y Mariano Abrevaya Dios

Hacia el fondo de Lugannabis, el growshop más grande Villa Lugano, hay una oficina con dos escritorios, cada una con su computadora, algunas fotos y otros recuerdos y símbolos de una militancia que ya tiene diez de años. Suena música reggae de fondo, suave, como las flores que están quemando los fundadores del local, y que amablemente nos convidan para probar. Por una pequeña ventana, en lo alto, ingresa la luz tenue del fin de la tarde, y también aire fresco. Arranca la entrevista.


Nicolás Geniso y Javier Del Río -41 y 39 años-, tienen un largo recorrido en la cultura cannábica. El negocio, con vista a la calle, y conocido en el ambiente como growshop, algo así como negocio de crecimiento, se fundó en el 2013, una época en la que el sector ya venía dando algunos pasos importantes.


“Lo fundamos con la utopía de trabajar de algo que nos gustara, con la idea de salirnos del sistema”, cuenta Nicolás. Tiene puesta una gorra y usa una barba frondosa, oscura. “Yo trabajaba en la secretaría de una escuela, en la villa 1.11.14, y Javier tenía un Skateshop, éramos amigos, y decidimos jugarnos”.


Su primer local era de tres por tres y también funcionaba en el barrio.


Ambos sostuvieron sus antiguos trabajos por lo menos un año y medio más, sin hacer una diferencia económica con el nuevo proyecto, hasta que en el segundo semestre de 2015 comenzaron a dedicarse de lleno a un proyecto del que hoy viven doce personas, todos amigos y familiares de los fundadores.


“Yo tenía ocho años de comerciante en el local de al lado de donde pusimos el primer negocio, y nunca me había ido bien. Esto era diferente. Intuíamos que nos iba a ir bien”, apunta Javier.

El nuevo local, tipo galpón, está ubicado sobre la calle José Barro Pazos, a tres cuadras de la General Paz, tiene por lo menos diez metros de profundidad y media docena de ancho, techo alto, y cientos de accesorios para el cultivo, tratamiento y uso de la planta, presentados en estantes, vitrinas, repisas y mostradores, iluminados con luces led de distintos colores. Suena música hip hop y un denso aroma a marihuana perfuma el aire.

“Hoy tenemos una industria súper desarrollada, que en los últimos años creció mucho. Tenemos el diez por ciento de lo que ofrece la industria, pero en aquel momento éramos pocos. Vendíamos productos de vivero, seleccionados por nosotros”, señala Nicolás.

¿Por ejemplo?

“Tierra, macetas, productos para las plagas, fertilizantes, accesorios como palitas, tijeras para podar, frascos, tubos, goteros, elementos de ventilación e iluminación. Y a todo eso le dábamos una impronta cannábica. Usalo de esta manera, de la otra”, detalla Javier..

¿Es en esa época que surge la modalidad del indoor -cultivo puertas adentro-?

“Mmm –dudan, mientras se pasan el cigarro-, en realidad existe desde el día uno de la cultura cannábica, por esta necesidad que teníamos de que las plantas no estuvieran a la vista. Cuando empezamos a cultivar, la realidad era muy distinta a la de ahora, que está mucho más aceptado, y que por ejemplo, tenés un negocio como el nuestro que te explica cómo hacer una planta”, aporta Javier. “O te vienen a entrevistar”, suma Nicolás, con una sonrisa y mezcla de asombro y orgullo que delata el muy buen momento que está atravesando la actividad.

El crecimiento del sector arranca en los años 2010/11, cuando se conforman las primeras agrupaciones cannábicas, que comenzaron a dar un debate de cara a la sociedad, y con los tres poderes del Estado, respecto del consumo de la marihuana. Sus dos reivindicaciones más importantes eran la legalización de todos los usos de la planta y que se termine la persecución a los consumidores y cultivadores. Aparte exigían la derogación de la ley de Drogas (23.737), una norma punitivista -sancionada hace más de treinta años y todavía vigente-, y la libertad para los presos por cultivar.

En 2012, en un contexto político favorable, con un claro avance en conquista de derechos de parte del gobierno de Cristina, hubo un intento de un sector del Frente para la Victoria por avanzar en el Congreso con una iniciativa que dejase de penalizar el consumo, pero se trabó por falta de consensos, y el proyecto no prosperó.

Javier, que también tiene puesta una gorra con visera, un buzo de color y barba, pone el acento en el período 2013/14.

