Por Ayelén Oliva
Para volver no se necesitó de ochenta sino de cien días. Fue Roosevelt, hace casi un siglo atrás, quien difundió la idea de que los primeros cien días de gobierno son el tiempo justo para aplicar medidas fuertes y el plazo necesario para evaluar una nueva gestión. Es así como los primeros tres meses de Mauricio Macri al frente de la Rosada ya dejaron en claro las coordenadas y permiten analizar la nueva hoja de ruta del Estado en la política exterior argentina.
Los nuevos funcionarios de Cancillería, asistidos por las columnas de opinión responsables de tallar ese otro relato oficialista, dictan como mantra que el gobierno trabaja con el objetivo de volver al mundo. Resulta increíble que esa consigna tan hambrienta de contenido y tan llena vaguedades logre filtrarse con éxito en el sentido común de la media argentina como ya pasó en la década del noventa aunque en ese momento todavía se sentía el frío del fin de los dos mundos. Quedar entrapados en el verbo volver es lo que persigue la consigna en momentos en que nadie se escapa del mundo aunque quisiera. Salir del enredo obliga esquivar la discusión de si es vuelta o retroceso y cobra valor pensar de qué hablan desde la Alianza Cambiemos cuando dicen mundo y en qué puntos lo distinguen de la idea de mundo del anterior gobierno kirchnerista.
Un primer punto a definir es su política de integración regional. La latinoamericanización de las relaciones exteriores fue un hito durante el kirchnerismo, sin embargo, en este momento en que la crisis económica y los casos de corrupción golpean con fuerza al gobierno de Dilma ni las relaciones comerciales (y mucho menos las políticas) han llevado a Macri a buscar estrechar vínculos con el gigante del sur; mucho menos con los socios comercialmente más débiles del bloque. El rol del Estado argentino con los países sudamericanos parece estar cumpliendo una función más protocolar con lo viejos gobiernos aliados al kirchnerismo y otro más político, aunque silencioso, con la dirigencia opositora en esos países.
La primera definición del presidente Macri en el campo de la política internacional fue denunciar la “violación a los derechos humanos” en Venezuela, e hizo responsable al presidente Nicolás Maduro. Por lo tanto, el primer velo que hay que quitar es aquel de la supuesta ausencia de política en su estrategia internacional. A los festejos de su victoria electoral asistieron en el bunker de campaña personajes como la mujer del opositor venezolano Leopoldo López, o el ex candidato a la presidencia de Bolivia, el empresario Samuel Doria Medina, que marcaron una primera definición, ya que de política baja calorías el gobierno de Cambiemos tiene poco. Por el contrario tiene bien claro el objetivo político de esta nueva integración y es el de dar aliento a las oposiciones de los otros países todavía fragmentadas.
Uno de los primeros viajes del presidente y su canciller, Susana Malcorra, fue a Asunción, Paraguay, a la última cumbre del Mercosur. El gobierno argentino fue claro desde un primer momento. Necesita del bloque regional pero como puente de ingreso a la Unión Europea para poder firmar un acuerdo de libre comercio que no puede hacer de manera unilateral sino que sólo es posible entre bloques.
El segundo punto es la relación con las potencias. El mundo que perseguía Cristina Kirchner durante su último mandato implicó una geopolítica global que priorizara el rol de las nuevas potencias emergentes como China y Rusia, no porque creyera en la generosidad innata de los nuevos actores globales sino porque estaba convencida de que ese era el único modo de contribuir a un mundo multipolar. En cambio ahora, de nuevo el Estado argentino pone su pequeño aporte para que la hegemonía internacional de los de siempre no se afecte. En los primeros tres meses de gobierno, el presidente priorizó el encuentro con David Cameron de Inglaterra, Hollande de Francia, Mateo Renzi de Italia y la histórica vista de Barack Obama a suelo argentino.
El tercer punto que entra en disputa cuando hablamos de mundo es el del campo de los negocios y las inversiones. El Estado argentino durante el gobierno kirchnerista priorizó las relaciones comerciales Estado a Estado, aunque sea como mediador con lo empresarios como los viajes del ex secretario de Comercio, Guillermo Moreno, con un centenar de empresarios nacionales a Angola o Azerbaiyán. Por el contrario en los primeros viajes oficiales Macri viajó al Foro Económico Mundial en Davos, una organización privada que busca vincular a las empresas multinacionales más poderosas del mundo con los líderes políticos e inversionistas.
Volver al mundo, para el gobierno de Macri, es volver a pedir préstamos, o sea que los mercados financieros vuelvan a “confiar en la Argentina”. Sabemos que si el endeudamiento no es para invertir o si las barreras comerciales se abren sin reparos a las empresas con mayor desarrollo tecnológico, lo que se está haciendo, en definitiva, es trabar cualquier posibilidad de desarrollo científico local puesto que se abre el juego a una competencia desigual.
En síntesis, cien días de gobierno de Macri alcanzan para dejarnos ver el boceto de una de las partes de ese mundo que no es uno sino múltiple, un todo que nos contiene y que por suerte (o por desgracia) no podemos salirnos de él cuando se nos da la gana. El problema no es volver o retroceder sino insistir en llenar de contenido ese todo abstracto al que llaman mundo.