Texto y fotos: Mariano Abrevaya Dios

Los docentes no están solos. Cuentan con el afecto y el acompañamiento de las miles de personas que se acercan a la Escuela Itinerante, montada frente al Congreso Nacional el miércoles 12 de abril. Es allí, una vez más en el espacio público, y dentro y frente a esa bella y atinada estructura de colores patrios, con tiernas ilustraciones de chicos y maestros, un mástil, una campana y hasta aun pizarrón, donde hoy se manifiesta la hidalguía blanca, que reclama que un gobierno de patrones de estancia cumpla la ley de financiamiento educativo y los llame a discutir la paritaria nacional docente.

Para tratar de narrar parte del clima que se vivió el sábado 15 de abril en la zona, conversamos con algunos de los que íban o venían, se sacaban fotos con la escuela de fondo, tomaban mate o masticaban un choripán, conversaban en ronda, mientras desde los cuatro costados de la escuela, cada media hora, los docentes gritaban a coro que "se escuche la lucha".



Clarisa ejerce la docencia hace unos cuantos años en una escuela de la localidad de Virrey del Pino, en el partido de La Matanza. Está en la plaza junto a su familia, amigos y compañeros del Sindicato Unificado de Trabajadores de la Educación de Buenos Aires (SUTEBA). “Estoy hoy como estuve siempre que tuvimos que pelear”, dice, sonriente, y sus ojos claros brillan con la fuerza del cielo celeste que corona la plaza. “En la lucha que se ve en los medios y también en la que no se ve, que es la cotidiana, en la escuela”, agrega. Defiende a su gremio con los dientes apretados. Tiene bronca: “Desde los medios y el gobierno nos tildan poco menos que traidores a la patria y es una absoluta mentira, ya que la afiliación y participación en un sindicato no tiene que ver con ser un sinvergüenza o un delincuente”. Desea, ruega, que aflojen un poco. Cuenta que en su distrito están sintiendo un clima agobiante, persecutorio, y que están temiendo “no por los derechos conquistados durante los últimos años, sino desde la recuperación de la democracia, en el 83”. Cómo se sale de esa situación, preguntamos. “Hay que crear conciencia”, sostiene. Con quién. Con los padres, las maestras despistadas que miran para otro lado, los no docentes, los chicos. “Les contamos a los papás que lo que vende la tele no es real”, dice. “Tenenos que estar codo a codo con el otro”, agrega. Y cuenta que si bien el primer golpe del ajuste económico de Cambiemos tiene que ver con el bolsillo de los padres de sus alumnos, “no siempre está claro el resto de los recortes de derechos que estamos sufriendo”, suma. “Bajaron los cupos para el comedor y no entregan más libros”, denuncia. Pero ahí están, codo a codo con la comunidad educativa. Disputando el sentido común, haciendo Patria.

Gabriel tiene unos cincuenta años, trabaja en el sector privado y lleva un pin adherido a su buzo negro que dice “Yo caí en la escuela pública”. Es de Caballito. Por qué, preguntamos. Vino a solidarizarse con los docentes ya que tiene un hijo que asiste a una escuela pública y junto a su familia “estamos atentos a los reclamos de los trabajadores”. Con una aparente resignación, no cree que el conflicto se resuelve en el corto plazo “ya que el gobierno tiene una postura intransigente”. Consideró “una vergüenza que les ofrezcan 18 por ciento de aumento salarial”.



Los locutores de guardapolvo blanco, desde un pequeño escenario montado al pie de la escuela itinerante, anuncian una nueva actividad. Así están hace tres días. Y de ese modo seguirán hasta el miércoles 19 de abril. Los docentes de la organización visten pecheras con las siglas de sus gremios. Están muy bien organizados. Conocen el paño. Cuando finaliza una actividad, leen las adhesiones que llegan desde todos los rincones del país. Organizaciones políticas, sociales, culturales, religiosas, estudiantiles, colectivos artísticos, cantantes, actores, plásticos, deportistas, asociaciones civiles, cooperativas, revistas, editoriales y gente a pie. Hace un rato hizo, decenas de percusionistas de La Chilinga hicieron retumbar sus parches, hubo clases de folclore, cantó un coro, se tejió una bandera, se jugó al ajedrez y se ofreció un taller de esténcil, aparte de organizarse charlas -en el aula de la escuela-, sobre educación popular e historia del sindicalismo docente.

