Como sucede con toda gran historia de ficción, durante la presentación y desarrollo del conflicto de El Marginal nos comemos las uñas, y el final, imprevisto y antecedido por varios puntos de giro sorprendentes, no solo nos sacude con la violencia de un facazo entre las costillas, sino que aparte nos deja un vacío que solo podremos volver a llenar, en unos cuantos días, cuando nos atrape una nueva historia. Para algunos, quizá ayude la sobreabundancia de contenidos que ofrecen las plataformas de streaming, y otros preferimos hacerle un lugar y hasta regocijarnos con esa falta, ese hueco, esa melancolía que nos va a acompañar por unas horas, días o semanas, porque nos negamos a desprendernos u olvidarnos de los personajes o la historia con la que tanto nos enganchamos.
Las primeras tres temporadas de El Marginal fueron estrenadas en 2016, 2017 y 2019, y la cuarta y quinta, en 2021 y 2022. Son decenas los personajes que le dan volumen a la serie, pero son cuatro o cinco los que ganan el centro de la pantalla y el afecto del espectador, todos flojos de papeles en cuanto a las buenas costumbres y el respeto por la ley y el código penal. Hablamos de Los hermanos Borges, capos y dueños del pabellón, el director del penal, Antín, una banda de presos jóvenes e incautos, quienes serán no solo tenaces enemigos de los Borges, sino también, como veremos hacia el final de la historia, sus verdugos, la trabajadora social Emma, sensible y solidaria, y finalmente, Pastor, un ex policía que se infiltra en el penal para averiguar el paradero de la hija de un juez, secuestrada aparentemente por una banda mixta de presos y penitenciarios, quién debe optar por la fuga para sobrevivir cuando los presos descubren su verdadera identidad.
Esta lectura o reseña está enfocada en la segunda parte de la serie (temporadas 4 y 5), o sea en el desenlace de la historia que los realizadores decidieron estrenar para darle un cierre definitivo a la serie, que se desarrolla la ficticia cárcel de Puente Viejo (una vieja fábrica de Barracas acondicionada por la producción para filmar la ficción), y ya no en San Onofre (la ex cárcel de Caseros), donde se desarrolló la primera parte (tres temporadas).
El thriller carcelario hace honor a la mejor tradición del policial argentino, de la mano del director y productor Sebastián Ortega, y el guionista y también director Israel Caetano, ambos con suficientes antecedentes profesionales para confiar, en la previa, que estamos ante un muy buen producto, en parte porque ambos venían de trabajar en sus ficciones con personajes que se mueven en los márgenes, con problemas de consumo, las fuerzas de seguridad, gente rota, como dijo alguna vez el escritor Carlos Busqued.
En el caso del primero, creó la serie Un gallo para esculapio, una historia de género negro que transcurre en la zona oeste del conurbano bonaerense, con piratas del asfalto, una mafia de apuestas y en el medio, atravesando la trama de manera transversal, una historia de amor y odio entre dos hermanos. Caetano por su parte filmó El otro hermano (basada en la novela Bajo ese sol tremendo, de Busqued), Crónica de una fuga (una historia victoriosa durante el horror de la última dictadura) y Un oso rojo, un policial impactante interpretado por Julio Chávez, en el que se narra la historia de un ladrón que recupera su libertad y durante el infructuoso intento de rearmar su vida, recae en el delito; también guionó trabajos para televisión como Apache, la vida de Carlos Tévez, y Tumberos, en las que una vez más, el territorio es el barrio y los personajes, seres golpeados un sistema inclemente, cruel.
En El Marginal, los personajes no tienen nada para perder porque vienen de jugarse la vida en un robo a mano armada o un tiroteo con la policía, las balas o facas de una banda rival, las torturas de los penitenciarios, y aparte porque son la escoria de la sociedad y la mayoría de los ciudadanos de buena moral que paga los impuestos sin lugar a dudas los colgaría en una horca de la plaza del barrio. Como en las primeras tres temporadas, la trama avanza a través de nudos narrativos atrapantes: la disputa de poder entre dos bandas por el control del penal, más una tercera, que acecha y espera tener su oportunidad para dar el zarpazo, un plan de fuga, y en especial, una red de vínculos afectivos y sentimientos cruzados entre algunos de los protagonistas y sus entornos, que se mueven con sigilo entre las sombras o dando zarpazos a plena luz del día en los pabellones, pasillos o las duchas, a través de deseos y secretos inconfesables, juramentos, lealtades, odios imposibles de seguir conteniendo dentro del pecho, traiciones, venganzas y amores prohibidos.
