los soldados enterrados como NN en las islas, a través del Equipo Argentino de Antropología Forense.
Néstor Kirchner fue el primer presidente en darle lugar a esas reivindicaciones, y en dignificarlos, ¿no?
Totalmente. Néstor hizo que nuestra pensión sea honoraria, una pensión de guerra, porque desde los años noventa, con el gobierno de Menem, veníamos cobrando una pensión graciable, que es para los que no tienen nada, que nos otorgaron por lástima. Nosotros lo que queríamos era que se reconociera lo que nos habían hecho. Y esto va por mi cuenta, y no por todos los ex combatientes, ya que es muy amplio el universo de los ex combatientes. Algunos se quedaron enganchados con la ‘gesta de Malvinas’ y yo, como tantos otros, me siento una víctima de la dictadura.
Hugo suma esto: “Néstor cometió el error, en el decreto de la pensión honoraria, de 2006, de incluir a los milicos, y entonces integrantes de grupos de tareas como Astiz, Pernía y el Tigre Acosta también fueron alcanzados con el beneficio, y es ahí donde uno dice, bueno, acá le erraron. No te olvides que nosotros fuimos a la guerra con un ejercito represor y torturador”.
Pipo, Tony y El Nono son los hermanos que le dejó la guerra, quienes aparecen de manera solapada en el primer libro, en el que el yo poético se expresa en una primera persona del singular, y en el segundo libro, esos mismos amigos son parte de la historia y del Nosotros –una primera persona del plural- que musicaliza y le pone vida y entusiasmo a los poemas.
Fue con ellos que Hugo volvió a las islas, en 2009, luego de veintisiete años de haber estado allí en una experiencia que les marcaría la vida para siempre. Se trajeron vivencias, anécdotas y muchas fotos. En la única taberna del pueblo tomaron cerveza y whisky con el ex marine de mayor rango en el momento de la invasión argentina.
En un poema decís: “No volvimos a las islas, solo paramos a buscar algo más de nosotros”. Aparte de un libro, ¿qué más te aportó el viaje?
Me sirvió para aclarar un montón de cosas de las que tenía dudas y sospechas. Qué me va a pasar cuando esté ahí, me preguntaba luego de escuchar a otros que contaban que se habían emocionado, por ejemplo. Estaba esperando la piña, y la verdad es que no me pasó nada. Sí, como te dije, aclaré muchas cosas. Yo el pueblo no lo conocía, por ejemplo, solo había pasado por ahí, porque había estado siempre en el mismo lugar, a diez kilómetros de Puerto Argentino, para el lado del sudoeste.
¿Cuántos días estuviste ahí?
Setenta y cuatro. Llegué a Malvinas el día que cumplía veinte años, el 14 de abril de 1982, y lo hicimos ese día, y no el 13, que ya estábamos en Río Gallegos, porque no quisieron volar por que era martes 13. Y no es un chiste. Así de pelotudos eran los milicos.
Escribe Hugo en el poema 31 de su libro Brilla tú, borracho loco.
Abrazado a mis amigos
contamos los círculos de agua
ojos abiertos del pasado
parados sobre las pestañas
nos vimos reflejados
como las bolsas de box verde oliva
que contuvieron nuestros pedazos
Entre las piedras
Parecía que el viento silbaba
Pedro Mairal, en el prólogo de Brilla tú, dice que difícilmente se pueda escribir algo más verdadero que lo tuyo sobre Malvinas.
Yo leo otras cosas sobre Malvinas, y en general todo tiene que ver con la guerra, el acto bélico, y me parece un lugar común. Creo que hay que contar lo humano, y en ese sentido, me parece muy rescatable Los pichiciegos, de Rodolfo Fogwill. A Pedro lo conozco cuando él hacía el programa Impresión Argentina, por Canal Encuentro, y me invita, justamente, a hablar de Los pichiciegos, en mi calidad de escritor y ex combatiente. Después del programa nos quedamos tomando birra y ahí se entera de mi libro.
Cuando él escribe su novela El gran surubí, me manda el borrador a mi casa, porque quería saber qué me parecía. Yo le dije que estaba totalmente loco. Lo tengo guardado, fue un gesto hermoso. En la presentación del libro que hizo con Orsai, él cuenta que terminó de escribir la novela luego de leer Brilla tú. A mí eso no me lo había dicho.
Hugo trabajó como profesor de electrónica en colegios industriales de La Plata y alrededores. Se jubiló a los 50 años y ahora tiene mucho más tiempo para escribir y babearse con su primer nieto. Es probable que cada tanto vuelva a preguntarse si el destino le jugó una carta, o se trata de una intrigante casualidad: Hugo nació el 14 de abril de 1962, piso tierra malvinera, para la guerra, el mismo día pero de 1982, y volvió a hacerlo, ahora junto a sus ex compañeros, otro 14 de abril, pero de 2009.
Hugo publicó los libros Sobrevida (Javier Bibiloni Editora, 2010), Brilla tú, borracho loco (Garrincha Club Editorial, 2012), y No robarás y otros mandamientos incumplidos (Qeja Ediciones, 2020), y aportó poemas en varias antologías.