“En Caseros, se inició el proceso de declinación política, económica y moral que abrió al país una etapa dramática de anarquía y desconcierto, de envilecimiento y entreguismo, de guerras civiles y luchas separatistas, de gobiernos fraudulentos e instituciones corruptas…La conciencia que triunfó en Caseros fue extraña a la continuidad histórica de la Nación”.
Juan Domingo Perón
Por Alejandro Filippini
Si existe una fecha bisagra en la historia de nuestro país, ésta es el 3 de febrero de 1852. Se trata del fin de una época y el comienzo de otra signada por luchas fratricidas, la persecución política e ideológica del bando derrotado en Caseros y un esfuerzo inconmensurable por extirpar y/o erradicar de la historia los años del gobierno de Juan Manuel de Rosas (como luego se repetiría con cada gobierno nacional y popular en nuestra Patria), denostándolos sistemáticamente.
La mano implacable de Rosas durante sus más de veinte años de gobierno puso fin a la anarquía fomentada desde otras latitudes que pretendía dividirnos y someternos. Sin embargo, la facción vencedora aplicará toda índole de recursos para borrar parte de la historia del Siglo XIX y/o tergiversarla bajo la falsa antinomia de “civilización o barbarie”.
El objetivo fue siempre eliminar de la memoria colectiva los proyectos nacionales y populares y cuando esto resultó imposible, se procedió -y se procede aún hoy- a vilipendiar y humillar a sus líderes y lideresas.
La Batalla de Caseros significó una dura derrota militar para Rosas y el proyecto federal (que terminó de perecer nueve años después en Pavón) pero, sobre todo, constituyó una dura derrota cultural y conceptual sobre el tipo de país que debíamos ser. Tanto Sarmiento como Mitre (principales exponentes de la visión unitaria, europeizante y liberal) tenían perfectamente claro que aún más importante que una victoria militar era -y sigue siendo- relatar lo ocurrido y reescribir la historia. Como se suele decir, la historia la ganan los que la escriben.
A través de ésta y otras artimañas pretendieron -y pretenden- imponer culturalmente su historia, su cosmovisión, utilizando una dicotomía básica: “Civilización” tenía que ver con lo foráneo, lo urbano y lo blanco, mientras que “Barbarie” se encontraba siempre ligado a lo autóctono, lo criollo y lo negro. Este sistema conceptual binario de interpretación de las realidades continúa con sorprendente vigencia hasta nuestros días.
Por eso se omite, oculta y miente sobre los años de Juan Manuel de Rosas y Encarnación Ezcurra en el poder. El mitrismo (como estructura de pensamiento del bando vencedor de Caseros y Pavón) logró que en los textos de historia, en vez de hablarse de la hazaña sin parangón de la Vuelta de Obligado, se conociera la "faceta autoritaria" del Gobierno de Rosas, o bien, que en vez de conocerse profundamente la capacidad de mando y liderazgo de Encarnación Ezcurra, se supiera que fue ella quien comandó la "sanguinaria" Mazorca. Casi nada se sabe de la mujer más admirada por el pueblo en el Siglo XIX, a cuyo funeral asistieron más de 25.000 personas. Su figura fue y es deliberadamente ignorada por la historiografía oficial y liberal y cuando es invocada, se le atribuye haber sido la "Jefa de una Asociación Ilícita" denominada “Mazorca”. Menuda coincidencia con la versión actual del relato.
Tan grande es la humillación sufrida por Rosas y su proyecto político, que luego de la derrota de Caseros tuvo que abandonar el país, perseguido por los "civilizadores" de nuestras tierras. No lo dejaron morir en su Patria como tampoco disfrutar de sus últimos días en Southampton (le negaron sus bienes y su pensión en reiteradas ocasiones).
Repaso
El desprecio por el Restaurador de la Leyes se extiende hasta nuestros días. Recién en 1989 sus restos volvieron a la Patria. El único monumento que existe en la Ciudad de Buenos Aires fue emplazado en 1999 y se encuentra frente al Parque cuyo nombre es "3 de Febrero" (el día que su ejército fue derrotado), en diagonal a un monumento de Domingo Faustino Sarmiento (uno de sus enemigos) que fue encargado a August Rodin y fue elaborado en Francia. Debajo de Sarmiento se encuentra Apolo Vencedor, dios de las artes y las letras, que simboliza el triunfo del "saber sobre la ignorancia" (una manera elegante de renombrar la “victoria” de la civilización frente a la barbarie).
El Parque que lleva el nombre de batalla que catapultó la suerte de Rosas se encuentra montado sobre las ruinas del "Caserón de Rosas" que el intendente de la Ciudad Adolfo Bullrich mandó a dinamitar en el año 1899 para suprimir del recuerdo la tiranía y barbarie de los años rosistas.
Las excavaciones iniciadas para conocer el "Caserón de Palermo" fueron detenidas y poco y nada se conoce de sus resultados. Los militares que gobernaron la Argentina durante la última dictadura cívico-militar erradicaron el nombre de la única calle que llevaba su nombre en toda la Ciudad de Buenos Aires (hoy en día la calle se llama Monroe en homenaje a James Monroe, ex presidente de los Estados Unidos).