Yahir tiene barba negra tupida. Es joven. Forma parte de una larga fila que avanza lenta hacia la escuela itinerante, para recorrerla por dentro. Lo acompaña su novia. Son de Capital Federal. Le preguntamos a qué se dedica y nos cuenta que está estudiando el profesorado de historia en el Instituto Joaquín V. González. También explica que al igual que millones de argentinos, apuesta a que el gobierno llame a los gremios docentes a la paritaria nacional, como lo marca la ley. Dice que no cree que el conflicto termine ya que no cree que Macri y Vidal tengan esa voluntad, pero lo que “sí podemos pensar es el presente de lucha que nos toca vivir junto a los docentes”.



En los alrededores de la escuela hay mucha venta ambulante, como se está viendo cada vez que en el último año una movilización gana la calle. Son muchos vendedores y se les nota la ansiedad y necesidad de hacerse de un pesos. Gastronomía callejera, iconografía kirchnerista, pero también está la comunidad africana con sus lentes para el solo y metales en forma de anillos y cadenas, como así también vendedores de juguetes de origen chino y hasta ropa para perros.

Nino es de San Telmo y es maestro de música. Está agremiado a la Unión de Trabajadores de la Educación (UTE). Aclara que “apoyo toda la lucha docente” y que participó de “todas las movilizaciones”, ya que “creo en lo que se está pidiendo”. Cuenta que ejerce su profesión hace treinta y cinco años y que si bien “no me instruí para hacer una manifestación, pero sí me educaron para defender mis derechos”. Cuenta, con seriedad y una probable carga de angustia, que “vine todos los días y voy a seguir viniendo hasta que termine” y que “llevo la discusión a mis clases, junto a mis alumnos”, espacios en los que nota que “el conflicto está cada día más visible” aunque desde el gobierno intenten “generar diferencias” entre la gente, pero “la realidad indica que cuando el pueblo se manifiesta, como acá, es muy fácil encontrarse en la mirada de los desconocidos cuando buscamos lo que tenemos en común”.



El viernes pasado, los gremios docentes organizaron una charla en la que se disertó sobre la ley de financiamiento educativo, se realizó una intervención artística a favor de los programas socio educativos que están desmantelando Esteban Bullrich y Mauricio Macri, una clase abierta de tango y una charla a cargo de los H.I.J.O.S., que cumplieron 22 años de historia. También se encabezó una conferencia de prensa para condenar la detención de estudiantes dentro de la facultad de ciencias agrarias, en la provincia de Jujuy, gobernada por un Gerardo Morales que se llevó puesto el Estado de derecho.



Imposible no pensar en la Carpa Blanca que los gremios docentes instalaron frente al Congreso a finales de la década del 90. Imposible no comparar dicha experiencia de lucha con la actual. Hay una diferencia sustancial. Con la carpa se expresaba un reclamo salarial, en el contexto de un país que sucumbía ante el hambre y la indigencia y que se dirigía, de modo indefectible, a la hecatombe social. Ahora, los gremios docentes pelean para que el gobierno respete la ley que, justamente, se logró a partir de las luchas que los mismos gremios encabezaron hace veinte años. El reclamo salarial existe, por supuesto, ya que los docentes exigen una recomposición del 35 por ciento de su sueldo, pero el plan de lucha es mucho más amplio. Ahora se enfrentan a un gobierno deslamado, capaz de operarlos de uno y mil modos, decidido a estigmatizarlos y hasta reprimirlos, que para colmo cuentan con el apoyo del aparato de medios masivos de comunicación. Ellos saben que el modo de contrarrestar el ataque es ganando la calle, para crear conciencia, como dice la docente matancera de ojos claros.