El tuit de La Nación del sábado 2/5 fue bochornoso y se viralizó en pocos minutos justamente por su falta de rigurosidad periodística y evidente odio ideológico. Decía: “Coronavirus en la Argentina: Fernanda Raverta, la camporista de raíz montonera que se quedó con la Anses”.
De la noticia probablemente la parte más reprochable sea aquella que dice que la ahora ex ministra de Desarrollo de la Comunidad de la provincia de Buenos Aires “se quedó” con el organismo que administra los recursos del sistema previsional argentino. Una operación semántica perversa, porque ellos saben mejor que nadie que los gobiernos populares le dan un uso social a los fondos del organismo, y que son los gobiernos neoliberales como el de Juntos por el Cambio los que tratan a esos mismos fondos -y a sus destinatarios- como un botín.
Los sectores que conforman el poder real de la Argentina, como los bancos, las empresas del sector energético, los grandes agroexportadores, el sector financiero especulativo, y también las empresas de medios informativos, están muy incómodos con el gobierno del Frente de Todos. No es por temor a perder dinero, aun cuando el Congreso de la Nación avance con un impuesto para gravar por única vez las grandes fortunas. La piedra en el zapato es ideológica. Y la dirigente que personifica esa opresión en el pecho es Cristina Kirchner.
Durante el gobierno de Cambiemos creyeron que la sacaban del juego, luego de tirarle encima una persecución feroz. Y no solo no la arrodillaron, sino que desde el llano ella construyó - , con el apoyo de un pueblo agradecido-, el frente electoral y programático que ganó las elecciones presidenciales y hundió el sueño de la consolidación del país neoliberal y meritocrático de Macri, Joaquín Morales Solá y Vargas Llosa.
Durante sus dos gobiernos, Cristina no solo enfrentó al poder real, sino que nunca traicionó a las mayorías que la habían votado. Por eso un millón de compatriotas reventaron de pueblo la Plaza de Mayo para agradecerle su coraje, su sensibilidad, su lucidez política. Una parte de esa multitud la aportó la militancia, que durante los últimos quince años se multiplicó de manera notable.
Raverta forma parte de esa militancia. De ahí también vienen los Kicillof, Wado De Pedro, “Cuervo” Larroque, Mayra Mendoza, Mariano Recalde, Horacio Pietragalla, Leandro Santoro y otros tantos y tantas que hoy ocupan cargos en las segundas y terceras líneas de la administración pública nacional y provincial. Son los mismos que hoy afrontan con una responsabilidad ejemplar la pandemia y la crisis estructural que dejó Cambiemos.
Se trata de una importante cantidad de cuadros políticos y técnicos formados al calor de una etapa histórica, entre 2003 y 2015, pero también, en muchos casos, son hijos e hijas de la generación diezmada que mencionó Néstor Kirchner en su discurso inaugural del 25 de mayo de 2003.
La madre de Fernanda Raverta fue secuestrada y desaparecida por la dictadura genocida. Fue una de las nenas que pasó una parte de su infancia en el exilio y unos cuantos días en una guardería montada por los Montoneros en La Habana, Cuba. Su padre y su madre adoptiva también militaron en la organización armada peronista. En los noventa se sumó a la agrupación HIJOS y a partir de 2007, a La Cámpora. Se trata de un recorrido bastante común para muchos de los hijos e hijas de las víctimas del terrorismo de Estado que vieron en el gobierno kirchnerista no solo el fin de la impunidad para los genocidas sino también la construcción de un país con muchos de los logros que perseguían sus padres. Otro ejemplo es Eduardo Wado De Pedro. O el actual secretario de Derechos Humanos de la Nacion, Pietragalla.
Néstor y Cristina Kichner no solo encabezaron una refundación política; también enamoraron a una generación de jóvenes que luego de haber dado sus primeros pasos en la gestión de gobierno a partir de 2014, hizo política y construyó organización en los barrios, las universidades y también en los tres poderes del Estado durante la noche neoliberal e inquisidora del gobierno de Macri, y ahora ocupa lugares de decisión en el gobierno popular que conduce Alberto Fernández.
Los sectores de privilegio y sus sicarios mediáticos lo saben muy bien: Cristina es brillante, no solo por su obra de gobierno y su capacidad política para seguir incidiendo en la realidad, sino también, y en especial, por haber desperdigado en todo el país, a fuerza de conquistas políticas y conducción política, una generación de hombres y mujeres que hasta el final de sus días pelearán por las mismas banderas que la generación diezmada, y las nuevas reivindicaciones de la época, como las que impulsa el movimiento feminista.