Por Víctor Sudamérica
El politólogo Andrés Malamud en sus últimas intervenciones en medios periodísticos viene analizando problemas estructurales del desarrollo argentino, y para esto acude a figuras teóricas como la de “eterno péndulo”, una forma poética de poner en tensión dos visiones de país en pugna donde los antagonismos se identifican bajo el nombre de proyecto aperturista vinculado a gobiernos liberales, o el de proteccionistas, asociado a gobiernos de tinte nacionalistas.
Así podríamos hablar de que los primeros acuden al endeudamiento externo mientras que los segundos se encuentran -por razones históricas- obligados a promover el desendeudamiento. Se asiste entonces a un estadío cíclico y a un empate en términos proyecto o desarrollo nacional. A la imagen de “eterno péndulo”, Malamud agrega la idea de “estancamiento secular”, que da cuenta de que las alternancias bruscas fueron modificando de modo heterogéneo los destinos del país, lo que produjo una falta de crecimiento o desarrollo sostenido.
En sus intervenciones, Malamud historiza los modelos de desarrollo mundial a lo largo del tiempo, sosteniendo que los mismos se articulan en el sistema mundo, con lo cual desarrollo no es un fenómeno de carácter solitario, sino que depende de factores socio históricos y geopolíticos.
El primer modelo de desarrollo que señala es el de los “pioneros”. Allí ubica a los países que impulsaron la revolución industrial con Gran Bretaña a la cabeza. El segundo grupo que señala es el de los países “herederos”, que son aquellos que gracias a la influencia británica lograron un desarrollo similar a esa potencia. Los “herederos” desarrollaron instituciones, cultura, y mercados que tomaron como referencia a los “pioneros”. Por último, habla del “desarrollo por invitación”, donde se señala a un grupo de países protegidos o promovidos por potencias desarrolladas.
Acá aparecen fundamentalmente países históricamente atrasados que forman parte de la Unión Europea o países asiáticos con altos indicadores de desarrollo económico, como los casos de Corea del Sur o Japón en su fase pos guerra. En todos los casos, quien pone las condiciones de desarrollo son los pioneros. Con el tiempo, Estados Unidos consiguió también ese estatus.
Con el rescate económico de Donald Trump al gobierno de Javier Milei, Malamud pone en consideración un hipotético llamado al desarrollo por invitación del caso argentino. En términos realistas, podría decirse que la condición periférica de Argentina, los problemas estructurales, o el endeudamiento externo, bloquean cualquier posibilidad de crecimiento, y que una manera de acceder a dicha instancia sería a través del desarrollo por invitación. Así, Estados Unidos abriría las puertas del desarrollo en la Argentina, con la inyección de dólares, con la baja de riesgo país, y con un camino allanado para el desarrollo de inversiones novedosas.
Argentina estuvo casi a la puerta de realizar este camino cuando fue invitada por Gran Bretaña, desde 1880 hasta 1930 (cuando la Corona británica decide volcarse definitivamente a sus colonias tradicionales como Australia y Nueva Zelanda). Con el nuevo escenario y el apoyo sin condicionamientos que ofrece el gobierno argentino, asistiríamos a la posibilidad de un desarrollo por invitación.
Históricamente, Argentina no fue una economía complementaria con los Estados Unidos- En parte porque discutieron los mismos mercados. Con las modificaciones y las necesidades del capitalismo del siglo XXI, nuestro país podría oficiar como complementario, especialmente en lo que tiene que ver con recursos energéticos -hidrocarburos renovables y minería-, los recursos ya no estarían centrados en el núcleo de la Pampa húmeda, sino en el eje vertical de la cordillera.
Para esa invitación, Trump solicitó “institucionalidad”: acuerdos mínimos entre partidos más o menos afines y una serie de medidas que apuntan a una mayor flexibilidad y apertura. Queda claro que el gobierno argentino no tendría problemas en cumplir con esas condiciones a cualquier costo..
Esta interpretación, al menos por hora, no toma en cuenta la disputa geopolítica en la región con China, también interesada en los mismos recursos que su enemigo imperial.
Interpretaciones encontradas
A diferencia de otras estructuras partidarias que evidenciaron falta de propuestas y horizontes económicos, el gobierno de Milei encuentra en este contexto una oportunidad para desarrollarse bajo el ala protectora de los Estados Unidos. Esto significa que por primera vez en mucho tiempo, el endeudamiento implicaría no solo cubrir la sed de dólares de los sectores medios y sus viajes al extranjero, sino la modificación de la estructura productiva.
