Dirigida por Alejandro Ricaño, proveniente de México y Colombia, y habiendo sido exhibida con notable éxito durante el pasado invierno en la ciudad de Buenos Aires, regresa a la cartelera local, en el Multitabaris de calle Corrientes, “Lo Que Queda de Nosotros”. Una bella propuesta artística plena de metáforas y enseñanzas, que cobra forma de enorme espejo en el cual nos miramos, sin ningún tipo de concesiones: la obra constituye una poderosa examinación de la condición humana. Dos historias en paralelo traccionan un relatoque no otorga resquicio alguno para el respiro; asistiremos a la función prevenidos de que la emoción nos tomará por completo. Palparemos las vicisitudes que atraviesan sus personajes con un nudo en la garganta, aunque sepamos que siempre, y sin excepción, el teatro nos premiará con lugar para la risa y el aplauso final de pie.
A medida que nos internamos en los diferentes estadios que atraviesa una mujer y su perro, mientras construyen su vínculo, resulta imposible no sentirse interpelado. Si elegimos ver esta obra, todos quienes ocupamos esas butacas, sabemos que el amor animal es el más puro e incondicional que conoceremos…y del cual aprenderemos, constantemente. Será conveniente no adelantar más detalles acerca de la trama, no obstante, se reconocerá que, en la búsqueda del ‘encuentro consigo mismo’ que se persigue, el camino no estará desprovisto de escollos. En la medida en que un ser vivo evoluciona y aprende a encontrar su lugar en el mundo, la paradoja hace su aparición: el desapego humano se opone al inagotable cariño animal. ¿O será que acaso lo complementa?
Una escenografía minimalista alberga la crudeza que nos devuelve cada tramo de la pieza, aspecto no exento de pasajes poéticos, a medida que ante nuestros ojos cobra forma de parábola acerca de la representación de creencias, costumbres y vínculos…también de cierta cara de la moneda más amarga y hostil: hay días grises que se contemplan mirando el vacío de una pared, hechos de ausencias, replanteos y actos egoístas. "Afuera, la calle no es un buen lugar para vivir. Mucho menos para morir, a la deriva".
Temas universales como la finitud, la religión, el ámbito educativo, la amistad y la institución familiar, son abordados como grandes ejes que nos sacuden de modo directo y honesto. Sin recurrir a estereotipos, no teme exponer nuestra faceta más cruel y menos tolerante. Con gran acierto, “Lo que Queda de Nosotros” no cae en absolutismos ni hipocresías: cada ser ocupa el lugar que le tocó en este mundo, no despojado de sus luces y sombras.
Portadora de un mensaje sumamente constructivo, se nos alecciona acerca de las pérdidas que sufrimos, del trato que nos brindamos, de la búsqueda de un lugar adónde pertenecer, de lo efímero de nuestro tránsito en el plano físico, de la entrega de afecto sin resentimiento alguno por parte del animal y del conocimiento de nuestras propias limitaciones como seres pensantes. A cada minuto que transcurre, el brillante texto no cesa en legarnos enormes lecciones de vida. Toto (Alberto Ajaka) mueve la cola y dice que tener buena memoria ayuda a sobrevivir. Nata (Carolina Ramírez), en pleno duelo, se acurruca y hurga en el agujero inmenso que guarda su extraño corazón; para ella sobrevivir es renunciar a cualquier tipo de vínculo. Ambos buscan su propia brújula. La enorme destreza interpretativa mostrada sobre las tablas por el dúo protagonista captura, con acierto y miras de concientizar, loables posturas respecto a la adopción, el trato animal digno y la tenencia responsable desde el lugar racional que nos toca ocupar.
Inmersos en un viaje emocional impar, con lo que queda de nosotros reconstruiremos las piezas caídas del rompecabezas. Llevamos por un rato este cuerpo y en el pecho un corazón que late. Al fin y al cabo, no tan distintos a aquel amado animal que es familia, y siente exactamente igual a nosotros el desprecio y el aprecio…y, no importa el tiempo transcurrido, siempre nos esperará en casa. Para Carolina Ramírez y Alberto Ajaka, “Lo que Queda de Nosotros” representa enormes desafíos actorales, cumpliendo ambos de modo magistral. El colosal Ajaka da muestras, por enésima vez, de su inmenso talento. Versátil, carismático y sensible, se coloca bajo la piel de más de una docena de personajes. Humano o perruno, resulta imposible no quererlo. Porque sentimos a través de él y con cada una de sus fibras, mérito de uno de los más grandes actores de nuestra escena.
Empatizamos con los personajes, aún en los trances incómodos a los que se nos invita a participar. Porque nuestra existencia se hace de misterios y zonas grises que no logramos resolver del todo. Rezamos y confiamos en el mismo Dios que permite que mueran, a lo largo de un año, nueve millones de niños antes de cumplir los cinco años.Más allá de la fábula y su moraleja, no somos inmortales a pesar de que el hecho de desearlo nos otorgue cierto refugio momentáneo; todo dura un instante. En el comedor de ese shopping contemplamos la sombra que se cierne sobre cada uno de nosotros. Seremos uno más, hoy o mañana, y eso nos iguala. Quizás, si somos débiles, incluso nos iremos antes. Sabio consejo impartido, es mejor que no domine el miedo, eso podría predisponer algún accidente. La vulnerabilidad que nos describe explica también nuestra falta total de dominio: existe un perfecto plan que en otras dimensiones nos excede.Estemos atentos, a la vuelta de la esquina podría estar aguardando lo impensado. Rumbo al desenlace, la magia cobra vida gracias al arte teatral: un apagón total enciende la luz. Enésima paradoja. Una presencia espiritual más allá podría colaborar con el equilibrio perdido y otorgar algo de esperanza de regreso a casa. Que ya no será en soledad…Ajaka y Ramírez son dos monumentos. Las lágrimas nos desbordan. Y lo bien que hacen.