Llegamos contando las horas, padeciendo una pesadilla que duró cuatro años, con la lengua afuera, estupefactos por los análisis que hacían los tipos que ocuparon la Casa Rosada a partir del 10 de diciembre del 2015. Macri terminó su mandato con un relato alejado de esta realidad donde hay un país pobre, dividido y dolorido. Llegamos a este 10 de diciembre con nuestros sueños de patria libre, justa y soberana destruidos, llegamos sumergidos en una pesadilla que parecía no tener luz al final del túnel, llegamos arrastrándonos, pero llegamos, o mejor dicho, volvimos.
El documental del flamante ministro de cultura Tristán Bauer se llama "Tierra Arrasada" ahí se explica de manera detallada el país que hereda Alberto Fernández. La misma frase utilizó Axel Kicillof cuando se presentó como el futuro gobernador de la provincia de Buenos Aires el 27 de octubre de este año. Para poder sostener ese título pesimista alcanza con tomar el estudio que realizó el Observatorio Social de la Universidad Católica Argentina (UCA) que indica que el 41% de los argentinos es pobre y el 9% es indigente. O sea: la mitad del país la está pasando mal, y llegó al 10 de diciembre pidiéndole la hora al referí.
Fueron cuatro años donde nos sentimos derrotados, donde nos dolía todos los días leer las noticias, donde nos preguntábamos qué había pasado con ese país que se encaminaba a ser más igualitario. La Argentina, por culpa del vicio de las estadísticas, como decía Borges cuando hablaba de la democracia, había quedado en manos de una élite decidida a romper todos los derechos adquiridos y a alejarnos de los que aún nos faltaban conseguir.
La elite que llegó a ser gobierno por la vía democrática, no necesitó golpear, por primera vez, la puerta de los cuarteles, pero sí utilizó sus otras dos herramientas que jugaron un papel clave para sostenerlos en el poder y perseguir a la oposición: las patas mediática y judicial. El sector dominante que siempre rechazó al pueblo no dejó en la puerta de la Casa Rosada sus convicciones, el sector dominante que gobernó durante estos cuatro años con Macri a la cabeza cumplió al pie de la letra todo lo que tenía planificado.
La grieta económica, esa que divide entre los que más y menos tienen, se ensanchó. De un lado quedaron unos pocos que se dedicaron a engrosar sus cuentas en paraísos fiscales, y del otro quedó la mayoría de la población que padeció despidos, tarifazos, hambre y varias otras humillaciones que denigraron su autoestima.
Para que esto no vuelva a ocurrir, tendremos que exigirle al gobierno entrante ir de lleno en la puja por la distribución de la riqueza y aparte acompañar ese proceso con un discurso que derribe banderas como la de la meritocracia y el individualismo.
Tenemos que sentirnos orgullosos de cómo actuamos durante estos cuatro años, de la unidad que logramos los argentinos incluso antes de que la llevará adelante la dirigencia política. Apenas habían pasado unos meses de gobierno macrista y ya se escuchaba en las asambleas el cantito que resaltaba la unidad de los trabajadores. Construimos una resistencia basada en la democracia y con la convicción de derrotar al neoliberalismo con los votos, para que no digan que no los dejamos gobernar.
Cristina no erró ni un milímetro cuando anunció –en la plaza rebasada de pueblo, el 9/12/15- que no dejaba un país cómodo para los dirigentes; tampoco le pifió cuando dijo en su despedida que nosotros éramos dirigentes de nuestro destino. Durante estos cuatro años, cada vez que la circunstancia lo ameritó, el pueblo salió a la calle y se expresó como en aquella histórica plaza en repudió a la Ley Previsional o cuando las pibas coparon los alrededores del congreso pidiendo por un aborto seguro legal y gratuito.
Así le fuimos ganando la pulseada a un gobierno que nos desgastó emocionalmente pero que nunca nos venció. Llegamos al final de este gobierno contra las cuerdas, relojeando cuanto faltaba para que terminara esta pesadilla. Durante este tiempo no hicimos otra cosa que exigir que se respeten nuestros derechos, esenciales para cualquier ser humano como lo son la educación, la salud y el trabajo. Por eso festejamos haber cruzado la línea final y con la poca fuerza que nos queda decimos neoliberalisno nunca más