“Fue ahí que comenzó a destaparse la olla acerca de los beneficios del uso del aceite del cannabis, y hasta la doña paró el oído al enterarse de que hay un aceite mágico con propiedades curativas”. Esa nueva realidad, afirma, “nos posicionó en un muy buen lugar”, y Nicolás, con una sonrisa aporta que “pasamos a ser algo así como unas chamanes que tenían una sustancia milagrosa”, y asume que “nosotros mismos empezamos a aprender sobre el asunto, ya que siempre fuimos autodidactas”.

“Cuando se descubrió cómo pasar las propiedades de la planta a un aceite, y esa prueba sobre los beneficios del cannabis resultó irrefutable, hubo una revolución mundial, y ese nuevo paradigma impacta también en la Argentina. Ahí nacen agrupaciones que impulsan con fuerza el uso medicinal de la planta -Mamá Cultiva es la más conocida-, para llegar, finalmente, a la sanción de la ley”, aporta Nicolás.

La Ley 27.350 de Uso Medicinal de la Planta de Cannabis y sus derivados fue aprobada a comienzos de 2017, durante el primer año del gobierno de Cambiemos, y estableció la creación del Registro Nacional del Programa de Cannabis (Reprocann), donde debían inscribirse los cultivadores que proveerían la planta para la producción del aceite.


“La sanción de la ley se dio en un contexto en el que estábamos a cargo de un gobierno que no entendía nada de nada, y avanzaron para la tribuna, y tuvimos que esperar hasta el 2021, ya con el Frente de Todos en el gobierno, para que se reglamentara la norma”, cuenta Nicolás.


¿Y ahí qué sucedió?

“Nos encontramos con que el Reprocann es un arma de doble filo, porque hasta hace un mes te perseguían por cultivar y ahora al registrarte asumías que estabas cultivando: es bastante contradictorio”, plantea Nicolás, y deja flotando una duda en el aire ya espeso de la oficina: “Hoy está todo bien, pero mañana viene otro y no sabés qué hace con esos datos”.


Y así se llega hasta el último gran hito en la historia del lucha del movimiento, hace solo unos días, cuando se sanciona y promulga la ley de uso industrial de la planta.


De todos modos, los fundadores de Lugannabis advierten que habrá que ver si el Estado le abre el juego a los pequeños y medianos productores, como ellos -porque también cultivan, no en el negocio, sino en otro lado- y no solo a los gigantes, como Cannava, la primera empresa estatal dedicada a la producción de derivados medicinales de cannabis en Argentina, como reza la propia firma en su sitio web, un emprendimiento millonario que puso a funcionar el hijo del gobernador radical Gerardo Morales, en 2016, antes que nadie, y gracias a una regulación propia, provincial, a medida.


“Esa es la gran discusión”, señalan Nicolás y Javier. “Los que la venimos pateando desde el principio, que son todos chicos y medianos como nosotros, ¿vamos a poder laburar, o se la van a llevar dos o tres privilegiados?”, advierten.


¿De qué creen que depende esto?

“De cómo la sociedad asimile y acompañe este nuevo proceso, de cómo nos movamos como movimiento, y del rol del Estado, que tiene buenas intenciones, pero hay que ver qué sucede finalmente”.


¿Cuáles son los requisitos?

“Si queres producir, te dicen que te conformes como cooperativa y te inscribas como productor en el registro del Instituto Nacional de la Semilla (INASE). Entonces te dan un permiso, y podés registrar tu trabajo. Recién ahí estás en condiciones de venderlo”.


Con todos estos avances, ¿fue bajando la cantidad de presos por cultivar?

“No hay números de presos por cultivar, sino de presos por drogas, que son aproximadamente el 80 o 90% de la población carcelaria, y todos bajo la ley de drogas. Ahí tenés al gran traficante y al pibe que tenía una plantita en su casa”, apunta Nicolás. Y dice: “Si me preguntas por una sensación personal, creo que han bajado, pero no se detuvieron. Si vos permitís que haya un pseudo gobierno -haciendo referencia a Jujuy-, y digo pseudo porque si bien es una empresa privada, pertenece al gobierno, que está cultivando, cómo vas a perseguir a un pibe con tres plantas. Es algo surrealista, hay un gobierno cultivando, y hay pibes que caen presos por un porro, y que la cana les saca la ropa, la plata, los cagan a palos, las cosas que sabemos que hace la policía. Conviven esos dos modelos, que están en pugna: un modelo industrial, medicinal, y otro represivo que sigue atacando al más vulnerable.”

