“No se le dice que no a un fantasma. Menos al de Irene”, escribe la periodista y escritora Daniela Pasik en El corazón del asunto, el retrato biográfico de la poeta argentina Irene Gruss (1950–2018), recientemente publicado por la editorial Gog & Magog. Irene fue su maestra de poesía, su amiga y su compañera de trabajo.

En este libro se encuentran las dos. Las leo, las puedo ver, las escucho reír a carcajadas. No se sale indemne después de leer a Pasik.

¿Para qué sirve una biografía? ¿Qué es lo que importa de la vida de una poeta? Una de las tantas veces que le pidieron la clásica “mini bio” para una revista que pretendía publicar sus poemas, Irene Gruss, harta, envió esta línea: 'Escribo. Creo que lo que diga además de esto es irrelevante'.

Es posible imaginar a Daniela Pasik hablando con el fantasma: “¿Te molesta que intente retratarte, Irene? ¿Estás por ahí? Tengo miedo de que se haya ido de verdad, que esto no salga bien y me repudie, que el fantasma se las haya picado, tomado el palo. Harta. Hinchada de tanta autorreferencialidad. Mía, suya. No sé. ¿Por qué habría que despedirse por un detalle como la muerte? ¿Quién dice que no se puede seguir después igual?”.

Pasik crea una prosa luminosa que es al mismo tiempo divertida y profunda, ágil y misteriosa, sorprendente y bestial. Siempre apasionante. Entonces sucede, la narración de la vida de una poeta también es poesía.

Esta es la historia de una mujer que corre el peligro de vivir intensamente. Irene lo dice en aquel poema bonsai. Y la historia –se conozca o no su obra– produce conmoción.

Pasik explora con maestría los espacios que hay entre lo que somos y lo que mostramos, entre la pena y la nada, lo doméstico y lo político, la soledad y los otros. La dicotomía que tensa la cuerda. La verdad partida a la mitad, el mundo que nos parece siempre incompleto.

Escribir para prestar atención. Escribir para seguir escribiendo. Como decía Irene, escribir para buscarse y encontrarse y también poder desdecirse, desconfiar de una misma, hacer ese trabajo. Después quizás descubrir “que el errar/ el perderse/ podían ser lo mismo, un oficio/ extravagante. Pero el arte,/ ah el arte, no es oficio/ sino servir un simple puré de papas, ni muy caliente/ ni tibio”.

Una clave siempre presente: el sentido del humor como herramienta de supervivencia. Porque después del apocalipsis hay que reír, reír con cierta risa. Saber reír. En medio del dolor, también.

El corazón del asunto logra esa magia extraña de prolongar la voz de Irene, de escuchar su voz otra vez o escucharla por primera vez, si no se había tenido el gusto. Pasik nos entrega un trozo de vida con todo el amor, el dolor y la belleza posibles.

Este retrato biográfico es una geografía, una pesquisa, un libro-aventura. No es una historia de fantasmas pero el fantasma de Irene está todo el tiempo.

Daniela es periodista, docente y poeta. Crédito foto: Mara Podoroisky.


¿Cómo fue conversar con el fantasma de Irene?

Bueno, muy agridulce. Fue hermoso como extender un tiempo de conversación con Irene por fuera de la conversación que es seguir leyéndola y a su vez extender o recibir el regalo precioso de estar en su mundo, un mundo que yo transité en nuestra relación. Y también vincularme de otra manera con sus hijos, con sus amigas, sus amigos. Entonces de pronto recibí el bonus de tener un vínculo más cercano con su hija Lucina, que es divina y yo no la conocía o poder hablar con Aulicino, que me parece un prócer absoluto, desde otro lugar, más cercano. Todo eso lo siento como un regalo fabuloso.

Y por otro lado fue re triste porque yo la extraño a ella humanamente y es muy difícil hacer una biografía, más allá de si conociste o no a la persona. Es un género muy demandante que implica mucha investigación y mucha meticulosidad. Se busca cierta objetividad aunque es imposible de lograr. Y más en un trabajo como este. Quizás no es una biografía. Aulicino dice que es un retrato biográfico y me parece acertado.

