“Sobre el Hilo”, estrenada durante el pasado mes de abril en la preciosa trinchera artística Teatro Calibán (México 1428, CABA), puede comprenderse como una reflexión acerca de nuestra especie. Invenciones, convenciones y paradigmas son puestos en duda a fin de comprender qué entendemos por ser humano y qué por civilización. El eximio dramaturgo Norman Briski, incansable gestor de proyectos independientes, continúa haciendo gala de su siempre atractivos retórica y discurso, proponiéndonos aquí una mirada novedosa: una mujer se mixtura con otra especie de dispar naturaleza. Todo pareciera carecer de lógica, pero es, justamente, lo absurdo de la condición, aquello que acaba por nivelar la superficie. La excepción a la regla de todo ser pensante demanda otra lógica y otro devenir para ser comprendida.
Por oposición, la cualidad de la que se carece es lo que otorga la compensación; no sea cosa que se extinga la especie. Ella (la excepcional Brenda Santiago) es un ‘anuro’, injerto de humano con cetáceo y una fenomenal nadadora de competencia. Aunque le hayan sido extirpados ciertos órganos -entre los que se cuentan la pantalla del hipotálamo y la cisura de Silvio- no perderá la esencia. La huida no es siempre hacia adelante, cuando escapado el entusiasmo fue entrar a la vida desde lo diminuto, y allí crecer, nunca sabiendo si volver o no volver. Pero si vivió demasiado, es para sobrevivir, de proeza en proeza, nos dice. Lo extraño va cobrando forma, paulatinamente. Tanto que ya nos parece familiar. Miramos al anuro al espejo, y sus necesidades (inclusive, fisiológicas) podrían ser las nuestras. Alrededor de sí, todo parece mutar: el aeropuerto se convierte en estación, ¿quién vendrá a despedirla? El pasaporte venció, y en una habitación de hotel, el monólogo adquiere virtud de manifiesto existencial: irse o quedarse es la cuestión. Entrar afuera, o salir adentro.
Gracias a la realización escenográfica de Guillermo Bechthold y la música de Martín Pavlovsky, un juego de luces y sonidos se propone como efecto rupturista, mientras la obra adquiere volumen y nos lleva a navegar aguas profundas. El anuro intenta comprender la lógica humana, dejando en evidencia lo disparatado e incongruente de nuestra condición. El cuerpo de la actriz domina el espacio y se traslada en la temporalidad. Con cada dedo separado por membranas contabiliza hazañas de competencia acuática. Dichas membranas están hechas para huir de aquí: el espíritu está intacto y la piel no se puede traicionar.
Mientras tanto, el viento sabe orientar al cuerpo, y Brenda, nunca quieta, se mueve a lo ancho, largo y alrededor del espacio escénico, dominándolo por completo. Haciéndolo su aliado. Remo en mano, hace equilibrio, de babor a estribor, sobre una banqueta que simula una pequeña embarcación. Ortopédicamente, la postura exclusiva, indica ella.
“Sobre el Hilo” nos invita mirar, valorar y juzgar con ojos de otra especie, pero desde la concepción humana. ¿Cuánto vale ese trofeo dorado? ¿Cuántas cabezas habrá que aplastar para alcanzarlo? Hábitos y costumbres propios de la alienación harán que el vencido aplauda a su vencedor. El placer de perder conlleva acostumbrarse a la derrota, inmersos en una sociedad que nos empuja a alcanzar lo más rápido posible que se pueda metas y éxitos. A toda costa…y sin ahorrarnos de tocar. Y, por si acaso, nos damos cuerda. El espectro de reflexión, sutil y en el instante exacto, alcanza estamentos de índole social que preocupan al autor: habrá barcos que transporten uranio, calles colapsadas por piquetes, aviones de incierto destino que trasladen reaccionarios de ultraderecha. No hay puerto donde amarrar ni orilla a la vista, porque lo feroz de la condición depredó metros cúbicos de despiadada rivalidad. A veces la realidad nos obliga a envolvernos en vaselina.
A lo largo de una hora de duración, somos absorbidos en tiempo y espacio; aquí todo es alegoría y simbolismo. En la memoria -ese pasado ‘pasado por agua’ que no espera- se graban los desencuentros; y ya van tantos que sobran. Como foto sin película, nos sumergimos en el sinsentido. El punto final pareciera indicar un nuevo comienzo, regresando al mismo punto de partida. La disyuntiva es vectorial.
¿Cuándo un punto sabe a qué ecuación pertenece? Es hora de salir del entorno, ingrávido y equidistante.Otra vez, el irse o quedarse implica un rumbo a tomar. Y la brújula, ¿hacia dónde? Existen búsquedas conceptuales reconocibles, que pueden comprenderse como columna vertebral de la descomunal obra teatral de Briski. Al igual que en recientes y logradas realizaciones, como “La Conducta de los Pájaros” o “9.81” (obra de teatro y película a la vez), el deseo adquiere un lugar preponderante. La velocidad dirige al mismo hacia el hemisferio del cuerpo indicado. Es el paisaje dominante de “Sobre el Hilo”.
El navegar implica sortear tempestades, entre ocurrencias y fricciones inevitables: al material extensible lo propulsa el fuego. Pero, ¿el agua con qué se apaga? Estallamos de risa, pero ella rompe en llanto, con trago de alcohol puro en mano. Armada de palabras, la eximia deportista describe su estirpe triunfadora soltando una línea deliciosa:‘los humillados se lamenentre sí con la lengua’. ¿Huir es la clave para ganar? Irse o quedarse, el bendito dilema que Briski coloca en movimiento pendular sobre nuestras cabezas. Remar en círculos y tropezar con el mismo obstáculo agota el ámbito de lo posible. Acá, del lado humano, o en ningún lado del reino ajeno, la cabeza va y viene con desprecios, deseos y necesidades sexuales. ¡Qué poco queda de aquello que alguna vez fue todo alegría! Hoy nada queda que no duela. ¿Y ahora dondeincrustamos nuestro dolor? Pregúntenle a aquel pájaro estrellado en transparencias.