Diseño y fotomontaje: @RamiroAbrevaya
Fue el filósofo Frédric Jameson aquel que alguna vez sentenciara: “es más fácil imaginarse el fin del mundo que el fin del capitalismo”; y algunos se apresuraron a señalar el acabose del capitalismo cuando la pandemia por el virus SARS-Cov2, popularizado como “coronavirus” se hizo efectiva por todo el globo. Pero no es el capitalismo lo que termina, sino nuestros modos de observarlo, y eso no es poco. Por supuesto que esto -y valga la paradoja- no nos será visible en lo inmediato, pues, al igual que los virus, los cambios en las sociedades suelen plasmarse bajo formas invisibles.
Pero lo que se configura como “nueva normalidad” es una forma diferente de pensarnos como sujetos y, por lo tanto, de vincularnos con los otros. Entonces, ¿cómo somos los normales?
Se habla de normalidad cuando los fenómenos sociales se ajustan a las normas que rigen el estado común de una convivencia no pacífica, como suele creerse, pero sí con conflictos que pueden conducirse a través de un régimen de ley que regula el orden social. Los normales somos quienes asumimos ese estado por un interés personal que en su efecto es colectivo, esto significa que nuestros intereses como individuos se satisfacen en un proyecto común al que se denomina sociedad, y donde el Estado es el encargado de garantizar las condiciones de bienestar político para que, justamente, los conflictos puedan ser articulados en una valoración moral de conjunto a la que llamamos el Derecho.
Entonces, ser normal es ajustarse a las normas de una soberanía. Pero, ¿cómo se es un nuevo normal en una nueva normalidad? En esto reside la trama del sujeto contemporáneo, porque las sociedades capitalistas desde los años sesenta y setenta del siglo XX están siendo partícipes de profundos cambios que alteraron la matriz acumulativa (de la producción industrial a la especulación financiera), pero a la vez la condición vincular de los sujetos, y que dio lugar a lo que reconocemos como individualismo.
Las sociedades individualizadas del presente refieren a un tipo de subjetividad que considera sus acciones moralmente libres y sin referencia en un otro, lo que implica un sujeto que no responde a la lógica “normal” de que sus intereses personales cuenten con efectos colectivos; y es precisamente a esto a lo que desde todas las posiciones ideológicas se hace alusión cuando se apela a la “responsabilidad individual”.
Entonces, la nueva normalidad no es algo que vino para quedarse como suele expresarse desde los altoparlantes pospandémicos, sino más correctamente la visibilización de aquello que hace tiempo permaneció -como un virus- invisible pero contagiando efectos. Los normales, entonces, somos los individuos que ante el fin del mundo comprendimos que no es pensable el fin del capitalismo y sí, en cambio, su eficacia en la normalización de una vida donde el registro biográfico de cada individuo asume una posición central.
Fue el filósofo Frédric Jameson aquel que alguna vez sentenciara: “es más fácil imaginarse el fin del mundo que el fin del capitalismo”; y algunos se apresuraron a señalar el acabose del capitalismo cuando la pandemia por el virus SARS-Cov2, popularizado como “coronavirus” se hizo efectiva por todo el globo. Pero no es el capitalismo lo que termina, sino nuestros modos de observarlo, y eso no es poco. Por supuesto que esto -y valga la paradoja- no nos será visible en lo inmediato, pues, al igual que los virus, los cambios en las sociedades suelen plasmarse bajo formas invisibles.
Pero lo que se configura como “nueva normalidad” es una forma diferente de pensarnos como sujetos y, por lo tanto, de vincularnos con los otros. Entonces, ¿cómo somos los normales?
Se habla de normalidad cuando los fenómenos sociales se ajustan a las normas que rigen el estado común de una convivencia no pacífica, como suele creerse, pero sí con conflictos que pueden conducirse a través de un régimen de ley que regula el orden social. Los normales somos quienes asumimos ese estado por un interés personal que en su efecto es colectivo, esto significa que nuestros intereses como individuos se satisfacen en un proyecto común al que se denomina sociedad, y donde el Estado es el encargado de garantizar las condiciones de bienestar político para que, justamente, los conflictos puedan ser articulados en una valoración moral de conjunto a la que llamamos el Derecho.
Entonces, ser normal es ajustarse a las normas de una soberanía. Pero, ¿cómo se es un nuevo normal en una nueva normalidad? En esto reside la trama del sujeto contemporáneo, porque las sociedades capitalistas desde los años sesenta y setenta del siglo XX están siendo partícipes de profundos cambios que alteraron la matriz acumulativa (de la producción industrial a la especulación financiera), pero a la vez la condición vincular de los sujetos, y que dio lugar a lo que reconocemos como individualismo.
Las sociedades individualizadas del presente refieren a un tipo de subjetividad que considera sus acciones moralmente libres y sin referencia en un otro, lo que implica un sujeto que no responde a la lógica “normal” de que sus intereses personales cuenten con efectos colectivos; y es precisamente a esto a lo que desde todas las posiciones ideológicas se hace alusión cuando se apela a la “responsabilidad individual”.
Entonces, la nueva normalidad no es algo que vino para quedarse como suele expresarse desde los altoparlantes pospandémicos, sino más correctamente la visibilización de aquello que hace tiempo permaneció -como un virus- invisible pero contagiando efectos. Los normales, entonces, somos los individuos que ante el fin del mundo comprendimos que no es pensable el fin del capitalismo y sí, en cambio, su eficacia en la normalización de una vida donde el registro biográfico de cada individuo asume una posición central.