Por Kranear
Cristina ya lo dio todo. La historia podría terminarse de cuajo hoy mismo, y su figura tendría garantizada un lugar –quizás el más importante- en nuestra galería de los patriotas. Ayer, en su discurso, luego del fallo condenatorio del TOF 2 de Comodoro Py, hizo un anuncio sorpresivo y para muchos, devastador: su nombre – siempre ganador- no figurará en las boletas de la elección del 23, aparentemente con dos objetivos: por un lado, no entorpecer la campaña electoral del campo nacional y popular, y por el otro, no darle el gusto a Héctor Magnetto y la mafia de Clarín de que la vapuleen, la sigan maltratando. Nunca seré su mascota, juró.
El asunto es que con su fallo condenatorio, el Partido Judicial no ataca solo a Cristina, sino también a la política como vocación, elección de vida, instrumento para la transformación de la realidad, ya que como ella misma postuló en varias oportunidades, y también ayer desde su despacho, el objetivo en definitiva es disciplinar a la dirigencia política, gremial, social, o estudiantil que se atreva a enfrentar a los poderes fácticos.
La vicepresidenta lo remarca hace rato: no la atacan a ella. La ofensiva es contra el peronismo, que demostró ser el único movimiento político capaz de torcerle el brazo a los sectores de privilegio que a lo largo de la historia, a través de distintos instrumentos y prácticas, no dudaron en avanzar hasta las últimas consecuencias en la defensa de sus intereses económicos y de clase.
El desafío pasará, en unos años, por la fortaleza de las segundas y terceras líneas dirigenciales y militantes del Frente de Todos, o si se prefiere, el núcleo más duro, el kirchnerismo aglutinado en el sello Unidad Ciudadana, que en 2017 se creó para enfrentar de manera organizada, desde el seno del pueblo, no solo las políticas del gobierno de Cambiemos, sino también al Partido Judicial, que la quería acorralar y quebrar con causas judiciales armadas.
Con profunda pedagogía, y desde hace un largo tiempo, Cristina viene desnudando, en sus intervenciones públicas, los resortes de este instrumento paraestatal creado para perseguirla, estigmatizarla, condenarla, prescribirla, e incluso asesinarla. Guerra jurídica, o Lawfare, la estrategia de los poderes fácticos para sacarse de encima a los líderes populares y sus movimientos de base, no solo se aplica en nuestro país, sino también en Brasil, Ecuador y Bolivia. En ese contexto, el Poder Judicial en general, y la justicia federal, en particular, ocupa un rol central, neurálgico, ya que son quienes a través de sus indagatorias, instrucciones y fallos, marcan el pulso de un hostigamiento que retroalimenta a la oposición y a los medios de comunicación cómplices.
Un breve repaso de los hechos de la agenda judicial que marcaron los últimos años, alcanza para ver que las garantías del debido proceso fueron vulnerados una y otra vez, y que la promiscuidad entre jueces, fiscales y camaristas con dirigentes del PRO, agentes de inteligencia y periodistas y directivos de los grupos empresarios de medios, son moneda corriente, y en consecuencia, la demostración cabal de que el Estado de Derecho, en la Argentina, está pulverizado.
Cristina dedicó un buen rato de su intervención para repasar los mensajes que cuatro jueces federales, el jefe de los fiscales de la CABA, un ex agente de inteligencia y el ministro de Seguridad porteño, entre otros, intercambiaron en un canal de Telegram para organizar la estrategia que les permita ocultar el viaje que realizaron a Lago Escondido, pago por el Grupo Clarín, hace algo más de un mes. Así, le puso el moño a una campaña de denuncias que viene realizando desde hace varios años, en relación a lo que hoy llamó un Estado paralelo, con el que representantes de los poderes fácticos, con Clarín a la cabeza, la persiguen por no haberse arrodillado, por no haber claudicado ante las presiones y aprietes mafiosos, por no haber sido en el pasado, y mucho menos ahora, su mascota.
Con la condena contra Cristina, y la prohibición perpetua de ocupar cargos públicos, en un juicio viciado de irregularidades, sin pruebas, con manifiestas conductas de parcialidad, con el fiscal y uno de los jueces compartiendo un mismo equipo de fútbol, ¿con qué voluntad o valentía un dirigente o dirigenta intentará el día de mañana encarar transformaciones profundas en beneficio de las mayorías y en detrimento de los sectores de privilegio?
'Me condenan porque condenan un modelo de desarrollo económico y de reconocimiento de los derechos del pueblo”, dijo ella, visiblemente enojada.
Ahora, frente a una condena en primera instancia, y la certeza de que en la segunda se confirmará el fallo, porque los integrantes de la cámara también forman parte del dispositivo persecutorio, cabe volver a recuperar una consigna que supo ser urgente en el último tiempo: la Reforma Judicial. Una demanda que también los feminismos vienen manifestando hace años como central, reforma judicial feminista porque como la propia Cristina señaló, existe en los entramados del poder, un sesgo de género insoslayable. Quienes determinan e inciden en nuestra vida y nuestra libertad siempre son varones. Ese efecto disciplinador también pesa sobre las mujeres y diversidades que se atreven a no dar la patita, ni hacer la muertita.
El eje no es ella, sino el sistema democrático, la Constitución, la división de poderes, el cumplimiento del Estado de Derecho. “Me corro del juego electoral”, anunció generosa, “hagan conmigo lo que quieran”, y dejó en claro que no quiere cargos ni fueros, sino, como lo ha hecho siempre, la felicidad del pueblo y la grandeza de la Nación, dos objetivos que parecieran inalcanzables mientras la democracia siga siendo extorsionada por un grupo de mafiosos que cuentan con la complicidad de los grandes medios y sus representantes en el Congreso.
Una tarea fundamental, pensando en lo que sigue, pasa por construir una narrativa que impregne en las mayorías, que permita asociar la realidad cotidiana no solo con la injusticia que se comete con Cristina por ser una líder popular, amada por una enorme parte de su pueblo, sino también en la cotidianeidad, con el desapego o falta de cercanía que el poder judicial tiene con la comunidad, por la lentitud que tienen para resolver los litigios, por la burocracia y la falta de atención, o la vida de realeza que llevan los jueces, quienes no solo no son elegidos por el pueblo, como sí sucede en los otros dos poderes del Estado, sino que aparte, por decisión de la propia casta, no pagan el impuesto a las ganancias.
El otro trabajo pasa por construir más y mejor organización popular, con el patriotismo que exige la hora, ya con Cristina como único dique de contención y salvadora de la Patria, sino junto a ella, porque la defensa y fortalecimiento de un modelo de país y proyecto de Nación, no puede recaer en una sola compañera.