Sin embargo, el análisis de Malamud también encontró voces disidentes como la del economista Emanuel Álvarez Agis, quien pone signos de interrogantes a la opción por el desarrollo de Milei. Según Agis, una propuesta de desarrollo por invitación toma décadas en llevarse a cabo y es producto de un consenso más amplio que favorezca que ese proyecto se articule más allá de cualquier alternancia en el signo político del elenco gobernante. En cambio, la propuesta del desarrollo por invitación adquiere un elemento más personalista, ya que circunscribe al deseo de presidentes “exóticos” y poco amigos de las políticas de Estado a largo plazo.
Así, la invitación aparece como hija de un acuerdo transitorio no solo por las debilidades expresadas por el gobierno de Milei en estos dos años, sino también por la inestabilidad misma del gobierno de Trump discutido por una porción importante de la población norteamericana. La fragilidad de la propuesta se da fundamentalmente por la voluntad norteamericana, hoy expresada por Trump, que en todo momento mencionó que el salvataje económico estaba condicionado al triunfo de Milei en las elecciones. Si bien ganó de manera contundente, el acuerdo inicial -el cual aún no se encuentra definido y menos conocido en su totalidad- aparece en el horizonte como frágil por la misma especificidad de los líderes que lo intentan llevar a cabo.
Como en toda relación, una de las partes siempre va a quedar más golpeada. Pero en el caso de que se rompa el acuerdo, el riesgo de burbuja financiera que podría afectar a la Argentina tendría consecuencias impensadas con un alto impacto social. Para paliar eventuales catástrofes y no quedar tan expuestos a las decisiones norteamericanas, Agis proponía la estrategia de los 'Padres Separados', es decir “no entregar todo el primer día', sino negociar cada votación en foros internacionales y usar las ofertas de China para negociar mejor con Estados Unidos, y viceversa, con el objetivo de obtener el máximo beneficio. Sin embargo, esta estrategia también resultaría un tanto infantil porque cuando se trata de imperios, los márgenes de negociación son estrechos. O mejor dicho, cuando advertimos una estrategia de subordinación incondicional como la de Milei, es difícil encontrar la dimensión de la negociación, ya que todo forma parte de la aceptación.
Ampliar el foco y mirar la región
En su libro Imperialismo y geopolítica en América Latina, Trías advertía que no hay política exterior inocente: toda concepción del desarrollo se inscribe en una estructura de poder mundial. La geopolítica, decía, es la “ciencia del dominio”, la racionalización intelectual del expansionismo de las potencias.
“Hay entre geopolítica e imperialismo una relación profunda, orgánica y sutil”, escribió Trías. “Pocas cosas son tan importantes para el revolucionario como conocer a fondo el pensamiento, con todas sus implicancias, de la contrarrevolución.”
Desde esa perspectiva, la actual tesis del “crecimiento por invitación”, no expresa una novedad, sino la continuidad de una vieja estrategia imperial: la de mantener a América del Sur bajo un sistema de tutelaje funcional a los intereses estadounidenses. La promesa de desarrollo, en realidad, funciona como mecanismo de subordinación. En este punto habría que ir más allá del acuerdo Milei-Trump y prestar atención a lo que sucede en Brasil, gobernada por Lula Da Silva con una proyección geopolítica en la órbita de los BRICS y más cercano a relaciones con China. En ese marco es que Trump opera directamente a favor de Argentina.
Sin embargo, esa estrategia no es novedosa y en los años 60 se dio de manera inversa bajo la lógica del “satélite mayor”. Es decir, el país que hacía los deberes para alcanzar el crecimiento por invitación fue Brasil, quien a su vez ofició dentro de Latinoamérica como un subimperio delegado, encargado de garantizar la estabilidad regional bajo supervisión de Washington. Brasil no sólo debía controlar su entorno geopolítico inmediato -desde el Atlántico hasta la Amazonia y el Río de la Plata- , sino también actuar como mediador político y militar en los conflictos del continente. Pareciera que hoy la Argentina iría hacia ese esquema más allá del desarrollo por invitación. El subimperialismo aparece entonces como un nuevo tipo de dominación capaz de doblegar indirectamente a aquel país que muestre una actitud independiente para con los Estados Unidos.
En ese marco, Argentina ocupa un lugar previsible: el de la nación subalterna. Y así la narrativa del “desarrollo por invitación” reafirma esa condición. Lejos de pensar un proyecto de integración autónoma o un modelo nacional de desarrollo, se acepta la idea de un crecimiento concedido, un modelo tutelado que depende del deseo y la voluntad del imperio.