El último gran paso es la regulación por parte del Estado del consumo recreativo. Pero ahí, el movimiento cannábico va más allá, y entiende que el objetivo mayor es la despenalización del consumo de todas las sustancias. Dicen los Lugannabis: “No queremos que el Estado diga qué puedo meterme en el cuerpo. Yo puedo meterme un litro de lavandina si quiero, entonces por qué no puedo hacerlo con cualquier otra sustancia: por intereses de los mercados y de los gobiernos. La lucha va a ser hasta ese día, mientras, damos pasitos”.

Nicolás reivindicó la bandera histórica del movimiento: libertad para los presos por cultivar.


De todos modos, estamos en un momento soñado, ¿no?


“Sí, lo soñamos hace veinte años, cuando nos comunicábamos en foros secretos, y nos pixelábamos las caras y los ip de las computadoras para que no nos rastreen, y ahora nos sacamos una foto con Alberto en la presentación de la ley. En el medio hubo lucha y un cambio social. Nosotros estamos en algunas agrupaciones del movimiento cannábico, que cultural y organizativamente es el más grande del mundo. Hay más de 200 asociaciones con personería jurídica. En las marchas de 2015 y 2016 hemos llegado a ser más de 150.000 personas”.


¿A qué le atribuyen ese volumen?

“A los años de prohibición, la costumbre de ‘hazlo tú mismo’ o el ‘te lo ato con alambre’, muy arraigada en el país, tener uno de los suelos más fértiles del mundo, la larga historia de lucha de nuestra sociedad, aparte de la época, son todos factores que se combinaron para desarrollar una cultura cannábica muy importante, por encima de países europeos y los Estados Unidos, donde el movimiento está mucho más atomizado y cuenta con menos fuerza”, responde Nicolás.

Volvemos a la pertenencia barrial, a Lugano, su lugar en el mundo. Hace diez años, cuando decidieron encarar el proyecto, podrían haberse ido al centro de la Ciudad, a una avenida, llena de gente, pero se quedaron en la comuna 8. “La gran mayoría de nuestra clientela, cultivadores, son del barrio, a diferencia de lugares céntricos, que reciben gente de cualquier lugar. Vos venís acá a comprar, y es lindo lugar, no vas a tener problemas para estacionar, por ejemplo”, ponderan.

Nicolás es de Piedrabuena, y Javier de Las Casitas, un pequeño barrio asentado en la parte norte del ingreso a las tiras de monobloques de Lugano 1 y 2. Ahí crecieron, estudiaron, y desde que comenzaron a patear solos, en especial la noche, tenían ganas de llevar y construir cultura en Lugano.

Javier menciona a Cemento, el legendario boliche donde tocaban bandas, o una movida de skate, su palo. Dice: “Uno de los primeros en traer cultura al barrio fue Mandinga, la casa de tatuajes, muy conocida en el ambiente, en la que hoy laburan quince tatuadores, un local al que vienen a tatuarse todos los famosos”.

“Fue un modelo para nosotros, en el sentido de que si ellos pudieron crecer desde el barrio, nosotros también”, afirma, y enseguida, Nicolás recoge el guante y le tira un reconocimiento a su amigo y socio: “Javier fue uno de los responsables de que hoy en Lugano haya un skatepark”.

Javier contó que no mudaron el negocio a otro barrio porque siempre quisieron llevar cultura a Lugano. Hoy es un hecho.


En el salón de ventas de Lugannabis hay apiladas contra la pared un par de docenas de bolsas de tierra de por lo menos diez kilos cada una. Se trata de uno de los productos más destacados del negocio. Con eso empezaron, y así lo recuerdan: “Ahora nos traen la tierra en un camión, pero cuando arrancamos hacíamos el sustrato en la puerta del local, sobre la vereda”, apunta Javier. “Era una locura”, recuerda Nicolás. “¿Qué onda, qué es eso?, nos decían los vecinos. Tierra para cannabis, les decíamos”.


En el gremio, al producto se lo llama sustrato de autor. “Básicamente, la tierra es la comida y la casa de la planta”, grafican, y cuentan que hoy en día su proveedor no solo les vende tierra con abono a clientes del sector, sino también a los viveros, unos colegas que cuando ellos –y sus pares- comenzaron a crecer, les tenían bronca no solo por haber emergido como una competencia, sino también por ser unos “drogadictos”.