¿Cómo encontraste el tono? 

Encontrar el tono fue muy difícil y además el tono es un tema de Irene. Es un tema de su poesía y un tema de su persona también. Ella tiene un poema que se llama El tono que habla de eso, de cómo se le confunde a la gente su tono. Por ahí dice algo y su intención es una y se lee de otra forma. Lograr el tono era muy importante para mí. Sobre todo porque mi intención con el libro no es escribir para la gente que sabe de poesía. Mi intención con el libro era que lo pueda leer cualquier persona que le guste leer. No quise hacer un libro cerrado o erudito. ¡Como el jazz! No quería hacer un libro jazz, música para músicos. Quise escribir algo entretenido, por eso me pareció bueno encontrar una tensión narrativa con cierto suspense para que atrape.

¿En qué medida te ayudó la herramienta del fantasma?

Mientras escribía todo el tiempo estaba dialogando con Irene. Entonces dije “bueno, lo blanqueo” y ahí terminé encontrando esto del diálogo con su fantasma, que no se sostiene durante todo el libro pero está ahí como un hilo narrativo. Creo que todos los que estamos en el mundo de la poesía tenemos la obligación de traficar la poesía por fuera del mundo de la poesía. Yo quería lograr eso con el libro.

También desandás las habladurías que corrían sobre Irene. Decís que hay varios mitos, por ejemplo el equivocado concepto de “malvada” que por supuesto no es lo mismo que “brava”.

Sí, ese es el otro plan que me propuse: desmitificar el mito malo. Es algo que sucede incluso con generaciones más jóvenes. Yo me encontraba con gente que sabe de poesía, hermosos poetas jóvenes, pero que acceden a Irene desde eso que se dice. Lo que se dice se trastoca con el tiempo, se trastocaba de hecho con ella en vida, en su momento. Y es ese mito y ese halo de “qué brava”, “qué malvada”. Quise desarmar ese mito porque me parece que invade el acceso a la lectura. Yo solo quiero decir: ¡Leela porque es divertidísima! ¡Y además no era mala! Y además, en todo caso, ¿qué tiene de malo ser brava? Cuando sos mujer, brava es algo malo. Irene era brava porque era estricta y era estricta con ella misma. Ella era desfachatada en su modo poético. Y yo quise escribir para romper todo, sobre todo prejuicios.

Y en esto de traficar poesía y romper con los prejuicios, ¿por qué decís que la poesía da miedo?

Más allá de Irene. Yo creo que la poesía trabaja sobre la inquietud, trabaja sobre la no respuesta, abre preguntas, ese es el tránsito que hacemos al leer poesía, ¿no? El ser humano en general tiende a evitar la inquietud porque la inquietud genera angustia y entonces se genera esta cosa de “no se entiende”. Y yo creo que esa distancia que se impone es el miedo.

En un momento del libro blanqueás que vas a dejar la información en paz y que simplemente vas a ser esa pared que necesitan sus seres queridos para compartir la información sensible de la forma que pueden. Entonces aparecen temas como el suicidio y también el amor, las relaciones. Muchas veces subrayás el silencio. ¿Qué podés contar de esa decisión personal, periodística y narrativa?

Yo estoy criada en el periodismo pero ejerzo el periodismo como género literario. Tengo la suerte de poder dedicarme al periodismo cultural y a la investigación periodística. Quizás tenga que ver con la cercanía que tuve con Irene y con las personas con las que fui hablando. Pero tiene que ver con el  género, también. A mí me me llamó mucho la atención eso. Estuve muy, muy presente, como nunca. Pero tuve una certeza: yo no importo acá. Ni mi pregunta importa acá. Yo no quería estar ni siquiera en el sentido de tomar esa información y hacer una escena tipo crónica. Yo quería las voces nada más. Hay un libro hermoso de Fernando Noy donde cuenta a Batato. Es una recopilación de voces que narran a Batato, un coro de voces, un laburo enorme que se tomó Noy para armar ese libro. Además él fue una de las personas con las que hablé durante el proceso de escritura. Necesitaba que hablen ellos, las personas queridas de Irene, y que yo no esté. Y además está el juego con la pared por su libro.