En la actualidad solo hay una estación del Subte de la línea B que lleva el nombre del Brigadier que – paradójicamente- se encuentra en el barrio de Villa Urquiza (que fue quien lo venció en Caseros). Ni siquiera lo dejaron tener su propia estación, pues lleva por nombre "Juan Manuel de Rosas - Villa Urquiza".
La tenacidad del destrato hacia la figura de Rosas parecería no terminar jamás en la ciudad capital de todos los argentinos y argentinas. Hace no mucho, quien ejerce la Jefatura de Gobierno de la Ciudad, Rodríguez Larreta, decidió nombrar a la autopista financiada con fondos nacionales "Paseo del Bajo" cuando su nombre original debe ser Autopista Brigadier Juan Manuel de Rosas según consta en la Ley 1.198 sancionada en 2003 por la Legislatura Porteña. El heredero y mejor discípulo de la ideología unitaria y mitrista de nuestros días, Mauricio Macri, reemplazó la figura de Rosas por la de un “guanaco” en el billete de 20 pesos.
Pero la historia –y en general, la vida- tiene esos recovecos que le han permitido al Brigadier General Juan Manuel de Rosas reivindicarse y tener reducidos “actos de justicia” que habilitan al Restaurador a abandonar –de vez en cuando- el rincón de los olvidados y ultrajados en el que lo han puesto los hombres insignificantes a través de sus artefactos culturales, repletos de ignominias y rencor. Si bien se conoce que Hipólito Yrigoyen era admirador de Juan Manuel de Rosas (lo profesaba de manera oculta) fue Juan Domingo Perón, la primera figura pública de relevancia política que recuperó su figura y lo declaró abiertamente: “El Gobierno del brigadier Don Juan Manuel de Rosas(…) debió enfrentar, no sólo el ataque de las escuadras inglesa y francesa, sino también a los traidores de adentro aliados a los enemigos externos de la Patria, hecho que hiciera exclamar al general San Martín, que ni el sepulcro podría borrar para ellos semejante infamia y que lo impulsara a donar su espada a Rosas como reconocimiento de argentino a su labor en defensa de la dignidad e integridad de la Patria, no solo contra los enemigos externos sino también contra los traidores emboscados”.
Y ya entrado el siglo XXI, fue Cristina Fernández de Kirchner quién elevó a Rosas a la categoría de “Patriota” otorgándole la tan merecida entrada a la Casa Rosada en el famoso “Salón de los Patriotas Latinoamericanos” que compartió con Perón, Salvador Allende, Bolívar y San Martín, hasta la llegada del Presidente Unitario que decidió quitar los cuadros por mostrar una “visión sesgada de la historia”.
Por si fuera poco, Cristina convirtió al 20 de Noviembre (Día de la Soberanía Nacional – Aniversario de la Batalla de la Vuelta de Obligado) en un feriado con un inolvidable acto en San Pedro en el que de fondo se podía ver enormes cadenas (emulando las utilizadas en la Batalla de la Vuelta de Obligado que frenaron en avance de la escuadra anglo-francesa) y la figura de Juan Manuel de Rosas en un rojo furibundo (color característico de los federales del siglo XIX).
Como una extraña metáfora de la historia de nuestro país una de las avenidas principales del Partido de La Matanza lleva por nombre Brigadier General Juan Manuel de Rosas. Se trata de la continuación de la avenida que lleva por nombre Alberdi del lado de la Ciudad de Buenos Aires.
Caseros fue el hecho histórico que le permitió a los unitarios consolidar primero una versión de la historia, luego una forma de organización del país y una estructura económica acorde (puerto-céntrica) y luego un sistema de valores que aún tiene vigor.
Sin embargo, fueron varios los intentos de revertir lo perpetrado desde Caseros. La creación de YPF durante el Gobierno de Yrigoyen, el cambio de la matriz productiva económica hacia un modelo de incipiente industrialización del primer peronismo, la recuperación de la Memoria como política de Estado durante el kirchnerismo son solo algunos ejemplos de que la disputa es permanente y en todos los planos (recursos estratégicos, estructura económica, simbólica).
Sin duda se han logrado significativos avances a favor de la visión nacional-popular de la historia que siempre prefirió como antinomia “Patria o Colonia” o “Pueblo – Antipueblo” como la plataforma desde donde explicarlo todo. Cada tanto habrá otro Caseros (de hecho, la “Revolución Libertadora” fue apodada orgullosamente por sus gestores “Caseros 2”) que nuevamente intentará borrar, estigmatizar y destruir. Será tarea de nuestra generación –y en este sentido escribo estas palabras- saber con puntillosa exactitud qué significó Caseros y quiénes fueron Juan Manuel de Rosas y Encarnación Ezcurra, y evitar en todos los planos culturales, las humillaciones que persiguen a nuestros patriotas hasta nuestros días.