También mencionan a los fertilizantes como uno de los productos que mejor se venden en la industria, probablemente por la larga tradición agropecuaria que tiene la Argentina. Los plaguicidas para la planta de marihuana, por su parte, están elaborados con productos orgánicos, porque los pulmones no cuentan con un filtro para hacerle frente al veneno, como sí sucede con el aparato digestivo.


¿Cómo definirían a la cultura cannabica?

Piensan, sonríen, toman gaseosa (que también convidan).


“Se trata de la suma de costumbres, ritos e ideas que unen a un grupo determinado de personas, en este caso, la planta de cannabis. Nuestro movimiento está atravesado también por la lucha por las libertades individuales y la soberanía sobre nuestro cuerpo, y en eso estamos muy emparentados con otras experiencias de lucha. No hay Estado, Dios o Patrón que pueda decidir lo que podamos hacer con nuestros cuerpos”, contesta Nicolás.


¿Y entonces cuál es el rol del Estado en relación a la lucha de las agrupaciones?

“Tiene que regular pero no prohibir, no ser punitivista, no meterte preso. Esa bandera no la bajamos. Si tengo un problema de consumo, el Estado intercederá para darme una mano en materia de salud, pero en la previa, en el cuerpo me meto lo que quiero”, arremete Nicolás.


La lucha del movimiento de mujeres por la legalización del aborto seguro y gratuito decanta sola. La mencionamos.


“Por supuesto. Estamos emparentados. Nos consideramos parte de todos los colectivos que arrastran estigmas por parte de sociedades que ya están viejas, que ya cambiaron, pero las leyes, en algunos casos como el nuestro, siguen siendo las mismas (ley de Drogas)”.


Expocannabis

La primera edición se realizó en octubre de 2019, luego de las PASO presidenciales, en el predio de La Rural, Palermo, y la organización del evento daba cuenta del exponencial crecimiento del sector. La convocatoria de la mega muestra sobre los usos del cannabis, en especial el medicinal, fue un éxito, y desbordó todas las previsiones. Participaron empresas, instituciones y el Estado. Se trabajó y vendió muchísimo, hubo conferencias, talleres y capacitaciones, ventas minorista y mayorista de productos, insumos y servicios, asesorías, y se generaron nuevas oportunidades de negocios.

En noviembre del año pasado se realizó la segunda edición, con más estructura, más stands, actividades, oferta de servicios y talleres, y también fue un éxito, aunque con menos público que en la primera, debido a los temores que genera una pandemia que todavía no terminó y porque los organizadores no tuvieron en cuenta que durante aquel fin de semana caía el Día de la Madre, una institución en la Argentina.

Igual suponemos que todo el mundo quedó conforme

“Sí, la expo abre muchas puertas, porque es mostrar presencia, dar cuenta de nuestra identidad, de mostrar una industria. Un escenario que afuera no encontrás. Hasta de China vienen a vernos”, destaca Javier.

Ustedes encabezaron una serie de charlas.

“Sí, sobre cultivo, que es nuestro tema”, responde Nicolás, “y también nos metimos con el tema de las semillas, porque nuestro Instituto de la Semilla hoy te inscribe variedades propias, y eso solo sucede en Israel y Canadá. En eso también nos destacamos. Están viniendo de afuera para invertir en este asunto, ya que el negocio tiene una potencialidad enorme.”

Para ir cerrando, ¿qué aporte hizo la revista THC a la lucha del movimiento cannábico (sus primeros números son del 2005)?

“Fueron fundamentales, y en nuestro caso son amigos aparte de compañeros de militancia”.

La última: ¿le dijeron algo a Alberto el otro día, en el acto de promulgación de la ley de cannabis industrial?

“Sí, que somos los cultivadores que vamos a levantar al país, que apueste al sector, que confíe en nosotros”.

Nicolás y Javier, dirigen otros dos proyectos subsidiarios de Lugannabis. Demonio verde, una marca con la que fabrican (de la mano de un matricero) distintos accesorios para los cultivadores y consumidores de la planta, y El Templo, una distribuidora de todos los productos que ofrecen en la tienda: ceniceros, picadores, fertilizantes e insecticidas, pipas, papelillos y filtros, carpas y luces LED para Indoor, y tierra y abono, por supuesto, su especialidad, aparte de macetas, balanzas y hasta indumentaria, entre otras opciones para llevarse o que te manden a casa.

https://www.lugannabis.com/