Irene, el mar y el tabaco, en 2001.


Señalás que por momentos parece que Irene hace poesía del yo pero en realidad no. A Irene le importaba mucho marcar la diferencia entre hacer poesía y hacer el verso. Me gustaría que ahondemos en esas enseñanzas de Irene como “torcer la anécdota” y su clásico “¿y a mí qué me importa?”. Y también buscar el carozo del poema, eso que pedía en sus talleres, y vos reforzás con el título del libro El corazón del asunto. 

Quizás tiene un poco todo que ver con todo porque es la diferencia entre el yo lírico del poema y el yo real. En el libro cuento que Irene tenía su cuaderno de la catarsis donde anotaba lo cotidiano que le daba rabia y tenía otro cuaderno para los poemas donde se daba un tiempo. Eso es torcer la anécdota, despegarse de lo anecdótico y buscar el objeto estético más allá del sentimiento y de lo que pasó específicamente. El ejercicio que hice con este libro fue tratar de torcer la anécdota pero respetando el género. Y el ¿y a mí qué me importa? era la pregunta constitutiva de Irene. Entre otras cosas, tiene que ver con trascender el yo egocéntrico, buscar algo más, ir al corazón del asunto. Es algo que transité mucho pensando con ella en la vida. Ella se exigía a si misma primero y por eso ofrecía esas preguntas a los demás con mucha generosidad. 

¿Por qué decís que Irene era como un libro que empieza difícil?

Irene era una de las personas más tiernas del universo y era muy conmovedora también y era súper divertida y era mega accesible. Pero entonces era como un libro que empieza intrincado. Ella tenía una suerte de caparazón, que para mí es un filtro que usaba para protegerse, para que no entre cualquiera. Entonces si vos no entendías el chiste, si vos no entendías el comentario bestial, ya está. En cambio si trascendías esa primera instancia todo lo que había era generosidad absoluta desde todos los lugares. Te daba libros, te publicaba en su blog, te ayudaba a pensar en tu escritura y en todo, hablaba de vos con sus otros alumnos. Vos ibas a la casa y te hacía café, te compraba masitas. Era una mujer hermosa y brava. No era malvada. Aulicino me dijo que ella no era consciente de la importancia de su figura. Entonces por ahí ella armaba un desplante o gritaba en una lectura alguna cosa sin ser consciente de ser quien era. Y eso tiene que ver con otra cualidad de ella, que para mí la hace más cercana y adorable, y es que ella no se estaba cuidando. No andaba por la vida midiendo o pensando si quedaba bien o quedaba mal.

La descubriste en el Rojas cuando Batato Barea la declamaba. ¿Después fueron compañeras en la redacción del Diario Perfil o antes fuiste a su taller?

Claro, primero la conocí como poeta sin conocerla a ella como persona por esa movida de Batato. Corte directo a años más tarde, entre 2005 y 2006, yo trabajaba en el diario Perfil y ella era la correctora. Éramos pocos los que teníamos conciencia de que ella era Irene Gruss. Ella era una mujer apasionada en todo, te venía a gritar por una coma pero también gritaba en las asambleas. Generaba sentimientos específicos. En esa época se podía fumar en la escalera de los trabajos y entonces compartí mucho rato con ella. Yo diría que la conocí en donde terminábamos siempre: en un rincón, hablando, haciendo chistes y después compartiendo literatura y vida. Años después ya no seguíamos ninguna de las dos en Perfil y yo le escribí para hacer taller con ella.

En su blog sigue estando el cartel con el protocolo para asistir a su taller. Hacia el final dice: “Inútil presentarse si no se es lector de poesía. Imprescindible, tener sentido del humor”.

Era el primer filtro. También te pedía material, lo leía, te decía si aceptaba. El taller nos acercó de otra manera. También vivíamos cerca y entonces había algo en la dinámica con Irene del juntarse a tomar un café. Siempre nos reíamos. Por eso también al trabajar en este libro quise que el humor estuviera presente. Irene era una persona muy divertida. Yo quería ese tono gracioso en el libro.