En la primera parte los espectadores nos tuvimos que despedir de algún personaje secundario, volado de la serie por los creadores y guionistas para habilitar o inaugurar esos puntos de giro que necesita la historia para seguir en movimiento, darle nacimiento a nuevas subtramas, historias paralelas. En la segunda parte, mucho más violenta que la primera, no hay ninguna complacencia con los espectadores ni consideración con los personajes que habitan ese submundo de corrupción, consumo de drogas, violencia, y en el que la consigna principal de todo el mundo pasa por la supervivencia. Nos los van sacando de a uno, en el momento menos esperado, en orgías de sangre que por momentos se tornan insoportables.
A lo largo de las últimas dos temporadas uno está atento al movimiento de los personajes principales, atravesados por claros y oscuros, virtudes y contradicciones, pero también a sub historias, que los guionistas bifurcan como si fuesen las raíces de un árbol centenario, sin descuidar en ningún momento el verosímil, ese gancho fundamental que se cocina entre el espectador y la historia. Ya lo dijeron los creadores y directores de la serie en declaraciones públicas: el que creía que con El Marginal iba a tener la oportunidad de ver de cerca la realidad del mundo tumbero, estaba equivocado, que mire un documental: esto es pura ficción, y de la mejor, agrego yo, porque más allá del contexto, los personajes –carentes de su libertad, pero también de oportunidades en la vida, y en especial, de afecto-, lo que se tira sobre el asador son los temas de la literatura universal: el amor, el odio, la lealtad, el poder, la dignidad, las relaciones afectivas, y en especial, el arquetipo padre-hijo.
El cierre de la historia, que ya sabemos que sucederá cuando arranca la quinta y última temporada, tiene un altísimo vuelo poético, una justa y merecida redención para dos de los personajes centrales de la ficción que a lo largo de toda la historia nos fueron seduciendo por su sentido del humor, su valentía para tomar decisiones complejas, su vocabulario tumbero, popular, y por qué no, sus perfiles más sensibles, íntimos, huérfanos de toda contención y cariño, a pesar de ser pesados delincuentes que no dudan un segundo en degollar a un carcelero violador, encabezar un negocio narco en el penal, o planificar un incendio que incinere para siempre la mugrienta humanidad de sus rivales.
Las actuaciones son fenomenales. El plantel de actores y actrices, también. Juan Minujín, Luis Luque, Ariel Staltari (Okupas y El Gallo de Esculapio, series del género negro), y Nicolás Furtado y Claudio Rissi. Martina Gusmán, Gerardo Romano, Rodolfo Ranni, Roly Serrano, Diego Cremonesi, Alejandro Awada y Julieta Zylberberg, entre otros. A cualquiera de ellos los podes cruzar en la calle, andan entre nosotros.
Otro punto para destacar: se trata de una producción nacional que le dio trabajo a mucha gente, y que surgió de un concurso de ficción organizado por el INCAA en 2015, que fue transmitida por la Televisión Pública en 2016, y que casi de inmediato traspasó las fronteras para llegar Netflix, la firma que produjo la cuarta y la quinta temporada en exclusiva para sus abonados. Los números del raiting son impresionantes: millones de reproducciones no solo en nuestro país sino también en unos cuantos otros países de habla hispana.
Otro acierto: la cortina musical de las últimas dos temporadas con la cumbia 420 de L-Gante, Pablo Lescano y Bizarap.
El Marginal ya hizo historia, dejó su huella. Ficción argentina con lenguaje propio: el de los penales –lleno de presos pobres y jóvenes, que en su enorme mayoría cometieron delitos contra la propiedad o la ley de drogas, aún vigente-, un universo que los grandes medios de comunicación, parte de la clase dirigente y de una buena parte de la sociedad desprecia y ya condenó de por vida. Darles voz y un lugar en una ficción, dar cuenta de las injusticias y penurias que sufren de parte de un sistema judicial policial, judicial y carcelario que en la mayoría de los casos les viola sus derechos, es también un posicionamiento político y ético.