Por Claudio Colombatti (Psicoanalista)
Recientemente un expresidente calificó al actual gobierno con dos breves frases: “El presidente tiene una psicología especial” y “La gente votó a alguien con un mandato destructivo y de confrontación”.
Tal vez en un intento por validarlo, en realidad, no quedo en claro, si estas expresiones se trataban de una calificación positiva o de un intento de desestabilizarlo para conseguir el espacio propio que ya está ejerciendo en el gobierno.
También podemos pensar que estas expresiones del expresidente Macri buscan naturalizar una situación enrarecida, e inédita.
La cultura, nos señala Sigmund Freud, tiene bases sólidas en que justamente el grupo humano se relaciona filtrando los impulsos agresivos y sexuales. De esta manera se supone, que los individuos piensan “si yo no agredo, no me van a agredir”. Esto daría garantía ir por la vida con confianza, porque se comparte la cultura, las normas, las costumbres.
Con lo cual, un comportamiento social que pueda filtrar la agresividad, posibilita el fortalecimiento de las relaciones sociales, y permite la prosperidad de una sociedad, de un país. El control de los impulsos agresivos es la base del respeto hacia el otro. El entramado social se sostiene en base al respeto. La mejor manera de sostenerlo es, el trabajo para sujetar la agresividad propia.
La justificación de la violencia
El periodista Julio Blank, editor y columnista de Clarin entre los años 80 y el 2016, reconoció en una entrevista: “En Clarín hicimos un periodismo de guerra, eso esta mal, eso es mal periodismo. Todavía quedaron tips del pasado”.
En mi criterio no es un “periodismo de guerra”. Lo que se fue instalando desde los años 90 es un periodismo lacayo y rastrero. Que se coloca del lado del poder que lo compra, y se vende al mejor postor.
En esta supuesta guerra se da el comienzo de una violencia simbólica que fue escalando. ¿Cómo? Buscando generar emociones violentas y discriminatorias. Utilizando la táctica de generar indignación que crece hasta justificar la violencia simbólica. Esta violencia que empieza en forma simbólica y sigue con discursos, gestos y acciones teatrales de gran impacto sobre todo en la juventud, por ejemplo, con Milei enarbolando una motosierra.
“Soy un topo que va a destruir el Estado”, manifestó en su momento el presidente, quien ahora contradictoriamente representa a ese mismo Estado.
Destruir el Estado es destruir, la soberanía, la autoridad, las normas, de un territorio, Estado-Nación. El Estado son sus escuelas, sus universidades, sus hospitales, sus fuerzas de seguridad.
Todo esto se sostiene recaudando impuestos.
Esto es un plan para debilitar a nuestro pueblo. Terminando con los beneficios de una jubilación digna, sacando recursos a hospitales públicos, y el infame intento de desfinanciar universidades públicas, única posibilidad de acceder a la movilidad social ascendente.
El derecho a la paz social
Un pueblo necesita paz para prosperar, educarse, producir y amar. Cultivar el futuro en sociedad es cultivar el respeto, la consideración e inclusión del otro. El otro semejante, no idéntico. Semeja, se asemeja, se parece, porque no es idéntico es distinto, y se lo incluye, se lo sostiene. Porque sostener al otro es sostener al grupo, sostener las diferencias, y sostenernos todos, el uno con el otro, en el respeto, en el amor, en la consideración. En el apoyo solidario.
Considero que la inscripción del Nombre del Padre que plantea Lacan es el tema que desarrolla Sigmund Freud en el “Malestar en la cultura Sosteniendo que cada individuo debe ingresar en la civilización, en la cultura humana, filtrando sus impulso destructivos”. La inscripción del nombre del padre es eso. Es decir-se no. NO. No a la agresión sin filtro.
Se está llamando a dar rienda suelta a la pulsión de destrucción.
Eso es lo que estamos perdiendo. La paz social para vivir, crecer y amar.
Estamos a tiempo de reaccionar y parar esta locura.
El comienzo de la violencia simbólica anuncia un camino, cuando es propiciada sin mascara.