Un odio común
- El pelotudo este me mandó al muere- vociferó Pedro Eugenio Aramburu mientras atravesaba la fría noche.
Las palabras quebraron el silencio, el enmudecido monte correntino. El director nacional de Guerra, y un par de oficiales habían escapado de los tiros del bando de militares que bancaban a Perón. El hombre que había interrumpido la serena noche en Curuzú Cuatiá, atravesando a duras penas el monte, tenía que llegar a Paso de Los Libres: el Regimiento 27, lo esperaba. Eran leales, si estaban de acuerdo con derrocarlo, y terminar con el “tirano”, es decir con Perón.
- ¿Cómo nos va a mandar al muere así, para que se nos subleven? Ya me va a escuchar - decía Aramburu, contra Lonardi, que estaba en Córdoba. A Aramburu lo habían enviado de Gualeguay a alinear el regimiento correntino de Curuzú Cuatiá, a favor del golpe contra Juan D. Perón
-Es cuestión de horas - dijo el oficial, el más callado.
-Sí, pibe, vamos a derrocar a ese demagogo de Perón-, a Aramburu un tosido seco le cortó la voz, mientras se apoyaba contra un árbol. Dio un escupitajo, y recuperó aire: - a Lonardi le voy a dar una paliza. Por pelotudo.
Aramburu se repuso, los oficiales se callaron y después continuaron la caminata. Tendrían por delante unas dos horas más, hasta que unos lugareños, le prestaran unos caballos. Así, tras unos 50 km, llegarían a la Estancia de Paladino, propiedad del cuñado de uno de los oficiales. Eduardo Lonardi en Córdoba, con el alzamiento ya generalizado se declaraba presidente Provisional, en la tarde del 17 de septiembre. Pedro Eugenio Aramburu, ya en Paso de Los Libres era jefe del regimiento. Rencoroso, no perdonaría a Lonardi, sin embargo, el presidente Provisional lo nombraría jefe delEstado Mayor del Ejército. Algo los unía, ambos tenían un odio común, con nombre y apellido: Juan Domingo Perón.
Dos hombres, una historia
Pero un azar lo unía a Aramburu con otro de los protagonistas de esta historia: habían sido ascendidos los dos, en 1954, precisamente por Juan Domingo Perón; uno era Aramburu, y el otro el Teniente General Juan José Valle.
Valle no se iba a esconder, sino que se alojó en la casa de su amigo mendocino Adolfo Gabrielli, en Palermo. Cuando el Ejército fusilador lo fue a buscar, Juan José salió y se entregó a cambio de que cese el escarmiento, y de que respetaran su vida.
El 9 de junio en un basural de José León Suárez, el ejército fusiló a sangre fría, a civiles militares leales a Perón. Y horas después dictó la Ley Marcial, los que venían a traer la libertad y combatían la tiranía, habían repuesto la pena de muerte en la Argentina, conculcada en la Constitución de 1853. La Revolución no era libertadora, sino fusiladora, y Valle correría la misma suerte.
Fue trasladado a la Penitenciaría Nacional de la ciudad de Buenos Aires, en el actual parque Las Heras (en las calles coronel Díaz y Las Heras). En aquella fría jornada de otoño, recordó que el 1 de octubre del año anterior había sido dado de baja, del ejército, tras el golpe de estado de 1955.Como Aramburu en el monte correntino, la humedad de la vieja penitenciaría le caló los huesos, allí comprendió y con hidalguía aceptó, que sería fusilado.