El libro se puede comprar en librerías y en el sitio web de la editorial.


Decís que las enseñanzas de Irene se te pegan como una varicela que se termina agradeciendo. Y que todo eso que aprendiste de Irene te sirve al día de hoy para escribir poesía, narrativa, periodismo o incluso un mail. ¿Por qué?

Lo de la varicela, lo decía en el sentido de que es un anticuerpo. Parece una enfermedad en un momento porque te obsesionás con cosas pero después ya está. Te curás de la enfermedad y eso es constitutivo. Te alumbra y te ilumina cosas. Aunque no hayas hecho taller con Irene, quizás leyendo a Irene te pasa o habiéndola visto en algún lado. No creo que a nadie que haya tenido a Irene de correctora, no le haya quedado grabado lo que te hacía observar. Es ese registro profundo de ella, no para emular, sino para encontrarlo en uno mismo y hacerse preguntas. Desde mi paso por el taller de Irene, es un registro que me acompaña para todo, en la vida en general.

¿Por qué le dedicaste un capítulo al affaire Zurita?

Me parece un capítulo muy divertido. Es como el mito Luca Prodan, todo el mundo lo vio tocar. Con esa famosa lectura en la que leyó Zurita e Irene habló pasa lo mismo: todo el mundo fue. Hay gente a la que se lo contaron, pero lo recuerda como si hubiera estado. Me pareció divertido hacer la indagación y ver qué es lo que pasó en realidad. Y mostrar esa ternura, esa inocencia. No es que Irene era una pendenciera y quería hacer sentir mal a Zurita. No buscaba eso. Es una anécdota que me parece que funciona para el mundito de la poesía y funciona para cualquiera que no haya leído ni a Irene ni a Zurita. Yo quería que este libro sea como leer a Irene. Te reíste, te emocionaste, lloraste, puede pasar todo eso a la vez.

Hablaste con sus seres queridos, sus familiares, sus amigos. Aulicino, su gran amigo, dijo que es un retrato biográfico y acompaña este libro especialmente. ¿Cómo han sido las devoluciones?  

A mí lo que más me ocupa y preocupa es la lectura de esas personas. No siempre es fácil leerse a uno mismo puesto en palabras de otro. Aunque la intención del libro es amorosa también busca cierta objetividad y entre esas cosas sé que puede despertar determinadas sensibilidades. Yo quería que Aulicino lo lea antes de ir a imprenta. Quería saber si él aceptaba presentarlo y así fue. Aulicino es un titán de la poesía y el periodismo. Y a la vez era el mejor amigo de Irene. Su opinión más allá de lo humano también me interesaba profesionalmente. Y me dijo muchas cosas hermosas que me da vergüenza decir. Y sí, por supuesto, me importan sus hijos, sus amistades, todas las personas que la querían. Confío un montón en el amor con el que se construyó el libro.

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Daniela presentó el libro el pasado sábado 19 de octubre en Casa de la lectura, barrio de Almagro. Puso en un posteo de su cuenta de IG: “Tuve el honor de que me secundaran Jorge Aulicino e Ignacio Di Tullio. Vanina Colagiovanni condujo, de algún modo, el desorden precioso que fue la mesa. Recordamos a la doña, hablamos del libro, del encuentro, leímos poemas. Fue gracioso y conmovedor”.

Daniela coordina desde hace varios años un taller de narrativa, es docente en la escuela ETER y publica de manera regular sus columnas culturales en medios nacionales. Publicó los libros de investigación “Hacerse. El viaje hacia la cirugía perfecta” (Grijalbo, 2010), y “Porno nuestro. Crónicas de sexo y cine” (Marea, 2014); la micronovela “Historia de una chica que se enamoró de un pez” (Funesiana, 2009); la nouvelle “Inicio” (Eduvim, 2010) y el poemario “Alucinada” (Modestio Rimba, 2017).