A sangre fría
Valle pidió un confesor, monseñor Devoto, obispo de Goya. Hablaron, se confesó. En la despedida, el obispo se dejó ganar por la emoción. Lo abrazó entre lágrimas. Valle lo miró y con una sonrisa le dijo: “Ustedes son unos macaneadores. ¿No están todo el tiempo proclamando que la otra vida es mejor?”. Después recibió a su hija, Susana, de dieciocho años, dejaron que viera a su padre veinte minutos. Ella lloraba. Él la retó. “Mira, si vas a llorar ándate, porque evidentemente esto no es tan grave como vos los suponés; porque vos te vas a quedar en este mundo y yo ya no tengo más problemas”. Ella fumaba. Pero nunca lo había hecho delante del padre, ni siquiera se lo había contado. Él tuvo un último gesto cómplice. La sentó en su falda, le pidió un cigarrillo y fumaron juntos. Valle le entregó a su hija las cartas que había escrito esa tarde.
“La temperatura de sus manos, no era ni fría ni caliente, estaba absolutamente normal. Papá estaba convencido de lo que iba a hacer”, recordó Susana Cristina, el fruto del amor de Juan José y Dora Cristina Prieto. Lo iban a fusilar, porque al fin de cuentas era un sublevado.
Los generales Juan José Valle y Raúl Tanco se sublevaron contres objetivos concretos: la liberación de los presos políticos, larestitución de la Constitución del '49, y el cese de la persecuciónal partido peronista. Los leales a Perón, intentaron tomar campo de mayo, elregimiento 7 de infantería de La Plata y las principales guarniciones militares de Buenos Aires.
Unas líneas arriba contamos que el día 10dictaron la LeyMarcial, pero para entonces eran ejecutados varios de losrebeldes capturados. Hubo fusilamientos en Lanús, La Plata,José León Suárez, Campo de Mayo, la Escuela de Mecánica delEjército y la Penitenciaría Nacional. Hacia la medianoche del 11de junio, es decir 48 horas después, ya habían ejecutado 16militares y 13 civiles. Esa es la metodología de los que acusaban a Perón de fascista, y gritaban ¡Libertad, Libertad!
Entre mi suerte y la de ustedes
Acerca de esto el historiador, docente, e investigador Alejandro Cataruzza alega: 'Creo que en la memoria del peronismo aquello quedó como la exhibición del odio antipopular y antiperonista. Fue la expresión más brutal de que estaban dispuestos a todo. Esto sería, me parece, lo que mejor sintetiza la idea: después de losfusilamientos lo que se hace visible, si es que no estaba claro aún,es que efectivamente estaban dispuestos a todo, como habíandemostrado ya con bombas en manifestaciones o con losbombardeos de la plaza. Esto tendió a ahondar el foso entreperonismo y antiperonismo'.
A las 22:20 del 12 de junio, Valle fue ejecutado con un fusil Máuser 7,65 mm modelo argentino 1909, por un pelotón, manteniéndose como secreto de Estado la identidad de sus integrantes. No hubo orden escrita ni decreto de fusilamiento, ni registro de los responsables. Entre las cartas que le entregó a la hija, hubo una que ganó popularidad:
“Entre mi suerte y la de ustedes me quedo con la mía. Mi esposa y mi hija, a través de sus lágrimas verán en mí un idealista sacrificado por la causa del pueblo. Las mujeres de ustedes, hasta ellas, verán asomárseles por los ojos sus almas de asesinos. Y si les sonríen y los besan será para disimular el terror que les causan. Aunque vivan cien años sus víctimas les seguirán a cualquier rincón del mundo donde pretendan esconderse. Vivirán ustedes, sus mujeres y sus hijos, bajo el terror constante de ser asesinados. Porque ningún derecho, ni natural ni divino, justificará jamás tantas ejecuciones”.
Los restos de Valle descansan en el cementerio de La Plata, su memoria está viva y presente en el pueblo, en todos aquellos masacrados desde el 9 de junio, asesinados a sangre fría. Uno de los sobrevivientes, Juan Carlos Livraga, fue “el fusilado que vive”, y quien posibilitó Operación Masacre, la investigación plasmada por Rodolfo Walsh.
Este texto se publica en memoria de todos aquellos caídos, para no olvidar la contrarrevolución, porque muchos todavía se ofenden cuando los mencionan como parte de “La Fusiladora”.